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Antonio Pippo, periodista: La televisión abierta uruguaya es una mierda

Antonio Pippo, periodista:  La televisión abierta uruguaya es una mierda
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No es la norma de la casa entrevistar a uno de sus colaboradores permanentes, en general ha sido al revés, primero los entrevistamos para después reclutarlos. Pero este viejo zorro, cumple en marzo del año próximo, sesenta años de periodismo y ha pasado por todos los canales de televisión además de sus andanzas por un sinfín de otros medios. Polémico, transgresor, boca sucia y desfachatado habló sin inhibiciones durante dos horas. Comprobamos la veracidad del dicho: el diablo sabe por diablo, pero más, sabe por viejo.

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos Rodrigo López

PERFIL

Nació en 1943 en San José de Flores, pleno barrio de tango, si los hay.  Su madre maragata se enamoró de un porteño que la llevó a Buenos Aires. A los seis años volvió con su madre y luego de un corto periodo en Montevideo se instalaron en San José, donde vivió hasta 1967. Es viudo y tuvo tres hijas. Recorrió el universo mediático uruguayo durante décadas. Actualmente colabora con Búsqueda y Voces.

 

¿Cómo empieza tu carrera en los medios?

Mi madre trabajó en la radio de San José y allí trabajaba también Ariel Chabalgoity, que tenía un diarito que se llamaba Aquí Está. Él me llevó a trabajar como periodista en ese diario a los dieciséis años. Era un verdadero maestro, ahí aprendí mucho, y además estaba vinculado a gente bohemia y valiosísima que hoy va dejando de existir.

En todos lados había esos personajes.

Absolutamente. También había gente jodida, como en todas partes. No existía la televisión y la radio era un elemento socializador. Era una cosa aglutinadora. Le pregunté a Ariel de qué podía escribir en Aquí Está, y me dijo que de lo que a mí se me ocurriera, así que inventé una sección que se llamaba “Motivos”. También escribí en un periódico con más trayectoria, que fue Los Principios, de San José, un diario creado por un cura, Marcel Pérez, y por Artigas Menéndez Clara, cuyo hijo, después, fue editorialista en BP Color y fue quien me llevó ahí. Y, en un momento determinado, me contrataron en El Día de Montevideo como corresponsal en San José, y ahí hice mucha guita en aquel momento, porque El Día pagaba por centímetro publicado. Yo andaba en bicicleta en San José y no me acostaba nunca antes de las dos de la mañana. Y me gustaba la noche, andaba buscando cosas. Le rompía los cataplines a todo el mundo. Publicaba mucho. Escribía bien, lo tengo que decir humildemente.

Perdiste la costumbre.

Totalmente, a partir de Voces, que quede claro. Fui el corresponsal más joven del diario El Día. Veinte años tenía en ese momento. El Día tenía la costumbre de cada tanto traerte a Montevideo, ponerte en un hotel y hacerte un seminario de charla; te daban cuadernitos donde se explicaba cómo se redacta una noticia, cómo se enfoca una investigación periodística. Fue una escuela. Estuve ahí cuatro años como corresponsal. Cuando vine a Montevideo, en el año 67, me vine a El Día. Ahí me encontré con Dorval Paolillo, el padre de Claudio. Con Claudio tuve empatía porque siempre le hablé bien del padre, que era un excepcional periodista; siempre le hablé del padre como una persona que para mí había sido fundamental. Pero había también un secretario de redacción, un gallego, Pereira y González. Eran dos en uno, el dios y el diablo. Yo me conseguí otro trabajo porque había que parar la olla, y mis primeros años en Montevideo fueron duros. La pasé bravo.

¿Qué trabajo?

Había conseguido trabajo en un el Centro Cooperativista Uruguayo. Ahí conocí a Mariano Arana, a Saúl Irureta, que fue ministro, y a tanta gente incontable. Y a este viejo Pereira y González se le había metido en la cabeza que aquello era una cueva de comunistas y  tupamaros. Y yo andaba ahí, aunque no era ni una cosa ni la otra porque siempre tuve aquella tendencia, que creo que aprendí en aquellos años, de ejercer la libertad de pensamiento aun en el error y de tener pensamiento crítico.

Laburabas en El Día y en el Centro Cooperativista al mismo tiempo.

Y a este se le puso en la cabeza que yo era comunista y que había que echarme. Lo que peleó Paolillo. Bueno, no me salvó nadie, me echaron. La suerte que tuve fue que me agarra Artigas Menéndez Rodríguez, que estaba de editorialista en BP Color. Me dijo que me fuera con él, y ahí pasé a BP Color, hasta que cerró. Ahí conocí a mi segundo gran maestro en periodismo: Eduardo Navia. El proyecto BP Color fue muy importante, cambió el diarismo uruguayo. Ojo, lo armó un argentino, Edgardo Sajón. BP Color, contrariamente a lo que la gente piensa, no lo cerró la dictadura. Duró desde el año 65 hasta el 71. Después Juan Pablo Terra y el Partido Demócrata Cristiano compran BP Color y le cambian el nombre por Ahora, que sí lo cerró la dictadura, como también cerró otros diarios donde alcancé a escribir brevemente, como Ya, y El Eco. Ahí tuve un interregno de casi un año en Buenos Aires, entre el 74 y el 75, donde no me fue bien; después de la muerte de Perón también la cosa se pudrió allá y volví, sin trabajo. Tuve una etapa de editor independiente, en la que saqué la revista del Colegio de Abogados, la de la Asociación de Ingenieros Agrónomos, la de la Comisión Honoraria de Plan Citrícola, y donde conocí a Enrique Yanuzzi, y a quien su primer trabajo periodístico se lo di yo en un semanario que edité en los talleres de Marcha en la calle Piedras. Todo Fútbol, se llamó. Nos fundimos olímpicamente. El que cortaba el bacalao era yo, pero simbólicamente llevé como director a Miraglia. Fue una experiencia de dos años, que ayudó a parar un poco la olla. En el 77 eso quebró y conseguí laburo en El Diario de la noche, donde había una redacción formidable.

En ese momento El Diario vendía y vendía.

