No sé si Naomi Klein tiene razón cuando advierte que “podríamos estar asistiendo al que podría ser el mayor atraco de la historia”. Aunque prefiere usar la palabra “alucinar”, en realidad Naomi K se refiere a las chapuzas de las respuestas de los chatbots, que son inventos absolutos y que se equivocan radicalmente. ¿Cuándo? Cada vez que se le pregunta a un bot por la definición de una cosa o un hecho que no existe, pero el “sistema” denominado “inteligencia artificial” da una respuesta en apariencia suficiente pero inconsistente, con referencias a pie de página tan imaginativas e inexistentes como la propia respuesta. Son los problemas irresueltos de la “alucinación” dicen algunos vanguardistas.
Tal cual; después de la fascinación, aparece la ya manifiesta preocupación que provocan tanto el Chat GPT como Open IA, dado los niveles de “alucinación”, o mejor dicho, sin novelerías, de los errores e invenciones fantásticas que presentan frente a ciertos desafíos no complejos. El caso es que para el CEO de Google, Sundar Pichai, ello no es aceptable en temas tan delicados como la salud, aunque no lo considera un problema si la solicitud al chat refiere a una redacción e incluso un poema. En su lenguaje, a una u otro se refiere con la afirmación “hacerlo bien”. Y agrega Pichai, “hemos progresado en el problema de la alucinación en el contexto de la búsqueda, fundamentándolo, corroborando con nuestro trabajo de clasificación. Pero lleva tiempo”.
Naomi
La autora de No Logo y de Decir no no basta cuestiona severamente esa noción de “alucinaciones” con la que Sundar Pichai denomina ciertas inconsistencias. Por ello, en una columna publicada en el diario El País de Madrid, en el mes de junio último, “¿por qué no llamarlos basura algorítmica? ¿O fallos técnicos?”. Y ella tiene una respuesta: “Pues porque alucinación indica la misteriosa capacidad del cerebro humano para percibir fenómenos que no están presentes, al menos no de forma convencional y material. Al apropiarse de una palabra de uso común en psicología, psicodelia y diversas formas de misticismo, los impulsores de la IA, aunque reconocen que sus máquinas pueden fallar, alimentan la mitología preferida del sector: que, al construir estos grandes modelos lingüísticos y entrenarlos en todo lo que los seres humanos hemos escrito, dicho y plasmado visualmente, están dando a luz una inteligencia animada que va a desencadenar un salto evolutivo para nuestra especie”.
Fiel a su estilo directo, profundiza en su respuesta: “En el mundo de la IA hay alucinaciones retorcidas, sin duda, pero no son los robots los que las padecen, sino los ejecutivos de las empresas tecnológicas que les han dado rienda suelta y su falange de seguidores, atrapados, tanto individual como colectivamente, en unos delirios disparatados”.
Para Klein, estamos frente a anuncios espectaculares acerca de la inteligencia artificial: que acabará la pobreza, terminar con la deforestación, disfrutar de una vida de ocio, etc. Pero para que esto tuviera algo de propósito, razona Naomi, “esas tecnologías tendrían que desplegarse en un orden económico y social muy diferente al nuestro, cuyo objetivo fuera satisfacer las necesidades humanas y proteger los sistemas planetarios que sustentan la vida”.
Nuestro sistema actual, expresa NK, “está hecho para aumentar al máximo la extracción de riqueza y beneficios”, “una realidad que nos ha llevado a lo que podríamos denominar la fase necrotecnológica del capitalismo. En esta realidad de poder y riqueza hiperconcentrados, es mucho más probable que la IA no solo no esté a la altura de todas esas alucinaciones utópicas, sino que acabe siendo una herramienta temible para causar más desposesión y expolio”.
Pichai, el mejor….pago
El mismo, el jefe de Alphabet, matriz de Google, logró una retribución de 226 millones de dólares en el ejercicio 2022, y apenas unos días antes había anunciado 12 mil despidos, el 6% de la plantilla. Para ser precisos, Pichai gana 808 veces lo que el empleado medio de la firma.
También esta industria creció de ese modo desenfrenado y apeló, del mismo modo, a despidos masivos. Una y otra decisión no parecen ser el reflejo de una “inteligencia natural y aplicada”, sino más bien artificial, despegada de la realidad.
El argumento hoy es que la inteligencia artificial, en todas sus exploraciones posibles, significa una gran oportunidad, especialmente por la lectura que hace Google del mercado y de la IA: temen que los usuarios abandonen las búsquedas en internet y opten por preguntarle al oráculo/bot de inteligencia artificial. Hoy está claro que no tiene respuestas, pero tiene mucho marketing. Unas estrategias ya probadas hace 24 años con total éxito: la operación de la falla del milenio. Sirvió para hacer caja a las grandes compañías siendo inexistente la falla del doble cero. La industria auguró catástrofes pero llegado el momento de la verdad, no pasó nada. El 1 de enero del 2000 apenas fue un día más, sin ningún daño humano, material o económico por tal motivo.
¿Una gran simulación?
Pichai ha anunciado un tiempo inédito: “la IA afectará todo lo que hacemos”. Claro, también admitió que hay para mejorar, como las “alucinaciones”. Se cuestiona en cuánto impactó internet a la atención médica, y se responde, “no estoy completamente seguro. Pero con la IA, creo que afectará mucho la atención médica con el tiempo”.
Pese a que buena parte del discurso de Pichai proclama la acción responsable, Sam Altman, principal de OpenAI, creador de ChatGPT, y como él muchos más, advierten que la IA es un potencial peligro y por ello debería regularse. Pero en esa industria hay muchos fundamentando estos temores, los mismos que ha llevado a los legisladores del Parlamento Europeo para “limitar los excesos de la IA en la Unión Europea”. Por que tanto mkt genera dudas sobre el trasfondo: ¿y si apenas es una operación de blanqueo del saqueo de lo que es de otros?
Por ello Naomi se pregunta: “El gran robo de la inteligencia artificial: ¿alguien pidió permiso para vampirizar todo conocimiento generado por los humanos?”.
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