Cadena nacional
Recientes cavilaciones, que confieso algo afiebradas pues tuve una infección, fijaron en mi mente el adjetivo “ridículo”. No revelaré aún el hecho que pudo haber producido esa compulsión reflexiva.
Sin embargo, es un hecho que, breves días después, me hallé confundido acerca de los alcances de ese vocablo en el mundo político –nada menos que yo, el gran pensador autóctono que pretende esclarecer (¿o mejor hornear?) a las masas- y ahora me he propuesto desarrollar algunas ideas con usted, lector, a ver si, aun apelando a una improbable ósmosis, logramos que nuestros pensamientos se crucen y en un punto coincidan de modo satisfactorio.
Ridículo proviene de ridiculez, sustantivo femenino (aclaración necesaria pero que, ya hecha, me induce a la preocupación sobre eventuales acusaciones de incurrir en actos de discriminación), y sus acepciones más comunes son “dicho o hecho extravagante o irregular” o “cosa pequeña o de poco aprecio”.
Bueno: ahora sí lo digo. La cadena televisiva nacional de la Presidencia de la República, con la cual se respondió a reclamos de sectores rurales, y cuya lectura, a través de obvio telepronter, fue hecha por el ex periodista Fernando Vilar –dejó de serlo a mi humilde juicio luego de lo que hizo- explotó como una soberana, contundente e incontestable ridiculez.
No me haré el distraído.
Esta triste peripecia comunicacional ha sido sabrosa comidilla en medios de prensa, en las redes sociales y, ciertamente, en mostradores de boliches y mesas de bien regados asados familiares o entre amigos.
Fue un hecho extravagante e irregular –dejemos por el momento la otra acepción- en primer lugar porque la relevancia de la respuesta, le haya gustado o le haya inflamado las gónadas a la gente del campo, imponía que quien apareciese en pantalla –mala suerte si con la cara de Vázquez, de Benech, en este caso hubiese sido terrible impresión, o la de Astori, porque no era una cuestión de estética- no fuese un representante oficial del gobierno.
Contratar a un buen señor con una larga trayectoria periodística, que vive –aún le pasa- teniendo espasmos a causa de su ego, vestido de manera lustrosa como si fuese a apadrinar el casamiento de su hija con un millonario árabe, maquillado como para desfilar para el inefable Giordano, sonriendo de costado a cada rato, como si a cada rato el armenio Keoroglián le hiciese un chiste, y hablando a una velocidad de concurso auspiciado por pastillas para la garganta Ernex, fue otro hecho extravagante e irregular y, en este punto sí, también una cosa pequeña y de poco aprecio.
Sería muy interesante, no sólo periodísticamente, sino desde el punto de vista de las teorías psiquiátricas, porque desde Pinocho Routin para acá pocas teorías se han sostenido, saber a quién se le ocurrió tamaño dislate.
Entonces juguemos un poco con las hipótesis, lector, total… para la pelota que suelen darme en los cenáculos (perdón) académicos pese a mi peso intelectual…
¿Fue al propio presidente Vázquez? Si así hubiese sido deberíase investigar la duración de las calenturas nacidas años ha en los tablones en la emotividad de quienes tienen las más altas responsabilidades públicas; y también, quizás, dicho con el mayor de los respetos, las consecuencias, en momentos precisamente de nuevas erupciones de esas violentas tormentas anímicas, de una avanzada edad.
¿Fue una sugerencia de alguien muy cercano de su entorno? A ver… al Ministro Benech creo que si pasa al lado ni lo reconoce; así que ése, no. ¿El Ministro de Economía? Algo difícil, porque el soberbio canoso amarillento es más bien reculón y el pastor masón estaba pasado de rosca.; así que Astori tampoco. ¿Roballo? Quizás hubiese tenido un accidente diarreico antes de hablar. No, ni loco. ¿Mirandita? Bueno, mi amigo, tampoco la pavada. ¿Salgado? Está discutiendo con el pelado Martínez por el subsidio y con Novick por el rendimiento del supermercado. Otro fuera de juego. ¿El Pato Celeste? Ese juega con el gaucho verseador o directo con Maduro.
O sea que… Si Durán Barba no está contratado acá…
No eludamos la conclusión inexorable: fue el propio jefe máximo.
Ahora bien, ¿qué podría decir en su favor, luego de perpetrar la más grande ridiculez imaginable en materia de comunicación institucional trascendente?
-El bosque no me ha dejado ver el árbol.
-Yo dije “que lo haga Vilar” porque es astrológicamente signo de tierra y al final, quién iba a pensarlo, como yo soy agua, hicimos barro.
-No soy dueño de la verdad, pero puedo comprarla o contratarla por unas lucas y que salga la cara de un muñeco.
-Mi ingenio creyó en el éxito de las pequeñas cosas, achicando esta discusión; pero nunca pensé que se me iban a venir encima tantos microbios.
-En el Club Arbolito estas pelotudeces me salían bien.
¡Uy, por las barbas del profeta! No la vamos a embocar, lector, y podemos terminar locos.
Ya pasó. Fue una ridiculez histórica, el presidente es posible que haya recibido ya una reprimenda de María Auxiliadora y hay entre nosotros un periodista menos (y no por haberse jubilado, sino culpa de la ética, esa chica malvada).
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