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La esquiva madurez por Nelson Di Maggio

La esquiva madurez por Nelson Di Maggio
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Un cambio tan curioso como alentador singulariza el panorama de las artes visuales nacionales. La avalancha sin tregua de las inauguraciones  temporarias se extiende a la edición de catálogos-libros –no siempre disponibles a su debido tiempo-, los editados por las casas de subasta y la aparición de libros de diversas temáticas que conforman una biblioteca de arte  hasta hace pocos años atrás imposible de realizar.

Nora Kimelman (Montevideo, 1949) en la exposición Migratium (Museo Nacional de Artes Visuales) recoge una parte crucial de la  alucinante sociedad contemporánea, la migración,  natural condición humana. Desde su origen, las personas ansiaron conocer otras tierras, cercanas o lejanas, ampliar conocimientos, afectividades, confrontar diferencias, ocupaciones o profundizar las propias. La epopeya homérica de Ulises emblematizó la necesidad del viaje (Navegare necesse est, vivere non necesse, frase atribuida a Pompeyo  cuando los marineros se negaban a embarcar, con el significado de importar más el ideal que las urgencias más vitales de la vida). El viaje como descubrimiento de sí mismo, aún en nuestros días, diferente del turístico, no es  al que se refiere Kimelman. No es tampoco el poético viaje liberador de Baudelaire (Homme libre, toujours tu chériras la mer). Es, y mucho más que otros que lo precedieron durante siglos, por hambrunas o persecuciones religiosas o políticas, la desesperación de los desheredados de la tierra, de los que nada tienen, de los empujados al mar por traficantes y cuyo destino manifiesto es la muerte si no consiguen arribar a un destino incierto. Son los migrantes  que ignoran idiomas y costumbres ajenas, multitudes desesperadas, arracimadas en precarias embarcaciones, en extenuantes travesías que llegan, si llegan, a tierra firme. Hay países de salida y países de llegada; Uruguay lo fue, en diferentes períodos y en ambos sentidos. Ahora son África y Medio Oriente, o la penosa actualidad de Venezuela, países solo de salida,  territorios poblados por seres colonizados, explotados y martirizados  por los imperios europeos y la complicidad de sus secuaces locales, que hoy cierran sus puertos a los desesperados pobres del mundo. Los migrantes  de Kimelman son los huidos de guerras civiles y tribales, del terrorismo salvaje agarrados a precarios elementos de navegación, esos que los medios de comunicación difunden diariamente hasta insensibilizar al espectador por el acostumbramiento a las imágenes.

Antes, y en varias oportunidades, Nora Kimelman incursionó en problemas similares más acotados. Ahora amplía la reflexión en momentos de explosiva conmoción mundial y lo evidencia a través de 70 esculturas dispuestas en forma horizontal como barcos que navegan por la sala 4 del museo invitando al visitante a seguir la ruta propuesta. Esculturas en madera y hierro, ensamblaje de objetos desechados, viejas maderas y metales y objetos corroídos y pequeños y múltiples envoltorios textiles, suavemente antropomorfizados, atados, desgarrados, tajeados, amontonados en hileras,  en lucha por aferrarse a cualquier elemento, llaves que se levantan indiferentes a la tragedia, escapando de jaulas y terminar el recorrido de la muestra en un amontonamiento de paquetes textiles desparramados por el piso, final emocionante  que sacude al espectador. Una muestra lograda con impecable rigor técnico al servicio de una idea  de fuerte concientización política, ética y estética, no solo de los padecimientos de  la memoria de  ayer sino de la imperiosa, urgida, brutal realidad de hoy.

En la sala contigua sala 5, Analía Sandleris Montevideo, 1958) alcanza la plenitud de su actividad esencialmente pictórica. Pródiga en transitar, en formato pequeño o mediano, entre la figuración y la abstracción sin abandonar la paleta de negros, ocres y grises, colores dominantes en  una suerte de diario íntimo. Autobiografía pautada por retratos fotográficos o dibujados de personas y animales que forman parte de su afectividad en una narrativa de enmarañada lectura, interrumpida por desplantes gestuales que encierran tensas situaciones emotivas y un soterrado erotismo. El intimismo  se aplaca en su producción de 2018 en obras de enorme tamaño agrupada en dípticos o trípticos sugestivos y atrapa la mirada en su misteriosa e inquietante atmósfera. La intrepidez de Sandleris se potencia en su arriesgado informalismo, siempre calculado, dosificado, vigilado  en su aparente espontaneidad, resultado de su dilatada experiencia, incluso docente. Nada queda librado al acaso. Sutiles veladuras, contrapunto entre el espesor matérico, siempre a media pasta, ordena la incipiente tercera dimensión de escenario teatral  y el grafiteado  se enrosca sobre sí mismo. Hasta el  chorreado, siempre empalagoso en la mayoría de los oficiantes, aquí adquiere sentido y protagonismo al deslizarse y resaltar el trozo blanco de tela o superponerse a la fluidez pictórica y convertirse en significativo enrejado de  líneas paralelas. El tratamiento de la pincelada mantiene una permanente dinámica, de incansable movilidad, desasosiego de una insatisfacción, por momentos angustiante, de irresistible atractivo y agrega tensa violencia  al incorporar manchas de rojo en algunas composiciones. Una obra que mantiene la histórica tradición del cuadro y su todavía gratificante condición.

El ceramista Juan Pache (Montevideo, 1942) efectúa una retrospectiva en la sala principal del Museo Blanes. Una retrospectiva de medio siglo de intensa producción que comprende a tres períodos: cerámica esmaltada al principio, seguido del arenado y el tercero el empleo del ahumado. Etapas que recorrió con devoción e inventiva. Porque Pache es un modelador nato de la arcilla, que maneja con habilidad volúmenes hasta encontrar hermosas formas utilitarias o decorativas y  sabe administrar con parquedad la sutileza del color en sus varias tonalidades y en el refinado diseño.  No están, ni podían,  muchas piezas de notoria calidad ya conocidas en anteriores exposiciones pero lo sustantivo se concentra en el centro de la sala en adecuadas tarimas que se distancian de las obras planas sobre la pared, experiencias recientes de calado y arenado sobre baldosas industriales que, en gran medida, distraen la lograda variedad de piezas de la parte central. Es destacar el texto-entrevista de Tatiana Oroño en el catálogo, enriquecedora experiencia trasmitida con contagiante entusiasmo.

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