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¿Crear un GACH de seguridad pública?

¿Crear un GACH de seguridad pública?
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Paso la pandemia y la vuelta a la normalidad muestra una situación complicada con la inseguridad. Más allá de la sopa de cifras que se manejan sobre robos, homicidios, rapiñas, violencia doméstica y abigeato, se vive este tema como preocupante. El enfrentamiento entre gobierno y oposición recuerda a lo que pasaba en el gobierno pasado. Quienes llegaron al gobierno sosteniendo saber cómo solucionar el problema parecen naufragar a la hora de enfrentarlo, y aquellos que se vieron desbordados antes enarbolan un nuevo recetario para la batalla. ¿Es posible lograr acuerdos sobre los caminos a seguir? ¿Es necesario? ¿Se reduce la situación a un tema policial solamente o hay que trabajar también desde lo social? ¿No resulta imprescindible coordinar con muchos actores para encontrar soluciones? ¿Es posible lograr políticas a largo plazo sin cálculos electorales? ¿Está maduro el sistema político para esto? ¿No sería bueno juntar expertos, de todos los partidos y orejanos,  para encontrar lineamientos comunes? ¿Hay futuro mientras se siga utilizando la seguridad como un botín político?

 

La seguridad en clave de Estado por Patricia Rodríguez

La seguridad pública está más que claro que no pasa sólo por la Policía. Cuando entra la policía en escena es sinónimo que todo lo demás fracasó, es necesario tomar la seguridad desde una mirada amplia e integral.

La educación, las organizaciones sociales, Mides, sindicatos, fuerzas vivas de nuestra sociedad, y tantos otros que podíamos seguir nombrando, tienen que ver con la necesidad de construir entre todos.

Pero es difícil pensar que está dada la madurez necesaria para que actores políticos dejen este gran bastión electoral y trabajen la seguridad como un tema de Estado.

A raíz de esto muchas veces quedan los funcionarios policiales en medio de esta puja política, repercutiendo en su propia tarea tanto el menosprecio de algunos, sesgado por fanatismo, como la añoranza de otros de querer una policía “menos tolerante”.

Desde el sindicato lo hemos dicho desde siempre, se necesita diálogo, encuentro y pensar en la seguridad en clave de Estado.

Y no podemos pasar por alto el sistema carcelario, un vivo reflejo del afuera lo qué pasa allí adentro, a nadie parece preocuparle invertir en rehabilitación, olvidándose que “si “van a salir, el tema es ¿cómo?

Tampoco le hace bien a la seguridad construir relatos de represión desmedida en nuestra policía actual, no se sostienen con la realidad cotidiana y mucho menos con las cifras en torno a esto. La sociedad sigue viendo a la policía como una de las Instituciones que le inspira más confianza, y creo eso es una fortaleza ganada y merecida no solo por los policías sino por nuestra sociedad

 

Construcción del concepto de “seguridad humana” por Andrés Scavarelli

Cuando un tema salta a la agenda pública o social como un problema de “seguridad pública” es porque el Estado ha llegado tarde y no por días o meses sino probablemente por una cuestión de años o décadas.

Esto es así porque la inseguridad del presente es fruto de problemas estructurales y sociales, de vulnerabilidad sostenida a lo largo de décadas y de la que no hay un solo, sea partido o gobierno, responsable sino más bien todo un sistema que ha fallado, incluidos nosotros como integrantes de la sociedad.

Esto no significa la benignidad con quien comete un delito, tampoco significa renunciar a la prevención reactiva o de corto plazo, donde haya delito debe desplegarse el aparato preventivo – represivo del Estado y con quien ha cometido un delito se debe actuar con todas las garantías, pero con la firmeza que se requiera, pero teniendo en cuenta que con esto no estamos atacando “el problema” sino solamente sus síntomas, sin tocar el problema de fondo en absoluto.

