Afganistán, la Edad Media y la falacia del progreso por Francisco O´ Reilly

Es una fija: cada vez que aparece una noticia, un gobierno o una situación que se considera negativa, oscura o retrógrada se le compara con la Edad Media. Ahora le ha tocado el turno a Afganistán.

No importa que gran parte del turismo que se hace por Europa es para recorrer los frutos de ese período; mucho menos que fuera en ese momento cuando surgieron las universidades, por no hablar de que buena parte del sistema legal tal y como hoy lo entendemos o algunos de los filósofos fundamentales para el pensamiento occidental aparecieron en esa época. El término “medieval” se sigue usando para definir aquello que consideramos fuera de lugar, superado o inconcebible. Al igual que en el insulto, que es hijo de la pereza mental, el término busca evadir la explicación compleja de lo sucedido y simplifica la realidad diciendo que es algo ya superado y que no debe admitirse por el hecho de ser “medieval”. Tal es el tono del término que la gran historiadora Régine Pernoud ha dicho que “la Edad Media no existe”, dando a entender que ese período de 1000 años no tiene nada que ver con cómo se ha resignificado el término. Alguno puede preguntarse entonces cuál es el origen de este uso peyorativo.

El término no es autoimpuesto: fue la historiografía ilustrada la que, frente a la autoafirmación de su grandeza, y por una supuesta recuperación inédita de lo clásico antiguo, ninguneó el desarrollo intelectual que hubo en medio de esos dos periodos. Para los ilustrados, lo medieval es un período que fue solo de transición y no debía llamarnos la atención. La ilustración no hizo otra cosa más que encontrar un chivo expiatorio para todos los problemas de su época y logró así que cualquier referencia a los autores anteriores fuese absurda.

Es la llamada “falacia del progreso”: considerar que algo es bueno simplemente por ser nuevo, y juzgar lo malo por su antigüedad. Denominar algo como “medieval” es una de las expresiones más claras de esa falacia. Lo más peligroso de todo esto es que configura nuestra sociedad como un niño caprichoso que frente a las críticas no hace más que mirar al costado y le echa las culpas de todo a los vecinos. Con un mínimo repaso de la historia de la humanidad, tan solo en los últimos 100 años encontramos atrocidades mayores que las que se pueden encontrar en los 1000 años que encierra la Edad Media. Y no es que no haya habido violencia allí; la hubo, pero sin los desarrollos tecnológicos ni la deshumanización de las víctimas que encontramos en las manifestaciones del terror de nuestra historia reciente.

El peligro del lugar común en el discurso público es que no permite reflexionar sobre la realidad y, en el caso de la no conciencia de la crueldad del tiempo presente -por considerarlos de otra época-, nos vuelve indulgentes con nosotros mismos y nos inhabilita para buscar corregir nuestras acciones y autoafirmarnos en nuestros errores.