Cuento chino
Hay días en que los grandes pensadores como uno, los intelectuales, los filósofos de esta vida bosta, se cansan y les es necesario abrevar en esa gente sencilla de hablar pausado y aguardentoso que habita oscuros boliches esquineros.
Como el Mellado Montes, un amigo que todavía conserva la costumbre, extraña para algunos, de tomar grapa con helecho.
-Mirá, hermano –dijo mientras trataba de fijar en mí sus ojos vidriosos. –Se nos viene un futuro de amarillo amarillo.
Confieso que mi reacción fue de estupefacción. Se debe haber notado sin mayor esfuerzo porque enseguida el Mellado añadió, luego de darle una chupada al vaso como si su boca fuera una sopapa de sanitario: -Clavado, loco. Amarillo de chinos. Se vienen en bandada, no hay quien los pare. El pastor los fue a buscar, no hubo cosa que no les prometiera y…nabos no son.
-Ah, ahora entiendo. Pero… ¿por qué te parece tan malo si son una de las principales potencias económicas del mundo?
-¿Y eso qué mierda importa? –me contestó ya encabritado, mientras pedía otra vuelta de lo mismo. –Lo primero es que hablan el idioma nuestro como el orto. Y sobre todo, como decía el Negro Fontanarrosa, la Virgen de Sturla lo tenga en la gloria, es igual a una patada en los huevos cómo dicen las malas palabras que, como un pensador como vos sabrás, son imprescindibles para sobrevivir acá. El Negro decía que algunas, para él las mejores, los chinos las deshacen, les quitan su esencia, su fuerza, porque su esencia y su fuerza está en UNA letra de cada palabra. Por ejemplo, “¡andá a la mierrrrda…!”. ¿Dónde está la energía vital?
-¿Dónde…? –pregunté tímidamente.
-¿Vos compraste Boludol en la farmacia? ¡En la erre! ¡Mierrrrrda…!
-¿Y…?
-¡Y los chinos dicen “¡andá a la mielda!”. ¡No es lo mismo! Nos van a hacer bolsa el idioma… Nos van a ablandar el alma poética…
-Bueno, Mellado, no puede ser que ese sea todo el problema…
Se tomó la segunda de un trago, lambeteó el vaso y bastó que mirara al mozo para que llegara la tercera: -Esta la pagás vos, por la clase.
-Bueno. Seguí.
-¿Sacaste la cuenta de todo a lo que nos vamos a tener que acostumbrar sin pataleo y sin elegir?
-¿Cómo qué?
-Y, para empezar, vienen en patota con rieles reconstruidos, pesqueros para quedarse con todo –brótolas, anchoas, dorados, bagres bigotudos, mojarras pedorras, todo-, juguetes de plástico que se disuelven si los ponés al sol, maquinaria agrícola y también industrial con resistencia de cartón corrugado, electrodomésticos de plástico, tofu, quinoa, comida vegetariana, posiblemente con hormigas y arañas crocantes incluidas… yo qué sé… ¡Ah, y la ropa, que ya hay una avanzada en las tiendas del centro! Sí, porque no te creas que vienen a la feria de Piedras Blancas: camisas que encogen antes de entrar al lavarropas, buzos de lana que se estiran y a la tercera vez te tapan hasta las patas, trajes que si hacés un esfuerzo sirven como espejo, pantuflas que las termina usando el chihuahua (si tenés un pitbull ponéselas en las bolas), calzoncillos que si en una amueblada te los sacás de apuro cuando te los quieras poner sólo queda sano el elástico… ¡Todo trucho, hermano!
-¿Tan negro ves el panorama, Mellado?
Se rascó la pera (y algo más, pero queda feo describirlo ahora), eructó y dijo: -En fin… puede haber algo bueno… ¡Serví la otra, Manolo!… Je, que la pague Ho Chi Min… Te decía: puede surgir una nueva industria nacional: compraventas a través de internet…
-¿…?
-Claro: “Vendo auto chino barato o lo cambio por aspiradora en buen estado”; “compro traje chino, talle chico, ideal para payaso de fiestas infantiles”; “regalo libros de cuentos chinos, papel finito, suave, ideal para limpiarse el culo”… ¡lo que se te ocurra!
-Mirá vos…
-Hay más… ¿Dicen que somos un país de viejos? ¡Ja! ¿Pensaste que con todos los chinitos chicos que van a brotar como hongos cambiaremos la pisada?
No, no había pensado en eso. En realidad, fue como al principio: no podía pensar en nada, aunque ya me daba cuenta por qué.
Sólo veía chinos por todos lados.
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