La resolución de la ONU 66/290 reconoce “…que el desarrollo de los derechos humanos, la paz y la seguridad, (…) están interrelacionados y se refuerzan mutuamente”, afirmando que “… la seguridad humana es un enfoque que ayuda a (…) determinar y superar las dificultades generalizadas e intersectoriales que afectan a la supervivencia, los medios de subsistencia y la dignidad de los ciudadanos.”, englobando el concepto de seguridad humana los siguientes derechos, entre otros el “de las personas a vivir en libertad y con dignidad, ,libres de la pobreza y la desesperación”.

Este concepto ha permitido entender que otro problema de este siglo como son las corrientes migratorias no se inicia en las fronteras del país que recibe a esos desplazados sino en los propios países de ellos, entendiendo que la comunidad humana es una sola y que la seguridad en unos depende de las condiciones de vida en los otros.

Lo mismo puede trasladarse en el contexto de una ciudad o de un país, si hay zonas donde las necesidades básicas están insatisfechas o bien donde el marco cultural de una nación ha sido suplantado o infiltrado por otros, entonces lo más probable es que el conflicto estalle y en ese sentido, la prevención del delito a corto plazo o la represión no sean más que un parche, un analgésico que puede servir para amortiguar pero no para curar y menos para prevenir de fondo el problema social subyacente de la exclusión, la marginación y el surgimiento de ciertas subculturas contrarias a la convivencia general.

Cualquier solución de fondo requiere de varios elementos, primero políticas sostenidas a lo largo del tiempo sin que se use partidariamente, una aspiración casi utópica ya que el ser humano a lo largo de la historia ha demostrado ser sumamente manipulable en este sentido y solo basta recordar las dos ultimas campañas electorales uruguayas y el referéndum contra la LUC o ir un poco más lejos los ejemplos del régimen nazi, el infame macartismo o las prácticas represivas de la URSS.

Pero por utópico que resulte, siendo este un espacio de reflexión, es necesario señalarlo, donde haya demagogia o propuestas populistas sobre el tema de seguridad, como en cualquier otro tema, se podrá encontrar cualquier cosa menos una adecuada gestión del conflicto, y refiero a gestión en lugar de solución porque los conflictos, aun aquellos que resultan luego siendo delitos, pueden ser gestionables, pero no son algo que pueda ser resuelto en términos generales. Se pueden llegar a solucionar conflictos puntuales, delitos concretos, pero no el fenómeno social de la delincuencia, con el que tenemos que aprender a convivir y trabajar para que su incidencia como también sus consecuencias sean llevadas a un mínimo.

Por ende, cualquiera sea el modelo que la sociedad se de,, ya sea desde la academia, desde las organizaciones civiles, o desde el Estado, para trabajar el problema de la seguridad pública naufragará si no se sube varios peldaños y se ve a la seguridad pública como una manifestación de problemas coyunturales y también estructurales de disonancia con el concepto de seguridad humana.

Porque cuando hay un problema de seguridad pública es porque antes, mucho antes, se comenzó a gestar un problema de seguridad humana, de privaciones, de marginación y desatención. Todo lo que socialmente “explota” en un momento determinado es consecuencia de una mecha muy larga que se ha encendido años o décadas antes y entender esto es el primer paso para abordar el problema como es debido, entendiendo que en el “delincuente” de hoy estamos viendo al niño que convivió con una cultura de marginación, de frustraciones sostenidas, de privaciones naturalizadas y de invisibilidad permanente, años o décadas atrás.

Lo anterior no significa que quien ha delinquido sea menos culpable de su delito ni si victima menos víctima, pero entenderlo nos puede ayudar a prevenir que en el futuro haya tantos que son empujados a la violencia y por consecuencia tantos que, como hoy, son víctimas de delitos violentos.

 

Más que expertos, voluntad de atacar el problema real por Federico Kreimerman

El incremento exponencial de la violencia en los barrios de Montevideo constituye una de las preocupaciones centrales de los trabajadores.

