Mucho se ha escrito en los últimos treinta años sobre las transformaciones que acontecen en la religión y cómo han cambiado las formas de creer y de vincularse con lo religioso. En este sentido las investigaciones sociológicas de la religión muestran una evidencia aplastante de que la tendencia que más crece es la de “creyentes sin afiliación religiosa”, de personas que construyen en forma personal y sin vínculo con las instituciones sus propias preferencias religiosas, mezclando elementos de diversas tradiciones (sincretismo) y con el foco puesto en las vivencias, en las experiencias subjetivas y especialmente en los resultados terapéuticos: “me hace sentir bien”. La tendencia es una religiosidad a la carta articulada de acuerdo con las necesidades y preferencias del consumidor. A su vez el modelo de vida consumista centrado en la inmediatez y con un trasfondo cultural nihilista y materialista, con una visión plana de la realidad, no ha dejado espacio para preguntas últimas y reduce las experiencias espirituales a gratificaciones subjetivas y meramente emocionales con los ojos puestos en el bienestar y la eficacia.
Las grandes preguntas metafísicas por los interrogantes últimos, entre ellos sobre la misma existencia de Dios, no interesan, no son un problema, sencillamente no está en el horizonte cultural. En el contexto actual las verdades religiosas encuentran espacio como experiencias subjetivas con un valor meramente pragmático, o reducidas a una ética, o a una experiencia estética, donde no es imposible distinguir verdad y falsedad, ni siquiera interesa planteárselo. Lo que importa es la utilidad de la religión para la calidad de vida, pero Dios se ha vuelto culturalmente irrelevante.
La adhesión religiosa se ha convertido, casi sin excepción, en una elección personal: “Los individuos se determinan religiosamente en función del interés personal que pueden encontrar en esta elección, ya sea en términos de bienestar psicológico, ya sea en términos de realización simbólica de sus condiciones de existencia” (Hervieu Leger, D., 2005, la religión: hilo de memoria).
La religión se ha convertido en una cuestión individual en la que los criterios y normativas emanados de las instituciones eclesiásticas intervienen cada vez menos en la articulación de la existencia de los creyentes y de la interpretación de los contenidos de su fe. Peter Berger lo expresa con claridad cuando afirma que la modernidad tardía nos obligará a todos a “ser herejes”, a mantenernos constantemente en un estado de elección, a ser “consumidores” compulsivos de ideas, de artefactos, religiones, gastronomía, etc.
Convivimos con un politeísmo práctico e informal. Eso ya había comenzado en la modernidad protestante en el mundo anglosajón: “My mind is my church” (Thomas Paine, 1737-1809), o “Yo mismo soy una secta” (Thomas Jefferson, 1743-1826). Como lo expresa Casanova: “El espíritu individual se ha convertido en el templo del moderno politeísmo”.
Pero para comprender muchas de las tendencias sociales en torno a la religión, se necesita un análisis más profundo sobre lo que ha sucedido con el problema filosófico de Dios. Independientemente de cómo las personas cambien sus formas de creer y de elegir sus itinerarios espirituales, la misma idea de Dios está sufriendo una metamorfosis radical en la cultura occidental, evidenciando que la crisis es más profunda de lo que suele pensarse. Escribía ya en 1935 el filósofo español Xavier Zubiri que el problema de Dios para muchos no es ya un problema, ni siquiera se lo plantean e intuía ya en la primera mitad del siglo XX que el ateísmo que crecía no sería un ateísmo combativo de la religión, sino un ateísmo de prescindencia, totalmente indiferente a la pregunta por la existencia de Dios.
El teólogo alemán Peter Hünermann escribió en los años noventa que “Dios se había convertido en un extraño en su propia casa”. Dios se ha vuelto una realidad extraña, ajena a la vida, distante, incluso inexistente. Dios tal como lo concibe la tradición judeocristiana, como un ser personal, resulta cada vez más irrelevante y sin ningún interés, una reliquia del pasado. No así la religión y las búsquedas espirituales, que no decrecen, sino que se transforman y crecen. La crisis de la cultura occidental y sus paradigmas dominantes también puso en crisis la concepción de lo divino, especialmente la idea de un Dios personal. Pero esto no ha significado una ausencia de propuestas espirituales, ni de disminución en la reflexión filosófica sobre la religión.
