Las elecciones generales de octubre de 2023 en Argentina para elegir a presidente, legisladores e incluso a algunos gobernadores de la pampa húmeda, mostraron un panorama diferente al de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en las que el incorrecto Javier Milei y su fuerza política de derecha radical La Libertad Avanza (LLA) se había alzado con la primera mayoría de forma rauda, superando a otras opciones opositoras de “buenos modales” como las de Juntos por el Cambio (JxC) de Patricia Bullrich o incluso a un oficialismo funambulista que encabezaba Sergio Massa.
En los comicios de octubre, el exintendente de Tigre y actual ministro de Economía, aventajó al resto de las opciones en disputa al crecer electoralmente en la mayoría de los distritos —especialmente en las provincias del Norte y Provincia de Buenos Aires— e ingresó al balotaje con un Milei que solo mantuvo su caudal electoral a pesar que las condiciones socioeconómicas eran propicias para un agorero de la crisis y pescador de votos iracundos.
Al calor de la coyuntura electoral, los análisis han sido múltiples y diversos, enrevesados y algorítmicos, en claves emotivas o racionales.
Por ello, en un primer momento de esta reflexión nos proponemos mirar más allá de lo evidente —apelando a la espada del augurio del análisis político– para correr la paja del trigo y abandonar algunos prismas para interpretar la contienda reciente que no echan luz sobre los acontecimientos.
En un segundo momento, plantearemos algunas claves para entender la elección que se viene en el marco de un cerrado balotaje; para dejar, en un tercer instante de la reflexión, paso a la imaginación de escenarios tentativos, plausibles o simplemente elucubrados.
En cuanto a la elección general de octubre, lo primero que se debe abandonar en el análisis es la “sorpresa de los sorprendidos con el resultado”, porque esta es una muestra más de un peronismo que como fuerza electoral vuelve a estar en el mismo lugar en el que está hace cuarenta años—entre el piso y techo de los 35% a 40%—, pero también de que Milei sería un epifenómeno pasajero producto de un día de enojo, dejando en evidencia la ciudad de la furia que ha construido.
En segundo lugar, es necesario abandonar el “Síndrome Stolbitzer” según el cual el vencedor de la PASO y/o de la general “ya ganó”, para evitar la ceguera exitista que te hace perder la mano de la victoria, como le pasó a Scioli en 2019, dejando en claro que cada elección es un partido aparte. Tercero, hay que abandonar la idea de que “no es la economía, estúpido” porque entre las generales y el balotaje aún queda tiempo para una eclosión socioeconómica como también para poner en juego el “Plan Platota”, azuzando por ende las chances de uno y otro contendiente, pero también lo hubo entre las PASO y las generales y ello no movilizó el voto únicamente con la billetera o el dólar.
En tercer lugar, hay que abandonar la idea de que “TikTok mata puntero”, porque no se entendería la victoria de los intendentes peronistas del conurbano bonaerense o la repuntada de Massa en Santa Fe; empero eso sirve para que el peronismo vuelva a seducir, pero aún resta mucho camino para saber si —al decir de Gastón Souroujon— logra enamorar.
En cuarto lugar, es necesario abandonar la idea de que un rockero sin motosierra puede seducir al voto emocional, o que Kiss sin pisar pollitos puede entrar al Colon sin problemas; es decir, Milei al ser entre las PASO y las generales un Javier de buenos modales, parece más seducir a la casta de buenos modales que a los mileiristas que lo eligieron como principal fuerza de cambio.
En quinto lugar, hay que abandonar la idea de que una elección interna cura las heridas y sutura la cohesión partidaria, ya que, sino no se entendería la sangría radical del larretismo y de Macri hacia los diferentes intersticios de la oferta en las generales que hizo que Bullrich sea la única candidata que perdió votos entre las dos contiendas.
De cara a la elección de noviembre, en la que compiten en el balotaje Massa y Milei por “un voto más” que su contrincante, hay algunas claves que es necesario observar para auscultar el pulso de la política de cara a esta apoteosis electoral. En primer lugar, el discurso de campaña de JxC y Bullrich va a ser el que va a predominar en tirios y troyanos: “todos van a matar el kirchnerismo”. Por un lado, porque Milei buscará con ello dar gala de sus buenos modales —para hacer un guiño al PRO y al electorado indeciso de su locura— pero también, por el otro, lo va a hacer Massa para despegarse de que “este no es mi gobierno” y que pueda salir a explorar el espacio exterior electoral extramuros de la fuerza que lo impulsó como se vio en la soledad de su primer discurso tras los resultados —con el claro peligro del buzo táctico que está conectado a un tubo de oxígeno en el que el kirchnerismo no te da bríos para crecer, pero sí puede cerrar la manguera que te permite subsistir.
