Algunos que no fueron al 1º de mayo por Hoenir Sarthou
Este martes, la prensa no daba abasto para cubrir la información. Se esperaba que el interés del día estuviera centrado en los actos del 1º de Mayo, pero las noticias policiales desbordaron las previsiones de los editores periodísticos.
El asesinato de otro empleado de supermercado, el asalto cometido por nueve hombres armados a guerra, tripulando tres autos, contra la sede de una empresa de transporte, la detención de otra banda que se proponía cometer otro gran asalto y, pocas horas después, la aparición de una pareja aparentemente asesinada, compitieron duramente con la cobertura y los comentarios sobre las conmemoraciones de las organizaciones de trabajadores, incluido el acto mayor convocado por el PIT CNT.
Los discursos de Oscar Andrade, Gonzalo Castelgrande y Abigail Puig, durante el acto, dieron de alguna manera cuenta de esos hechos conmocionantes. Pero, claro, los tres son representantes de organizaciones sindicales. Por lo tanto, sus discursos estuvieron construidos desde la perspectiva de quien trabaja y dirigidos a otros trabajadores, al sistema político, al empresariado, e incluso a un auditorio indefinido y supuestamente neutro que podría definirse como “ciudadanos que no son trabajadores asalariados, ni gobernantes, ni empresarios”, y que, en los hechos, operan como un imaginario “ojo de Dios”.
Fueron tres discursos eficaces, cada cual en su estilo, desde su propia perspectiva y con su finalidad específica, concretando entre los tres un acto comunicacional exitoso. Cabe anotar que, obviamente, la Central sindical decidió dar lugar a visiones bastante contrapuestas entre sí, como las expresadas por Andrade y Castelgrande, en lugar de esforzarse, como otros años, en sintetizar todo en una proclama común, que habría resultado esquizofrénica o soporífera, o las dos cosas.
No puedo sacarme de la cabeza que, seguramente, ninguno de los autores de los delitos cometidos en las últimas horas, si hubiera oído los discursos, se habría sentido aludido por ellos. No siendo trabajadores, ni gobernantes, ni empresarios, ni jubilados, ni estudiantes, ni víctimas de la inseguridad, ni tampoco ese hipotético “ojo de Dios” ciudadano, los delincuentes y su lógica, naturalmente, no estuvieron incluidos en los discursos.
Si el tipo de delincuencia que sufre el Uruguay fuera como la que combatían Súperman o Batman en los comics, pequeños rateros individuales y, de tanto en tanto, algún archienemigo poderoso pero inadaptado y psicopático, la cuestión no sería importante. Pero no es el caso. La delincuencia con la que convivimos es otra cosa. Es el resultado emergente de muy extensas zonas de marginalidad social y cultural. Fruto de varias generaciones de personas que, perdidos los hábitos de trabajo y de estudio, viven y se manejan al margen de los códigos legales y culturales sobre los que se organiza la vida institucional y también la vida sindical del país.
¿A cuántos miles de uruguayos el discurso del PIT CNT no les dijo nada? ¿Cuántos, en caso de haberlo oído, no lo habrían entendido o habrían pensado que nada tenía que ver con ellos? ¿Para cuántos, términos como “salario”, “educación”, “libertad sindical” o “derecho al trabajo”, son hoy abstracciones incomprensibles?
Es dificil cuantificarlo, porque no hay forma de medir lo que no está registrado en ningún lado, lo que se oculta, lo que vive al margen de quienes encuestan y cuentan. Pero lo que no se puede medir ni contar también existe y actúa. Puede percibirse, si uno se saca las gafas de estadístico e interpreta los mil efectos sociales que causa.
Hasta hace poco, era posible tapar el problema bajo montañas de cifras optimistas y vagas acusaciones a la prensa o a la oposición. Hoy, con las cifras de asaltos y asesinatos, y los barrios copados por bandas de delincuentes violentos, se está volviendo inocultable. Negarlo es la mejor manera de promover reacciones represivas que pueden ser incluso más peligrosas que la delincuencia.
Sin embargo, todavía hay quien recurre a la negación y piensa: “Bueno, hay una sociedad integrada y un sector marginal. Es cuestión de darles trabajo y enseñanza a los integrados y reclamarle a Bonomi que ajuste las clavijas a los que están al margen”.
Pero hay otra mala noticia, casi no mencionada el martes. Pienso en el acto del 1º de Mayo de 2028. Sí, dentro de diez años. ¿Cuántos de los empleos de los que asistieron al acto del martes seguirán existiendo dentro de diez años? ¿Cuántos serán sustituidos por nuevas tecnologías informáticas, robóticas y eventualmente de inteligencia artificial?
No es ciencia ficción. ¿Tienen idea de cuántas actividades administrativas y de producción dejaron de ser hechas por personas? ¿Cuántas fábricas de miles de obreros han cerrado en el mundo? ¿Cuántas abrieron para remplazarlas? ¿Cuántos cadetes, secretarios, copistas, dactilógrafos, telefonistas, cobradores, mensajeros, etc., siguen trabajando?
Es un hecho muy difícil de digerir y de encarar para cualquier central sindical. También para cualquier gobernante e incluso para cualquier persona de buena voluntad.
El trabajo asalariado ha sido, durante siglos, el medio de vida de la mayor parte de la población mundial, pero también la principal forma de distribución de la riqueza, un mecanismo clave de organización y disciplina social, la principal motivación educativa e incluso una referencia existencial ineludible para miles de millones de personas.
Una significativa reducción de los puestos de trabajo implica una transformación incalculable en la vida social y en la cultura que conocemos.
Me pregunto por cuánto tiempo la palabra “trabajadores” (ni hablar ya de “obreros”) seguirá siendo una referencia con la que pueda identificarse la mayoría de los habitantes de cualquier sociedad. O, lo que es casi lo mismo, por cuánto tiempo seguirán siendo los trabajadores el “sujeto” de los principales procesos sociales y políticos.
Cabe preguntarse también qué “sujeto” lo sucederá. ¿”Ciudadanos”, clientes”, ”Vecinos”, “habitantes”, “gente”, “masa…”?
Tradicionalmente, el trabajo y la educación han sido los dos grandes factores de integración social. Vale preguntarse, entonces, qué sucederá si el trabajo pierde significativamente su incidencia. Y ni qué decir si la educación no está en condiciones de compensar la pérdida.
La emotiva mención a la Escuela Pública hecha por Abigail Puig adquiere, desde esta perspectiva, una importancia medular. Probablemente mayor a la de cualquier otro asunto tratado en los discursos.
Si eso no se tiene en cuenta, ¿a cuánta gente y a qué tipo de personas les hablará el PIT CNT en 2028. ¿Cuántos sentirán que el discurso tiene que ver con ellos? ¿Y cuántos estarán en condiciones de entenderlo?
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