Sí. Ahí estaban Fontoura, Mercader, Barrán, Otero, Iván Kmaid, Tomás Linn,  Jorge Burel y tantos otros.

¿Hacías deporte ahí?

En El Diario empecé a hacer periodismo general. Ojo, en BP Color llegué a ser jefe de la página gremial y de la económica. Hice algo de deportes, sí. Pero hice de todo un poco y eso me ayudó muchísimo, porque no hubo género que no abarcara. El Diario tenía un perfil medio sensacionalista y me moví mucho. En el 77 Canal 12 buscaba pegar una vuelta, estaban hundidos en el rating. Querían levantarlo, pero estaba rodeado de gente que no podía hacerlo. Contrataron a Eduardo Navia, que era un tipo de diario, como yo. Y aquella mugre, aquel barro que era la televisión ya en aquellos tiempos, lo pasó por arriba, y se enfermó. Con la idea de abandonar me llamó a mí, y yo le dije que de televisión yo no sabía nada. Me dijo que yo era un periodista formado, que lo iba a ayudar, que él no podía seguir. Estaba Raúl Fontaina hijo como presentador. Estaban el gordo Maiorano y Gustavo Adolfo Ruegger. Alberto Kesman entró conmigo y con el tiempo apareció Silvia Cliche. Yo sabía lo que era la investigación periodística y cómo trabajar un tema, pero lo que tenía que entender era la traslación al lenguaje televisivo. Pero el director durante toda mi etapa en Canal 12 —me fui a mediados de los noventa, estuve trece años— fue Horacio Scheck, uno de los Scheck y el más inteligente de todos, un tipo que sería de derecha, aunque para mí a esta altura derecha e izquierda son una mezcolanza y estoy con la idea medio loca de Fukuyama de que las ideologías se murieron y está todo muy entreverado. Pero no importa, ese es otro tema. La cuestión es que Horacio era un tipo muy respetuoso de la gente y muy vivo para darse cuenta si había alguien capaz de hacer algo. Pasaron unos meses y se fue Navia con un colapso nervioso, y me llamó Horacio Scheck, que estaba en la oficina con Carlos Restano —no el que está actualmente, que es el hijo, sino el padre, casado con una de las hijas de los Scheck—. Me pregunté que para qué me llamaría esa gente a mí, que era un pinche.

¿Qué querían?

Me preguntaron que cómo era mi vida: les dije estaba casado, que tenía tres hijas, que la pedaleaba, y que trabajaba en El Diario, donde tenía expectativas porque me iban a dar la jefatura de una página y que eso iba a implicar un aumento de sueldo. Me preguntaron cuánto me pagaban en Canal 12 y en El Diario: en el canal ganaba dos mil pesos, en el diario mil quinientos, que con el aumento se irían a mil pesos más, lo que para mí era importante. “Usted entonces haría alrededor de cuatro mil quinientos pesos”, me dijeron, y agregaron que tenían interés en que yo me hiciera cargo del noticiero, y que sobre el tema de dominar el lenguaje televisivo no iba a haber problema, porque yo era muy inteligente y querían exclusividad. Les pregunte por la parte económica. “¿Y si yo le ofrezco doce mil pesos por mes?”, me dijeron. Nunca en mi vida debo haber puesto una cara de boludo como en ese momento. Creía que me estaban cargando. Pero el tipo era muy serio. Me dijo que era una oferta concreta, que lo pensara, que lo hablara con mi mujer. Al otro día de mañana acepté. Y ahí fui director del noticiero. Me banqué a Fontaina varios años, hasta setiembre del 84, cuando vino Néber Araújo, porque la dictadura ya se estaba disolviendo y Néber venía como impoluto, como que no estaba manchado por haber trabajado durante la dictadura, y pasó a ser la figura. Tuve una relación muy conflictiva con él, donde influyeron otros factores. Pero para nosotros fue un golpe brutal a favor en el rating: con Araújo sacamos la cabeza, por lejos, de pasar de trabajar con Raúl Fontaina, alto, flaco, con aquellos sacos cruzados que usaba y un pañuelo desbordando en el costado. “El canal de las clases pasivas”, le llamaban. Llamaban las viejitas, preguntando por Raulito. Nunca entendió dónde estaba, llegaba diez minutos antes de salir al aire. Le escribía todo a Fontaina. Tenemos anécdotas preciosas. Pobre Raulito, y lo digo con profundo respeto. Era un tipo con ideas conservadoras, pero era un bon vivant. El que era jodido era Milton, el hermano, diputado pachequista, y que murió en la Argentina.

¿Qué anécdotas tenés de Fontaina?

Un día a Raúl le pusimos un texto: “Hoy el Consejo de Estado se trasladó al departamento de Lavalleja, más precisamente a la localidad de Manlla…” Y no entendía lo que seguía. “Ya me va a salir”, dijo, “larguen el tape”. Pasaba un rato, llegaba cualquier noticia, cualquier cosa que hubiera dicho un dirigente de la Unión Colorada y Batllista, y en el medio de eso interrumpía: “Mansavillagra”, lograba pronunciar al final, y decía: “¿Vieron cómo me salió?” Yo me quería suicidar. Y hubo un día, el único en que vi a Horacio Scheck saltar de a dos los escalones porque entró en estado de desesperación: se había jugado un clásico y todo el mundo jodía, —estaba de moda aquello de “Saquen los pañuelos, señores, que los tricolores…”— mientras Raúl estaba con una sonrisa de total incomprensión, porque no sabía lo que era el fútbol. Le contaron qué era lo que pasaba y empezó el noticiero y cuando se va a despedir, saca el pañuelo blanco y dice: “Saquen los pañuelos, señores…” En veintisiete segundos la pesada de Peñarol tapó la central telefónica: “Vamos a mandar camiones para ahí y lo vamos a hacer mierda a Fontaina y a todo el canal.” Tuvo que venir la sexta y hacer un cordón. “¿Qué fue lo que hice?”, preguntaba Raúl, y no había forma de explicarle. Bueno, ese tipo era el conductor del noticiero, y yo me lo masqué desde que me dieron la responsabilidad hasta que vino Néber en el 84. Hoy no te voy a decir que con Néber somos amigos, pero nos llevamos muy bien. Incluso llegué a pedirle disculpas. Él no quería que nadie le escribiera nada, y en realidad tenía razón, porque era un periodista serio y formado.

