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Daniel Dolinsky, rabino: El judaísmo es una emoción fuerte que nos une

Daniel Dolinsky, rabino:  El judaísmo es una emoción fuerte que nos une
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Salimos al encuentro de los sectores minoritarios en nuestra sociedad pensando en las religiones sobre las que tenemos una profunda ignorancia. Y arrancamos por los judíos. La charla trascendió lo religioso y aprendimos muchísimo de una colectividad que influye desde todo punto de vista en nuestro país.

 

Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos: Rodrigo López

 

¿Naciste en Montevideo?

No, nací en Buenos Aires. Soy argentino, porteño de nacimiento, pero hace mucho que no ejerzo.

¿Tu familia vino para acá?

Me mudé con mi esposa y mis tres hijos, vine de grande. Estuve muchos años en el interior de Argentina, cumpliendo tareas rabínicas, tanto en la ciudad de Santa Fe como en Rosario. Hace más de siete años nos vinimos al Uruguay a construir un proyecto comunitario significativo y de integración a la sociedad, con toda mi familia.

¿De dónde sale la vocación por ser rabino? ¿En tu familia había rabinos?

No. Pero descubrí que mi abuelo había sido rabino y que fue asesinado en el Holocausto, en la Shoá, en un pequeño pueblito de la Polonia oriental. Era el papá de mi abuela. Pero mi vocación fue muy anterior. Básicamente en mi familia siempre estaba muy presente lo que tiene que ver con una vida judía significativa, con valores, ética, principios. Eso me fue inspirando. Cuando terminé mis estudios secundarios, aparte de inclinarme por las ciencias económicas, empecé a explorar esta posibilidad de dedicarme a la educación judía. Mi camino vocacional arrancó por formarme para ser docente, para poder transmitir la tradición judía e inspirar a otros. Llegó un momento en que decidí profundizar en los estudios rabínicos, en lo que invertí muchos años.

¿Cuántos?

Normalmente los estudios rabínicos son de entre ocho y diez años, que concluyen con un año de estudio en Jerusalén, donde se rinden los exámenes para poder recibir lo que en hebreo que llama la Hasmajá, que es la ordenación rabínica. Con esos estudios empecé a cumplir tareas rabínicas aún sin ser rabino, en algunas comunidades pequeñas de Buenos Aires y los alrededores.

Comparativamente con la Iglesia Católica, ¿cuál es el rol del rabino? ¿Es un sacerdote?

No. El rabino es un maestro, un guía. Aquel que, por vocación y elección, ha invertido su vida en el estudio y conoce las formas de pensar y vivir la tradición judía, para compartirlo con otros miembros comunitarios que eligen dedicarse a otras tareas, profesiones y vocaciones, que comparten con el rabino las cuestiones que puedan tener dentro de la tradición judía. El rabino tiene funciones rituales y de guía, pero principalmente es un maestro, alguien que acompaña. En la tradición judía el rabino es miembro de su comunidad, no es el representante de Dios. Es uno más, un árbol más en el bosque, pero uno que ha elegido dedicar su vocación y su vida a la tarea de inspirar, de compartir, de ayudar.

¿Dónde se obtiene la calidad de rabino?

Nosotros estudiamos en un seminario, el Seminario Rabínico, que en Latinoamérica está en Buenos Aires, y después viajamos al Seminario Rabínico de Jerusalén, donde se completan los estudios. Pero gran parte de la vocación y los conocimientos reales son tus propias búsquedas y también tus propias cualidades y virtudes, y también tus defectos. Tu forma de ser, tus elecciones. Es una vocación que se transforma en una elección de vida. No vamos a decir que viene de la cuna, pero sí viene de lo que uno fue forjando en su propio camino.

Desde afuera se ve mucha diversidad dentro del judaísmo. ¿Qué es el mundo judío? ¿Religión, cultura, nacionalidad?

