Repitámoslo una vez más: «No es cuestión de precio, ni de dinero, sino de dignidad»
Cada tantos meses, y de manera recurrente, el tema vuelve a aparecer. Lo asombroso es que se titula como si fuera una cosa novedosa pero basta con googlear para encontrar los mismos falaces argumentos. La diferencia, quizás, si puede llamarse diferencia, es que años atrás se hacía por mano propia y ahora, las últimas veces, se hace con mano ajena.
La última embestida fue en el 2014, a esta altura del año. Más o menos en días como éstos, se noticiaba que la Suprema Corte de Justicia laudó de manera definitiva un contencioso promovido por Alfredo Etchegaray, quien una y otra vez ha expresado que él ha financiado esta operación de rescate a partir de una autorización que consiguió en su momento, en la que se le otorgarían los “derechos del rescate”. De esta operación, participó también Héctor Bado y por ello sus herederos también tienen sus derechos.
Este asunto fue laudado, y por ese lado el contencioso se acabó y está claro lo que ya estaba muy claro: de acuerdo a esta sentencia definitiva, el Estado es el propietario de este símbolo de odio, aunque ratificó que los rescatistas tienen derecho al 50% de lo que se obtenga por la venta de la pieza.
Etchegaray ha dicho varias veces que ha puesto mucha plata en esto. Aclaremos los tantos: uno, problema de él que dice que se interesó en esta pieza nazi. Y dos, dado que estas operaciones se hicieron al amparo de la Ley de Cascos Hundidos (1975), fundada en el propósito de retirar basura del mar, chatarra, nunca bienes culturales, démosle coherencia a las cosas y tratemos a esta representación nazi con la misma consideración que le da la ley bajo la cual se hizo el desenterramiento: simple basura. Y si es una basura de metal, hay que fundirla y venderla como tal.
No vale nada
Esta pieza nazi, símbolo de su marina de guerra y de la burla al tratado de Versalles, desde que fue extraída del fondo del mar ha sido valuada de las más diferentes e insólitas cuantías por Alfredo Etchegaray, sin aportar ni un solo elemento de prueba de sus afirmaciones, ninguna verificada. Vayamos por partes, y sólo con unos poquitos ejemplos.
El 4 de setiembre de 2014, http://www.montevideo.com.uy/contenido/Justicia-fallo-a-favor-del-Estado-por-aguila-del-Graf-Spee-246043?plantilla=1391, el autoreferenciado financiador de la operación expresaba: “Según Alfredo Etchegaray, cuando el águila fue encontrada «la prensa inglesa llegó a hablar de que valía hasta 50 millones de dólares».”
Pero apenas unos días más tarde, el 3 de octubre del mismo 2014, bajó la euforia y publica el diario El País (http://www.elpais.com.uy/informacion/escuchan-ofertas-aguila-graf-spee.html), lo siguiente: “Etchegaray dijo a El País que se encuentra “escuchando ofertas” sobre el 50% de los derechos de comercialización del águila. Una de las empresas que promociona la venta es la casa de remates Gomensoro, que tasó esta pieza única en unos US$ 15 millones.”. En unos días bajó a menos de un tercio.
Ahora el disparatorio ha vuelto: que la pieza vale 50 millones de dólares. Según la nota publicada en Montevideo Portal, http://www.montevideo.com.uy/contenido/Gandini-propuso-que-Uruguay-venda-el-aguila-del-Graf-Spee-para-obtener-recursos-350353, “el ministro (Jorge Menéndez), según la nota del periodista de Andrés López Reilly, explicó que hubo interés de embajadas e intendentes para hacerse con la pieza”.
Desde el 2006 que se “encuentran escuchando ofertas”, pero ninguna llega por escrito ni oralmente. Simplemente, no las hay. Porque los museos son instituciones formales que tienen una gobernanza que asegura procesos de tomas de decisión sujetos a escrutinio y transparencia, no sólo respecto a sus compras y a quienes les financian sino, y fundamentalmente, a los organismos de contralor y a la sociedad en su conjunto.
