Sobre Acequia, novela ganadora del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas
El 19 de abril, mientras releía algunas páginas de Acequia para escribir esta reseña, vi en las noticias que se cumplían 65 años de que Peñarol ganara la primera edición de la Copa Libertadores de América (denominada Copa de Campeones de América en 1960). Mi dispersión natural, sobreestimulada por Internet, me llevó a chequear la formación de Peñarol en aquellas finales. Y si bien no encontré sorpresas (allí estaban Maidana, Cubilla, Gonçalves o Spencer) en la primera final me encontré con un nombre desconocido que entró desde el banco de suplentes: Francisco Majewski. El único jugador del que nunca había escuchado hablar entró para sustituir nada menos que a William Martínez (integrante de la selección uruguaya campeona del mundo en 1950) y cuando busqué su biografía un dato me devolvió de inmediato a la novela que releía. Majewski nació en Montevideo, pero en 1961 se radicó en México y falleció el 22 de abril de 2012 (mientras corrijo esta nota se cumplen 13 años) en Cuernavaca, capital del estado de Morelos.
Y es que Cuernavaca no es solo el espacio geográfico donde transcurre Acequia, la novela del mexicano Amaury Colmenares, Cuernavaca es un personaje más de la narración. Un personaje clave que a la vez que reúne a los otros en un determinado espacio tiene una voz propia que parece articular un puñado de historias extrañas, entre bizarras y sobrenaturales, que terminan reflejándose unas en otras. La forma aparentemente aleatoria con que esas historias se entrecruzan no deja de parecerse, en algunos casos, a la forma en que la noticia futbolística con la que comienza esta reseña se trasladó, mediante Francisco Majewski, a las “caprichosas y curvas” calles de Cuernavaca.
Pero el azar que me ayuda a empezar esta nota no guió a Colmenares a elaborar el azar que reúne las historias de su novela. No en vano Acequia se abre con el epígrafe de Georges Perec “Cada gesto que hace el jugador de puzzle ha sido hecho antes por el creador del mismo”. Solo un prestidigitador experimentado puede pasar de la feliz ocurrencia de que un personaje se llame Julieta Lucía Pensamiento Borges a que firme un libro de jardinería como J.L.P. Borges y se convierta, de carambola, en un éxito de ventas. La broma le habría encantado al autor de El Aleph, y sobre ese surco se construye uno de los ejes de la novela, un eje que llega a proponer, al pasar y sin énfasis, que “un escritor de vanguardia” llamado Roberto Bolaño logró cierto éxito de ventas gracias a que la gente lo confundía con Roberto Gómez Bolaños, el célebre Chespirito.
Si hay algo de detectivesco en una novela repleta de personajes excéntricos pero verosímiles, el tono sobrenatural de algunos pasajes y la distorsión de la realidad que se propone en otros nos hace pensar en ese género denominado “realismo mágico”, género que tiene como uno de sus parteros a Juan Rulfo. Varios pasajes “subterráneos” de Acequia me recordaron algunas de las sensaciones que me generó en su momento la lectura de Pedro Páramo.
Las características locales de los personajes, como el habla particular de los habitantes de cierta región mexicana, es otro de los ejes de una historia con pasadizos temporales, estafadores de diversa índole, humoristas amargados retirados y laberintos en medio de las sierras. Entre el frondoso universo de personajes la “realidad” y la “fantasía” se entretejen haciendo que esa falsa contradicción desaparezca. Acequia es una creación literaria que tiene su propia lógica, su propia cosmogonía, y si inevitablemente intentamos vincular el universo de la novela con la “realidad”, lo único importante a señalar es la verosimilitud de los personajes y las situaciones bajo sus propios parámetros.
Acequia es inabarcable en una breve reseña, quizá valga para referirse a ella una de las reflexiones que se intercalan sobre el género al que pertenece: “la novela es como un caldo: se le pueden agregar cuantos ingredientes uno tenga a mano, cuyo sabor no desentone, sin sobrepasar el nivel de tolerancia del líquido que los une, para lograr un platillo que tiene un sabor general pero también pedazos de sabor único, que se pueden calentar y recalentar y será cada vez más sabroso”.
Uno de esos sabores, cuando ya hemos paladeado los más exóticos, nos devuelve a los más conocidos. Cuando Lópex Moctezuma se da cuenta de que una de las posibles turistas embaucadas lo deja en falso y se enamora, ese sentimiento toma un gusto concreto, que el autor nos permite paladear hasta el momento agridulce en que se evapora.
Acequia es una novela abigarrada, que conecta universos como el espejado Museo de la reflexión que parece resumir la propia deriva de la narración. Y ese carácter abigarrado, junto a la deformación espacio-temporal que la constituye, parece perfectamente reflejado en la obra del artista plástico Cisco Jiménez (no confundir con Xisco Jiménez) que ilustra la tapa de la novela. Una novela consciente de ser un objeto que necesita del esfuerzo del lector para que ejerza su influencia, pero que atrapa y te sumerge en un universo particular en el que los sueños pueden operar en la realidad.
Acequia. Autor: Amaury Colmenares. Edita: Estuario, Montevideo, 2024.