Adelanto del libro «La última cárcel del pueblo» de Mauricio Almada
Rodolfo Wolf, el Mojarra
Otro protagonista de esta historia es Rodolfo Wolf Valente, el Mojarra, responsable de la cárcel del pueblo, una suerte de inspector y principal contacto de los enterrados con la dirigencia de la organización. Como se verá más adelante, junto a otros dos compañeros, tuvo un papel importante en la revelación de aquel reducto a los oficiales del Batallón Florida.
Pero el contacto que mantenía con la cárcel se cortó el mencionado 14 de abril de 1972 tras su participación en el asesinato del profesor Armando Acosta y Lara, por entonces subsecretario del Ministerio del Interior y acusado por el mln de integrar el llamado «escuadrón de la muerte» o «comando cazatupamaros».
Aquel día el mln llevó a cabo lo previsto en el Plan Hipólito al asesinar, además de al profesor Armando Acosta y Lara, al agente Carlos Leites, al subcomisario Oscar Delega y al capitán de corbeta Ernesto Motto.
En el expediente seguido por el Juzgado Militar de Instrucción de Tercer Turno consta el acta de un interrogatorio en el cual Wolf admite que disparó sobre el objetivo: «disparé con un fusil ar-15 más de un tiro, hasta un cargador aproximadamente; yo era el encargado de rematar la acción si el profesor no resultaba muerto y quedaba solamente herido».
Cuando lo entrevisté para este libro hizo el siguiente cálculo:
Mi condena fue de treinta años y de diez a quince años de medidas de seguridad. O sea que de haber cumplido la condena completa, hubiera salido en libertad en el mes y el año en que estoy contestando estas preguntas [mayo de 2017].
La respuesta a los asesinatos cometidos por los tupamaros no se hizo esperar, ese mismo día las Fuerzas Conjuntas mataron a ocho integrantes de la organización.
Tomaron por asalto un local ubicado en la calle Amazonas y asesinaron a sus dueños: Luis Martirena e Ivette Giménez; y en otro local, en la calle Pérez Gomar, ejecutaron a Alberto Candán, Horacio Rovira, Gabriel Schroeder y Armando Blanco. Otros dos militantes de la organización murieron ese día en enfrentamientos; Norma Pagliaro sería una de esas personas.
Al día siguiente se aprobó en el Parlamento el estado de guerra interno.
Días después de esa acción Wolf fue detenido junto a Héctor Amodio Pérez en un local que en la organización se conocía como Planimetría; allí tenían planos de las cloacas y otras instalaciones. Los dos fueron conducidos al Batallón Florida, donde los militares de Inteligencia comenzaron a desatar el ovillo hasta llegar a la cárcel del pueblo.
¿Quién era Rodolfo Wolf?
Había nacido en el barrio Peñarol, en Montevideo, en 1947. La suya fue una familia tipo de fines de la década del cuarenta: una pareja joven con dos hijos. Pertenecían a las llamadas «capas medias», quizás más por la actividad y la mentalidad que por los ingresos, contó Wolf.
Su padre, que manejaba bien el inglés, trabajaba como contable en la compañía inglesa Wilson Sons & Co. Para mantener a la familia complementaba sus ingresos llevando la contabilidad de una pequeña empresa y escribiendo artículos. Publicó un pequeño libro de cuentos y algún relato suelto en revistas literarias no relevantes de la época.
La madre de Wolf fue profesora de piano y ama de casa hasta la muerte de su esposo en 1957. Con 31 años comenzó a trabajar como administrativa en el Ministerio de Salud Pública, en el hospital Maciel, y dio clases de piano para poder dar sustento y educación a sus dos hijos de seis y nueve años. Contó para ello con el apoyo de sus padres.
Wolf no conoció a sus abuelos paternos, quienes fallecieron antes de que él naciera. Había cursado primaria en la escuela N.º 166 de Peñarol, y secundaria y preparatorio en el Instituto Dr. Eduardo Acevedo (idea) en el barrio Colón.
Comenzó a estudiar en Facultad de Química en 1966, pero en menos de dos años abandonó debido a su militancia, tanto estudiantil como en el mln, al cual se integró a fines de 1967, según él, como consecuencia de un proceso de radicalización de las capas medias, que, en esa época, perdían aceleradamente estatus y perspectivas de futuro.
Para Wolf la radicalización política e ideológica fue propiciada por la Revolución cubana y las ideas de Ernesto Che Guevara. «Por ellas creímos que era posible lograr la liberación nacional y la creación de una sociedad más justa y solidaria, el socialismo, utilizando la lucha armada como medio», definió.