Barrios que tradicionalmente se caracterizaban por la tranquilidad y el vínculo solidario entre vecinos se están convirtiendo paulatinamente en lugares donde la convivencia y la cotidianidad están mediadas por la inseguridad, llegando incluso a presenciar una sucesión de crímenes inimaginables en el Uruguay.

La violencia es un fenómeno multicausal, pero de honda raíz social. Las sociedades más violentas son las sociedades más desiguales y nuestro país no escapa a esta penosa realidad.

Vivimos en el continente más desigual del mundo y en un país que desde hace décadas viene sufriendo las consecuencias de un huracán neoliberal que arrasó con el aparato productivo y el mundo fabril multiplicando de este modo la exclusión y fragmentación social.

Sin embargo esta situación no es pasajera, desindustrialización significa que las fábricas ya no vuelven, que los trabajadores empleados no retoman sus trabajos ni consiguen otros lugares en donde volver a emplearse en su oficio, teniendo que migrar hacia tareas peores pagas, con peores condiciones laborales, sin contar a quienes se quedan desempleados de forma crónica, o viviendo de changas  y trabajos zafrales.

A mediano y largo plazo esto significa el empobrecimiento y el empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, generando así las condiciones ideales para que la delincuencia y el narcotráfico se conviertan en opciones atractivas para los jóvenes hijos de trabajadores, que no ven en su futuro como obreros y empleados una perspectiva de desarrollo, que les permita mantenerse ni formar una familia.

El aumento sostenido de la violencia y la delincuencia en Montevideo, y en particular en los barrios obreros de la periferia de la ciudad es un hecho que ha comenzado ya hace décadas, y está estrechamente relacionado con la falta de trabajo de la población, el empobrecimiento de la clase trabajadora y el narcotráfico y la venta de drogas como otra forma más de explotar y lumpenizar a los trabajadores, ilegal en el papel, pero permitido por la vía de los hechos, gracias a la corrupción y la connivencia policial y política con el tráfico y venta de drogas.

La única respuesta que se ha dado a estos problemas por parte de los sucesivos gobiernos ha sido ignorar el problema del desempleo y las condiciones de vida de los trabajadores, y hacer la vista gorda al tráfico en general, de drogas, de armas, de personas, y centrarse únicamente en perseguir a los jóvenes hijos de trabajadores quienes hoy llenan las cárceles con cifras récord. Ni en Uruguay ni en ningún país del planeta la lógica exclusivamente represiva resolvió ni siquiera mínimamente este problema.

Por otra parte, el aumento de las penas sólo complejiza aún más el tema, puesto que las cárceles lejos de ser un espacio que potencie la reinserción social son lugares donde se someten a los presos a condiciones inhumanas que determinan la agudización de la espiral de violencia.

La responsabilidad de la situación general que vivimos es responsabilidad directa del gobierno, el actual y los anteriores, quienes son los verdaderos responsables de no tomar medidas para solucionar esto. Si el poder político y la policía no estuviesen involucrados con el tráfico de drogas, nuestro país no sería un importante lugar de tránsito y salida de drogas procedentes de Centroamérica hacia Europa, y no proliferarían sustancias tan agresivas física y psicológicamente como la Pasta Base entre las bocas de todos los barrios de Montevideo.

Las drogas son un flagelo que ataca principalmente a la clase trabajadora, por un lado quitándole su dinero a cambio de sustancias tremendamente adictivas, eliminando todo poder de raciocinio, enajenando y alienando a una enorme cantidad de personas, mayoritariamente jóvenes, y por otro resquebrajando el tejido social, generando un ambiente de violencia de trabajadores contra trabajadores.

Se debe atacar firmemente el problema del tráfico de drogas a todo nivel, pero poner a la Guardia Republicana en cada esquina no resuelve este problema en tanto la corrupción siga existiendo.

Más que juntar expertos, hay que tener voluntad política de parte de todo el sistema de atacar la raíz de las cosas.

El discurso de fabricar miedo para vendernos seguridad es terreno fértil para el crecimiento de las ideas más reaccionarias.

