La asunción presidencial con el Rey, “Fratti rock and roll” y una militante blanca

Nos comprometimos a realizar una cobertura exhaustiva de la asunción presidencial. Lacalle Pou le entregó la banda a Yamandú Orsi y ese es el fin de nuestra historia. Porque esta crónica no se trata de lo protocolar, sino de lo no protocolar, lo que no se vio, o lo que vimos nosotros, en la asunción presidencial. 

El portabandera se acomodó en Avenida del Libertador, sobre la acera de la Plaza Isabel de Castilla. Era un hombre solitario, con una bandera del Frente Amplio de grandes dimensiones, atada a un mástil blanco, un caño de plástico de unos tres metros de alto, que sostenía como aferrándose a un momento que esperaba desde hacía años: saludar a un frenteamplista como él, siendo el nuevo Presidente. 

Él y su bandera estaban frente al “Comité de Base Aguada” donde los militantes tenían todo pronto para ver pasar, – casi dos horas después-, el auto eléctrico que llevaba a Orsi y Cosse. 

La espera se hacía larga, pero por suerte, en la vereda del Comité Aguada había una mesa, sillas, un fueguito prendido, se servían refrescos y se escuchaba (sin prestarle mucha atención) por altoparlante, lo que Orsi decía a la Asamblea General. Una militante, de vez en cuando repartía comida y a veces, sin mucho entusiasmo, aplaudían alguna cosa que decía el Presidente.  

En la Plaza Independencia, una señora de nombre María de los Ángeles anunció la lluvia mirando al cielo, aguas que nunca llegaron a caer en lo que quedaba del día, pero que en el fondo, ella anhelaba.

De hecho, la fiesta se aguó muchos días antes, cuando los meteorólogos anunciaron la catástrofe: un temporal que para María de los Ángeles, blanca hasta la médula, vestida de celeste hasta los pies, y quemada por el sol hasta vaya a saber dónde, no se compara con que “nosotros arrancamos con una pandemia y acá se asustaron por unas gotas que iban a caer”. El 1° de marzo, el cielo encapotado no acobardó ni a María de los Ángeles, ni mucho menos al Rey de España, todos bajo el mismo techo de nubes, esperando la llegada de Orsi y Cosse al escenario de la Plaza Independencia. El Rey, alto cómo lo establece la nobleza, amable y rodeado de seguridad se sentó adelante. El resto de los mortales, los votantes de a pie, estuvieron siempre lejos del protocolo. 

A pocas cuadras, prontos como para atender una estampida y con algunos funcionarios vestidos para la ocasión haciendo puerta, estaba abierto el Auditorio del Sodre, o más conocido como el “Plan B” (en caso de lluvia). 

Allá ellos, y acá María de los Ángeles en la Plaza Independencia, esperanzada, queriendo ver al Presidente saliente (“nuestro Presidente”, dijo con una sonrisa), en el sector de Prensa con una acreditación que “me la consiguió un amigo”. Se paseaba confiada de este lado del vallado. Sacaba fotos y mandaba audios. “Ayer (por el 28 de febrero) no pude venir porque estaba en Salinas. ¿Te das cuenta? Estaba cerca de Orsi”, pero “estoy siempre más cerca de Luis y de su padre”. 

A lo lejos, detrás del Mausoleo, se ven los restos fatales de un escenario que nunca llegó a nacer del todo, una carpa para invitados y baños. Las pantallas gigantes, encima del heroíco panteón de Artigas, mostraba al flamante Presidente salir del Palacio Legislativo, y la fiesta parecía que iba a ser eterna, no por lo emocionante, sino por lo tedioso de la espera. 

Si bien, a medida que pasaba el tiempo se iba habilitando a que el público de a pie pudiera acceder a la avenida y a espacios de la Plaza, las gradas para invitados, la carpa de prensa, las palmeras y un escenario para fotógrafos y periodistas, impedían tener una buena vista del escenario. 

