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Posverdad e incapacidad para el debate por Miguel Pastorino

Posverdad e incapacidad para el debate  por Miguel Pastorino
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Algunos pensadores contemporáneos han resumido el concepto de posverdad en algo que existió siempre: pasar la mentira por verdad. Pero hay una novedad sociocultural, “un nuevo nihilismo que hace pasar la mentira por verdad o que la verdad sea difamada como mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y mentira… La mentira solo es posible cuando la distinción entre la verdad y la mentira permanece intacta…” (Byung Chul Han, Infocracia, 74). Quien miente sabe que tergiversa de manera deliberada la realidad, pero quien no distingue mentira de verdad construye ciegamente su propio relato, creyéndolo real, contra toda evidencia que refute sus convicciones.
“Las mentiras solo pueden tener éxito si son enormes, es decir, si no se contentan con negar determinados hechos dentro de un contexto fáctico que se deja intacto, en cuyo caso la facticidad intacta siempre saca a la luz las mentiras, sino si mienten sobre la entera facticidad, de tal manera que todos los hechos concretos sobre los que se miente en un contexto coherente sustituyen el mundo real por otro ficticio” (H. Arendt, Los orígenes del totalitarismo, p. 909).
En “1984”, el último libro de George Orwell, su gran novela distópica publicada en 1949, el Ministerio de la Verdad practica la mentira total del modo más radical, se ocupa de las noticias, el ocio, la educación y las artes, y todos los documentos se ajustan a la línea del partido; así, “Los hechos le dan la razón”. Los hechos se desvirtúan hasta hacerlos encajar con el relato constructor de la realidad que se difunde. La mentira total invade el lenguaje, donde el vocabulario se simplifica, desaparecen los matices y las distinciones claras se vuelven imposibles. Los eufemismos se ponen a la orden para diluir la realidad y convertirla en su contrario o a los efectos de que simplemente no suene tan dura la verdad.
Hoy en diversos ámbitos de la discusión pública parece uno encontrarse con un neolenguaje, con estrategias falaces y eufemismos que logran transformar radicalmente el sentido de las palabras, de los valores humanistas y de los mismos Derechos Humanos. En tiempos de simplificaciones excesivas y debates que parecen monólogos, el ejercicio filosófico del rigor conceptual y de buscar claridad se vuelve un imperativo de compromiso social, de mostrar complejidad donde todos quieren simplificar, en esclarecer lo que siempre queda confuso y en llamar a las cosas por su nombre para saber de lo que estamos hablando y tener un posible diálogo racional con quienes piensan distinto. De otro modo, cada uno vocifera para sí, sin hablar con nadie más que consigo mismo o con un grupo cerrado que adoptó posición por motivos emocionales.
Albert Camus escribió “He comprendido que toda la infelicidad de los hombres procedía de no emplear un lenguaje claro” (1947, La peste) y que “la lógica del rebelde estriba en esforzarse por mantener un lenguaje claro, a fin de no hacer más densa la mentira universal (el hombre rebelde, 1951).
Una experiencia personal
Hace ya cuatro años que estoy involucrado en el debate sobre la eutanasia en Uruguay, lo cual me ha motivado a estudiar el tema ininterrumpidamente y no solo desde la Bioética, sino también desde la comunicación. Y al pasar el tiempo, he tomado conciencia de lo difícil que es plantear un debate racional cuando la verdad no importa, mucho menos si son cuestiones complejas que todos quieren simplificar.
En temas donde mucha gente toma posición dogmática antes de estudiar un asunto, no importa cuánto uno explique un argumento, la respuesta siempre será repetir un eslogan, evadirse y no discutir los argumentos que se presentan, o atacar y tratar de desautorizar a quien los presenta.