 

 

Gach-manía: entre la ingenuidad y la trampa por Oscar Licandro

En esta ocasión Voces nos invita a reflexionar sobre la creación de un GACH de seguridad pública. El planteo no es nuevo. A fines de noviembre de 2020, en un artículo sobre lo que denominó pandemia de violencia, el periodista Gabriel Pereira se preguntaba: “¿El grupo de científicos honorarios que lideraron la lucha contra el coronavirus, no es un mecanismo a tener en cuenta para enfrentar esta otra pandemia?”  (Búsqueda, 11 de noviembre de 2020). Además, en julio de 2021, cuando el Ministerio del Interior anunció la creación de un Grupo Multidisciplinario Técnico Científico Honorario, con la finalidad de asesorar al ministerio en temas criminales y carcelarios, se habló de gach carcelario (El País, 15 de Julio de 2021).

El éxito del GACH durante la pandemia, así como el enorme respeto, legitimidad y admiración que generó entre los uruguayos, ha convertido esas siglas en una especie de acrónimo mágico, aplicable a la solución de cuanto problema anda en la vuelta. Retrocediendo en el tiempo, podemos ver otros ejemplos de esta gach-manía. A fines de febrero de este año, en representación de Eduy21, Renato Opertti propuso al presidente Lacalle Pou crear un gach pedagógico, que reuniría a “especialistas destacados del país en diferentes áreas que trabajan juntos y de forma coordinada para buscar las formas más efectivas de enseñanza” (Mediospúblicos.uy, 27 de abril de 2022).

Ya antes se había hablado de crear un gach económico. A principios de 2021, Ignacio de Posadas (ex ministro de Economía durante el gobierno de Lacalle Herrera) sugirió que “no estaría mal crear un GACH económico» (El Observador, 4 de febrero de 2021). Al poco tiempo, el senador Manini Ríos propuso al presidente crear un Consejo de Economía Nacional, para asesorar al gobierno en la búsqueda de soluciones a los grandes problemas económicos generados por la pandemia. Según Manini, sería un “órgano asesor, una especie de GACH” (El Observador, 30 de Marzo de 2021).

A los pocos días Julio M. Sanguinetti metió un planchazo. Saltó a la cancha y, haciendo de ruso Pérez, cortó con tanta dulzura. El planchazo fue de tarjeta roja: “ahora menudean las propuestas de ‘gaches’. Y esto no es más que un espejismo ingenuo” (Correo de los Viernes, 3 de abril de 2021). Sus argumentos fueron categóricos: en las ciencias naturales hay una base común de acuerdo, tanto en materia teórica como metodológica, que no existe en las ciencias sociales y económicas. El virus es un agente biológico, ajeno a todo debate ético o político. En cambio, los problemas de la economía, la educación y la seguridad están fuertemente impregnados por dilemas éticos y controversias ideológicas. De ahí lo de espejismo ingenuo.

El GACH se creó para enfrentar la pandemia que generó un virus. Se trata de un problema de naturaleza biológica, y todos sabemos que la Biología (así como todas sus ramas y otras ciencias con las que se relaciona) es una ciencia consolidada, en la que existe consenso en materia teórica y metodológica. Por eso, hay en la comunidad científica un amplio acuerdo sobre cómo funciona el virus y sobre cómo se propaga.

En cambio, la seguridad pública es un problema de naturaleza social. Las ciencias sociales no han alcanzado el nivel de desarrollo de la biología. No se cuenta en ellas con acuerdos teóricos y metodológicos básicos, razón por la cual existen distintas interpretaciones para las causas de un mismo problema. Ni siquiera hay acuerdo en la forma de definir los problemas. Más aún, en las ciencias sociales buena parte de las teorías y de la investigación se apoyan en supuestos de tipo ético, filosófico o ideológico. Por lo tanto, ningún gach para problemas sociales puede tener la eficacia que tuvo el GACH durante la pandemia. Las diferencias filosóficas e ideológicas entre sus integrantes impedirán llegar a acuerdos en materia de diagnósticos y, menos aún, en materia de soluciones.