En segundo lugar, si el carnaval del país dio cita en Gualeguaychú a la construcción de Cambiemos y su posterior metamorfosis en JxC, la puja por el liderazgo dentro de esta fuerza en la actual contienda electoral pone en claro que cada a sector va a tratar de ser la pasista que encabeza la batucada, ser el líder que organiza el sector mayoritario y emplaza a los demás a seguir su música y su rumbo, tal y como parecen serlo las negociaciones encabezadas por Mauricio Macri para que Bullrich vaya a los brazos de Milei, compeliendo a larretistas y radicales a sacar los pies del plato o aceptar en ascuas tomar caña con ruda en pleno octubre.
En tercer lugar, la mayoría de las interpretaciones sobre la elección venidera, ponen el acento en que el balotaje se gana con más democracia schumpetereana, es decir mirando cómo circulan o transfugan las élites de una fuerza a la otra, creyendo que ello lleva como flautista de Hamelin al electorado que los votó; sin embargo, eso desconoce la fortaleza de nuestra democracia neoliberal contemporánea, en la que los votantes se asemejan más a individuos que hacen zapping electoral cambiando sin tapujos de una fuerza política a la otra.
En cuarto lugar, la elección venidera, debería está plagada de más TikTok (aunque paradójicamente esto debería ser capitalizado por Massa) y más marchita (y esto por Milei que aún tiene que horadar votos de un peronismo no kirchnerista, como el de Schiaretti, por ejemplo); pero también, nos vamos a encontrar con el choque entre una campaña del miedo por parte de Milei asustando con una hiperinflación versus una campaña del terror de Massa asustando con un Milei que pisa pollitos o dolariza.
En quinto lugar, es importante comprender que Córdoba no es Ohio, el típico swing state de la contienda americana que, acorde a como soplen los vientos, decanta por republicanos o demócratas haciéndolos perder o ganar una elección, porque el antikirchnerismo y el protorradicalismo de los cordobeses va a tornar difícil que Massa los convoque tomando fernet y cantando La Mona a que lo voten, porque va a ser muy difícil que se saque el traje de peronista afín a Cristina y porteño cajetilla. Solamente si, como Pedro, logra negar tres veces —el kirchnerismo, el peronismo y su centralismo— va a poder convocar los votos de la región centro —Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos—para no quedar en la cruz del resultado del balotaje.
A manera de colofón, si pensamos la Argentina del 2024, más allá de la contienda electoral, hay dos estigmas que difícilmente puedan borrarse de lo que aconteció —y pueden ayudarnos a comprender lo que vendrá— que son la histórica inercia argentina, por un lado, a volver a la política un juego bimodal —de peronistas y radicales, kirchneristas y cambiemitas, gallinas y bosteros, canallas y leprosos, entre otros— y sistemáticamente vivir, por el otro, en una situación de vilo por una crisis permanente.
Con estos dos marcos analíticos para pensar la Argentina postelectoral, es posible señalar que: por un lado, si gana Massa, el primer año y medio observemos un armado político transversal a los partidos tradicionales (PJ/UCR) y una fuerza opositora que raigambre a los partidos nuevos (PRO/LLA) por ser la principal voz antagonista; pero también es muy probable —tomando en cuenta las experiencias de otros líderes incorrectos que encabezaron fuerzas de derecha radical como Donald Trump o Jair Bolsonaro que azuzaron la toma del Capitolio y el Palacio del Planalto respectivamente— que vivamos un año y medio de puro vandalismo político. Por el otro, si gana Milei, a pesar de los guiños iniciales al PRO, va a querer emprender un partido contra el resto del mundo, al menos durante dos años — si no quiere perecer por un juicio político— que es el plazo en que dura en el gobierno la efervescencia de las fuerzas anti status quo hasta volverse casta. Ello va a permitirle dar bríos al mileirismo (fuerza sociopolítica de derecha que cohesiona las versiones de buenos, malos y radicales modales), emplazando al peronismo a un juego de fuga y desintegración o parálisis gubernamental y conflictividad social que alquila helicópteros.
Con una elección de segunda vuelta para alquilar balcones, la sociedad argentina no puede ser espectadora del resultado, porque ello obnubilaría la posibilidad de mantener con vida a la democracia como forma para resolver los conflictos, pero tampoco puede ser la esperanza de cambios radicales porque ello implosiona un sinnúmero de logros y pasos realizados durante cuarenta años para que más gente coma, se cure, se eduque y —al final del día— vote.
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