¿De dónde venía?

Había estado en Sarandí. Con en el noticiero nos empezamos a conectar con el exterior, que fue un avance del 12 que pegó muy fuerte. Y una serie de cosas. Pero a mí me molestaban un poco esas cosas de petiso medio petulante, y el hecho de que fuera la figura y todo el mundo tuviera que hacerle concesiones. Un día me calenté y le dije que el director era yo, que él hiciera lo suyo, que él sabía hasta dónde podía ir, me sacó de quicio. En realidad hicimos cosas muy buenas, levantamos el nivel del noticiero y eso es verdad, más allá de que tuvimos que bancarnos algún integrante o que había ciertas limitaciones para traer a fulano o a mengano. Me terminé yendo en diciembre del 85 por temas familiares.

¿Adónde fuiste?

De ahí me fui a Búsqueda, Arbilla inventó una cosa medio loca para que yo hiciera, y además yo hacía cosas en cultura, comentarios de libros. También Badanián, que era el director de Canal 4, me llamó para que le diera una mano como coordinador, y fui, pero estuve poco porque enseguida empecé a ver que había una onda de “lo preparamos un poco a Pippo para que se haga cargo del noticiero, a Badanián lo ubicamos en un cargo, no lo vamos a echar”. La vi venir. Y un día el contador me pregunta cuánto necesito para hacerme cargo del noticiero. Le dije que yo no me iba a hacer cargo del noticiero. Yo había entrado ahí por Badanián, así que de ninguna manera. Le dije que lo lamentaba mucho, que me tendría que ir, pero que yo no lo iba a hacer. Me dejaron pistoneando, ya con ganas de pensar en otra cosa. Y en ese momento asume Lacalle y Marta  De Fuentes lo convence a Cuqui de darme el noticiero de Canal 5. Me llamó al despacho. Ustedes saben cómo es él. El Cuqui es toquetero, en seguida te abraza. “Cómo andás, Pippito, qué decís”, te dice. Y no me conoce. “Yo los canales los tengo acá en la palma de la mano, no te preocupes por los canales privados, yo te ofrezco el 5, porque ahora estamos en el otorgamiento de los cables, entonces están todos comiendo acá”, me dijo. Me hablaba de una manera… Agarré viaje, y metí la pata haciéndolo.

¿Quién estaba de director del 5?

Del canal estaba Julio Frade, que era como que no estuviera nadie. Trabajé con él después en Canal 10. “Pippito”, me dice cuando me saluda. Me cagó varias veces. Ya que hablamos de hijos de puta podemos incorporarlo, aunque se ofenda. El problema fue que yo creí que iba a depender del SODRE, que el SODRE me iba a pagar, y no. Habían contratado un productor, que no tenía experiencia ninguna, un pichón de delincuente que me cagó la vida con el arreglo económico y al que para cobrarle había que hacer una operación de inteligencia. Y rápidamente pasa que se suma un error que yo cometo, el único favor que me pidió Lacalle, llamándome a mi casa, en el barrio Lezica en donde vivía entonces, a las nueve de la mañana. “Cómo andás, Pippito, qué bien salimos anoche. Sos Gardel, Pippo. Hasta luego.” Él lo que tenía que hacer era que no me rompiera los huevos ningún segundón suyo, nada más, pero me pidió si no le daba laburo a Zabala, uno que trabajaba en Radio Universal, herrerista a muerte. En realidad yo no lo precisaba, pero me pidió que lo pusiera ahí a laburar. Cometí el error de incorporarlo y ponerlo como secretario de redacción, donde pensé que lo podía controlar más. Y Zabala salió de testigo en una cosa que armaron. Porque yo empecé a decirles que no a Trobo, a Penadés y a todos los que llamaban, diciéndoles que ahí hacíamos las cosas profesionalmente. Fue Lacalle el que me pidió eso, pero claro, yo no pensé en el rebote del después. ¿Y qué pasó? Armaron como que yo había difundido la versión de que el productor, y Juan Martín Posadas, presidente del SODRE, tenían un acuerdo económico. Era algo que había comentado en el canal, pero yo nunca lo había dicho. ¿Y quién sale de testigo en un juicio penal que me hacen a mí por difamación e injurias? Zabala. Obviamente el juicio lo gané. Inmediatamente me fui, porque el SODRE no me quería recontratar, y le hice un juicio civil por trescientos mil dólares. Dos años y medio duró, e incluía daños y perjuicios morales. Por ganar el juicio me dieron treinta mil dólares, el 10%. Entonces Jorge de Feo me llamó y me contrató como asesor de Subrayado, y como asesor personal de él.

12, 4, 5, y de ahí pasaste al 10.

Jorge, un tipo que nunca estuvo demasiado cuerdo, me parece, al principio me tuteaba y estaba todo fenómeno. Con la hija menor, Florencia, todavía tengo relación; me trataba de tío. Cuento esta anécdota simplemente para que veas cómo se encaran algunas cosas. Te hablo desde el año 92 hasta el 2002, los diez años que estuve en el 10. Hoy es peor. Me terminaron aplastando como una cucaracha porque yo participé en una asamblea de trabajadores por un conflicto gremial en el que los laburantes tenían razón pero donde él consideraba que yo lo había traicionado, porque yo era persona de confianza. Me acuerdo que un día le dije: “Acá no hay investigación periodística, e incluso lo que llamás producción no está en el noticiero. Los productores son pelotudos que andan por ahí haciendo programas que en su mayoría son una mierda —como son hoy— pero no hay nadie preparado para la parte periodística, pero sobre todo para hacer la investigación, salga o no salga al aire.” Me respondió así, casi textual: “¿Pero vos te creés que yo les voy a pagar a cinco pelotudos que se pasen todo el día hablando por teléfono o yendo a tomar café con alguien a quien yo no conozco? Estás loco.” Y me cerró la puerta. Esa era la concepción que tenía el dueño del canal con respecto a la investigación periodística. Más claro echale agua. Y esto lo extiendo a los demás, porque en el 4 tampoco había, y en el 12 varió mucho la dirección del noticiero después de que me fui yo. Yo en el 10 de lo único que alcancé a sentirme orgulloso de hacer fue del asesoramiento personal a Jorge De Feo. Era muy gracioso, porque el otro asesor personal que tenía era Gerardo Caetano. Por eso hablo tan mal de Caetano, y no me importa volver a hacerlo ahora. En ese momento vi cómo se comportaba Caetano y vi que él estaba con la parte con la que nosotros no comulgábamos mucho. Izquierdista parecía que había sido antes, y lo fue después, pero durante esa época le pagaban muy bien y a mí me quedó una imagen muy jodida de ese señor.