El Mojarra dijo que en el plano individual, y especialmente en el medio estudiantil, destacaba «un componente emocional» que los impulsaba.
Sensibilizados por el entorno social de «hambre, pobreza, desigualdad, conflictividad, huelgas, manifestaciones, protesta social, represión, obreros y estudiantes muertos en las calles por reivindicar sus derechos, creíamos y actuábamos con la fe del converso. El compromiso era ineludible», consideró Wolf.
Me contó que fue reclutado por Eleuterio Fernández Huidobro. Para él era uno de «los Cinco»,[1] «que estén donde estén y vayan donde vayan son y serán los Cinco», como en algún momento se dijo en la organización.
Wolf recordó que cuando el Ñato terminó su intervención sobre fundamentos, objetivos y razón de ser de la organización él dijo: «he escuchado todo lo que quería oír, estoy dispuesto a integrarme».
Su incorporación a la organización no fue por la base. Él supone que fue porque en la entrevista de reclutamiento demostró algunos conocimientos teóricos. Nunca había formado parte de una organización política ni recibido cursos, pero había leído todo lo que habían escrito el Che Guevara y Régis Debray, los discursos de Fidel Castro, y obras breves pero importantes de Marx, Engels y Lenin.
Por eso Wolf cree que lo nombraron responsable de la célula que se formó en Facultad de Química. A partir de allí, siempre ascendió: responsable del sector universitario de la columna 5, comando del sector político de la columna 15, algunas incursiones muy breves en alguna columna de reciente creación, secretariado, vuelta al comando de la 15 y, al final, integrante del Estado Mayor de Montevideo, con lo que formalmente integró la dirección nacional del mln.
Wolf no quiso entrar en detalles sobre las acciones armadas de las cuales participó:
Mi respuesta en este aspecto es irrelevante. No agrega ni quita nada a lo que fue mi militancia en el mln. Solo puedo comentar algo sobre lo que me resultó más gratificante y emocionalmente satisfactorio: me permitieron participar en dos fugas: la de cárcel de mujeres y la de Punta Carretas. Por otra parte, es conocida mi participación en los sucesos del 14 de abril de 1972.[2]
Wolf dijo no saber en qué local estuvieron secuestrados Pereira Reverbel y Frick Davies antes de ser trasladados a la casa de la calle Juan Paullier:
Ni idea. Mi nivel de compartimentación era el que me correspondía y nunca se me ocurrió violarlo. Ni siquiera ahora, en pleno siglo xxi. Conocí otra cárcel que, aunque si quisiera, no podría decir dónde estaba ubicada, aunque tuve la responsabilidad de trasladar a Frick Davies desde ahí hasta su destino: la cárcel del pueblo de Juan Paullier.
Para él los secuestros que hicieron los tupamaros fueron parte de una táctica que consideró exitosa, independientemente de lo costoso que resultara, «porque formaba parte del hostigamiento selectivo y la violencia que el mln, con tacto y hasta cierta delicadeza, ejercían dosificada y cuidadosamente contra aquellos que la aplicaban [la violencia] grosera y agresivamente contra el pueblo», puntualizó.
Wolf protagonizó, estando preso, un acto de rebeldía ante el Supremo Tribunal Militar. En el expediente que le instruyeron en la Justicia militar por diferentes delitos aparece un incidente inesperado que terminó mal para su autor, pero dejó una frase para la historia, que hasta ahora permanecía dormida en ese polvoriento expediente.[3]
El 11 de octubre de 1979 el presidente del Supremo Tribunal Militar, coronel y abogado Federico Silva Ledesma, en plena audiencia para que Wolf hiciera sus descargos escuchó decir al encauzado que se consideraba «un preso político». Eso no cayó bien en el tribunal, que le aclaró que eso correspondía a los magistrados competentes, al tiempo que le advertían que había acabado su tiempo de exposición.
En esa circunstancia, ante todos los miembros del tribunal y de los inculpados en la causa «cárcel del pueblo», el Mojarra le espetó a Silva Ledesma: «a ustedes también se les terminó el tiempo».
Así consta en el acta que ordenó labrar el propio Silva Ledesma, en el entendido de que Wolf podría haber cometido el delito de atentado y con ese fin envió el expediente al Juzgado Militar de Instrucción de Turno.
El alto magistrado de la Justicia militar dejó constancia respecto de que Wolf se expresó en forma «agresiva, insolente y amenazante». Finalmente lo encontraron culpable del delito de atentado.
Con los delitos que ya tenía, qué le hacía una raya más al tigre, se podría pensar. Pero había que animarse a hacer lo que hizo el Mojarra. No cualquiera. Y dejó esa frase premonitoria que le costó cara… «A ustedes también se les terminó el tiempo».