Recientemente en un medio de comunicación, mientras pasaban un video grabado donde presento algunas críticas al proyecto de eutanasia, me replicaron en vivo sin refutar un solo argumento. Simplemente se dijo que no digo la verdad, que quiero asustar, que uso falacias y que no escucho a gente que esté sufriendo. Todo esto es dicho sin atender al contenido, sin conocer mi trabajo durante años de acompañamiento a pacientes que se preparan para morir, ni las investigaciones en las que baso lo que afirmo. Falacias ad hominem una tras otra sin argumento alguno. Es como decirle a alguien “estás equivocado porque yo lo digo”. Un ejemplo de posverdad en esta ocasión y sorprendente fue que se dijo que no se estaba de acuerdo conmigo porque dije que la eutanasia es “matar al paciente”, y que según los que saben: “la eutanasia no es matar”. Y yo me pregunto: ¿No dice el proyecto de ley que es “provocar la muerte del paciente”? ¿No se lo mata? ¿Se le regala un pasaje a las Bahamas? ¿Es un viaje a Marte? La verdad no salgo de mi asombro al comprobar cómo alguien puede decir que matar no es en realidad matar. Me hace acordar a la novela de Orwell.
También se me objeta que comparo la eutanasia con el suicidio y que “no tiene nada que ver”. Es sabido que no todas las personas que se suicidan tienen necesariamente problemas importantes de salud mental y que de hecho lo hacen como una decisión consciente y planificada. ¿No cumple la eutanasia los mismos objetivos que un suicidio, el que alguien quiera morir porque sufre y le pide a otro que lo mate? Nadie debe juzgar el deseo de morir, pero otra cosa es llamar empatía a decirle a quien quiere morir: “te ayudo a que te mueras”. Una cosa es no alargar la vida innecesariamente, otra muy distinta es provocar la muerte deliberadamente.

¿Una cuestión de libertad?
Hay países que tienen suicidio asistido legal y no tienen eutanasia, porque entienden que en el suicidio asistido se respeta más la libertad, en cambio en la eutanasia es un tercero quien tiene que matarte. ¿Podemos afirmar que no tiene nada que ver con el suicidio? ¿No se quiere presentar la eutanasia como un camino de liberación, dulce y solidario, cuando en realidad es la aceptación social y jurídica de que hay vidas humanas que pueden ser eliminadas por su consentimiento?
Puedo entender los argumentos de quienes están a favor de legalizar la eutanasia, que en los hechos es que cada persona pueda decidir si quiere acabar con su vida y que otro lo ayude. Pero no estoy de acuerdo porque considero que es de una grave injusticia social crear un “derecho a morir” para los más vulnerables, que se convierte necesariamente en un deber de matar a aquellos que cumplen con los requisitos. No estoy de acuerdo con que una ley establezca que los seres humanos solo tienen derecho a la vida y a que se le proteja y se le prevenga el suicidio, si no tienen determinadas condiciones de vulnerabilidad y pérdida de la calidad de vida por condiciones de salud incurables e irreversibles.
Puedo entender que no piensen del mismo modo. Lo que no puedo entender es que argumenten diciendo cosas sobre el proyecto que son falsas. Alcanza con leerlo.
Con el neolenguaje actual, el hecho de que alguien quiera morir para evitarse sufrimientos y que otro lo mate en lugar de buscar aliviarle, se convierte en “ayudar a tener una muerte digna”; así un homicidio se convierte “en un acto de amor”, suicidarse con ayuda se convierte en un acto heroico, libre y solidario con la sociedad “para no ser una carga”, y querer vivir si alguien es muy dependiente de los otros es considerado como un acto egoísta.
Dogmas del relato pro eutanasia
Independientemente de las razones que muchos honestamente tienen a favor de legalizar la eutanasia, me interesa aclarar –una vez más– los falsos supuestos, que como puntos de partida dogmáticos se repiten sin contrastarlos con la realidad y obstaculizan un debate racional.
