Chimpancés en nuestra política.
Desde que me ha dado por incurrir en relecturas de Lao Tsé, quizás el primero de los místicos orientales que aún merece atención, me siento en un estado de beatitud, de serenidad espiritual –siempre tratando de ahuyentar al aburrimiento, cosa insistente que sólo lleva a la desconcentración, cuando no a prácticas más vulgares que prefiero no describir- cuya primera consecuencia ha sido el deseo de ayudar a los demás.
Por ejemplo, viendo el despelote consistente, variado y hasta divertido que tiene el Frente Amplio con sus eventuales candidaturas futuras, sobre todo a la Presidencia de la República, claro, porque de ahí no se bajan ni a hondazos, se me ocurrió una lista generosa, con aportes quizás originales, sumados a detalles significativos de cada una de las personalidades que paso a mencionar.
Qué sé yo. Entre leer esto o ver una serie de Netflix, tal valga la pena prestar atención mientras se toma mate o un vinito de damajuana.
Constanza Moreira (como buen feminista, comienzo por las mujeres). Asegura dos corrientes muy diferentes: una, tipo auto convocación a marcha camión, sacando o actualizando pasaportes de apuro con la idea fija de huir del país hacia destinos menos peligrosos; otra, munidos sus integrantes de hoces y martillos, dispuesta a clavar al capitalismo en una cruz pagana y asumir la expropiación –bien dividida entre todos, de eso ni hablar- como matriz de acción ideológica. Es posible que, además, muchos militantes decidan finalmente arreglarse la dentadura para parecerse a la candidata (aunque desde un punto de vista realista sea algo así como la prueba de la existencia de Dios). Están asegurando discursos encendidos en los barrios, con sandwichitos y licuados de ananá con algo de ron cubano.
Lucía Topolansky, injustamente conocida por “La tronca” hasta entre sus supuestos amigos; yo pensé en un momento que, si se mete en campaña, tendrá que cambiar ese apodo: podría ser “La ramita”, pero al momento de escribirlo ya lo estoy descartando porque no va con su personalidad y deja abierta la puerta a interpretaciones peligrosas. Con ella se tendría asegurado al gaucho verseador, su marido que anadea constantemente, que seguramente colocaría como asesor principal, pero en la chacra, evitando pedirle consejos después del almuerzo por razones obvias. Tiene de bueno que no confronta demasiado, que disfruta del diálogo, aunque después se pase por las entretelas –es una metáfora- todo lo que dijo y en una de esas prometió. Es que contra mayor es la memoria y la tendencia a ver cosas que no existen, especialmente diplomas.
José Mujica, el esposo de Lucía, que así como te dice una cosa después te dice otra, es un tipo que discursea estilo chicle, dejando la impresión de que mezcló lecturas de Paulo Coehlo, Gramsci, Gabriel Rolón y letras cantadas por Gardel en Clarín a las horas pares, más algún aporte de Pinocho Routin. Ideas, parece tener un montón. Pero se advierte que, quizás por razones biológicas, se le entreveran y, por ese tonto tropiezo, no lleva a término ninguna. Hay quienes, y no son pocos, a los que les cae no sólo simpático sino inspirador. Ya estuvo a punto de fundir el país –con las mejores intenciones no comprendidas, por supuesto- pero no veo motivos para no darle una segunda oportunidad. ¡No, para terminar la demolición, no, por favor!
Después viene un pelotón encabezado por Danilo Astori, el soberbio canoso amarillento, que corre de atrás desde tiempo, más que Larrañaga, pero todo el mundo dice que es inteligente aunque no tenga votos; pregunto: ¿si no tiene votos, para que incluirlo en esta lista?; como dijo el italiano: “per jodere”. Están también los intendentes Martínez, Orsi y Lima, a quienes yo llamaría “fantasmas de la ópera”: están, pero a veces no, hablan y dejan más interrogantes que Paco Casal, sobrevuelan los sitios clave pero por ahora se niegan a aterrizar, aunque cada uno ya hizo su plancito de construcción de la candidatura sin recurrir a la Agencia Nacional de Vivienda. Y queda Javier Miranda. Caramba… ¿Qué asegura Mirandita? Camisa arremangada como obrero de la construcción, cuando nunca agarró una pala, discursos salivares y con la boca torcida y menos ideas sobre el futuro que las de una ameba; pero hay gente -¿serán enemigos?- que lo palanquean. Bueno, ellos sabrán y si él se quiere comer la pastilla, ni Lao Tsé, si viviese, se lo negaría.
Mi consejo final. Es tal el bolonqui –y he dejado afuera a propósito al Pato Celeste, a Marenales, a la Goyeneche y a Kanela- que volveré a recomendar una visita de toda la fuerza política al zoológico de Arnhem, en Holanda, donde al menos se demostró que los chimpancés chillan, gritan, dan golpes a las puertas, tiran objetos, piden ayuda y después hacen las paces, dándose un abrazo o un toque amistoso”.
Los chimpancés encajarían perfectamente en nuestra política.
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