El Ñato, el Plan Satán y la operación Sabina
Uno de los impulsores de la táctica de secuestrar personas influyentes para canjearlas por dinero o por la liberación de prisioneros fue Eleuterio Fernández Huidobro, uno de los dirigentes de máxima jerarquía dentro de la organización.
En 2016 el entonces ministro de Defensa me atendió en su despacho, instalado donde había funcionado el Esmaco (Estado Mayor Conjunto) durante la dictadura, una construcción ubicada en el predio del ministerio a la cual no se ingresa por la avenida 8 de Octubre sino por atrás, de manera que el auto que trajo al secretario de Estado lo dejó en la puerta misma de su oficina. Al bajar del coche lo subieron a una silla de ruedas y de ahí al escritorio donde me recibió, cuatro meses antes de su muerte.
—¿Te jode que fume? —me preguntó sacando una cajilla grande de Nevada.
—No, Ñato, tranquilo —le respondí mientras miraba con inquietud el tanque de oxígeno que se encontraba a sus espaldas, y recordaba los avances de la epoc que aquel viejo tupamaro padecía. Prendía un cigarrillo tras otro y no llegaba a terminarlos.
Entre otras cosas dijo:
No me hago el irresponsable. Yo fui el autor de la idea, con otros compañeros. Era el Plan Satán, detener a personeros del régimen. Pero nunca poner plazo. Como pasó con el caso Mitrione. Porque era para lío tremendo, porque Pacheco se iba a subir a esa y te iba a obligar a hacer una cagada. Había que tener lugares donde detener gente y empezar a negociar la liberación de los presos y la amnistía y si no seguir, mantenerlos por tiempo indeterminado y ver. Generar la caída de Pacheco, hablando en plata.
Y agregó:
Aquel año hubo medidas prontas de seguridad, represión y muertes de estudiantes, represión dirigida contra el movimiento sindical, no contra nosotros. A alguien se le ocurrió la idea, yo estuve en esa reunión, que dice: «¿por qué no hacen la operación Sabina? ¿Se acuerdan del rapto de las sabinas, se acuerdan de la historia de Roma? Pónganle operación Sabina. Hay que secuestrar a Ulysses [Pereira Reverbel], la sabina de Pacheco». Y esa se llamó operación Sabina.
La referencia al rapto de las sabinas viene de la mitología y describe cómo la tribu de los sabinos fue engañada por los romanos. Estos los invitaron a Roma con el pretexto de unas festividades y terminaron raptando a sus mujeres y echando a los hombres de la tribu sabina. La escena fue representada muchas veces en pinturas a lo largo de la historia del arte.
Cuando le pregunté quién había sido el autor de la idea, me contestó «una mente brillante, que prefiero no mencionar». Sin embargo, en De las armas a las urnas (Fin de Siglo, 2004), el libro que escribió Gerardo Tagliaferro sobre Fernández Huidobro, aparece el nombre del médico Mario Navilliat como autor de la iniciativa.
Mario Navilliat fue un destacado médico de Nueva Helvecia, traumatólogo y cirujano. En su faz política fue un libertario que estuvo vinculado al mln. Navilliat fue un defensor de no fabricar armas sino de robárselas al enemigo. De allí que haya tenido una participación en el asalto al Club de Tiro Suizo, el 31 de julio de 1963, de donde los incipientes tupamaros se llevaron armas y municiones.[4]
Esta mente brillante, al decir de Fernández Huidobro, fue quien planteó «el rapto de la Sabina». El Ñato terminó liderando el comando que secuestró a Pereira Reverbel la primera vez, que tenía entre sus miembros a José Mujica y Julio Marenales, disfrazado este último de policía, con un uniforme que le quedaba chico, según describió la víctima.
Eso fue el 7 de agosto de 1968. El secuestro duró 108 horas en total, durante las cuales los captores hicieron acciones de propaganda para justificar el cautiverio de un jerarca nacional.
«Aquel primer secuestro del mln fue un éxito», dijo el entonces ministro de Defensa.
4 En http://elmuertoquehabla.blogspot.com.uy/2010/08/mario-navillat-un-tupamaro-desde-los.html.
Amodio Pérez, Fernández Huidobro, Jorge Manera Lluveras, Julio Marenales y Raúl Sendic.
2Entrevista con el autor (mayo, 2017).
[3] Juzgado Militar de 1.ª Instancia de 3.er Turno. Rodolfo Wolf Valente. Causa 443/79. Tribunal de Apelaciones en lo Penal de 1.er Turno. Wolf Valente, Rodolfo Eduardo. Homicidio. Ficha 41/985. Procedencia: Supremo Tribunal Militar.
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