Ateísmo y espiritualidad humanista
La ausencia de sentido de la vida en las sociedades occidentales, en sociedades nihilistas, dominadas por el consumo y un horizonte de realización cada vez más estrecho, despierta nuevas búsquedas de espiritualidad por fuera de las religiones tradicionales, incluso en perspectivas agnósticas o ateas. Han surgido propuestas de un cristianismo ético no religioso junto a propuestas de espiritualidades laicas que se apropian de contenidos cristianos rechazando la fe en Dios. Irrumpen con fuerza espiritualidades de origen budista que son agnósticas o ateas, junto una erosión cultural de la idea de un Dios personal, en privilegio de una concepción de lo divino más cercana al panteísmo o de culto al universo, o a una “energía impersonal”, más cósmica que antropocéntrica, más anónima, pero sin dejar de dar lugar al misterio y las búsquedas místicas.
Reflexiones de filósofos ateos como el materialista André Comte-Sponville o Luc Ferry postulan caminos de espiritualidad humanista y atea: “El Dios del judeocristianismo es el único que me importa, y en el que no creo más. No es el Dios de los filósofos, ni nada por el estilo. No es el primer motor de Aristóteles, tan aburrido como inmóvil. Tampoco el Dios de Descartes, que no explica todo por el hecho de ser incomprensible. No es el Dios de Spinoza, que no es ninguno. Ni menos el Dios de Leibniz, con sus cálculos infinitos y sórdidos. Tampoco el de los sacerdotes, el de los sermones, el de los teólogos… El Dios que me interesa, que me conmueve y en el que no creo, es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Es el Dios de Pascal… El humanismo no es nuestra religión, es nuestra moral, el hombre no es nuestro Dios, es nuestro prójimo… Ser ateo no significa renunciar a una vida espiritual. Al contrario, implica darse los medios, al menos teóricos, de otra espiritualidad, una espiritualidad naturalista” (Comte-Sponville, 2010).
El ateísmo de estos filósofos contemporáneos es un ateísmo no dogmático: “Si se me pregunta si creo en Dios, la respuesta es muy simple: No. En cambio, si se me pregunta ¿Existe Dios?, la respuesta es forzosamente un poco más complicada: porque, por honestidad intelectual, debo comenzar diciendo que no sé nada”.
Con énfasis y argumentos diversos, desde Gianni Váttimo a Comte-Sponville, se proponen una recuperación de un cristianismo sin metafísica ni revelación sobrenatural, un cristianismo que se ha convertido en un humanismo laico. Hacen una valoración crítica y de recuperación de la antropología y ética judeocristiana, así como de espiritualidades orientales agnósticas como la budista.
La reducción terapéutica de lo religioso.
Se desacraliza lo sagrado religioso mientras que se sacralizan las libertades individuales, la naturaleza y la realización personal, o la misma subjetividad en una cultura del “yo”, con elementos gnósticos.
Así es como hoy muchos ven en la religión algo útil, terapéutico, válido para el bienestar, pero sin importar la racionalidad de las creencias o las pretensiones de verdad de los contenidos, pero al mismo tiempo se cree abiertamente en cualquier cosmovisión religiosa que no pertenezca a las grandes religiones, aunque se use el término “espiritualidad” para referirse de modo más vago a contenidos religiosos sin adhesión institucional, o se reducen simplemente a experiencias imposibles de exponer a un diálogo racional.
Como lo ha visto Lipovetsky, los ojos fijos en la religión no buscan hoy verdad, sino alivio, bienestar, armonía y sanación. En este contexto puede verse como el interés por la religión no es el interés por la cuestión de la existencia de Dios, sino por la utilidad de lo religioso en la vida personal y social. Es así como surgen formas de espiritualidad sin ninguna referencia a una realidad trascendente, sino referidas a la inmanencia. De allí la homologación frecuente entre el universo y lo divino, o lo divino como una suerte de “energía” impersonal presente en todo lo existente. Y paradójicamente en este contexto surge una reacción fundamentalista al relativismo religioso, presente en todas las religiones, incluso en formas de ateísmo militante.