María de los Ángeles, un rato después de su comentario comparativo sobre las vicisitudes de un Presidente y otro al inicio del gobierno, decide caminar hacia donde estaba el resto del público para sacar su bandera uruguaya del bolso, comentando “no voy a decir que soy blanca”, pero muestra su bolsito blanquísimo y hace una guiñada, agita la bandera y camina al bando contrario hasta perderse, respetuosamente, entre la gente. 

Los que vinieron de lejos

Un grupo de militantes frenteamplistas llegó esa madrugada desde Rivera. Los había de todos los departamentos, pero los de Rivera se merecen un reconocimiento por la distancia. Se preparaban en San José y Florida para una merienda pre cambio de banda presidencial. Se tomaron el trabajo de bordar una bandera del Frente Amplio con el nombre de su departamento. ¡Quién diría! El caudillo colorado nunca se imaginó que luciría su apellido en una bandera del nuevo archienemigo de su partido.

Aunque Roberto, a pocos metros de los riverenses, les ganó en distancia: “ellos son de Rivera y yo me vine desde Barcelona”, cuenta orgulloso, apoyado sobre la baranda amarilla: “vine justo, caí hace dos semana, me quedan unos días para regresar”. Al comentario de Roberto, se dio la respuesta de un riverense con todas las letras y acentos, que le aclaró: “si compañero, a todos nos ganaron los de China que andan ahí adelante”. Los de China, Brasil, los europeos, los presidentes, los invitados todos se sentaban en las sillas delante del escenario. Cada vez que llegaba alguna personalidad, los militares alineados con sable sobre la alfombra roja hacían su coreografía de saludos y respetos. A veces llegaba algún auto donde no bajaba nadie importante y lo hacían igual, por las dudas.

La nueva era

En Agraciada, a dos cuadras del Palacio Legislativo, mientras Orsi hablaba en el Parlamento, se armaban dos filas de militantes que iban a acompañar la marcha del auto hacía la Plaza. Lucían remeras blancas con el estampado “40 años de Democracia y Libertad”. “Nosotros vamos a ir al lado del auto, con Yamandú” explicó una de las participantes, que detalló que la dinámica implicaba ir “tomados de la mano, todo el tiempo”. Frente a esa formación, la sede de la Lista 711 estaba abierta y con mucho movimiento de organización. En la vereda, un vendedor de chorizos aprovechaba el movimiento para hacer unos mangos. 

La militante que iba a ir en caravana, explicó algo que a posteriori, en el relato periodístico parecía improvisado: “se va a parar a saludar frente al IPA, a los familiares de detenidos desaparecidos”.  De hecho, sucedió exactamente así. 

Durante la espera de la caravana, que iría en sus últimos metros por 18 de Julio, en la Plaza del Entrevero, más tranquila que la Independencia, los vendedores iban y venían. Churros, helados, y hasta máscaras de superhéroes, ninguna de Lacalle u Orsi.

En la calle, por 18 de Julio, dos policías conversaban atentos a la radio policial. Un indigente acomodaba sus cartones en la puerta de una casa de cambios. La gente caminaba hacia la Plaza Independencia cómo podía, por la vereda, llevando sus banderas uruguayas o del Frente Amplio.  En uno de los edificios, por 18 de Julio, parecía estar ajeno a todo, un portero que de mate y termo, miraba desde adentro. La gente pasaba con alegría, pero él se distinguía melancólico, se lo veía apenas por el reflejo gris de una tarde de sábado, mientras los aires acondicionados de su edificio lloraban gotas de agua hacia la cabeza de los caminantes. 

