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Judeofobia por Nicolás Martínez

Judeofobia por Nicolás Martínez
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Recientemente, un incidente en la Universidad de la República (Udelar) ha sacudido nuevamente la comunidad académica y puesto de manifiesto un problema persistente y preocupante: el odio hacia los judios. El profesor Carlos Musso Rinaldi etiquetó en una publicación de Instagram a Mariana Wainstein, de origen judío como nazi, una acusación no solo infundada, sino también profundamente ofensiva y discriminatoria. Este tipo de comportamiento es preocupante no solo por su naturaleza ofensiva, sino también porque forma parte de una práctica sistemática que dista mucho de ser un hecho aislado, constituyendo prácticamente una manifestación de antisemitismo, o, para ser más precisos, una práctica que se encuadra en el concepto de judeofobia, término que requiere una comprensión y reflexión profunda.

La judeofobia, o el odio irracional hacia los judíos, es un fenómeno antiguo que ha evolucionado a lo largo del tiempo. El término “antisemitismo” fue acuñado en 1879 por Wilhelm Marr, un político alemán que buscaba describir y, de alguna manera, legitimar un odio específico hacia los judíos. Marr intentó enmarcar este odio como una oposición racional a un grupo étnico-lingüístico denominado “semitas”. Sin embargo, la definición de Marr ha sido criticada en los últimos tiempos por su inexactitud y por intentar darle una apariencia de respetabilidad a lo que esencialmente es un prejuicio irracional y destructivo. El odio no estaba dirigido hacia todos los pueblos que hablan lenguas semíticas (como árabes, amharas y otros), sino específicamente hacia los judíos. Esta distinción es crucial, ya que el uso del término “semitas” crea una confusión innecesaria y diluye el verdadero objeto de odio.

Por otro lado, “judeofobia” es un término propuesto por el médico judío ruso León Pinsker en 1882, que es considerado más preciso para describir el odio hacia los judíos. La palabra “judeofobia” se compone del prefijo “judeo”, que claramente indica que el objetivo del odio son los judíos, y el sufijo “fobia”, que denota un miedo irracional. En el campo de la psicología, “fobia” se refiere a un miedo intenso e irracional hacia algo o alguien. Aplicado al contexto del odio hacia los judíos, subraya que este odio es irracional y no se basa en razones o argumentos lógicos. La judeofobia, por lo tanto, se refiere al miedo y odio irracionales hacia los judíos. Este término pone de relieve la naturaleza irracional del prejuicio y ayuda a distinguirlo de otros tipos de odio que pueden tener raíces más complejas o específicas. La judeofobia no es simplemente una aversión o desacuerdo, sino un miedo profundamente arraigado y un odio que a menudo se manifiesta de manera violenta o discriminatoria.

La importancia de usar el término judeofobia radica en su precisión y en su capacidad para señalar directamente el objeto del odio, sin las ambigüedades asociadas con el término antisemitismo. En un mundo donde el lenguaje y las definiciones importan, clarificar estos términos ayuda a entender mejor las dinámicas del odio hacia los judíos y a desarrollar estrategias más efectivas para combatirlo. La judeofobia, en su esencia, es un mal social que necesita ser confrontado con claridad, educación y una firme postura ética contra cualquier forma de discriminación y odio irracional.

También es importante señalar que el judeófobo moderno (antisemita pop) siente la necesidad de racionalizar sus prejuicios para justificar su aversión hacia los judíos o el Estado de Israel. Este fenómeno se observa claramente en los argumentos utilizados por los antisemitas contemporáneos. Por ejemplo, mitos como que “los judíos controlan el gobierno mundial”, el mito del “poderoso lobby judío que manipula políticas públicas”, que “Israel es un proyecto colonial”, o que “los judíos inventaron el Holocausto” son intentos de justificar el odio con racionalizaciones superficiales.

Una característica del antisemita pop es su tendencia a disfrazar su odio hacia los judíos centrando su animosidad en Israel, utilizando la falacia: “No soy antisemita, soy antisionista”. Esta forma de antisemitismo camuflado se manifiesta en una obsesión desproporcionada con Israel y en la demonización constante del estado judío. El pensador Gustavo Perednik sugiere que un antisemita puede ser identificado por tres criterios: su obsesión con Israel o los judíos, el uso de insultos demonizadores y una valoración extremista y negativa maniqueista. La obsesión con los judíos o Israel se evidencia cuando estos temas son centrales para una persona o grupo. Sin embargo, esto no basta para identificar a un judeófobo; también se requiere el uso de insultos y una visión totalmente negativa. Dejar que un judeófobo exprese su odio revela rápidamente estas características: comparaciones con el nazismo, acusaciones de apartheid o la extranjerización de los judíos.

En estos días, hablar de judeofobia y antisemitismo no es solo relevante, es esencial. Sobre todo, cuando recordamos el papel crucial de los académicos en la escalada nazi, legitimando la idea absurda de que los judíos eran una “raza extranjera” y una “amenaza biológica para los alemanes”. La reciente acusación infundada de un profesor universitario contra una mujer judía demuestra que la judeofobia sigue viva, enquistada en el ámbito académico de la Udelar. Este es un recordatorio de que estos prejuicios no se desvanecen por sí solos y que debemos enfrentarlos firmemente con educación y conciencia para erradicarlos de una vez por todas. Al decir del filósofo alemán Theodor Adorno, “La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación”.

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