Bienvenida desobediencia por Nelson Di Maggio
El año pasado transcurrieron 200 años del nacimiento de Henry David Thoreau (1817-1862), múltiple personalidad estadounidense (poeta, escritor, naturista, filósofo, entre otros muchos oficios), con escasa repercusión pública. En 1848 efectuó una conferencia publicada un año después con el título Desobediencia civil, origen de un pensamiento de enorme influencia en el siglo veinte, vigente aún hoy, al instituir la desobediencia civil como el acto de no acatar una norma impuesta y de obligada ejecución, de manera pacífica y no violenta contra la autoridad democráticamente establecida, con la finalidad de rectificar una decisión ética y moralmente considerada injusta.
Antes, en 1846, había sido encarcelado al negarse a pagar impuestos por su oposición a la guerra mexicano-estadounidense, las leyes sobre la esclavitud y las comunidades indígenas. «El gobierno no debe tener más poder que el que los ciudadanos están dispuestos a concederle», sentenció.
Thoreau influyó en escritores (Tolstoi, Yeats, Hemingway, Upton Sinclair); urbanistas (Lewis Mumford); políticos (Ghandi, Luther King); los movimientos obreros británicos, la lucha por los derechos civiles, la rebeldía hippie; las protestas antibélicas, los ambientalistas, los Indignados, la contracultura son algunos de los numerosos prolongamientos y puesta en acto de sus ideas.
Esperando a Thoreau: expresiones desobedientes, muestra inaugurada en el Centro Cultural de España (cce), proviene de Madrid con curadoría de Gerardo Silva Campanella. Es contundente y rompedora. Es arte político, un sacudón a las mentalidades adormecidas y complacientes. Si es que el espectador, sorprendido en la propuesta de videos, instalaciones y temas de resonancia social inmediata, más frecuentes en economistas y políticos que en la experiencia artística, encuentra la capacidad de detenerse en la absorbente lectura de textos y poderosas imágenes, para sentir la golpeante denuncia de videastas griegos —admirables formalmente—, al desocultar la trama de explotación de los grandes consorcios internacionales citando una letanía de pensadores, intelectuales y teorías que increpan a las figuras emblemáticas del capitalismo salvaje. Impactante, realmente.
Esperando a Thoreau: expresiones desobedientes también convocó a ocho artistas españoles y agregó a dos uruguayos unidos en una propuesta que se revelan desobedientes «porque cuestionan la relación entre los individuos y las instituciones sociales y políticas que gestionan la vida». Son, en efecto, trabajos cuestionadores que hacen de los nuevos soportes visuales un instrumento liberador: reivindicar la memoria histórica para las víctimas olvidadas de la guerra civil española a 80 años de la tragedia (Abel Azcona); apropiación y subversión de las estrategias fiscales que emplean los poderes financieros (Núria Güell); afiches en las calles para producir mensajes desobedientes (Dosjotas); retratos de las 100 personas más poderosas del distrito financiero de Londres distribuidos en la calle similares a los que la policía hace con la búsqueda de delincuentes (Daniel Mayrit); el problema de los migrantes y la integración a la sociedad española (Daniela Ortiz), para citar algunos.
Dos uruguayos están en otro ritmo discursivo. Fernando Foglino propone la instalación Cerdos inmobiliarios: mientras hay miles de personas sin acceder a una vivienda, hay 46 mil en Montevideo abandonadas e ironiza con el chanchito-alcancía —símbolo del ahorro— la inutilidad de tenerlo; Luciana Damiani se interroga sobre la identidad uruguaya en una máquina de escribir con las letras cambiadas que conducen a resultados incomprensibles. Faltó un catálogo a la altura del removedor y necesario discurso de investigación.
En la planta baja del cce se exhibe El gran río: resistencia, rebeldía, rebelión, revolución, una intervención cultural colectiva, también española, tan precisa en el título como confusa en su formalización; solo entendible en un largo video y acaso con ayuda del enorme catálogo, único ejemplar disponible en sala.
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