¿Tenés tiempo? Es muy sencillo. Te lo voy a explicar. El mundo judío es altamente complejo. A veces es difícil de explicarlo, por la complejidad que tiene el colectivo que llamamos pueblo judío. Es diverso por definición. Fue diverso, lo es y lo va a ser. Esta sensación de un judaísmo monolítico es más de afuera hacia adentro que de adentro hacia afuera. Tiene que ver con que el judaísmo no la discute, porque es también una forma de preservación. El judaísmo, con tantas épocas en las que ha sido perseguido, echado de un lugar a otro, donde los judíos lo único que tenían para llevarse eran sus conocimientos, ha implicado una inversión en cultura, en educación, cosas que te podés llevar a donde vayas. Quizás una pared no te la podés llevar, pero lo que tenés en interior sí, tanto en conocimiento como en cualidades. Son cosas que te van a servir allá donde vayas. En eso el judaísmo se fue construyendo capa sobre capa desde las opciones de cómo mirar ese mundo diverso: cultura, educación, miradas religiosas, interpretación de valores, y cómo todo se lleva a la práctica. A pesar de que todos piensen que es un colectivo cerrado y que vivimos guéticamente entre cuatro paredes, el judaísmo siempre ha interactuado con las sociedades en donde ha vivido, siempre que se lo han permitido. Por eso el judaísmo tiene influencias del imperio griego, del imperio romano, del imperio otomano, del mundo musulmán, de Europa. No es lo mismo un judío que tiene orígenes en Francia que otro que los tiene en Alemania, Polonia o Inglaterra, porque todos ellos interactuaron con las sociedades en que vivieron. De todo ese conjunto lo que sale es un grupo bien diverso.

¿Qué los une?

Un origen común, una creencia, un idioma, una filosofía, valores, ética, un plan y un destino común, independientemente de que podamos diferir en la forma en que llevamos adelante el plan. Entendemos que tenemos un pasado y un destino en común, y todo eso se va plasmando y las diferencias se van superponiendo de tal forma que muchas veces van modificándose. Por ejemplo, durante siglos hubo una gran diferencia entre judíos askenazíes y sefaradíes, los que venían de Europa y los que venían del norte de África, los que interactuaron con la iglesia o con el imperio musulmán, en sus diferentes visiones. Hoy, después de tantos años de presencia judía en el Uruguay, cada vez hay menos barreras entre askenazíes y sefaradíes. Digo menos, porque no me animo a decir que ya nos las haya. Alguno todavía sigue apelando emocionalmente a esa división de origen. Hoy hay otras divisiones o diferencias que ya no pasan por el lugar de origen. Hoy los judíos nos dividimos por nuestra mirada en relación a la norma. Es una división más religiosa pero que tiene que ver con cómo nos acercamos a la normatividad judía.

El origen común es medio relativo. ¿Qué tienen en común los judíos etíopes que tuvieron que trasladar a Israel y el judío que nació en París?

El judío en Etiopía, que se redescubre veinticinco siglos después, tanto como el judío de Francia o Alemania, cuando estamos en una festividad como el Pésaj, la pascua judía, en la que en una noche nos juntamos en familia y leemos un texto, todos terminamos diciendo: “el año próximo en Jerusalén”. Y cuando evocamos la epopeya de la salida de Egipto, de la esclavitud a la libertad, no importa si ese grupo estuvo veinticinco siglos alejado, porque tiene la misma epopeya con la misma narrativa. El judaísmo es una emoción fuerte que nos une, ese pasado, ese origen común, que está vigente en el reconocimiento a la Torá, a los valores. Después, los distintos vaivenes de la historia nos van a llevar a la interpretación de todo ese origen, de cómo ese origen se mantiene vigente. Si uno se pone a pensar e intenta hilar fino, podría preguntarse por qué el pueblo judío no desapareció de la faz de la tierra como los persas, los babilonios o los fenicios, de los que el pueblo judío fue contemporáneo.

¿Por qué no desapareció?