Más allá, al lado de una bandera del MPP colgada en el vallado, había otra de la 1001: “esta es una nueva era, las nubes pasan, tiene razón el que te dije (por Lacalle Pou, cuando en 2020 dijo “las nubes pasan, el azul queda”).  El azul queda “cuando nosotros volvemos” dijo Franklin, militante del Frente, votante comunista, ex preso político, un veterano que las ha vivido todas: “las buenas, las malas, y estas son las buenas, pero mañana, ustedes (por los periodistas), tienen que dejar de escribir sobre qué come el presidente, qué película mira o si le festeja el cumpleaños a los hijos, y deben ser críticos, decir las cosas, porque acá hay mucha figurita nueva, y la gente es gente, y la gente a veces mete la pata”. Luego, Franklin se fundió en un abrazo compañero con una amiga que se acercó para saludarlo y que al grito chistoso de “acá no se aceptan bolches viejos” le recordó sonriente a su amigo: “Franklin, ¡ganamos de nuevo, viejo, ganamos de nuevo!”

Fratti, un rolling stone con sombrero 

Gorro estilo Panamá, recién bajado de un ómnibus lleno de dirigentes frenteamplistas, Alfredo Fratti se fue sobre la calle Florida, levantando los brazos al cielo, y recibiendo la ovación. Si hubiera podido, se tiraba a la multitud cual Mick Jagger para que lo hicieran surfear. Eran los cinco minutos de fama como estrella de rock del futuro ministro de ganadería. Los escolares, porque eso parecían los pasajeros del ómnibus de dos pisos, políticos saltando como locos y gritando para afuera (si fuera la hinchada de Peñarol diríamos que son unos inadaptados), se sumaron a la victoriosa arenga de Fratti. Iban caminando rapidito al público, levantaban las manos, se abrazaban con la gente, y desde el otro lado los aplaudían: “esto es una fiesta” decían todos los dirigentes que se acercaban al sector de prensa para hablar con los periodistas. El Pacha, Ortuño (que mientras agitaba subía historias a Instagram), Fratti, Cairo, todos y cada uno habían ensayado la frase para decirla igual, sin ninguna novedad: si, era una fiesta. 

Sobre el Palacio Salvo, un andamio montado en la explanada de Florida, había sido escalado por un grupo de hombres que miraba desde lo alto.  Mientras tanto, de uno de los semáforos de la plaza, la policía hacía bajar a un hombre montado (si fuera la hinchada de Peñarol…). 

Cada tanto se escuchaba el griterío de la gente y si uno miraba, se lo veía a Fratti metido ahí. 

Un dron de la televisación oficial, volaba sobre nuestras cabezas y el público lo festejaba como si fuera un gol de media cancha. Por las dudas, allá iba Fratti a gritar con ellos. De pronto, las sirenas, el auto, Orsi y Cosse en él, el festejo y las lágrimas: llegaron a 18 de Julio y Paraguay. 

El abucheado

Cuando se supo que el auto había tomado 18 de Julio, empezó el movimiento en Torre Ejecutiva. Por las pantallas gigantes se mostró que cruzaba el Presidente Luis Lacalle Pou con la banda presidencial, impecablemente puesta. Los abucheos comenzaron a girar por todo el lugar. Lacalle cruzó y llegó al corredor militar que lo saludó como corresponde y se acercó al escenario. Los abucheos siguieron cada vez que Lacalle fue nombrado en el acto de traspaso. Cuando llegó el auto, Orsi y Cosse saludaron hasta último momento, bajaron ovacionados, entraron por el corredor de militares con sable y se realizó el acto protocolar de firma y banda presidencial. 

Ahí se abrieron las compuertas, el público pudo pasar a la zona del Museo de la Presidencia. Una señora lloraba, un niño levantaba la bandera uruguaya mientras reclamaba que tenía sed. La fiesta se extendería hasta la noche, con música, saludos protocolares y miles de imágenes recorriendo las redes sociales. 

María de los Ángeles, blanca hasta la médula, emprendía retirada en silencio sobre las 17:00 horas. Se marchó como se deben ir los derrotados, con la cabeza en alto, esperando una nueva oportunidad, la misma que tuvieron ahora los miles que llegaron un 1° de marzo a la Plaza Independencia, para gritar “Presidente, Presidente” a Yamandú Orsi. 