¿Y en el informativo, qué hacías?

Lo de Subrayado lo hacía de taquito, aunque lo que había que hacer en serio no me lo dejaban hacer. Ayudé a muchos periodistas, individualmente. Toyos empezó a hacer periodismo policial un poco en el estilo del que hacen los argentinos ahora, con la gabardina, caminando. Lo que hace Nano Folle, que se lo copió. Yo lo llevé a Toyos al 10 y le dije lo que quería: que no diera información de un crimen, que contara la historia mientras golpeaba una puerta, hablaba con un testigo o caminaba por la calle. Y fue una pegada durante un tiempo, hasta que Toyos se fue a la mierda también. Yo con el Nano tengo diferencias, porque me parece que hay mucho de vedetismo. Pero es otra historia. La cuestión es que yo me sentí orgulloso porque hice por lo menos dos programas como productor que creo que hicieron época: “Fin de Siglo”, con el gordo Luna, donde hice todo yo con la ayuda de una productora que todavía está en el canal, Caty Gorbarán, y “El Reloj”, que vino después, famoso por la granada en la mesa y todas esas historias. Esos dos programas, fue un ciclo inatacable, que resiste el estudio que quieras hacerle —con la tecnología de la época, vamos a entendernos— y de eso me sentí muy orgulloso. También hice sketches para Decalegrón, porque tenía tiempo, luego lo dejé hacer por problemas con Frade y Espalter.

¿Te peleabas con todos?

Todo el mundo tiene una imagen de Espalter como la de alguien muy simpático, porque era cómico, pero era un pésimo tipo como ser humano. Los tres dueños de Decalegrón, que subcontrataban, eran Frade, Espalter y D’Angelo, que se llevaban la parte del león, mientras que el resto, los que aparecían, entre ellos mi gran amigo el guitarrista Mario Díaz, ganaban chirolas. Los mataban de hambre. Llegué a hacer también el Hijo de Buda, poniéndolo después del noticiero. Fue idea de De Feo, sacarlo de Decalegrón. El gordo se maquillaba y te hacía reír. Ojo, hacía todo lo que le decía y yo le escribía todo. Pero en el 10 hice muchísimas cosas. Lamentablemente terminó mal. Formalmente, digamos, terminé en TV Ciudad. Pasé por TV Libre, la de Fasano, de donde me fui antes de salir al aire. Me habían nombrado gerente de programación.

Duraste poco.

Y menos mal, porque no sabés lo que fue y lo que ha sido eso. Quedó vacante la dirección del noticiero de TV Ciudad cuando estaba de director Michel Visillac. Y estaba Peter Coates en la Intendencia, que era el que abarcaba TV Ciudad. Decidieron hacer una presentación por oposición y mérito. No había Dios en el Uruguay que pudiera tener mi currículum, y sabía que si yo me presentaba y no había ninguna joda, ya estaba. Y estuvo, de hecho: estuve tres años y me fui, con contrato vigente. Me fui por una estupidez que armaron. A ver, hay una gran parte de TV Ciudad que es un comité de base, donde predominan las ideas del MPP, y no es fácil laburar ahí. No le fue fácil a Visillac, lo que pasa es que él tiene una personalidad completamente diferente a la mía. Yo tuve mucho roce, mucho choque. Renuncié. Después hice alguna cosa en Canal 7 de Pan de Azúcar, en Cerro Rural, alguna boludez para algún productor privado, para el gordo Vallarino o alguno de esos con canales de cable en el interior. Hice el espectáculo de tango, donde hacía plata un fin de semana y al otro perdía.

Después de haber recorrido todo el espectro televisivo, ¿qué opinás de la televisión uruguaya?

La televisión abierta uruguaya es una mierda. Acá se confunde una palabra que a mí me interesa mucho usar. Hay gente que por su capacidad intelectual debería entender la diferencia que hay en las dos aplicaciones del concepto“entretener”. Yo soy un fanático defensor del entretenimiento pero no en el sentido bastardo; no hablo de mostrar una mina en bolas ni de un tipo que se baja los pantalones y defeca en el aire. Claro, vos ahí generás una cierta reacción. Pero yo por entretenimiento me refiero a conmover, en el sentido de no dejarte indiferente aunque tengas alguna discrepancia o haya algo que no sea exactamente de tu gusto, porque la estética es subjetiva. Yo me paro frente al Guernica de Picasso, ¿y quién va a discutir que es una obra de arte? Yo no. Lo valoro. Creo que el arte tiene que despertar emoción. No es un tema de tener o no razón. Todos la tienen, los que aman a Picasso y los que aman a Velázquez o a Dalí, a quien aborrezco. Es subjetivo. Ahora bien, si está hecho con honestidad y con el fin de sacarte una emoción, sea alegría o ganas de llorar… Pero no llorar como te quieren hacer llorar con la Teletón. Lo que llamo entretener lo traslado a un verbo más comprensible: conmover de una manera digna, para no dejar desinteresado al receptor. Tuve la fortuna de conocer algunos personajes, y le hice dos reportajes a Borges, que tiene cosas maravillosas: dijo que cuando él hablaba de escribir había que tener claro que, primero, se escribe para uno mismo y uno tiene que quedar conforme, pero no superficialmente sino sintiendo que uno fue responsable, que hizo el mayor esfuerzo y que el resultado salió de las buenas intenciones de uno. Ahora bien, ese es un acto de soledad. ¿Para quién escribía? “No sé”, me dijo, “¿pero sabe la esperanza que tengo? Deberían tenerla todos los escritores. Que en algún otro lugar del mundo se establezca un lazo con otro acto de soledad, el que construye alguien que nunca voy a conocer, el que lee. Se trata de una suerte de complicidad, que es la emoción que logré transmitirle al que luego va a decir que leyó a Borges.” Me pareció una definición maravillosa, aplicable a todo el que hace algo en el mundo del arte. Lo primero que hay que pensar es si se hace bien. A lo mejor hay algunos campos en los que no es posible crear, en el sentido de que no es posible hacer algo totalmente nuevo.