Porque entendió que su ligazón no era solamente con una tierra. Era una tierra con una filosofía y una cultura. Con eso podés sobrevivir incluso en lo que llamaríamos diáspora. Podés sobrevivir en la incertidumbre. Es como si el judaísmo fuera el gran paraguas con el cual, aunque llueva, no te vas a mojar. O te vas a mojar menos. Y eso se mantiene. Un judío que llegó a Israel desde Etiopía, después de veinticinco siglos de vivir en un micromundo y sin contacto con el exterior, tiene las mismas emociones y valores, la misma sensación de plan de vida de la tradición judía que el que vivió en la Francia iluminada de la revolución francesa, cosa que el otro no tenía ni idea que existía. La diferencia está en cómo se lleva a la práctica. El etíope se va a sentar una vez al año en el piso, y el otro se va a poner un saco y una corbata. Incluso hasta hay algunos que piensan que el judaísmo tiene que ver con la vestimenta, con cuestiones externas. No tiene que ver con eso. Si te sirve para fortalecerte, bienvenido el que cree en eso. Pero el judaísmo es una fuerza, una potencia, un motor interior que llevamos los judíos para mantener vivo este plan que nos trajo hasta acá. El desafío es mantenerlo relevante. El día que la propuesta no sea significativa, cerrá y vamos.

Decís que se juntan a leer la Torá. Pero esos son los religiosos. Tengo un montón de amigos de origen judío que no pisan una sinagoga.

Es cierto. El judaísmo no es una religión, es una forma de vida que incluye una religión. Podés ser judío sin ser religioso, y podés vivir plenamente tu judaísmo. De todas formas, lo que llamamos “religioso” en la tradición judía es muy relativo. Para un judío leer un texto de la sabiduría de hace dos mil años no necesariamente es religión. Si lo quiero plantear asépticamente, estoy leyendo un texto religioso. Si leo la opinión de un rabino de hace dos mil años, tengo la sensación de que estoy leyendo un texto religioso, pero estoy leyendo un texto de alguien que representaba la cultura y la educación en aquel momento, porque rabino significa “maestro”. El que enseñaba a los niños era rabino. El que reunía a la comunidad para las celebraciones era rabino. El que se ocupaba de la disputa entre dos miembros de la comunidad también lo era.

¿Era el mismo rabino el que hacía todo?

Probablemente no. Había rabinos que se dedicaban más a una cosa y otros a otra. Pero como el término rabino quedó asociado a lo religioso tenemos la sensación de que lo religioso es absoluto, cuando es relativo. Si se pudiera volver en el tiempo, quizás a algunos de esos que llamamos rabinos los llamaríamos jueces o maestros. El término hebreo de rabino abarcaba todo eso. Tras la destrucción del segundo templo de Jerusalén por el emperador Tito, en el año 70 de la era común, básicamente el judaísmo estaba condenando a morir, porque el judaísmo era ritual en el templo de Jerusalén, y la única forma de vinculación era un sacrificio. Pero el judaísmo se reinventa, cambia el sacrificio por la palabra, y lo que antes era una acción es lo que ahora pongo en palabras a través de una acción, ya no a través de un animalito que tengo que poner arriba de la parrilla, porque ahora soy yo el animalito. La interpretación cristiana de poner a Jesús en el lugar del cordero es una interpretación hiperjudía de aquel que tiene un mensaje y que tiene que ir por ese mensaje en un propio compromiso. Lo importante es que el judaísmo, después, por estas cuestiones de la interacción, fue aggiornando el discurso para que fuera comprensible para sus vecinos no judíos. Rabino es el homónimo de un cura, pero es mucho más que eso, y un judío es mucho más que el que profesa una religión. Vos, hoy en pleno siglo XXI, en Montevideo, podés tener un montón de amigos que no pisen esta ni ninguna otra sinagoga, pero que tienen intacto su judaísmo, su identidad, su emoción y su pertenencia al plan que tenemos en común, con su propia forma de llevar adelante el plan para que haya continuidad. El gran desafío de un plan tan diverso es lograr que haya continuidad.

Hablás de plan.

Un proyecto. ¿Por qué son judíos tus amigos judíos? ¿Solamente por el origen? Alguno te va a decir que sí. A otros el judaísmo les es relevante. Si no, ¿por qué tenés que aclarar que sos de origen judío?