La asunción presidencial con el Rey, “Fratti rock and roll” y una militante blanca

Matías Rótulo

Nos comprometimos a realizar una cobertura exhaustiva de la asunción presidencial. Lacalle Pou le entregó la banda a Yamandú Orsi y ese es el fin de nuestra historia. Porque esta crónica no se trata de lo protocolar, sino de lo no protocolar, lo que no se vio, o lo que vimos nosotros, en la asunción presidencial. 

El portabandera se acomodó en Avenida del Libertador, sobre la acera de la Plaza Isabel de Castilla. Era un hombre solitario, con una bandera del Frente Amplio de grandes dimensiones, atada a un mástil blanco, un caño de plástico de unos tres metros de alto, que sostenía como aferrándose a un momento que esperaba desde hacía años: saludar a un frenteamplista como él, siendo el nuevo Presidente. 

Él y su bandera estaban frente al “Comité de Base Aguada” donde los militantes tenían todo pronto para ver pasar, – casi dos horas después-, el auto eléctrico que llevaba a Orsi y Cosse. 

La espera se hacía larga, pero por suerte, en la vereda del Comité Aguada había una mesa, sillas, un fueguito prendido, se servían refrescos y se escuchaba (sin prestarle mucha atención) por altoparlante, lo que Orsi decía a la Asamblea General. Una militante, de vez en cuando repartía comida y a veces, sin mucho entusiasmo, aplaudían alguna cosa que decía el Presidente.  

En la Plaza Independencia, una señora de nombre María de los Ángeles anunció la lluvia mirando al cielo, aguas que nunca llegaron a caer en lo que quedaba del día, pero que en el fondo, ella anhelaba.

De hecho, la fiesta se aguó muchos días antes, cuando los meteorólogos anunciaron la catástrofe: un temporal que para María de los Ángeles, blanca hasta la médula, vestida de celeste hasta los pies, y quemada por el sol hasta vaya a saber dónde, no se compara con que “nosotros arrancamos con una pandemia y acá se asustaron por unas gotas que iban a caer”. El 1° de marzo, el cielo encapotado no acobardó ni a María de los Ángeles, ni mucho menos al Rey de España, todos bajo el mismo techo de nubes, esperando la llegada de Orsi y Cosse al escenario de la Plaza Independencia. El Rey, alto cómo lo establece la nobleza, amable y rodeado de seguridad se sentó adelante. El resto de los mortales, los votantes de a pie, estuvieron siempre lejos del protocolo. 

A pocas cuadras, prontos como para atender una estampida y con algunos funcionarios vestidos para la ocasión haciendo puerta, estaba abierto el Auditorio del Sodre, o más conocido como el “Plan B” (en caso de lluvia). 

Allá ellos, y acá María de los Ángeles en la Plaza Independencia, esperanzada, queriendo ver al Presidente saliente (“nuestro Presidente”, dijo con una sonrisa), en el sector de Prensa con una acreditación que “me la consiguió un amigo”. Se paseaba confiada de este lado del vallado. Sacaba fotos y mandaba audios. “Ayer (por el 28 de febrero) no pude venir porque estaba en Salinas. ¿Te das cuenta? Estaba cerca de Orsi”, pero “estoy siempre más cerca de Luis y de su padre”. 

A lo lejos, detrás del Mausoleo, se ven los restos fatales de un escenario que nunca llegó a nacer del todo, una carpa para invitados y baños. Las pantallas gigantes, encima del heroíco panteón de Artigas, mostraba al flamante Presidente salir del Palacio Legislativo, y la fiesta parecía que iba a ser eterna, no por lo emocionante, sino por lo tedioso de la espera. 

Si bien, a medida que pasaba el tiempo se iba habilitando a que el público de a pie pudiera acceder a la avenida y a espacios de la Plaza, las gradas para invitados, la carpa de prensa, las palmeras y un escenario para fotógrafos y periodistas, impedían tener una buena vista del escenario. 