Está todo inventado.

En música clásica, ¿quién va a poder decir que crea algo? ¿Qué creaste, la música dodecafónica? No jodas. O el tango clásico, que para mí se acabó con Piazzola. Es muy bueno y saludable lo que ha venido después, y vivan los muchachos que lo hacen, pero es una recreación. Hay que recrear, pero lo que hay que tener es honestidad.

Pasa con el humor.

Es una palabra clave, el humor. ¿Te acordás del humor que se hacía acá? Pensá en la gente que hizo Telecataplum, o la que hizo Decalegrón en una etapa. “Las Noches Cultas” que hacía Andrés Redondo, con el muñequito y Frade con el piano, con cara de orto, y Espalter que se reía, y Berugo con la guitarra. Era maravilloso y te cagabas de la risa, y no ofendías a nadie. Es más, te informabas. Hubo tanta cosa, como aquellas parodias de Telecataplum. ¿Qué necesidad hay de caer en lo que se cae actualmente? Ha habido un proceso de argentinización brutal.

Es la economía. Es mucho más barato poner dos guarangos riéndose de la gente que armar todo ese staff.

Al único que rescato fue a Olmedo.

¿Y Cacho de la Cruz?

Es un mimo. Ahora está viejo y se acabó, pero el verdadero factótum de esa etapa fue Alejandro Trota. Ese sabía de televisión, ese le enseñó a Cacho todo lo que sabe. No era cómico, no era mimo como Cacho. Dentro de todo a Cacho lo quiero, pero también nos mintió en algunas cosas. Cuando hacía Cacho Bochinche era un pan al aire, pero fuera de cámara le podía pegar una patada en el culo a un botija. También hay que tener cierta coherencia, ¿no? Te voy a decir una cosa que dijo Alfredo Alcón: “No conozco ningún actor, no importa de qué rama, que camine un escenario como Alberto Olmedo.” ¿Y sabés por qué? Porque el tipo empezó a laburar llevando papeles dentro de un canal, de ahí pasó a llevar las valijitas de los cámaras y después fue tiracables. Aprendió todo, aprendió de luces. Sabía lo que tenía que hacer, y cuando se olvidaba, lo admitía frente a la gente, y eso era legítimo y te hacía reír.

Y lo criticás a Fontaina porque improvisaba.

Pero lo de Fontaina es otra cosa. Era un ángel del señor. Lo que es curioso en los cómicos, y he conocido muchos, es que personalmente son unos melancólicos. Olmedo en su vida cotidiana no es que fuera un ogro pero tampoco te estaba haciendo chistecitos todo el día. Se iba a cenar y quería cenar tranquilo.

¿Tenías vínculo con Olmedo?

No, lo conocí periodísticamente. Un día se nos rompió la cámara tres veces, pobre Olmedo. Al final transpiraba en la nota. Creo que no le hizo mal a nadie y promovió a muchísima gente. Hablás hoy con tipos de la vieja escuela del humor televisivo argentino y no hay quién te hable mal del tipo. Hubo actores que desaparecieron del mundo de la actuación, como pasó con  Javier Portales, que murió, o el Gordo Porcel, que tuvo que buscar otro camino y así le fue. O mujeres, como Susana Romero o Silvia Pérez. Y el tipo producía y daba laburo. Tenías cosas que criticarle, pero si pasabas raya te daba a favor. Hoy lo que se ve es de una chatura…

¿Los informativos cambiaron mucho? ¿Eran tan largos?

Están peor que antes. Eran más cortos. El problema está en una disyuntiva que la quiso zanjar una vez Umberto Eco en un ensayo: por día no pasan más de diez hechos que valga la pena que la gente sepa. ¿Por qué en la televisión en vez de dar cinco noticias de cuatro minutos, donde haya investigación, suficiente información y contexto se prefiere dividir esos cinco minutos en varias noticias? Porque te dicen que eso aburre, y lo dividen en bloques de cuarenta y cinco segundos, y eso duran las notas, que no tienen contextualización. “Lo dijo a la salida del Palacio”, dicen. Eso no es un contexto, es una ubicación geográfica. No les importa. Y cuanto más metan, mejor creen estar, aunque lo que hayan metido sea prescindible. En algún momento alguien los convenció de que para entretener, conmover y capturar la atención de la gente hay que trabajar en lo oscuro, en lo sanguinolento.

Trabajaste en “Al rojo vivo”.

Soy culpable de muchas cosas. Pasé treinta años ininterrumpidos en la televisión, aparte de escribir y todo lo demás. Yo la guerra la perdí largamente, pero gané algunas batallas. ¿Sabés lo que fue trabajar en la dictadura, con censura explícita? En el 12 en un momento me metieron a una comentarista que venía a hacer editoriales, y tenía que salir: la doctora Elda Frede. Muy pocos se deben acordar de ella, socia de Bolentini. Hablaba un par de minutos en el informativo. Y pasaban otras cosas. Hay que ver también la tecnología de aquellos tiempos: yo iba al control, desde donde tenía una perspectiva, y nos comunicábamos por un micrófono, ahora va por la cucarachita— y entonces en un momento, en plena dictadura, ¡Dios mío querido!, estábamos presentando una nota de Hamlet Reyes, el presidente del Consejo de Estado, que estaba en Florida en una fecha patria.  Silvia Kliche estaba muy animada hablando con Pablo Rodríguez, que ya era sordo y usaba aparato. “Ojo que vamos” avisamos por el micrófono y dicen que no me escucharon. Cuando los muestran, sale Pablo Rodríguez, medio recostado sobre Silvia Kliche, diciendo: “Todo esto es para joder”. Y en verdad estaban hablando de cualquier otra cosa, pero a los diez minutos había tres chanchitas y fue Pablo Rodríguez para adentro, y yo también. Las veces que visité Inteligencia y Enlace…

¿Por el canal?

