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A sugerencia del club por Jorge Alastra

A sugerencia del club por Jorge Alastra
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Ástor Piazzolla dijo alguna vez a unos periodistas uruguayos: “No entiendo por qué se fijan en mí teniendo ustedes a Di Matteo”. Luis Di Matteo nació en Montevideo en 1934 y es un compositor e instrumentista que no ha sido valorado como lo que es: un grande de la experimentación tanguera del SXX (aunque la etiqueta signifique una tumba para muchos músicos). El “experimentador” casi siempre queda relegado porque lo que hace o no es del gusto popular, o sencillamente, resulta incomprensible. No se trata de hechos aislados: este tipo de creador trabaja para el tiempo y no para lo inmediato, por lo que su trabajo debería ser más valorado en toda su dimensión. En el caso de Di Matteo nos encontramos con esta circunstancia, solo que elevada al cuadrado. En nuestro pequeño país los grandes hacedores, con contadas excepciones, están condenados. No solo por el hecho evidente de nuestro escaso caudal demográfico que restringe el mercado. Aquí se ha acostumbrado desde siempre a ver lo novedoso como raro y sin valor. Los ejemplos abundan y no haré aquí un listado que sería interminable desde la plástica, el teatro o la literatura, y culminando en la música. Entonces Luis Di Matteo forma parte de la lista de incomprendidos que, sin embargo – y como sucede casi siempre- , será admirado y respetado fuera de fronteras. A comienzos de la década del 50 se traslada a Buenos Aires con el fin de estudiar a fondo la técnica del bandoneón y es ahí donde conoce a Piazzolla. En 1956, y con solo 20 años, forma parte del trío de “El Potrillo” Zagnoli que lo introdujo de lleno en el universo del Tango. Ahí apre(h)endió, desde adentro, todo el bagaje necesario del género y sin dudas este trabajo hizo remover la aguja de la invención dentro de él. Poco tiempo después fundaría su propio trío con el que graba sus primeras composiciones, además de arreglos de obras de importantes compositores argentinos. El “caso Di Matteo” remite al destino de los verdaderos creadores: siempre buscará la innovación en cada opus discográfico. La discusión que se desata es qué cosa pertenece al mundo de la música popular y qué no. Si hablamos de música “buena” las distancias no son aceptables, pues la buena música popular, la valedera que traspasa los siglos, está en igualdad de condiciones con la que percibimos como más seria o “pura”. Si escuchamos detenidamente a Piazzolla, y le quitamos el traje del tango, podremos observar cuánto hay de Bartók o Stravinski. O de Bach. Pero también de Evans y Gillespie. La cruza de géneros y de “categorías” se hace indisoluble en un material como el del argentino más polémico. Pero, increíblemente, todavía hay quienes tratan a la música como si habláramos de clases sociales.
Habrá un músico que oficiará de nexo entre Piazzolla y Di Matteo y es el argentino Eduardo Rovira. Perteneciente a una generación anterior a la del compatriota, el compositor argentino tuvo un camino muy parecido. Rovira pasará de la fascinación e integración a la vanguardia comandada por Piazzolla a la ruptura, por entender que aquel había detenido la marcha cuando su estilo consiguió la aceptación general, abandonando la búsqueda y la experimentación. Rovira se emparenta mucho con Di Matteo en esto. Ambos con un costado muy fuerte de música culta camerística. Rovira más extremo en cuanto a la utilización de formulaciones alejadas de lleno de la música popular, incluso escribiendo tangos dodecafónicos. Pero resalto esta conexión de dos artistas que pensaron el tango de “concierto” y no el danzable. Una interpretación psicológica burguesa, quizá, de índole cultural. Piazzolla también creía que la música “culta” europea era superior a la que él mismo hacía hasta que se topó -según la leyenda- con la pedagoga Nadia Boulanger. La idea de que lo nuestro” es pobre si no le agregamos los ingredientes europeos (o norteamericanos) necesarios, no es solo “responsabilidad” de los artistas: hoy mismo hay quienes sostienen esto. Di Matteo grabó varios álbumes durante la década del 70 para el sello (poco reconocido) Mallarini; sello que tuvo en su catálogo las primeras grabaciones de Gastón Ciarlo “Dino” o Ansalmo Grau, por ejemplo; y también para el emblemático Sondor y para Orfeo. Su álbum histórico es sin dudas “Estudio para tres” (Mallarini, 1970) donde registra arreglos de piezas trascendentes como “Lo que vendrá”, “Mi refugio” (Juan C. Cobián) o “Buen amigo” (Julio De Caro), además de incluir la obra homónima de su autoría y el excelente “Tango de una triste mañana” aun con toda la influencia piazzolliana en las manos. “Latitud 55” (Orfeo, 1983) será la línea que marcará un antes y un después, ya que luego de este trabajo, Di Matteo continuará su carrera exitosa en Alemania. Más adelante, en 1999, graba un disco para el sello alemán Jaro, que ha pasado desapercibido y resulta peculiar por cómo nace. Se titula lacónicamente “Candombe uruguayo” (con una foto muy extraña en la tapa ya que el realizador del diseño gráfico, sin dudas, poco sabía de Uruguay y mucho menos de Candombe). La música registrada es interesante porque mezcla lo tanguístico con candombe callejero. El propio Di Matteo hizo grabaciones caseras de cuerdas de tambores en modo “random” y luego las incorporó a las distintas composiciones, creando un juego documental casi cinematográfico. Más allá de lo experimental y lo “europeísta”, Luis Di Matteo nunca abandonó la música de su tierra y eso es digno de los grandes creadores. Sería una buena cosa tenerlo más presente.

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