AGENDA DE DERECHOS EN EL SIGLO XXI:
Hay seres humanos que deben seguir luchando en pleno siglo XXI para poder llegar a ser persona. Eso que parece natural e imprescindible no se da naturalmente. Llegar a ser un ser con subjetividad, con comportamientos propios de la cultura en la que se está inmerso, exige el intercambio con un entorno que así lo habilite, y para ello deben darse una serie de condiciones que no siempre están. Eso le sucede al colectivo de personas con discapacidad, en especial al que conozco, al de la comunidad sorda. Ilusos nos hicieron creer que un sistema legal que obligue a cambios estructurales, bajo banderas tan irrefutables como las de la igualdad de derechos y la inclusión, daría como resultado una sociedad justa y equitativa. Esa sociedad debería existir per se, pero no es así, sigue siendo una utopía, una realidad disfrazada. A principios del siglo pasado, Jean Paul Sartre ya hablaba sobre la “mirada del otro”, y eso es lo que se mantiene casi incambiado, esa mirada estigmatizadora que coloca techos y trabas en el desarrollo del “ser”. Ortega y Gasset nos decía: “Nos es dado a elegir, ante otro sujeto, entre tratarlo como una cosa —utilizarlo— o tratarlo como un ‘Yo’”. No podemos hablar de inclusión, aunque exista un marco legal que la establezca, mientras persista la ignorancia y, lo que es peor, la indiferencia, mientras persista la mirada compasiva que marca diferencias, mientras se siga hablando y comparando con lo “normal” y ese sea el objetivo a alcanzar. Es indiscutible que ha habido avances importantes para este colectivo, pero no son suficientes, la vulneración de derechos esenciales sigue siendo una realidad. Abrir las puertas en centros educativos, obligar a tomar a personas con discapacidad en lugares de trabajo, tener medios de transporte accesibles, rampas, etcétera, no borran las diferencias si los demás siguen mirando y tratando a los integrantes de este colectivo como el “otro”, diferenciado, insuficiente; mientras no les den las condiciones para que puedan estar en sociedad en reales condiciones de igualdad. Ese estar no es unilateral, es una relación y, como tal, requiere gente preparada y convencida de que todos tenemos capacidad y algo para aportar; y, sobre todo, quienes están en posición de poder, quienes toman las decisiones y dan directivas. Esta semana presencié una elección de horas en la que una profesora sorda, frente a la posibilidad de tomar un cargo en un Centro al que concurren personas oyentes, plantea su necesidad de contar con un intérprete de lengua de señas (ya que al ser la lengua de señas su lengua materna necesita contar con un intérprete que sea su mediador y permita la interacción y la comunicación con el alumnado oyente). La respuesta de las autoridades fue que no existía presupuesto, que ya había sido una lucha conseguir horas de intérprete para el Centro 4, que era imposible… y no pudo tomar las horas, perdió el trabajo. Salimos con el corazón roto, porque esa es una vulneración flagrante a sus derechos. Y como ese caso hay miles de historias que contar y que siguen sucediendo hoy, a pesar de ese manto legal que supuestamente los protege. Debemos cambiar la mentalidad, cada uno de nosotros debe aprender a aceptar la diversidad, entender que es necesaria. Debemos cambiar la mirada compasiva por una equitativa, quitar de los ojos y las bocas la palabra “no puede” y proporcionar las herramientas necesarias para que “sí pueda”, porque nadie puede todo, así como nadie no puede nada. Todos tenemos algo para dar y recibir; porque, en definitiva, en eso consiste la convivencia: en entender, apreciar y respetar al otro en su especificidad.
*Escribana Pública. Intérprete de Lengua de Señas Uruguaya. Presidente de A.P.A.S.U. (Asociación de Padres y Amigos de Sordos del Uruguay).
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