La falta de imaginación, la pereza intelectual y, a veces, la mala intención explican la propensión a copiar soluciones exitosas, omitiendo los factores específicos que las hicieron exitosas. En el caso del GACH, uno de esos factores fue la abundante y científicamente validada información a la que tenían acceso sus integrantes. ¿Existe esa base de información para el problema de la seguridad pública? Todos sabemos que ello no es así, y que muchos de los informes que se citan son mamarrachos desde el punto de vista científico (al respecto, sugiero leer alguno de los artículos académicos en los que se concluye que los delitos bajaron por la pandemia). Otro factor clave fue la absoluta transparencia con la que trabajó el GACH, ya que todos sus informes eran de acceso público. Pero esa transparencia no es aplicable a los problemas de seguridad pública, porque supondría poner en conocimiento de los delincuentes las estrategias para combatirlos, que los expertos sugerirán al Ministerio del Interior.

Quizá el factor más relevante fue la neutralidad política absoluta con la que operó el GACH. Claramente funcionó como un espacio de investigación y análisis científico, en el que no se metió la política partidaria. Ello se explica por el compromiso ético que asumieron quienes lo lideraron, pero también porque los virus, los tratamientos y las vacunas son temas técnicos en los que no interviene la política. En cambio, la seguridad pública está lejos de ser un tema a-político, por lo que las soluciones que propongan los técnicos estarán cargadas de su visión política de la sociedad.

Una reflexión final. Los impulsores de estos gaches incluyen, de forma expresa o escondida, la propuesta de integrarlos con expertos de todos los partidos, lo cual es totalmente contrario al espíritu del GACH, donde la política partidaria quedó afuera. En general, estas propuestas constituyen un intento de quienes no manejan un ministerio (del Interior, de Economía, de Educación o cualquier otro) para tener injerencia en las decisiones de ese ministerio. Hay algunos que son especialistas en hacer trampa. A diferencia de Sanguinetti, no creo que sean ingenuos.

 

Un Heber cuestionado por Martín Forischi

Hay muchas cosas para comentar, hay muchas cosas para pulir respecto a la inseguridad; Un Ministro del Interior que termina golpeado.

Heber habla de la lucha contra el narcotráfico, y no conocemos que estrategia tiene el MI al respecto. Heber por ejemplo sufre un duro sofocón debido al aumento de los delitos; no logra hilvanar un par de resultados positivos, como en la época del “quedate en casa” y solamente queda en falta en sus presentaciones en programas periodísticos. Y cuando hablaba hoy con un amigo que no entiende mucho de política me dice “le va tan bien al MI que el ministro sale en todos los programas políticos”, y yo le explicaba el aumento de los homicidios, así como también los hurtos, y la violencia domestica.

Ahora en esa búsqueda del “tenemos orden de no aflojar” el MI, inesperada e impensadamente  es uno de los ministerios que peor gestión está dejando en esta administración blanca. Quien hubiera imaginado cuando empezaba esta administración que, con lo dura que es la derecha conservadora Herrerista, iba a tener tan magros resultados. Un Heber cuestionado, señalado al igual que lo fue Larrañaga.

Queda claro hoy, a la luz de los hechos, a la luz de lo que le pase a este Gobierno, que el problema no era Bonomi, sino esta administración blanca, que está que arde, que está a punto de explotar, y que todo parece indicar que podría haber cambios en las próximas elecciones.

Pero yendo al tema central, a lo estrictamente seguridad, todos esperábamos que Lacalle arrancase, y la inversión en propaganda publicitaria de la campaña política 2019, y el marketing  bien utilizado para la emergencia sanitaria, no sirvió para el tema seguridad “ahora volvieron las carteras al barrio”.

