La generación de Renzo Teflón por Hoenir Sarthou
No fui su admirador, no fui su amigo, ni siquiera lo traté. Apenas lo vi en persona un par de veces, el día que nos presentaron, y otra noche, en un boliche. Nos saludamos de lejos. Otro par de veces lo vi actuar, desde abajo, como público. Las letras que cantaba con “Los Tontos” no me gustaban y no puedo –no me atrevo a- juzgarlo como músico.
¿Por qué entonces siento la necesidad de escribir sobre él? Al grado que tenía pensado otro tema para esta columna y cambié de planes.
Probablemente el motivo sea la reacción que la muerte de Renzo Guridi, más conocido como Renzo Teflón, generó entre sus (mis) co-generacionales. Una reacción en la que se une el dolor personal de quienes fueron sus admiradores y amigos con la indignación por el hecho de que haya muerto en la pobreza y casi olvidado por el público, como ha pasado con tantos creadores y artistas uruguayos. Pero me parece que hay algo más.
Para entender al personaje público que fue Renzo Teflón es necesario situarse en la segunda mitad de los pasados años 80.
Recién había terminado la dictadura y se estaba instalando, con dificultades y tironeos, la democracia tan anhelada. Gobernaba el Partido Colorado (aunque hoy parezca increíble) y el Presidente era Julio María Sanguinetti. En particular los jóvenes, empezábamos a sentir el contraste entre las esperanzas que habíamos depositado en la recuperación de la libertad y la gris realidad de la administración política. “La democracia no es épica”, nos advirtió Julio María Sanguinetti por esa época.
Adaptarse al gris significaba aceptar que ciertos intereses económicos y políticos seguirían siendo poderosos, que la mayor parte de los criminales de la dictadura no podrían ser enjuiciados, que la represión policial seguiría vigente a través de “razzias”, y que el anhelado destape cultural y artístico tendría sus reveses. Así, el mismo gobierno departamental (colorado) que propició el festival “Montevideo Rock” impidió la exposición de ciertas obras del pintor Oscar Larroca alegando que eran obscenas.
La Montevideo de aquella época estaba habitada por varias tribus ubanas. Entre los jóvenes (bah, sobre todo entre los jóvenes universitarios de clase media), había un muy activo sector que había hecho sus primeras experiencias gremiales y políticas durante la reciente dictadura, en la militancia estudiantil y sindical. En las noches, varios boliches congregaban a esa ex militancia antidictatorial (hoy reconocible como “generación de los 80”), entre la que había músicos, escritores, gente de teatro, periodistas, estudiantes, protodirigentes políticos o sindicales y una gran variedad “actores culturales”, algunos de verdad y otros de los otros.
La época estaba poblado también por artistas, músicos del “canto popular”, escritores e intelectuales de la generación de los 60, por entonces todavía jóvenes y en plena actividad.
¿Qué significó la aparición de la movida del Rock nacional en ese ambiente?
Tal vez el rasgo nacional más notorio de los años 60 e inicios de los 80 fuera la solemnidad. La convicción de que en cada acto y en cada palabra estaban en juego valores esenciales, la libertad, la vida, los principios, la dignidad, la democracia o la revolución.
En ese ámbito adusto, aparecieron de pronto “Los tontos” cantando “Me gusta el puré, me encanta el puré”. Cierto escándalo era inevitable. Aunque sus letras no estaban exentas de rebeldía y de cierto alegre cinismo, sonaban frívolas y no postulaban esperanzas.
Curiosamente, la tribu “rockera” no era en realidad una renovación generacional. Renzo Teflón había nacido en 1962, por lo que sobre 1988 tenia 24 o 25 años, que era más o menos la edad promedio de la llamada generación 83.
Más que un recambio generacional, la movida rockera encarnó dos cosas: por un lado, el hartazgo de la actitud solemne e hiper comprometida de la tribu militante de los 80 y, por otro, la incipiente decepción con la realidad gris, convencional y rutinaria de la democracia liderada por Sanguinetti y consentida por el resto del sistema político. Una decepción que también empezábamos a sentir muchos militantes ochentosos, sólo que callábamos o la expresábamos de otras maneras.
Hablo de “tribus” y tal vez alguien imagine sectas separadas. No era así. Los cruces eran constantes e inevitables. Espectáculos, boliches, medios de prensa, actividades culturales, nos reunían muy a menudo, sin importar el sector político o la tribu urbana que cada uno integrara. En especial, boliches como El Lobizón, Juntacadáveres o Amarcord, entre muchos otros, eran lugar de cruce y encuentro. Aunque los militantes supiéramos que Juntacadáveres no era nuestra casa y los rockeros supieran que El Lobizón no era del todo la suya.
Me queda algo más por decir. ¿En qué medida la movida rockera fue consecuencia ya no de la dictadura sino de ciertas opciones de vida hechas por los militantes políticos de los 60?
No hace mucho trascendió que el padre de Renzo había sido militante de izquierda, de los pesados. Diez años de cárcel. Eso es algo de lo que se habla poco. ¿Qué sintieron los niños que vieron su vida partida por la decisión militante de sus padres? ¿Qué se siente de niño al respirar el miedo, al ver a sus padres escondidos, clandestinos o presos, o al visitarlos en la cárcel, entre rejas, y no poder tocarlos? ¿Es posible para un niño, al menos a nivel inconsciente, no sentir que la política le hachó la vida desde el comienzo?
Para buena parte de la extensa tribu militante, comprometida, devota de algún partido de izquierda y amante del “Canto popu”, el rock nacional de fines de los 80, y en particular “Los Tontos”, eran frívolos, huecos, pura estética, sin ideas ni contenidos. Incluso los que estábamos decepcionados por el comportamiento del sistema político, sentíamos que nos abandonaban, que en vez de ayudarnos a revertir las cosas, se daban vuelta para cantar sobre el puré y reírse de un improbable asesino de viejas que tomaba café en el “Expreso” de Pocitos.
Hoy sabemos que esa movida rockera fue efímera y que la militancia adusta y comprometida también lo fue. Treinta años después, buena parte de la administración gris de la realidad está a cargo de antiguos militantes y también de antiguos rockeros ochentosos.
¿Es que las rebeldías son de por sí efímeras y están destinadas a pactar con la cómoda grisura de la realidad?
No lo sé. Tiendo a creer que ciertas rebeldías construyen nuevas realidades y otras se frustran antes. Las rebeldías de los 80, tanto militantes como rockeras, se frustraron antes. Quizá porque no tuvieron conciencia de que podían construir un país nuevo. Unos lucharon y luego dejaron restaurar la realidad anterior a la dictadura. Otros, tal vez con desencantada lucidez, eligieron cantar “me gusta el puré”.
Tal vez, los que todavía quedamos de esa generación, y las nuevas generaciones, tengamos una nueva oportunidad en algún momento. Ojalá la experiencia de los 80 nos sirviera para no frustrarla otra vez.
No seguí la trayectoria posterior de Renzo Teflón. Pero me entero de que murió pobre y casi olvidado. La historia termina triste, pero tiene algo aleccionador. Obviamente, fue un hombre y un artista que no hizo o no quiso hacer lo necesario para ser mimado por el poder.
No es poca cosa en estos tiempos.
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