María de los Ángeles, un rato después de su comentario comparativo sobre las vicisitudes de un Presidente y otro al inicio del gobierno, decide caminar hacia donde estaba el resto del público para sacar su bandera uruguaya del bolso, comentando “no voy a decir que soy blanca”, pero muestra su bolsito blanquísimo y hace una guiñada, agita la bandera y camina al bando contrario hasta perderse, respetuosamente, entre la gente. 

Los que vinieron de lejos

Un grupo de militantes frenteamplistas llegó esa madrugada desde Rivera. Los había de todos los departamentos, pero los de Rivera se merecen un reconocimiento por la distancia. Se preparaban en San José y Florida para una merienda pre cambio de banda presidencial. Se tomaron el trabajo de bordar una bandera del Frente Amplio con el nombre de su departamento. ¡Quién diría! El caudillo colorado nunca se imaginó que luciría su apellido en una bandera del nuevo archienemigo de su partido.

Aunque Roberto, a pocos metros de los riverenses, les ganó en distancia: “ellos son de Rivera y yo me vine desde Barcelona”, cuenta orgulloso, apoyado sobre la baranda amarilla: “vine justo, caí hace dos semana, me quedan unos días para regresar”. Al comentario de Roberto, se dio la respuesta de un riverense con todas las letras y acentos, que le aclaró: “si compañero, a todos nos ganaron los de China que andan ahí adelante”. Los de China, Brasil, los europeos, los presidentes, los invitados todos se sentaban en las sillas delante del escenario. Cada vez que llegaba alguna personalidad, los militares alineados con sable sobre la alfombra roja hacían su coreografía de saludos y respetos. A veces llegaba algún auto donde no bajaba nadie importante y lo hacían igual, por las dudas.

La nueva era

En Agraciada, a dos cuadras del Palacio Legislativo, mientras Orsi hablaba en el Parlamento, se armaban dos filas de militantes que iban a acompañar la marcha del auto hacía la Plaza. Lucían remeras blancas con el estampado “40 años de Democracia y Libertad”. “Nosotros vamos a ir al lado del auto, con Yamandú” explicó una de las participantes, que detalló que la dinámica implicaba ir “tomados de la mano, todo el tiempo”. Frente a esa formación, la sede de la Lista 711 estaba abierta y con mucho movimiento de organización. En la vereda, un vendedor de chorizos aprovechaba el movimiento para hacer unos mangos. 

La militante que iba a ir en caravana, explicó algo que a posteriori, en el relato periodístico parecía improvisado: “se va a parar a saludar frente al IPA, a los familiares de detenidos desaparecidos”.  De hecho, sucedió exactamente así. 

Durante la espera de la caravana, que iría en sus últimos metros por 18 de Julio, en la Plaza del Entrevero, más tranquila que la Independencia, los vendedores iban y venían. Churros, helados, y hasta máscaras de superhéroes, ninguna de Lacalle u Orsi.

En la calle, por 18 de Julio, dos policías conversaban atentos a la radio policial. Un indigente acomodaba sus cartones en la puerta de una casa de cambios. La gente caminaba hacia la Plaza Independencia cómo podía, por la vereda, llevando sus banderas uruguayas o del Frente Amplio.  En uno de los edificios, por 18 de Julio, parecía estar ajeno a todo, un portero que de mate y termo, miraba desde adentro. La gente pasaba con alegría, pero él se distinguía melancólico, se lo veía apenas por el reflejo gris de una tarde de sábado, mientras los aires acondicionados de su edificio lloraban gotas de agua hacia la cabeza de los caminantes. 