Es falso que sea una cuestión solo de libertad individual. Porque hay un tercero que tiene que decidir si acaba con la vida del paciente o no. No hay libertad si no puedo elegir. Menos si no hay controles previos, tanto sociales como psicológicos. En el proyecto se dice que “se le informará al paciente de los Cuidados Paliativos disponibles”, pero no se los aseguran, no le dan ese derecho al alivio y al cuidado. Sería una grave injusticia no aliviar primero a quien pretendo que pueda elegir. ¿Podrá elegir entre el alivio o morir? ¿O a los más pobres solo les queda la muerte anticipada como opción? Hay una falsa idea de elección. Para el que no tiene cuidados paliativos –entre otras cosas– la libertad para morir será la única opción. Por eso es razonable pensar que hasta que no se aseguren efectivamente los cuidados de calidad para todos los uruguayos, avanzar con una ley de eutanasia es dar por válida la muerte de quienes no tienen posibilidades de vivir de otra manera por abandono social. La muerte social precedería a la muerte por eutanasia. ¿Tan apurados están por tener eutanasia? ¿Qué necesita quien está sufriendo insoportablemente? ¿Qué lo alivien y le ayuden a morir dignamente o que lo maten porque no le pueden cuidar y aliviar como merece?
Es falso que la oposición a la eutanasia sea fundamentalmente por motivos religiosos. Se ha creado y creído el relato de que es por motivos religiosos la oposición a la eutanasia, como si no hubiera razones éticas, jurídicas y de defensa de los derechos humanos que sean las objeciones más importantes para despenalizar una forma de homicidio con consentimiento de la víctima y convertirlo además en una prestación de salud, creando un “derecho a morir”, y estableciendo el deber de matar a quien lo pide y cumple con determinadas condiciones. Cada vez que se habla de la postura contraria se hace referencia a la religión y con eso ha alcanzado para hacer creer que las razones para oponerse “en el fondo” son religiosas. Pues no lo son, porque las razones fundamentales son sobre si consideramos que matar a alguien que quiere morir es algo que debamos acompañar o prevenir; se trata de si consideramos que hay vidas que valgan más que otras por su “calidad”, se trata del fundamento de los Derechos Humanos: que no hay vidas descartables, sin valor, aunque ellos mismos así lo consideren. Que alguien no se valore no legitima que la sociedad lo desprecie con un eufemístico eslogan seudocompasivo.
Por otra parte, es evidente que hay personas religiosas a favor y ateos en contra. Pero eso, simplemente se ignora.
Es falso que el proyecto es solo para enfermos “terminales”. No es solo para pacientes con poca expectativa de vida, sino que también incluye que no sean “terminales” y abarcan enfermedades crónicas, incurables, irreversibles, que son muchas y que, sin la debida atención, pueden provocar mucho sufrimiento. También incluye “condiciones de salud” que provoquen sufrimiento y con grave deterioro de la calidad de vida, es decir, que podrían ser diferentes formas de discapacidad que impidan tener la “calidad de vida” deseable por criterios subjetivos. Leyó bien: Discapacidad.
Es falso que estar en contra del proyecto es obligar a sufrir o a vivir. En Uruguay existen leyes (Derechos del Paciente y Voluntades Anticipadas) que nos aseguran el derecho a una muerte digna, en paz, natural, sin que nos alarguen la vida artificialmente si no lo deseamos y sin que acaben con nuestra vida anticipadamente. Se protegen derechos. Pero con una ley de eutanasia, esta protección desaparecerá.
Es falso que no tiene nada que ver con el suicidio. Porque lo que se busca es legislar que determinadas personas puedan suicidarse con ayuda o, más grave todavía, que otro lo mate porque quieran morir. Pero esto solo podrían pedirlo determinadas personas que por estar sufriendo son menos libres; peor todavía si no tienen, por razones socioeconómicas, la asistencia que necesitan y merecen. Que esté psíquicamente apto, es decir, que pueda dar su consentimiento, no quiere decir que no esté pasando por algún tipo de depresión o que, por el entorno social y familiar, elija no querer ser una carga para los demás, o bien que, por miedo a un imaginado futuro de sufrimiento y deterioro o dependencia, tengan miedo y prefieran morir.

Es falaz afirmar que como el Estado no impone ni obliga ganamos en libertad. Porque si pudiendo aliviarte y darte condiciones dignas, no te las aseguran y te dicen que es tu decisión la eutanasia, es gravemente injusto. Eso no es libertad. Es un retroceso a una sociedad que valora las vidas por su utilidad, incompatible con un Estado social de Derecho comprometido con la defensa y protección de los Derechos Humanos.

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