“Es terrible que entre los hechos y las palabras que los representan no exista ninguna relación de realidad” (Ursaverio – Roberto Arlt)
El año pasado la editorial Estuario publicó Ursaverio, un texto inédito de Roberto Arlt con un estudio a cargo de Ignacio Gutiérrez y Oscar Brando e ilustraciones de Pedro Dalton. Es un trabajo estimulante, que además de presentar una obra que se anticipó a su tiempo ofrece un estudio global del trabajo teatral de Arlt y que deja abiertas varias líneas para seguir investigando.
Hacia comienzos de la década de 1930 en Buenos Aires se crea el Teatro del Pueblo, dirigido por Leónidas Barletta, con el propósito de -según Luis Ordaz- “ofrecer espectáculos que sean un aporte a la cultura popular” dado el estado de “decadencia que por entonces padecen los espectáculos escénicos”. Es el inicio de un movimiento teatral “independiente” que convocó a creadores que provenían de la narrativa y el periodismo. Entre estos se destaca claramente, para Ordaz, Roberto Arlt “quien mejor asume y representa con su obra la actitud ‘independiente’”.
Cuando Teatro del Pueblo empieza su camino Arlt ya ha publicado Los siete locos, su novela más importante, mientras que Los lanzallamas está lista y se publica en 1931. Pero el trabajo para teatro irá sustituyendo al narrador, y esto, según lo propuesto en el trabajo de Ignacio Gutiérrez y Oscar Brando, no es casual. Los editores de Ursaverio señalan que probablemente Arlt sintió entusiasmo más que por el teatro en sí por las posibilidades del “modo dramático” de representación. “En el sentido teórico fuerte -afirman-, a diferencia y por oposición al “modo narrativo”, en el drama no hay, por definición, un narrador: una voz o una instancia que medie o se interponga entre los universos ficcionales y su recepción (…) Tal vez, entonces, el drama, y en particular el metadrama, ofreció a Arlt un lenguaje que, por naturaleza, le permitió explorar e integrar de manera más eficaz, fluida, cohesiva, estas voces limítrofes, “personajes de humo”, seres en tránsito, niveles de existencia dispares que en sus novelas parecían reclamar un lugar que no terminaba de encajar o que lo hacía solo a costo de algunas concesiones tal vez demasiado costosas”.
Según Gutiérrez-Brando el modo dramático, entonces, constituye un “modo” que se adecúa mejor para dar forma al mismo universo con el que venía trabajando al menos desde Los siete locos. “Trescientos millones”, su primer espectáculo en el Teatro del Pueblo, se estrenó en 1932. Allí, continúan Gutiérrez-Brando, “Arlt recurría a una forma de la metateatralidad, de teatro dentro del teatro (…) que iba a recorrer parte importante de su dramaturgia: los sueños de la sirvienta irrumpían en la obra, se dramatizaban y adquirían una realidad autónoma que la acompañaba hasta su tragedia final y la sobrevivía”.
En 1936 se estrenó “Saverio el cruel”, obra que también propone un juego de continuidad entre ficción y realidad que se vuelve “problemático” dentro del marco ficcional, pero esta es, en realidad, una reelaboración de otra, en la que un personaje de nombre Saverio se explaya en frases como: “Un golpe de Estado es tan difícil de montar como una buena pieza de teatro”.
No son contundentes las razones por las que Leónidas Barletta habría censurado la primera versión de Saverio (bautizada Ur-Saverio en Berlín, donde se redescubrió el texto) pero en el trabajo publicado por Estuario se intenta reconstruir el itinerario de esa versión primigenia, y se ofrece una versión completa además de un análisis. Lo que más rompe los ojos, si pensamos que Ursaverio transcurre en un manicomio y el teatro es utilizado como una forma de “terapia”, es que parece un antecedente de la célebre Marat/Sade de Peter Weiss estrenada treinta años después. Y es que muchos momentos de la obra de Arlt recuerdan a la de Weiss, incluso en determinadas manifestaciones críticas de los internos en el manicomio respecto a las autoridades. Por supuesto que el temperamento del teatro rioplatense es otro, pero formalmente las obras comparten algunas características.
Hay muchos aspectos de la edición que dejan planteadas líneas de investigación, como intentar reconstruir una versión que en los años sesenta se habría montado de Ursaverio bajo el título de “La cabeza separada del tronco”. Pero también es un trabajo que sirve para volver a poner la atención sobre el teatro de Arlt, un teatro que en muchos casos se adelantó a su tiempo, y Ursaverio podría ser un caso extremo en ese sentido.
Pero otro aspecto más general de la obra de Arlt que es interesante, y que es central en este trabajo que reseñamos, es esa obsesión por trabajar en los límites entre “realidad” y las formas en que damos cuenta de la misma ¿Dónde se colocan esos límites? Y también ¿Cómo la subjetividad de una persona “sana” se diferencia de la de una persona “enferma”? Ursaverio es un caso extremo en este sentido, ya que los límites “dentro” de la ficción son tan poco claros que muchas veces perdemos la pista respecto a quien está “sano” y quien no, sobre quién está “actuando” y quien no. Y esto no parece ser un error del autor de Los siete locos y Ursaverio, sino que la “anormalidad” encerrada en el hospicio es útil para juzgar la “normalidad” que vive fuera. Quizá sirva recordar que en ese mismo año 1936 en que se estrenaba “Saverio el cruel” Sigmund Freud escribía: “… un Yo normal es, como la normalidad en general, una ficción ideal. El Yo anormal no es, por desgracia, una ficción. Toda persona normal es de hecho solamente normal en cuanto pertenece a la media”. ¿Cuáles son las convenciones sociales que resuelven donde está esa media? ¿Qué consecuencias tiene? ¿A quiénes es útil?
Ursaverio deja a lector con muchas preguntas y con ganas de volver a Arlt. Y también, claro está, con ganas de que alguien se anime a poner en pié a ese hospicio habitado por falsos dioses olímpicos, funcionarios corruptos y golpes de Estado.
Ursaverio, de Roberto Arlt. Ilustraciones: Pedro Dalton. Editores: Ignacio Gutiérrez y Oscar Brando. Estuario Editora, Montevideo, 2023.
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