Sí, querido.

¿Qué macanas te mandabas?

No eran macanas, era la interpretación que hacían. Pasaban cosas inexplicables, porque era la interpretación de ellos. Nosotros buscábamos meter alguna por abajo porque creíamos que era nuestra obligación, y hasta donde podíamos tirábamos de la piola, y parábamos cuando veíamos que venía dura la mano.

¿Los dueños de los canales limitaban en algo?

“Usted no nos complique la vida y cuídese”, eso me dijeron. En el 12, donde estuve en esa época, Horacio me decía que yo sabía cómo eran las cosas, que era inteligente. “No estoy de acuerdo con los militares pero tengo que sobrevivir, y esto es una empresa importante, la vamos a ir llevando como podamos”, me dijo. Ellos hacían la parte del ablande, citaban algún coronel. Todos los famosos se hicieron amigos de Restano, se mamaban en el despacho de él. Lo vi personalmente.

Nunca te invitaron a tomar nada.

A mí no. En esa época yo era abstemio.

Nos tapás a mentiras.

Al testigo hay que permitirle algunas libertades… La cosa es que el tema estaba en cómo ellos interpretaban. Fue una etapa difícil. Lidiar con los empresarios es difícil en todo medio, salvo que sean empresarios, como hubo, que por lo menos entiendan qué es el periodismo. ¿Te pensás que Hugo Romay alguna vez lo entendió? No. Jorge de Feo se pasaba para el otro lado, quería hacerse el periodista él, sin fundamento. Bueno, era el dueño de la pelota, estaba en su derecho. Pero así no se va a ningún lado.

En el imaginario popular los dueños de los canales son brazos oligárquicos.

Si mañana hubiese un gobierno del Partido Comunista los directorios de las grandes empresas periodísticas serían comunistas. Yo los conozco de adentro desde hace muchos años, y no es fácil discernir qué parte puede ser operación, que no niego que la haya, de lo que es incapacidad pura del periodista y del editor que está por encima. Mientras tuve voz para levantar, no lo permití. Esas fueron mis batallas ganadas. Dije que en televisión perdí la guerra porque la televisión no había mejorado en nada cuando me fui.

¿Los dueños de los canales se creen que saben demasiado y no contratan profesionales o contratan gente medio pelo?

El problema es estar en el candelero. Mitad en broma y mitad en serio, cuando me ofreciste esta entrevista te pregunté si me ibas a resucitar. Si algo aprendí de joven —y estoy enormemente contento por eso, y en eso me ayudaron los Paco Espínola, los Chabalgoity, los Abel Soria, los Navia— es a vencer el ego, que me chupa un huevo: no escribo ni un artículo pensando en el brillo personal sino haciendo eso que me dijo Borges, en aquella charla que me impresionó mucho. Era un tipo que no hacía concesiones, era muy pícaro, y esa era la forma en que se divertía, porque era ciego. Es bravo que un ciego se divierta. En un momento le empecé a hablar de la feria del libro que había en Buenos Aires; estaba con el bastón y se ve que yo le tenía los testículos a punto de ocho meses de embarazo. Pero era un caballero. No sé qué enganche hice, que le empecé a hablar de Paco Espínola, y no advertí que el tipo no tenía ningunas ganas de hablar de eso. Y estaba en todo su derecho. Él quería hablar de Enrique Amorín, otro escritor uruguayo, salteño y primo de él. Fue en el año 78, yo era un inexperiente. “Espere un poquito”, me dice, “¿Usted juega al truco?” Le dije que sí. “¿Al truco a la uruguaya?”, me preguntó. “Sí”. “¿Y cómo hace la seña del cuatro?” Y yo me descubro ante un ciego haciendo la seña del cuatro. Automáticamente me vino tal vergüenza… El tipo no dijo una palabra más. Pero había que estar súper atento, porque te encajaba esas y te hacía pelota. Con calidad, porque él no elevaba la voz. ¿Qué le contestás en un momento así?

Volviendo a la televisión, ¿empeoró tanto, a tu criterio?

Tendrías que preguntarte por qué en todos los programas llevan siempre a los mismos entrevistados. No cuestiono a los que van, que van porque los llaman, pero son siempre los mismos. Mirá que en el Clemente Estable hay un investigador que está haciendo una investigación sobre la importancia que tienen las hormigas rojas en la cura de la hepatitis B. Llevalo al programa, hermano. No, la gente se aburre. Volvemos al concepto del entretenimiento: yo no me entretengo más que escuchando a un científico que sabe hablar, no el que te entrevera, sino el que sabe. Tomás Abraham, por ejemplo, el filósofo argentino. Es un hijo de puta, pero lo amo. Es brillante. Pero no, van siempre los mismos. Va el Negro Rada, Jaime Roos, Larbanois y Carrero, Malena Muyala, Pitufo Lombardo. No digo que no los lleven, digo que por qué no se abre la cabecita. Ese es el trabajo del productor, que no se hace. Por eso cuando hicimos “El reloj” yo elegía los entrevistados. Ahora te dicen que “es un programa de entretenimiento”. ¿Y eso qué quiere decir? Hasta que llegó la televisión a color, en blanco y negro el programa que tuvo más rating en Canal 5, por lejos, fue el de Paco Espínola vestido de negro con la moñita, armando los cigarros de chala y hablando de la comedia y la tragedia griegas. Era tan buen narrador oral como escritor, o mejor. Para mí los dos grandes escritores nacionales de los siglos XX y XXI son Onetti y Paco Espínola. Es una opinión subjetiva. ¿En los años sesenta la gente no se entretenía, era distinta, era extraterrestre? ¿Cambió tanto la sociedad uruguaya? Los mismos cuentos que escribía, te los hacía hablados, y te atrapaba, te quedabas con la boca abierta.

Hoy es la inmediatez, la cosa rápida. Hoy, Landriscina aburre.