De allí no ha venido ni una sola oferta. Nada. O nada presentable. Nada digno de mostrar, con hoja oficial membretada y firma de representante oficial o mejor aún, una autoridad. Nada de eso. Por el contrario, desde por lo menos el año 2014 el aviso de la casa de remates donde se publicita la oportunidad tiene el lenguaje exactamente ajeno al que utiliza un museo o una institución académica. Se inicia así: “Águila Graf Spee: Oportunidad para hacer nuevamente historia en el Río de la Plata”. Y remata el texto, de manera inequívoca: “Se escuchan ofertas”. Tal el estilo de la iniciativa Etchegaray de venta “calificada”. Un puestero de mi feria barrial tiene más sutileza para vender la mercadería seleccionada que esta exposición al mundo digital, por lo menos, impropia de la delicadeza que el problema requiere.
Alguien serio, aun utilizando el mismo medio digital, habría observado un cuidado de estilo, del lenguaje, de advertir al oferente de la necesidad de una acreditación formal de la institución a la que representa, y de una certificación del origen de los fondos que se involucrarían en la operación. Nada de eso está expuesto ni advertido para quien (no hubo nadie) aspirara a comprar esta pieza que la describen del siguiente modo: “El águila pesa entre 300 y 400 kilos y tiene 2 metros de alto por otros 2.80 m entre las puntas de las alas. En el centro de sus garras sostiene una esvástica.”.
El Admiral Graf Spee no fue como a veces se pretende describirlo una nave a la deriva en el Atlántico Sur. La posicionaron estratégicamente en el Atlántico Sur: solo entre setiembre y diciembre de 1939 hundió nueve barcos, antes de enfrentarse a tres cruceros británicos en la Batalla del Río de la Plata el 13 de diciembre. Lo que dice la historia, es que el Graf Spee provocó importantes daños a las naves británicas. Y éstas le averiaron severamente, que le forzaron a entrar a Montevideo. El comandante de la marina nazi Hans Langsdorff, lo sacrificó antes de que cayera en manos enemigas, de las fuerzas que representaban el mundo democrático. No hay nada de épico en su rescate, sino una práctica forense rapaz.
Actuemos con dignidad: a una fundición
Estamos frente a la edición 2017 de esta saga de mentiras y caza incautos. Antes, por aquellos primeros años poscrisis, el producido de la venta prometían que serviría para construir escuelas y hospitales. Pero se ha invertido tanto en esto, que esa burla ya no es atractiva. Ahora es por barcos.
Hay un ejemplo de aquellos días en los que el capitán del Graf Spee intentaba desesperadamente salvar esta nave de la muerte, que quiero una vez más rescatar y que nos marca el camino. El ejemplo de Alberto Voulminot, que se negó a reparar y a venderle repuestos a Hans Langsdorff.
La invitación a la codicia del oficial nazi chocó con la dignidad de un hombre democrático. Voulminot le replicó: «Capitán, es inútil, esta empresa no sólo no reparará al Graf Spee, sino que tampoco le venderá ni un solo elemento de los que está usted precisando». El militar nazi, en un nuevo acto de arrogancia y desesperación, le desafía: «Ponga usted el precio, pida lo que quiera, no hay límite». Y Voulminot replicó con sentido republicano, y que hoy debemos rescatar: «No es cuestión de precio, ni de dinero, sino de dignidad».
El recuerdo de los 50 millones de personas muertas en la Segunda Guerra Mundial nos lo demanda. Es el símbolo de una ideología nefasta en la historia de la humanidad. Que hay que estudiarla. Que hay que denunciar todo un intento de resurgimiento o de relativización. Y lo primero es que este símbolo no puede tener más valor que el del bronce de su peso. Que el ejemplo de un empresario sencillo nos enseñe y de valor para actuar con dignidad en esta hora: “No es cuestión de precio, ni de dinero, sino de dignidad”. Que se funda.
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