La violencia está en nosotros. Muchas veces somos generadores de violencia. Hagamos algo ya. Podemos disminuir la repetición agobiante de noticias violentas que, encima, a veces se difunden con visos macabros y sensacionalistas que alientan a la justicia por mano propia o se convierten en ejemplos violentos para otros cuya actitud delictuosa está latente.
Deberíamos crear equipos de psicólogos, de propagandistas creativos, de especialistas en las conductas de la gente, que se aboquen a campañas específicas contra la violencia doméstica, contra el maltrato infantil, contra la droga, contra el femicidio y la delincuencia, superando los reiterados slogan que sólo dicen NO a tal cosa, y elaboren propuestas audiovisuales más determinantes e incisivas para llenar todos los medios de comunicación y las aulas de todo el sistema educativo. Así como hay una Junta de Transparencia o una Secretaría de Derechos Humanos o contra el Lavado de Activos ¿no deberíamos tener una Secretaría o comisión contra la violencia, por la paz y la convivencia que instrumentara estas campañas? Y esto lo digo para complementar las acciones de ANEP, de INAU, del Min. del Interior y otros.
Debemos sancionar implacablemente toda provocación o incitación a la violencia o que simplemente la justifique, que provenga de referentes sociales y culturales, de periodistas, de deportistas, de políticos, de líderes de la comunidad, cualquiera sea su investidura ciudadana, religiosa o del orden que sea.
Debemos reconocer con absoluta honestidad que el gran problema de los delincuentes detenidos, menores o mayores, no es analizar solamente cómo y por qué delinquieron o cómo están pasando en los lugares de detención, sino que su recuperación deberá estar centrada principalmente en ver cómo va a egresar, cómo va a salir.
Cuatro condiciones esenciales. El egresado debe tener un trabajo, una ocupación mínimamente digna y estable. De lo contrario volverá a delinquir. Debe tener un educador social tête a tête, de manera cotidiana, procurando asegurarle desde la prisión o ya liberado, un oficio, una educación. La familia del egresado debe tener también un seguimiento permanente para que el entorno familiar del liberado no lo vuelva a sumir en el mundo delictivo. Finalmente, el liberado debe salirse del barrio y de la comunidad que rodeó su mundo delictivo. Para hacer esto necesitamos el apoyo de toda la sociedad, del Gobierno, de los empresarios, de los sindicatos, como hicimos con la experiencia realizada en el año 2013 y recogida en el libro Yo también tengo mi historia.
Por último tenemos que inundar las aulas de debates sobre la violencia, organizando charlas, colocando las artes al servicio de la paz y la convivencia, conversando en los equipos del baby futbol que ni ellos ni los padres ni nadie del público debe incitar a la violencia.
¿Por qué no promover conferencias en los medios de comunicación y en locales educativos, donde muchachos y muchachas que delinquieron y que se han recuperado, nos muestren el antes y el ahora, nos enseñen sus experiencias?
Estas son algunas de las cosas que podemos hacer ya.
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