La política de los chimpancés
Hay cuestiones que rebasan la capacidad de mi pensamiento iluminado. Es decir, lo oscurecen.
De ahí viene mi necesidad de apelar a diversas hipótesis –incluidas algunas de otros grandes pensadores- con el fin de acercar a los lectores algo de qué agarrarse (de todos modos con cuidado, y sin audacias innecesarias, porque en eso de agarrarse… ¡hay tanta cosa a la vuelta!) para elaborar sus propias y necesarias conclusiones.
El gaucho payador explotó.
¿Metafóricamente? Sí, aunque sólo en parte, porque la expresión de su ira se pareció demasiado a un broncoespasmo con profusión de flema que resultó expandida sobre periodistas preguntones
¿Por qué se puso rabioso el gaucho payador?
Le tocaron un punto sensible.
No, no es eso que está pensando, mi amigo, no sea descarado. Me refiero a su proyecto preferido (¿único?) de vender legalmente marihuana en las farmacias.
Parece que los bancos de acá, que al comienzo no dijeron ni pío, ahora decidieron seguir órdenes de una gran corporación bancaria multinacional –obviamente de allá- y no le llevan cuentas a las farmacias incorporadas a esta comercialización.
Lo confieso: más que preocuparme por la desprolijidad del proyecto y de la redacción de la ley, ni de sus inconsistencias dignas de Inodoro Pereyra, me inquieta la posibilidad de que al gaucho payador le ocurra algo y se nos quede como un pajarito.
Ahora bien, ¿no es extraño tanta ira, tanta desesperación, tanta bronca sin rastro de olor a “maruja”, aun frente a la posibilidad de que no pueda pasar a la historia, con Kustorica en pedo filmándolo a tropezones y reclamando la plata que le deben para seguir chupando?
Y, sí. Entonces ¿a qué se debe este belicoso estado que lo sigue agitando?
¿Síndrome de abstinencia a la vista? No. La “merca” igual abunda y el gaucho payador tiene buenos contactos para que, si la necesitara, se la hicieran llegar, aunque fuere mezclada con palitos de yerba paraguaya.
¿Acaso el hombre es un neurótico? Pierre Janet –otro día se lo presento, lector, pero fue más famoso de lo que llegará a ser el diputado Placeres- dijo que el carácter neurótico sólo puede comprenderse en el contexto de la totalidad anímica, exhibiendo particulares rasgos de carácter, como la calentura. Bueno, habría que investigar que pudo calentar de tal forma a este individuo justo cuando saltaba lo de la marihuana, las farmacias y los bancos. ¿Irritabilidad por haber tenido que hablar del short que compró Sendic? ¿Afán de dominio en la chacra, silenciosamente cuestionado por la Tronca? ¿Malignidad que nace de su propensión a pensar sólo en Astori?
O tal vez lo haya traicionado su afán de leer cualquier cosa que le parezca sublime o que alguien de la barra le recomiende –para repetirla en la Deustche Welle-, incluyendo a Pablo Coelho y Mercedes Vigil, y haya caído en sus manos, por mala leche de un traidor, un libro de Gilles Lipovetsky: así podría intuirse sin mayor riesgo de error, que la parte de “la convergencia entre la moral y los negocios” la entendió mal. ¿Qué otra cosa que rabia, una gigantesca puteada y una oceánica amenaza a lo Juan Moreira pudo escapársele cuando advirtió que se había metido de jeta en tamaño quilombo?
Claro, si recordamos que Maquiavelo –como ha sostenido Tomás Abraham- inventó el arte de las artimañas, y pensando en los “Durán Barba” vernáculos que le soplan al oído, también es posible que ocurriese una inducción: “Simulá, Pepe, que si decís la verdad esto se va al joraca; tirá mierda a lo bobo, así por lo menos se agachan, en una de esas echan p’atrás o, al menos, te dan tiempo a quedar mejor parado”.
Qué sé yo. Es innegable que, como poco a poco uno lo va imaginando, todo puede ser y nada puede ser.
Salvo que los etólogos tengan la verdad.
Ellos, como Franz de Waal, dicen que los chimpancés –primates no humanos-, tras una reacción brusca inicial, son capaces de resolver problemas nuevos basándose en la comprensión súbita de causas y efectos. Por eso de Waal no se sorprendió cuando un periodista picarón le preguntó “cuál era el chimpancé más grande entre nuestros actuales políticos”. En “La política de los chimpancés” se lee: “Todos estos primates intentan conseguir algún grado de relevancia social y luchan por ello. Mientras hay cohesión entre las jerarquías, no surgen problemas. Pero el equilibrio del poder se pone a prueba todos los días y, si es demasiado débil, surgen los conflictos”.
Caramba. ¿No siente, lector, cierta seducción motivada por esta teoría? ¿No ve representada en los chimpancés la conducta tanto del gaucho payador como de un montón de gente más?
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