Gianni Váttimo y un cristianismo postmetafísico
El filósofo italiano Gianni Váttimo ve en el llamado “retorno de lo religioso” un síntoma de la crisis de la modernidad y de la fe en la razón y el progreso. Si bien la secularización, la separación entre la esfera religiosa y secular es una creación del cristianismo (“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”), -separación que ha sido acompañada por la progresiva autonomía de la razón -para Váttimo la autonomía no se realizará plenamente hasta que no se renuncie a una concepción “fuerte” (dogmática) de la razón, de la realidad o sobre la verdad. Váttimo opta por un dios no metafísico todopoderoso (un ídolo de la razón), sino por una realidad espiritual que se expresa en la caridad humana, la tolerancia y el perdón. Siguiendo el camino abierto por Heidegger, Váttimo huye de un fundamento último e inquebrantable, si no en la búsqueda de un dios fuera de la metafísica, que no esté para dar seguridad, sino para cuestionar certezas y formas de pensamiento dogmático.
Ronald Dworkin y una religión sin dios.
Uno de los grandes filósofos del derecho y teóricos de la justicia del mundo anglosajón, Ronald Dworkin antes de su fallecimiento, el 14 de febrero de 2013, envió a The New York Review of Books un texto de su nuevo libro: “Religión sin dios” programado para ser publicado por la Harvard University Press en ese mismo año. En su primer capítulo titulado: “¿Ateísmo religioso?”, el autor comienza afirmando que dividir tajantemente a las personas religiosas de las no religiosas es demasiado burda. Millones de personas se consideran ateos pero poseedores de convicciones y experiencias similares y tan profundas como las de los religiosos. A pesar de no creer en un Dios personal, creen en una fuerza en el universo, más grande que nosotros. Sienten una responsabilidad ineludible de vivir bien, con respeto a la vida ajena, orgullosos de una vida bien vivida y arrepentidos de una vida desperdiciada.
La tesis del autor es entender por qué tanta gente se declara poseedora de un sentido y propósito en la vida a pesar de su ateísmo y por qué sus valores pueden ser los mismos que de quienes creen en Dios. Para Dworkin los ateos no creen en un dios y por lo tanto rechazan las convicciones religiosas que dependen de la idea de un dios personal, pero aceptan que es importante y objetivo el cómo una vida humana se desarrolla y que todos tenemos una responsabilidad ética, innata e inalienable de vivir nuestras existencias lo mejor posible en sus circunstancias. Aceptan también que la naturaleza no es únicamente el conglomerado de partículas lanzadas juntas en un largo periodo, sino algo con maravilla y belleza intrínseca.
Tareas para la filosofía de la religión.
Con el crecimiento de publicaciones de filósofos ateos contemporáneos dedicadas a pensar la religión y en sus propuestas de espiritualidades laicas o ateas, se vuelve necesario pensar las nuevas formas de ateísmo en medio de una radical reconfiguración de las creencias. Hay quienes rechazan la idea de un Dios monoteísta, pero tienen creencias religiosas sobre realidades espirituales, hay también quienes rechazan la religión en general, pero en realidad siempre están pensando en el cristianismo sin tener idea de las otras religiones. No todas las religiones tienen la misma concepción de lo divino, ni del mundo, de hecho, existen religiones sin dioses (Budismo), o aunque tengan la creencia en un dios, no siempre tienen una doctrina sobre la creación del mundo. Por ello no corresponde con la realidad etiquetar a alguien de ateo como si todos los ateísmos fueran iguales, del mismo modo que ser “religioso” tampoco es algo homogéneo en la historia, ni en la actualidad. Generalmente ya damos por obvio que sabemos lo que piensa alguien cuando dice que es ateo o que es religioso y en realidad estamos astante lejos de saberlo si no preguntamos un poco más.
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