Muchos de los nuevos migrantes venezolanos no descienden de barcos o aviones. Por el contrario, vienen caminando, recorriendo largos trayectos llenos de peligros e incertidumbre. Los impulsa el deseo de un nuevo comienzo.
Uruguay se encuentra lejos geográficamente de la crisis migratoria que se vive en las fronteras de Venezuela con Colombia y el norte brasilero. Por eso, poco se conoce sobre el fenómeno de los “caminantes”, cientos de miles de venezolanos que han huido a pie con la intención de buscar refugio. A Uruguay también han llegado.
A estas personas les toca atravesar sabanas, selva tropical, ríos, montañas, extremo calor y climas gélidos. Son la expresión de la lucha por la supervivencia, y el rostro de lo que ha generado la dictadura chavista en sus compatriotas. No hay números exactos de cuántos venezolanos se han desplazado por América Latina de esta forma. Sí se sabe que son cientos de miles. Caminan, duermen en el borde de la ruta, hacen paradas en campamentos, comunidades rurales o plazas de ciudades, y siguen hasta un destino no muy claro, marcado por la necesidad y el hambre. Puede ser Colombia, Ecuador, Perú, Chile… Brasil, Argentina, Uruguay.
Hacia la Banda Oriental
Es verdad que más de la mitad del movimiento migratorio de ciudadanos venezolanos al Uruguay ha sido ordenado y planificado. Distingue porque tres cuartas partes de esa población se encuentra en edades jóvenes y con elevado perfil académico y profesional. Pero también es verdad que no son pocos los testimonios de supervivencia, y la historia de los caminantes merece ser conocida.
De los casi 15 mil venezolanos que hoy residen legalmente en Uruguay, la mayoría llegó al aeropuerto de Carrasco. Y antes de que se piense, no fue por tener cuantiosos recursos: mucha de esta gente tuvo que vender sus efectos materiales, incluyendo su casa para aquellos que la tenían, y ahorrar varios años para costear un boleto aéreo e iniciar de cero su vida, en el mejor de los casos, con algunos pocos dólares.[1] Pero otros miles ingresaron por el puerto de Colonia del Sacramento 0 vía frontera terrestre, principalmente en Chuy, Fray Bentos y Paysandú.
Atravesar Brasil
Hay dos rutas principales en la difícil travesía que hacen los caminantes hasta este punto del Cono Sur. La primera atraviesa Brasil y comprende unos 7.300 kilómetros. Parte desde el oriente de Venezuela, generalmente desde la ciudad de Puerto La Cruz, donde un bus los lleva hasta la ciudad de Puerto Ordaz, y luego a Santa Elena de Uairén, frontera con Brasil. Ahí inicia la caminata. No pocos cruzan la línea por puntos irregulares, porque la corrupción entre las autoridades venezolanas es ruin y no falta quien retire la cédula o el pasaporte y luego te pida “recompensa”.
Desde Santa Elena de Uairén siguen hasta Boa Vista, capital del estado Roraima. Ahí hay campamentos y albergues de refugiados. Si usted quiere tener una ilustración de lo que estamos hablando, puede buscar en Google “Refugiados venezolanos en Boa Vista” y en esas imágenes verá la vida de estos caminantes. De Boa Vista de continúan a Manaos, capital del extenso estado Amazonas, donde hay dos posibilidades para la travesía hasta Porto Velho, la siguiente parada: seguir por una de las carreteras más peligrosas de Brasil de casi 900 kilómetros en el corazón de la selva amazónica (BR-19), o tomar un barco y navegar cinco días el río Amazonas y el Madre de Dios. Desde este nuevo punto se sigue a Cuiabá y posteriormente a Porto Alegre para enfilar hacia el Chuy y pisar suelo uruguayo.
El camino andino
La segunda ruta es de mayor complejidad. El recorrido comprende unos 10.500 kilómetros. Se usan buses locales para los tramos largos y puede durar semanas o meses, dependiendo de las posibilidades económicas de cada migrante. Los venezolanos salen desde su ciudad de origen hasta el estado Táchira para encontrarse con la frontera colombiana y la ciudad de Cúcuta, hoy famosa lamentablemente por los campamentos de refugiados y la terrible crisis migratoria. Ahí comienza la campaña de atravesar por lo ancho este país enorme y diverso. Del frío de la Cordillera de los Andes, al trópico de la selva, hasta llegar a la ciudad de Ipiales en el departamento de Nariño y hacer cola varios días para cruzar el Puente Internacional de Rumichaca, frontera con Ecuador. Siguen el camino a Quito y luego llegan al Perú, el segundo país con más cantidad de migrantes venezolanos. Desde ahí inicia un descenso hasta la ciudad peruana de Tacna para cruzar a Chile, adentrarse en el desierto de Atacama, una parada en Antofagasta y continuar a Santiago, donde toca nuevamente la Cordillera. Una vez del lado argentino se hace el recorrido de Mendoza a Buenos Aires, y desde ahí en ferry a Colonia del Sacramento o por bus hasta Gualeguaychú o Colón en Entre Ríos, para finalmente llegar al Uruguay.
Estos caminantes han hecho esta travesía buscando nuevos horizontes y sobre todo huyendo de la oscuridad que instaló la dictadura en Venezuela. Algunos, sobre todo aquellos que vinieron por la ruta andina, generalmente tuvieron experiencias de migración en los países de tránsito y no pudieron conseguir empleo o las condiciones de integración les fueron muy difíciles, tanto, como para echarse a andar nuevamente. Siguen llegando a Uruguay, de a poco, porque como sabemos la movilidad está reducida drásticamente. Quieren integrarse, aportar y convivir. Y tienen una historia a cuestas, difícil, compleja, pero llena de aprendizaje y de esperanza para florecer lejos de casa.
Leyenda de la imagen adjunta: Libro “Venezolanos en el Uruguay” de Ángel Arellano, editado por la Fundación Konrad Adenauer.
[1] Hemos recopilado estas historias en el libro “Venezolanos en el Uruguay”, disponible de forma gratuita en dialogopolitico.org
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