Tienen el apellido.

Está bien, pero se identifican como judíos. Ahí hay un punto. Aquel que no se identifica ni lo siente relevante es el que decidió que no hay más continuidad para el plan. Sin embargo, sin llegar a ese punto, hay diversas formas de llevar adelante la tradición, las prácticas y el pensamiento judío con una proyección de continuidad en tus hijos y en tus nietos, hacia el futuro que no conocemos.

El nexo siempre es la madre.

Formalmente la tradición judía elige la pertenencia básica a través de lo que llamamos la ley de vientre. En el tiempo bíblico el judaísmo era patrilineal. Después, por cuestiones bastante complejas que tuvieron que ver con persecuciones y sufrimientos, especialmente en la época de las cruzadas, cuando las hordas de los cruzados atravesaban Europa y no se portaban bien en muchos lugares a donde llegaban, especialmente con las comunidades judías, sucedía que lo único certero es la madre. De hecho, así se dice también en el derecho romano.

No había estudios de ADN.

La única certeza era de dónde habías nacido. La decisión rabínica fue aferrarse a lo que se llama la ley de vientre, que también era algo que no solamente estaba en el pueblo judío, sino que era una forma de entender la nacionalidad y la pertenencia en una época de la humanidad. Los judíos pasamos a ser matrilineales, y hasta hoy en día la mantenemos. Aquel que no es matrilineal puede elegir, porque judío es el que nace de una mamá judía y lo elige o el que no nace de una mamá judía y también lo elige. Lo judío tiene que ver con una elección.

¿Es muy matriarcal la cultura judía?

La mujer tiene un lugar importantísimo.

¿La idishe mame es un mito o una realidad?

Hay mito y hay realidad. En todas las culturas la madre es protectora. No existe una cultura donde la madre entregue a su pichón. En general la madre tiene un instinto protector. Esto no quiere decir que los padres no lo tengamos. Lo tenemos, pero en la evolución humana los varones se dedicaron más a proveer y a otros menesteres, entones la crianza quedó más reservada a lo femenino. Gracias a Dios vivimos en un tiempo donde en el mundo en general y dentro del colectivo de la comunidad judía trabajamos fuertemente por lo que es la igualdad y la comprensión de que Dios nos hizo diversos.

¿Hay rabinas mujeres?

Hay.

Ustedes los rabinos se casan, están más avanzados que los católicos.

El judaísmo tiene menos rigidez, aunque no en todas las líneas. También en el judaísmo hay líneas que se aferran a determinadas rigideces, dándole un valor a esa rigidez. Personalmente, creo que, en la humanidad, las cosas que son rígidas a la larga se rompen. Todo está en movimiento, e incluso aquellos que creen ser rígidos tampoco lo son al final. Dentro de las miradas más ortodoxas hay una sensación de tranquilidad en la rigidez, de descanso en la rigidez. Hay extremos, y está el medio. Se puede andar por el camino del medio, que a veces tiene vaivenes pero que intenta construir sentido. En los extremos el sentido se soslaya detrás del “lo que hay que hacer”. Nosotros creemos que el sentido es la fuerza que nos hace hacer lo que hay que hacer, porque creemos en lo que hacemos. Es un proceso mucho más complejo, porque requiere intelectualidad, emoción, ponerse en juego, ponerse a prueba. Y todo eso es un trabajo.

Igual genera muchas menos rispideces que la ortodoxia y los fundamentalismos, que se dan en todas las religiones.

Los fundamentalismos son como los caballitos con anteojeras, una postura en la que no hay mundo más allá del que yo quiero ver. Pero hay mundo. Se le puede hacer creer al caballo que lo único que hay es lo que está adelante, pero la realidad no es así.  Al caballo lo tranquiliza y lo hace ir por el camino por el cual el jinete quiere que vaya, pero no necesariamente es que ese sea el único camino. Hay otras opciones.

Hablaste de persecuciones. ¿Por qué en la historia se persigue a los judíos?