En la última elección, la población debió votar por un equipo de gobierno cuyas cualidades estén probadas, no una apuesta, con lo que son los integrantes de esta administración.  Da la sensación que no hay que apresurarse a elegir un candidato para gobernar, y la población apunto muy mal en las elecciones, aunque es muy fácil errar, y es muy difícil acertar en el terreno de la política, y el propio electorado uruguayo lo sabe. El electorado tuvo que esperar años para que Tabaré Vázquez ganara una elección, ha tenido que esperar años a Mujica, ha tenido que esperar años a Astori, ha tenido que esperar años a Bonomi, otros entraron rápido al gobierno, caso Lacalle, caso Larrañaga, caso Heber, caso Arbeleche, caso Martin Lema. Entonces puede salirte bien, puede salirte mal, o puede ser de larga duración que fue el periodo de administración progresista, bueno da la sensación que con el gobierno actual no solo estamos mal, sino que no sintieron nunca la adaptación de oposición al gobierno porque no estaba preparados para gobernar.

 

Así, no se puede por Juan Pablo Grandal

 Realmente entristece que rutinariamente esta problemática sea parte del debate público. Sin contar las temáticas relacionadas a la pandemia en el 2020 y principios del 2021, este es probablemente uno de los temas del que más me ha tocado opinar en esta columna. Y es absolutamente correcto, es uno de los principales problemas que afronta nuestra sociedad, hace ya varias décadas, y no parece mejorar sin importar los cambios de gobierno.

Y esto no es porque los distintos gobiernos no hayan implementado medidas para mejorar la situación. Durante los gobiernos del Frente Amplio los salarios, equipamiento y entrenamiento de la policía mejoraron bastante; durante este gobierno el apoyo político del gobierno a la policía mejoró y además se tomaron medidas como parte de la LUC para solidificar en ley este respaldo a la labor policial. Y esto se valora, pero no hay que caer en un fetichismo de la norma. Si la situación no mejora esto parece ser inútil, y es cierto que la situación no mejora.

Históricamente nuestro país ha sido considerado un país seguro. No de criminalidad nula, obviamente, ya que eso no existe, pero especialmente comparado con el resto de la región, parecía ser un problema que no nos afectaba de la misma manera. Obviamente aquí hablo de la criminalidad común y no de la violencia política, que en otras épocas supimos sufrir. Esta comparativa tranquilidad en la vida diaria ha históricamente sido parte de ese tan común “excepcionalismo” uruguayo con el que nos comparamos con nuestros vecinos. Hoy lamentablemente eso ya no existe. Montevideo es una ciudad tan o más insegura que el resto de grandes ciudades del continente. Y un problema que antes considerábamos nucleado principalmente en la capital ya se ha expandido a varias ciudades del interior del país.

Hago este pequeño resumen de la situación porque plantear potenciales soluciones es realmente, y tristemente, un absurdo (y además no quiero repetir demasiado lo que ya he expresado en otras columnas). Se necesitaría encarar reformas a nivel político, económico y social que requerirían un trabajo común de la clase dirigente y abandono de fines electoralistas que las imposibilitan. ¿Cómo construimos una comunidad más integrada? ¿Cómo atacamos el delito con toda la dureza necesaria sin caer en arbitrariedades? Ya son cuestiones difíciles de por sí, y lo son mucho más cuando es más fácil en el próximo período electoral decir “está todo horrible y vótenme a mí que lo soluciono”. Ya lo escuchamos mucho, ya no genera ninguna esperanza, nunca mejora.

Es más que entendible que la seguridad sea un botín electoral cuando es uno de los principales problemas que afronta nuestra nación, pero a veces uno ingenuamente espera otra responsabilidad y espíritu patriótico por parte de las clases dirigentes que simplemente no existe. Nada de poner al colectivo por encima de su partido o sus ambiciones individuales. Es destacable, porque jamás vamos a poder construir una comunidad más justa si no afrontamos seriamente esta problemática.

