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Combate terminológico: la batalla por el relato por Marcel Lhermitte

Combate terminológico: la batalla por el relato  por Marcel Lhermitte
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En los últimos días del mes de julio, en la ciudad de Panamá, presencié un intercambio de personas vinculadas al mundo sindical en donde se debatía sobre unos nuevos integrantes de la bancada legislativa del país canalero, que cuentan con una corta trayectoria política, y se habían adueñado de la bandera de la lucha anticorrupción, a pesar de que ese había sido un estandarte histórico de las fuerzas de izquierda.
El intenso debate, luego de varias intervenciones de los militantes sociales presentes, concluyó en una palabra que está tan de moda en los últimos años: el relato; o dicho en forma más precisa, la batalla por el relato y el combate que se genera por la terminología correspondiente.
Dice el sociólogo francés Pierre Bourdieu que “el que nomina, domina”. Cuatro palabras cargadas de un inmenso significado en lo que tiene que ver con la estrategia política y fundamentalmente con el storytelling, el arte de contar historias.
Quien logra establecer y hacer predominar un relato sobre los demás existentes es quien tiene las mayores posibilidades de dominar la narrativa política, de ahí la importancia de la construcción del relato y, por ende, de la profesionalización y dedicación que se le dedica a esta “herramienta de dominación”.
No fue casual que en la primera elección de Nayib Bukele, el ahora presidente nominara con el frame “los mismos de siempre” a todos los integrantes del sistema político de El Salvador, haciendo gala del ya consagrado “son todos iguales” los que se integran la oferta electoral del Pulgarcito de América y se repiten una y otra vez.
Tampoco fue inocente el famoso marco cognitivo de “pacto de corruptos” instalado en Guatemala, que refería a quienes detentaban el poder del país centroamericano y que tenían secuestrada a la democracia de la nación, hasta el reciente advenimiento del presidente Bernardo Arévalo.
Pero más allá de frames y de relatos que han marcado historia en América Latina, en los últimos años –de manera similar al que muchas veces hacen las barras bravas del fútbol cuando sustraen banderas de las tribunas adversarias–, se ha constatado el uso de terminología que fue tomada por las fuerzas conservadoras y que antiguamente eran estandartes de los colectivos progresistas.
Uno de los primeros y más notorios ejemplos fue el uso del frame “casta” política, que el actual presidente argentino, Javier Milei, ha popularizado y matrizado en su relato de los últimos años, al punto que actualmente es una bandera de todos los colectivos libertarios, no solo del Río de la Plata, sino del mundo de habla hispana.
Pero los orígenes del término casta no los tiene Milei, ni tampoco Vox, el partido ultraderechista español que también lo acuñó, de quien seguramente toma prestada la palabra el mandatario argentino. Quienes comienzan a nominar en su relato a la casta en el mundo hispanoparlante fue Podemos, el colectivo liderado por Pablo Iglesias, a partir del 15-M.
Quienes nacieron como producto de la indignación social y se rebelaron contra el sistema nominaron casta básicamente a los poderes fácticos y a gran parte del poder político-partidario, entre ellos los bancos, los partidos tradicionales como el PSOE y el PP, el mercado, etc. En cambio, para los libertarios y grupos de extrema derecha la casta es el político tradicional. En resumen, para ambos la casta forma parte de la nominación del enemigo en el relato.
Otro término que era estandarte de los colectivos de izquierda era la libertad, pero a partir de la pandemia fundamentalmente, los colectivos conservadores se empoderaron de él para defender su tesis de no establecer reglamentaciones que permitieran a los trabajadores quedarse en sus hogares para así garantizar la vida.
Incluso, la libertad comenzó a ser utilizada como frame en varias campañas electorales de derecha, entre ellas la última presidencial chilena, en donde el candidato a jefe de Estado del Partido Republicano, José Antonio Kast, afirmó que en los comicios se debía decidir entre “la libertad o el comunismo”. No parece casual que, en el mismo año 2021, en las elecciones autonómicas de la comunidad de Madrid, la candidata del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso, propusiera exactamente el mismo marco cognitivo que el transandino: libertad o comunismo.
Dentro de estos combates terminológicos, en donde los colectivos conservadores han tomado frames que pertenecían a los progresistas, y del que existen varios otros ejemplos, es peculiar cómo estos últimos no han ido por algunos marcos cognitivos de sus adversarios. Quizás, uno de los que más llama la atención es “provida”.
Provida, se ha consagrado por los integrantes de los colectivos conservadores como un término para nominarse a sí mismos y que alude a la lucha contra la interrupción voluntaria del embarazo, fundamentalmente, pero también en algunas naciones refiere a la eutanasia. En su espíritu, el significado está dado en ser los defensores de la vida.
Por contraposición, aquellos que son defensores de la interrupción voluntaria del embarazo, quedan terminológicamente despojados de la defensa de la vida, cuando en verdad es un marco cognitivo falso, ya que una de las principales banderas de quienes tienen esta posición es justamente brindarle las garantías básicas para que las mujeres que realicen esta práctica no mueran, por lo tanto, también son defensores de la vida.
Pero, como dice Bourdieu, el que nomina domina, y son las fuerzas conservadoras quienes están trabajando más arduamente en la construcción del relato, al punto de apoderarse de terminología que antes no era de su uso cotidiano y constituían valores de sus adversarios.
Dice el escritor francés Christian Salmon que la gente ya no compra productos, sino las historias que estos productos significan. Esta sentencia, proveniente del mundo comercial, también se aplica a la comunicación política. Cada uno de nosotros estamos bajo el influjo del storytelling y será el arte de nuestra narrativa lo que nos llevará a hacer valer nuestras ideas.

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