Si tuviera la respuesta… Creo que gran parte de la historia de la humanidad está plagada de ignorancia. El miedo al desconocido, el miedo al otro. Por definición somos todos distintos. Incluso dos gemelos de una misma familia van a ser distintos en algo. Cada uno de nosotros es único e irrepetible. Los seres humanos buscamos juntarnos con los similares, con los parecidos, con los nuestros.

La tribu.

Claro. En algún lugar de nuestro ADN emocional hay algo que quedó. No sé cuánta fuerza tiene, aunque creo que hoy tiene mucha menos que en otras épocas. A lo largo de la historia el pueblo judío ha sido extraño, porque ha sobrevivido a lo insobrevivible, ha perseverado cuando era más fácil rendirse y no continuar. En general no se ha sometido a los grandes imperios, incluso en la adversidad han continuado con su plan, con su propuesta de mundo y de valores. El judaísmo siempre fue una tradición de valores, en épocas o lugares donde los valores a veces no abundaban, y donde si reconocías valores que no tenían los que conducían esas épocas, eventualmente te volvías peligroso. Se dieron esas cuestiones, que transformaron al pueblo judío en un blanco fácil para encontrar al diferente. Y muchas veces los humanos nos construimos a partir de aquello que no queremos ser, por la negativa. Estereotipar un grupo y decir: “esto es lo que no quiero ser” genera un enemigo fácil. Y el pueblo judío no tuvo, a lo largo de la historia, una dinámica de intentar el poder. No puedo establecer el porqué, porque quizás lo pudo haber hecho, pero no fue un pueblo interesado en cooptar los imperios o influir sobre los estratos de poder. Los judíos no eran muy aceptados en las cortes ni ellos se interesaban mucho. Buscaban influir en algunas decisiones de algún gobernante de turno, sí, pero como la humanidad estaba tan atomizada fue muy difícil. Después, con la adopción del cristianismo como religión oficial por parte del imperio romano, allí se produce un quiebre.

¿Por qué?

Hasta allí, el judaísmo y el cristianismo eran dos ramas de un mismo tronco. A partir de ahí también el imperio romano tenía que demostrar que todo lo que no fuera cristiano estaba mal, por un lado, el paganismo previo y por otro el judaísmo previo. La idea de dividir la historia en antes y después de Cristo tiene como contrapartida la idea de decir que hay una historia vieja y una historia nueva, y que todo lo que había en la historia vieja tenía que ser historia, y ahí el judaísmo venía un poco a molestar, porque no solamente era historia, sino que estaba presente. Le llevó casi veinte siglos al cristianismo llegar al punto de reconocer que puede existir el judaísmo y que eso no lo debilita, sino que lo fortalece. Encontrar raíces que te solidifiquen y te den sentido te hace más fuerte. Saber de dónde venís y que ese lugar exista te da más fuerza, porque hace que no seas un cuento sino una realidad. Eso también en nuestro tiempo hace que para nosotros sea difícil de entender cómo durante siglos hubo un divorcio entre judaísmo y cristianismo. Hoy nos juntamos líderes judeocristianos y la gran pregunta es por qué. Visto con los ojos de hoy es prácticamente inentendible que durante diecisiete siglos la mirada haya sido otra.

El cristianismo siempre intentó ser una fuente de poder político.

Si el judaísmo hubiese intentado el mismo proceso hubiese sido una competencia entre dos por detentar poder, pero el judaísmo no lo hizo. Hubo interacciones entre papas y judíos, entre curas y judíos, en motones de lugares de la historia. Sería muy injusto decir que no las hubo. Pero pasan a ser las menos, las historias no oficiales. La historia oficial, la formal, fue una historia de desencuentros.

“Mataron a Cristo”.

Técnicamente eso fue algo que se construyó tres o cuatro siglos después. Hasta ese momento queda claro que, como judaísmo y cristianismo eran lo mismo, no había habido un asesinato de un judío por parte de judíos. Así como Jesús muere en la cruz, murieron en la cruz un montón de otros judíos en la misma época. Es una época, y la forma de matar en la cruz es romana, no es judía. Los judíos no tenían esa forma de matar, y no ejecutaban pena de muerte. Lo tendría que haber hecho el Sanedrín. No hay chance que esa sea una historia judía.