Si defendemos la justicia social como principio o posible “utopía” a perseguir tenemos que tener un par de cosas claras, que surgen del mismo término. No existe “justicia” sin un concepto claro de justicia y una autoridad capaz de imponerla; y lo  “social” presupone la construcción de una sociedad integrada, que no puede existir mientras compatriotas se matan por intereses surgidos del narcotráfico, ser parte de bandas rivales o por tener la mente destruida por las adicciones. Por favor dejar la politiquería de lado un rato y trabajar por el bien de toda la comunidad. Si esto último no es posible, nada lo es.

 

C*g*nes por Sol Inés Zunin

“Sean los orientales tan egoístas como cobardes”, pongo en Twitter, citando otro tweet que comparte el video de un hombre que, en medio de una crisis -no sé bien de qué-, es bajado a la fuerza entre un guarda, una policía y la mirada tácita del resto del pasaje de un ómnibus interdepartamental.

Me contesta un tuitero preguntándose si hubo una época en que no fuimos así, una época en que fuimos rebeldes y empáticos; le contesto que sí, que fuimos, pero que ahora somos una manga de miserables, hipócritas, infelices y suicidas.

Y hablo del suicidio a propósito, claro.

Vengo de ver una función de “La trágica agonía del pájaro azul”* y refleja tan bien el estado de negación en que vivimos que me sorprende que la autora no sea uruguaya; es chilena. Parece que compartimos algo más que odio y futbol con los hermanos chilenos.

Negación.

Pura brutalidad, estupidez tal vez; no sé.

Me veo una y otra vez explicando lo obvio: que deberíamos ASUMIR que cualquier persona criada en un semáforo NO VA A PODER con la vida. Trato e insisto que se sitúen en la piel de un niño de cuatro años que pide en un semáforo; pido especialmente que se imaginen la violencia del rechazo, la mirada de fastidio desde los autos, amén de las violencias obvias: los abusos, las violaciones, el hambre. La bronca.

Ya sé que corro el riesgo de provocar el efecto contrario al deseado y que muchos digan “es irrecuperable para la sociedad, hay que deshacerse de ellos”, –en Twitter, como en el almacén o el boliche, se ve un montón ese razonamiento-. Me impresiona el uso del “para”, poniendo en evidencia lo utilitario de todo. ¿Para qué estamos? Para algo que, si somos irrecuperables, vale deshacerse de nosotros.

 

Molotov

Coctel de violencia cortada con mezquindad. Personas desmembradas. Fascistas de chupín quemando gente en la calle. El resto viendo el noticiero con los ojos redondos y vidriosos, bajando la persiana cuando escuchan que pasa algo.

Niños y niñas pegan a maestras y maestros que se dejan pegar porque no quieren perder su trabajo; les directores quieren jubilarse y por nada del mundo quieren lidiar con padres y madres que vaya uno a saber qué les pasa por la cabeza. Las niñeces son abusadas en sus casas y/o no comen y/o los dejan jugar a cualquiera cosa en el teléfono y nadie los mira porque los adultos apenas pueden mirar su propia vida.

Generación tras generación de recién llegados –jóvenes- comprenden que en éste valle de lágrimas o te adaptas a lo acordado -que nadie haga olas y que todos acepten la mierda que les toque en el plato- o vas a ser un paria; te empiezan acusando de atrevido**, siguen con histérica o loquito, y terminás en irrecuperable.

¿Expertos?

¿Se pueden juntar expertos de la mano dura y meter bala con quienes sostienen que son la injusticia y la desigualdad social los que generan la violencia? ¿Cuál es el término medio entre Ghandi y Hitler? ¿Gas, pero no tanto?

Cuánto más dolor tenemos que atravesar hasta entender que con hambre, impunidad y contenedores llenos de droga –no hablo de las bocas-, no hay paz social posible. A ver si nos enteramos: la mugre debajo de la alfombra sigue siendo mugre, y llega un momento en que abulta.

¿Volveremos a ser? ¿Recuperaremos la capacidad de distinguir entre la dignidad humana y la indignidad sobreviviente? ¿Y la rebeldía? Las ollas son el último bastión.

*por la Comedia Nacional.

**sólo en éste país “atrevido/a” puede tener connotación negativa.

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