¿Sabés quién restituyó a Juceca del lugar que nunca debió abandonar en la televisión? Antonio Pippo, este señor que tenés acá. ¿Sabés cuándo? Cuando se inauguraron los cables y a Canal 10 le dieron TCC y puso Canal 20, todo de programación nacional. Durante dos meses lo hicimos, después lo repitieron durante un año. Al primero que llevé a ese programa fue a Juceca, que iba tres veces por semana. El conductor era Ariel Caldarelli, actor y amigo mío. Llevé a Luis Orpi, también, que fue un descubrimiento. El gerente de programación del canal, Heber Villar, no sabía quién era. Le dije que con todo respeto no cuestionara mi decisión. Y el loco arrancó ahí a hacerse famoso, porque no lo conocía nadie. Llevé a Manolo Guardia, que era una maravilla, tocaba el piano y contaba cosas. Llevé a Juver Salcedo haciendo cuentos de teatro. Mirá todo lo que te estoy nombrando. “Bienvenidos”, se llamaba el programa. Era una hora de entretenimiento. Yo había hecho cuatro segmentos de quince minutos para cada uno. Laura Canoura tenía otra sección, también. O sea, si querés, si tenés la capacidad, si te pasás por el forro de las pelotas las ideas de los gerentes, los gerentotes, los dueñotes y los empresariotes de la cosa, y si tenés cierta fuerza de argumentación para pelearla, algunas batallas posiblemente ganás. Aunque no la guerra. Pero ahí gané una batalla. Juceca estaba en el fondo de la bolsa, y a raíz de ese programa, María Inés Obaldía le echó el ojo y lo llevó a “Caleidoscopio”, donde estuvo un largo tiempo trabajando.

¿No es más fácil ser una repetidora de Canal 13 de Argentina? O de telenovelas turcas.

Es espantoso. No veo televisión nacional. Veo cable. Me gusta el deporte, los periodísticos. Miro TN, según quién está. Hay gente valiosa. Veo programas de la BBC o de Deutsche Welle, cuando vienen con traducción, o a los españoles. Cualquiera nos saca ventaja. Y son entretenidos igual. Miro Comisario Montalbano, la serie italiana, y aparte de que me interesa, por la intriga, me cago de la risa con el tipo. Uno se puede entretener con cosas serias. ¿Quién tiene que decidirlo? El que produce, el que arma un programa.

La disyuntiva clásica es si la gente consume lo que le dan o…

Eso viene desde el principio de los tiempos: qué vino primero, si el huevo o la gallina. ¿Por qué no hacen una encuesta con rigor científico, los empresarios? En este país no se hace ninguna encuesta con rigor científico, vamos a empezar por ahí. Ni las políticas. Vamos a decir las cosas como son. La respuesta del empresario es que le damos a la gente lo que gente quiere ver, y sí, es posible que hagas la recorrida y todos quieran ver la telenovela turca. ¿Pero por qué pasa eso? Pasa después de un proceso de décadas donde vos les diste mierda, mierda y mierda.

¿Hay alguna posibilidad de que la televisión evolucione?

En este momento, no. Hay gente que ha tenido la posibilidad de contribuir al cambio. Por ejemplo, yo un día en TV Ciudad propuse que el Estado —como pasa con la BBC o Televisión Española, que son del Estado— armara un ente que funcionara según el derecho privado. Esa fórmula existe, aunque tenga el control del Estado, y se aplica. ¿Sabés que Canal 5 es el que tiene más repetidoras en todo el país? Poca gente lo sabe. Tiene más que los canales privados, o sea que pueden abarcar todo el país. Fijate la riqueza que tenés ahí. Ahora bien, ¿conocés una cosa peor manejada que Canal 5, a lo largo del tiempo?

Se han hecho méritos para equiparar. Muchas cosas están mal manejadas.

Por supuesto. Pero, a ver, Canal 5 es un canal abierto que llega y llega bien, porque no creo que haya barrios de la zona metropolitana que tengan problemas de repetición, y tiene repetidoras en todo el país. Agarrá TV Ciudad: no tiene gollete que la Intendencia de Montevideo tiene un canal y… ¿para qué carajo lo tiene? Tiene una infraestructura muy importante y gente muy capaz trabajando ahí dentro. Mirá que ahí está trabajando el hijo de Atahualpa del Cioppo, que es un productor de novela. Está Aldo Garay. Hay una cantidad de gente de muchísimo valor ahí adentro. Bueno, aprovechemos eso y sumémoslo a Canal 5, y metés incluso las radios del  SODRE, pero no para que se mimeticen y hagan lo mismo, sino para que pongas lo mejor y lo que cada zona necesita de acuerdo a la zona de influencia donde vos vas a poner el peso de cada uno de los instrumentos que tenés. Entonces pasaría lo siguiente: que la televisión privada, por más poder económico que tenga —aunque ahora eso es relativo— empiece a encontrar un competidor que no sea fácil voltear.

¿No se han serruchado siempre esos intentos?

¿Y el poder político dónde está, carajo? ¿Cuántos años de Frente Amplio llevamos? No me jodas.

¿Se puede gobernar con los canales en contra?

¿Y qué van a hacer, te van a cortar los cables?

Uno mira la Argentina y ve lo que pasó cuando se quiso gobernar contra Clarín.

Son situaciones diferentes. Acá se necesita un ente testigo, alguien que haga televisión como corresponde. Y que los canales sientan ardor en las nalgas cuando eso les corte rating acá y allá.

Maggi lo quiso hacer.

Pobre Maggi, Dios lo tenga donde deba. Digo esto porque no creo en Dios, así que no sé dónde puede estar. Maggi era como un elefante, era embestidor. Ya de entrada empezó a tocar el culo, contrató a Néber Araújo y armó un despelote. Entonces, claro, los canales privados empezaron a presionar. Pero, a ver, ¿en qué gobierno estábamos?

Primer gobierno de Sanguinetti en democracia.

Ahí me estás contestando. Yo te estoy hablando de un poder político que tenga otra cabeza. Todos esos eran la derecha. ¿Y estos trece años de Frente Amplio?

