Ahora, las cuotas por Hoenir Sarthou
De callado, medio emboscado atrás del bochinche de Sendic, el proyecto de ley sobre femicidio fue aprobado en Diputados.
Podemos ahorrarnos el análisis del texto. Ya lo hice en otro artículo de Voces y, sobre todo, lo ha hecho la cátedra de derecho penal. Fue inútil. Los parlamentarios y las organizaciones feministas promotoras del proyecto no se consideraron ni siquiera obligados a contestar las objeciones de quienes trabajan y estudian la materia penal. El proyecto tenía que aprobarse, sí o sí. Y lo fue, con muy escasos pronunciamientos en contra, entre los que debe destacarse la muy sensata y fundada intervención del diputado Ope Pasquet.
El resultado es una ley discriminatoria y muy posiblemente inconstitucional, por la que la muerte de una mujer, si es causada por un hombre, tiene altísimas probabilidades de recibir una pena mayor que la muerte de un niño, o la de cualquier hombre, e incluso que la de una mujer a manos de otra mujer.
Es también una ley inútil, en el sentido de que no prevendrá la muerte de mujeres. El delito llamado femicidio suele cometerse en estados emocionales o psíquicos alterados, y, puesto que aproximadamente la mitad de los femicidas se suicidan y otra buena parte intenta o planea hacerlo enseguida de cometerlo, una agravante penal no tendrá ningún efecto disuasorio. Esto ha sido planteado por todos los técnicos en la materia y fue reconocido por los parlamentarios y hasta por las mismas organizaciones feministas.
Las dos cosas fueron dichas hasta el cansancio: es una ley discriminatoria y es inútil. Pero no importó.
¿Por qué las organizaciones feministas impulsaron una ley que no evitará la muerte de mujeres? ¿Y por qué los parlamentarios la aprobaron, sabiendo que, además de inútil, es fuertemente discriminatoria y probablemente inconstitucional?
Responder a esas dos preguntas nos enfrenta a la forma en que se define la agenda social y política de nuestro país. Mejor dicho, nos enfrenta a la forma en que se manifiesta en el Uruguay una agenda que no es pensada en el Uruguay ni tampoco para el Uruguay.
FRANKENSTEIN
El feminismo “de género”, que en el último tercio del Siglo XX ha sustituido al histórico feminismo igualitario, es una ideología nacida en los ámbitos universitarios estadounidenses. Fue y es decididamente financiada y promovida por fundaciones controladas por capitales transnacionales (Rockefeller y Soros, entre otros). Se difundió por el mundo a través de ONGs creadas y financiadas por esas mismas fundaciones. En los últimos años ha logrado convertirse en ideología oficial de la ONU y del Banco Mundial, se ha colgado de los presupuestos estatales y ha vuelto a las universidades travestida de disciplina académica, aunque la mayor parte de sus categorías teóricas no resistan ningún análisis epistemológico. En los hechos, es un extraño Frankenstein, que tiene retórica “de izquierda”, financiación hipercapitalista, publicidad masiva, vocación burocrática, pretensiones académicas y status de idea políticamente correcta.
NOSOTRAS, LAS MUJERES
Los motivos últimos por los que esos capitales han impulsado a esta modalidad de feminismo pueden ser objeto de especulación. Pero resultan obvios sus efectos prácticos: la instalación en la vida social de un conflicto superpromocionado -la lucha de “géneros”- que disimula o distrae de otros conflictos económicos, ambientales, políticos, de clase social, culturales, laborales y educativos; el copamiento de la agenda pública (el feminismo no es el único que utiliza este método) por una serie de reivindicaciones simbólicas que ni por asomo modifican las estructuras sociales causantes de inequidad; la creación de un sujeto político indeterminado e inorgánico –“las mujeres”- que es invocado por representantes autodesignadas (el giro usual es “nosotras, las mujeres”) de cuya representatividad no existe prueba alguna; la práctica de la victimización como recurso legitimador; el desarrollo de una densa burocracia dedicada a las políticas “de género”, que progresivamente se estataliza y pasa a financiarse con recursos públicos.
Los motivos por los que las organizaciones feministas uruguayas promovieron una ley que saben inútil no son difíciles de adivinar. Si se toma en cuenta que el feminismo global se asemeja más a una corporación que a una causa espontánea, es entendible que las sucursales locales deban mostrarse exitosas en la obtención de los mismos logros que sus colegas en el resto del mundo. Entonces, no importa que la ley sea inútil o inconstitucional. Lo importante es incluir el término “femicidio” en la legislación nacional y poder exhibirlo. Para alcanzarlo, no se escatimó en argumentos falaces, estadísticas y encuestas amañadas, lobby de organizaciones internacionales y, por último, la aprobación casi subrepticia de la ley en el Parlamento.
Respecto a por qué el Parlamento aprobó una ley inútil, discriminatoria y reñida con la Constitución, tampoco hay que ser adivino. El feminismo es parte importante de cierto “chicle” ideológico global. Su función es perfumar con aroma social progresista incluso a políticas que de interés social no tienen nada. Por eso es un contenido obligatorio para cualquier proyecto que aspire al respaldo de la ONU o del Banco Mundial. Se entiende entonces –aunque no se justifique- que pocos legisladores se animen a desmarcarse de ese sentido común ideológico global.
En el fondo, no es más que una nueva demostración de dónde se piensan y deciden las políticas que se aplican en nuestro país y en casi todos los otros.
AHORA, CUOTAS
El próximo paso ya está definido: la campaña por una nueva ley de cuotas de género para las próximas elecciones.
Tabaré ya adelantó su apoyo y, casualmente, lo hizo durante su viaje a New York para asistir a la Asamblea General de la ONU.
El Presidente no tiene nada de bobo. Eso nos asegura largo tiempo mediático y político destinado a la agenda “de género”. Tiempo durante el que la deuda pública seguirá creciendo sin control, las exoneraciones tributarias y en particular el vidrioso asunto de la segunda planta de UPM, si UPM no cambia de idea, no serán atendidos por nadie, la enseñanza seguirá teniendo un 70% de deserción al llegar al segundo ciclo y -bancarización obligatoria mediante- los bancos y la DGI controlarán y cobrarán todo. No, ni un pelo de bobo.
El otro aspecto es que las organizaciones feministas demuestran, una vez más, que “las mujeres”, ese sujeto político tan indeterminado como conveniente, dan para todo.
Una ley que no impedirá que mueran mujeres será seguida por otra ley que llevará o ratificará en el Parlamento, y en secretarías y cargos de confianza, a un grupo muy específico de mujeres, con formación terciaria, con militancia feminista y a menudo también partidaria, mujeres que ocupan o rondan desde hace años cargos políticos y que gozan de la confianza del partido de gobierno. Si existe una reivindicación más corporativa, creo que no me gustaría conocerla.
¿Alguien puede afirmar que “las mujeres”, así, en general, comprendiendo a obreras industriales, maestras, chacareras, hinchas de Peñarol, oficinistas, prostitutas, comerciantes, abuelas, físicas nucleares, jubiladas, lectoras de “50 sombras” y seguidoras de “El camino rojo”, por mencionar sólo a algunas, tienen interés y voluntad de que Fulanita y Menganita sean diputadas?
Si fuera así, ya las habrían votado. Tiendo a creer que, si fueran consultadas, reclamarían otras cosas.
Todo hace suponer que “las mujeres” operan como un comodín invocable, como en algún momento lo fue “el pueblo” y ahora lo es “la gente”, para encubrir otros intereses, algunos muy grandes y otros muy pequeños.
Por eso ciertas leyes terminan votándose casi en secreto.
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