Bajo siete llaves
Suele definirse como anadeo a la forma de caminar de los pingüinos: un balanceo entre una dirección y otra mientras avanzan.
Por eso, sólo como figura literaria, muchos podrían calificar de pingüino a Raúl Sendic porque ha logrado confundirlos con su forma de ir hacia la definición de lo que llamaríamos “su problema” (quizás el singular sea excesivamente piadoso y haya que usar el plural “sus problemas”).
Luego del diploma imaginario (que sólo vio la Tronca en un acto metafísico de la cultura vudú), de las denuncias aún no probadas sobre Ancap (pero que atiborraron los juzgados) y de los infantiles gastos con su tarjeta corporativa (incluyendo el short al que aludió, sin pudor, el gaucho payador, y que se ignora si tenía rayitas), ha anadeado bastante. Y por eso tiene locos a unos cuantos: locos de bronca, locos porque no lo comprenden y hasta locos de alegría (siempre hay enfermitos sueltos).
Escribió Alexis Carrel –quien además de inventar aquel “líquido Carrel” de nuestros abuelos fue médico y un intelectual ante el cual mi encendido pensamiento rinde una decorosa pleitesía-: “Nada es tan difícil para el espíritu humano como captar la realidad, por lo que hay personas incapaces de observar exactamente qué pasa con ellos y alrededor de ellos”.
El hijito del Bebe no ha captado debidamente la realidad. Es un hecho.
De cierto titubeo, mirando de costado al pastor masón a ver si lo seguía apoyando, y también viendo hacia la interna del Frente Amplio –donde no han parado un instante los susurros que chocan entre sí y causan un desconcierto carnavalesco-, creo que fue después de escuchar a Javier Miranda en su enérgica declaración, ladeando la boca y alejando a los periodistas ante el peligro de un no intencionado riego salival, sobre el sobre lacrado del Tribunal de Ética introducido en una caja fuerte bajo siete llaves, que decidió dar “la pelea por su verdad” en los comités de base; sí, allí donde lo más común son saludos, abrazos, chistes sobre “rosados”, gente que va y viene y mate, mucho mate con el consiguiente chupeteo (incluido el ruidito final, para no dejar ni una gota de saliva).
Sin embargo, de este arranque bagual nació un reconocimiento.
Las primeras declaraciones de Raulito, sin que él tenga la menor idea de su logro, hizo que un disparate de Camilo Cela, hijo de su afán por tocarle la colita a la formalidad, adquiriera inesperada celebridad: “Quisiera desarrollar la idea de que el hombre sano no tiene ideas. A veces pienso que las ideas religiosas, morales, sociales, políticas, son simples manifestaciones de un desequilibrio del sistema nervioso”.
¡Bien guacho, reivindicaste al autor de “La colmena”!
Pero, lector, a decir verdad, yo no creo que Sendic tenga desequilibrado su sistema nervioso. Quizás, sí, un poco borrachito –metafóricamente- porque su grito libertario al estilo de “¡no me voy aunque me echen”! no sólo sorprendió, sino que hizo brotar erupciones cutáneas molestas en numerosos capitostes frenteamplistas.
La cuestión es que el hombre, entre afán y disparates, entre empecinamiento y varias contradicciones, está ahí, levantando los brazos, lanzando globos de colores, mirando a ver si hay una cintita inaugural que cortar, abrazando señoras obesas y a esos militantes barbados a los que ve por primera vez.
La cosa, me imagino que pensarán el pastor masón y el gaucho payador, es qué hacen con este hombre. Y con lo que va a quedar de Mirandita y del Plenario si el tipo decide pasarse por las entretelas lo que se resuelva con el mínimo de formalidad que pueda rescatarse de este proceso esquizofrénico.
Como la tortuga judicial no modificará su ritmo… ¿Lo echan a patadas en el traste, pase lo que pase? ¿Lo becan a una universidad cubana? ¿Lo reivindican, con lo cual se compran un crédito impagable de problemas hasta las próximas elecciones? ¿O lo convencen de atenderse, o sea de hacer terapia?
Esta última hipótesis me seduce, lector, porque yo siempre pienso en las explicaciones que ofrece la etología, admirable ciencia: en el ser humano, como en sus antepasados, existen mecanismos desencadenantes innatos. Hay un problemita: las relaciones entre la excitación y la reacción. Según los etólogos todo depende de la capacidad del animal (bueno, en este caso de uno supuestamente evolucionado) de reconocer debidamente lo que desencadena su reacción. Y parece que hay casos –una hembra del espinoso que reacciona frente a una bola de plastilina roja que se agita en zigzag y ella danza para el cortejo como si fuera un macho- que confunden.
¿Estará Sendic, como si fuera un peritrrojo confundido, luchando con un hacecillo de plumas color bermejo que le pusieron delante, cual burda imitación del natural?
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