Más allá, al lado de una bandera del MPP colgada en el vallado, había otra de la 1001: “esta es una nueva era, las nubes pasan, tiene razón el que te dije (por Lacalle Pou, cuando en 2020 dijo “las nubes pasan, el azul queda”).  El azul queda “cuando nosotros volvemos” dijo Franklin, militante del Frente, votante comunista, ex preso político, un veterano que las ha vivido todas: “las buenas, las malas, y estas son las buenas, pero mañana, ustedes (por los periodistas), tienen que dejar de escribir sobre qué come el presidente, qué película mira o si le festeja el cumpleaños a los hijos, y deben ser críticos, decir las cosas, porque acá hay mucha figurita nueva, y la gente es gente, y la gente a veces mete la pata”. Luego, Franklin se fundió en un abrazo compañero con una amiga que se acercó para saludarlo y que al grito chistoso de “acá no se aceptan bolches viejos” le recordó sonriente a su amigo: “Franklin, ¡ganamos de nuevo, viejo, ganamos de nuevo!”

Fratti, un rolling stone con sombrero 

Gorro estilo Panamá, recién bajado de un ómnibus lleno de dirigentes frenteamplistas, Alfredo Fratti se fue sobre la calle Florida, levantando los brazos al cielo, y recibiendo la ovación. Si hubiera podido, se tiraba a la multitud cual Mick Jagger para que lo hicieran surfear. Eran los cinco minutos de fama como estrella de rock del futuro ministro de ganadería. Los escolares, porque eso parecían los pasajeros del ómnibus de dos pisos, políticos saltando como locos y gritando para afuera (si fuera la hinchada de Peñarol diríamos que son unos inadaptados), se sumaron a la victoriosa arenga de Fratti. Iban caminando rapidito al público, levantaban las manos, se abrazaban con la gente, y desde el otro lado los aplaudían: “esto es una fiesta” decían todos los dirigentes que se acercaban al sector de prensa para hablar con los periodistas. El Pacha, Ortuño (que mientras agitaba subía historias a Instagram), Fratti, Cairo, todos y cada uno habían ensayado la frase para decirla igual, sin ninguna novedad: si, era una fiesta. 

Sobre el Palacio Salvo, un andamio montado en la explanada de Florida, había sido escalado por un grupo de hombres que miraba desde lo alto.  Mientras tanto, de uno de los semáforos de la plaza, la policía hacía bajar a un hombre montado (si fuera la hinchada de Peñarol…). 

Cada tanto se escuchaba el griterío de la gente y si uno miraba, se lo veía a Fratti metido ahí. 

Un dron de la televisación oficial, volaba sobre nuestras cabezas y el público lo festejaba como si fuera un gol de media cancha. Por las dudas, allá iba Fratti a gritar con ellos. De pronto, las sirenas, el auto, Orsi y Cosse en él, el festejo y las lágrimas: llegaron a 18 de Julio y Paraguay. 

El abucheado

Cuando se supo que el auto había tomado 18 de Julio, empezó el movimiento en Torre Ejecutiva. Por las pantallas gigantes se mostró que cruzaba el Presidente Luis Lacalle Pou con la banda presidencial, impecablemente puesta. Los abucheos comenzaron a girar por todo el lugar. Lacalle cruzó y llegó al corredor militar que lo saludó como corresponde y se acercó al escenario. Los abucheos siguieron cada vez que Lacalle fue nombrado en el acto de traspaso. Cuando llegó el auto, Orsi y Cosse saludaron hasta último momento, bajaron ovacionados, entraron por el corredor de militares con sable y se realizó el acto protocolar de firma y banda presidencial. 

Ahí se abrieron las compuertas, el público pudo pasar a la zona del Museo de la Presidencia. Una señora lloraba, un niño levantaba la bandera uruguaya mientras reclamaba que tenía sed. La fiesta se extendería hasta la noche, con música, saludos protocolares y miles de imágenes recorriendo las redes sociales. 

María de los Ángeles, blanca hasta la médula, emprendía retirada en silencio sobre las 17:00 horas. Se marchó como se deben ir los derrotados, con la cabeza en alto, esperando una nueva oportunidad, la misma que tuvieron ahora los miles que llegaron un 1° de marzo a la Plaza Independencia, para gritar “Presidente, Presidente” a Yamandú Orsi.