Comedia absurda, sin renuncias por Hoenir Sarthou
El Consejo de Ministros se reunió en Pueblo Centenario en pleno febrero, el mismo verano en que todas las playas del país se vieron invadidas por cianobacterias. El mismo año en que quedó en evidencia que prácticamente toda el agua del país está contaminada y que OSE no puede brindar agua segura para el consumo humano.
En Pueblo Centenario estuvieron el Presidente y todos los ministros.
¿Alguien oyó de los máximos jerarcas del Estado alguna disculpa por haber permitido la contaminación o por no haber advertido sobre ella? ¿Se planteó algún plan urgente para combatirla?
No, ¿para qué?
El Presidente reconoció que el Río Negro está contaminado. Pero, en lugar de tratarlo como un problema, lo usó para decir, con cara de canchero, que “UPM todavía no está instalada y el Río ya está contaminado”. O sea que la contaminación no es culpa de UPM y, por ende, la planta puede hacerse “y se va a hacer”.
El razonamiento del Presidente sólo tiene lógica si se asume que lo de Pueblo Centenario no fue un Consejo de Ministros sino un acto para publicitar a UPM2.
En un Consejo de Ministros en serio, el tema obligado habría sido la contaminación del agua potable y la invasión de las playas por cianobacterias, dañando a la industria turística y al esparcimiento veraniego más popular de los uruguayos. Pero en Pueblo Centenario no era esa la intención.
En un país en serio, el problema generalizado del agua, ocurrido sin aviso ni previsión, habría acarreado la renuncia –con o sin pedido presidencial- de los responsables técnicos y de los responsables políticos del área. Pero en el Uruguay no. Acá, tanto el Presidente como los responsables del tema se presentan olímpicos a confirmar que agregarán una nueva fuente de contaminación a un río ya contaminado. No les pasa por la cabeza la idea de que deban dar explicaciones por lo que ocurre y anunciar soluciones. Para nada, como si la contaminación fuera efecto de la voluntad divina, y no de actividades que deberían ser controladas por el Estado, por ellos mismos en tanto gobernantes del Estado.
¿Cómo llegamos a este estado de cosas, en que todo un equipo de gobierno puede usar una desgracia nacional para jactarse y hacer anuncios que comprometen aun más el recurso natural afectado? ¿Cómo llegamos a que para un Presidente uruguayo sea más importante concederle lo que pide un inversor extranjero que atender un problema gravísimo del País y de toda su población?
Tengo una hipótesis de cómo llegamos a eso. Se relaciona un poco con la ignorancia y otro poco con la desfachatez.
Un presidente, un ministro, un legislador, son a menudo dos cosas. Por un lado, hombres o mujeres de su partido, y, por otro, funcionarios del Estado. Su profesión consiste, necesariamente, en aunar los intereses de su partido con los de la sociedad. En rigor ético, llegado el caso de que los intereses de su partido se contrapongan con los de la sociedad, deberían anteponer los de la sociedad.
Sin embargo, nos hemos acostumbrado a dirigentes políticos que son ciudadanos de su partido y no del Uruguay. Muchos cuadros intermedios del gobierno –y algunos de la oposición, me temo- ignoran esa doble función. Están convencidos, casi de buena fe, de que la única exigencia que puede hacérseles es ser leales a su partido, a sus líderes, y a la conveniencia electoral de ambos.
Sólo así se explica que todo un equipo ministerial, carente de vergüenza cívica, se presente con cara de piedra ante los habitantes de un pueblo afectado por la contaminación del Río –y a través de la TV ante toda la población del País- para jactarse de que seguirán adelante con sus planes y no decir una palabra sobre un gravísimo problema de su responsabilidad que afecta al Uruguay.
Porque, cualquiera sea la causa de la contaminación del agua y las playas, ya sea la agricultura, las pasteras, los desechos que vienen de Brasil, o todo ello junto, los ministerios de ganadería y agricultura, de ordenamiento territorial, de turismo, de relaciones exteriores y hasta de bienestar social, tendrían mucho que explicar. Sin contar con que el Presidente tendría mucho que explicar por todos ellos.
De renuncias, ni soñemos. Pero al menos disculpas, explicaciones y anuncio de medidas. Pues, bien, no hubo nada de eso. Hubo jactancia, soberbia, y la tácita promesa de seguir en el mismo carril, aumentando incluso las causas de contaminación.
No sé si me pasa sólo a mí. Pero tengo una sensación casi de irrealidad, como si hubiera visto una comedia absurda.
¿Cómo es posible vivir y gobernar desde una burbuja tan aislada de la realidad?
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