Estuvo Sonia Breccia como directora, se supone que…

Es una dama, así que me voy a controlar con lo que diga de ella. El hecho de que haya sido directora de un canal prueba que en este país hay algo que funciona mal. No sé si son los trenes o qué, pero algo funciona mal.

Estuvo el Flaco Invernizzi.

El Flaco es un publicista. Es como Michel, con quien pasó lo mismo: el único que le salvó la camiseta proponiéndole buenas ideas, levantándole el noticiero y haciéndole cosas como la gente fui yo. No me jodas. Si querés lo hablamos con él adelante. Los publicistas están para otra cosa, tienen otra cabeza. Quieren rating, avisos, pautar, y eso es fácil: agarrás para el lado de la telenovela turca que te sale tres pesos y levantás un fangote de guita.

Virginia Martínez es cineasta, también estuvo.

Tiene un problema de carácter. Todo el mundo tenía problemas con ella.

¿No es un clima laboral difícil el de los empleados públicos?

Y no sabés en la televisión… Pero si agarrás el cargo no es para pelearte con todo el mundo. En algún punto tenés que ser apoyo. Esto es tan viejo como los cuadros de fútbol, ¿viste esa definición de que los jugadores no pueden voltear a los técnicos? Es una pelotudez. Yo jugué y dirigí equipos de fútbol, y a mí me voltearon.

Cada vez los jóvenes miran menos televisión abierta.

Y va a ser cada vez peor.

No le ves futuro.

Son dos cosas distintas. Vos tenés que recordar que cuando apareció el cine lo primero que se dijo fue que moría el teatro, y hoy el teatro está más fuerte que nunca. Y el cine también. El problema en estas cosas es que cada medio al que se le viene el tsunami tecnológico encuentre un nicho donde sea imprescindible y sea un bastión que sobreviva. ¿Quién para esto de internet, los celulares y la mar en coche? Sin embargo te puedo asegurar que el libro no va a morir nunca. Voy a emplear una linda expresión, por no decir romántica, ya que estamos cerrando: cuando vos vas al baño es preferible llevar un libro que no una computadora.

Pero un celular, sí.

Con un celular te tenés que llevar lentes de aumento, boludo. Mirá que no es fácil, eh. El hombre es un animal de costumbre. Creo que la televisión, más que los diarios, va a ser la primera en sufrir las consecuencias, y quiero ver cuál va a ser la razón. Los diarios lo que no han sabido es encontrar los nichos, pero se puede hacer. Si no, no existirán los diarios y publicaciones importantes que existen en el mundo, en lugares donde la tecnología llegó antes que acá. El punto es si te quedás cruzado de brazos, o querés imitar. Acá hubo un problema con los diarios que es importante considerar, frente a lo que viene, que es una cosa más rápida, se pueden ofrecer otras cosas. Se puede escribir bien, más corto, diagramando mejor. Acá pasó una cosa cuando vino BP Color

Fue el primero en su formato.

Ya había tabloides. El problema es que el tabloide estaba asociado a El Popular, que era del Partido Comunista, o al amarillismo de La Escoba. BP Color fue el primero que dignificó el tabloide en Uruguay. Y con un agregado: fue el primero que le dio importancia al elemento gráfico. Todos los fotógrafos de BP Color eran considerados periodistas: salían a la calle con la misión de agregar riqueza al enfoque periodístico. Siempre hay posibilidad, el tema es pensar y no dejarse llevar por la corriente, porque estás cómodo o porque te tapó la mierda y no sabés cómo salir. Hay que pensar antes. Hay que pensar ahora que todavía hay tiempo. Te digo la verdad: el tema del que hablé sobre crear en la televisión un ente testigo, fuerte, que cambiara la competencia con los canales privados y los obligara a modificar no te digo que todo pero sí mucha cosa, ya era un paso importante. El Frente Amplio lo pudo haber hecho perfectamente en los años que lleva gobernando, y no se lo propuso. Ojo, capaz hubo alguien que prefirió que las cosas siguieran así, sin ponerse a joder. No sé. Jorge de Feo en el despacho del canal tenía una mesa enorme, donde además comía, y al lado tenía una cocinita donde estaba el secretario y todo lo demás. Yo era asesor y me metía en todos lados, y un día vi un movimiento medio raro, en el primer gobierno de Vázquez y el secretario me hizo una seña: miro para la cocina y había como cuatro tipos laburando. La puerta del despacho estaba entreabierta, y vi un mantel blanco, largo, y unas copas. Todo cosas que yo jamás había visto, en años. ¿Sabés quién venía, como único invitado a comer? Mujica. Fijate la habilidad que tienen los tipos. Y también está la habilidad del otro: yo, si soy un tipo que está en las antípodas de tu pensamiento, no me como la banana. Te digo que no voy a ir a comer con vos y ya está, ya te marco la cancha.

Cuando se ha pretendido hacer algo como la ley de medios…

Está mal hecha, llena de errores. No es eso. ¿Sabés lo que va a pasar? Se va a estirar, van a aparecer recursos de inconstitucionalidad. Con lo que yo te planteé no tenés que armar ninguna ley, simplemente hacerlo y largarte, y a ver cómo te paran. No es tan fácil.

Los canales digitales se los dieron a los tres canales de aire, sin ningún tipo de condiciones.

Porque en ese momento no había a quién dárselos para que salieran enseguida, y los únicos con una infraestructura preparada eran ellos. Eso hay que reconocerlo: esa infraestructura no les vino regalada, la compraron y la incorporaron ellos, y esa fue la razón.                                                   Hoy con la infraestructura que tienen Canal 5 y TV Ciudad, e incluso con el monopolio de la fibra óptica que está en manos de ANTEL, no podés tenerle miedo a tres canales privados y a un grupo de cable. No podés, porque entonces sí estás perdido. Hay que hacer cosas concretas. No sé por qué en este país cuesta tanto pensar.

Porque no hay voluntad política. Hay una connivencia, se apuesta más a eso que a confrontar.

Frente a eso no tengo respuesta, a esta altura de la vida y después de todo lo que ha pasado. Tenés razón, no hay voluntad política. ¿Por qué? ¿La podrá haber en el futuro? Yo qué sé.

 

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