El Sanedrín lo mandó con Poncio Pilatos.

Es que no había opción, porque la autoridad que detentaba la posibilidad de la vida o la muerte, y la justicia, no era una autoridad judía. Si el Sanedrín hubiese querido juzgar, igual lo tenía que mandar a la autoridad. La autoridad última son los romanos, que eran los que detentaban militarmente la autoridad, y el gobernador, en este caso Poncio Pilatos, que era la ley, era Roma en Jerusalén. Nada pasaba en Jerusalén que Poncio Pilatos no quisiera, para bien o para mal.

Los judíos eligieron al ladrón.

Eso es relativo. Es una historia narrada desde una determinada lectura textual que es la que propone el cristianismo. Es poco probable, por no decir nada probable, que el gobernador romano sometiera nada a la voluntad popular. En nuestra cultura, donde creemos en la democracia y entendemos la división de poderes, el poder de un gobernador romano está marcado porque el tipo toma decisiones todo el tiempo y no le pregunta nada a nadie, salvo, a lo sumo, a dos o tres asesores, que también hasta un punto son de su confianza, porque hasta un punto están esperando que le erre para ocupar su puesto. No confiaban en nadie. Se vivía de intrigas palaciegas, de las que en algunas cosas existen hasta hoy en día, pero somos bebés de pecho atrás de todo lo que pasaba en esas épocas. Era tentador ser el gobernador, porque tomaba decisiones. No voy a contradecir la historia, pero es poco probable que el pueblo haya podido tener voz y voto para salvar a alguien. Es más probable que decidiera matar a los dos antes que darle al pueblo a elegir. No quiero herir ninguna susceptibilidad, pero es una forma de narrar la historia. Incluso las formas de matar que tenían los romanos eran muy sanguinarias, porque era morir por desangramiento, y que todos lo vieran para que nadie se animara. Dejar a un ladrón suelto no es compatible con ese pensamiento. Pero no estuve ahí. Simplemente es una lectura de cómo creo que fueron las cosas.

Hablaste varias veces de valores judíos. ¿Cuáles son? Los básicos.

Construcción familiar, ética, honestidad, respeto por el prójimo. La máxima judía es “ama a tu prójimo como a ti mismo”, la misma máxima cristiana heredada de la tradición judía. ¿Quién es tu prójimo? Tu próximo. Tener esa solidaridad, esa empatía, sin irme a cosas grandilocuentes, es por donde va la propuesta de valores de la tradición judía, que se busca que cada judío transite a lo largo de su vida.

La familia pesa muchísimo.

Ocupa un lugar central. Especialmente después de la destrucción del templo de Jerusalén, en este momento refundacional, la tradición judía perdió el lugar al cual se iba a llevar los sacrificios, donde se conectaba con la trascendencia y con Dios. Ahí surge el rabino. Hasta allí la autoridad era el sacerdote, el cohen, que desaparece en sus funciones tras la destrucción del templo y es remplazada por un multitareas, que es el rabino, que puede hacer todo, o que pueden ser varios que hagan distintas cosas. Allí es que los rabinos empiezan a discutir a dónde llevar el centro de la vida judía, cuando ya no hay templo en Jerusalén. Y ese centro podía ser llevado a dos lugares, a la comunidad, a la congregación, o al hogar. Y como buenos judíos no se pusieron de acuerdo. Siempre entre los judíos decimos que lo bueno que tenemos es que no nos ponemos de acuerdo.

Dos judíos, tres opiniones.

Acá pasó eso. Primó una tercera opinión, que no fue ir ni a la sinagoga ni al hogar, sino a los dos lugares, un poco a la comunidad y otro poco al hogar. Quizás por miedo a elegir uno y creer que la solución, la salvación y la continuidad estaban en el otro. Y después, también, porque al dividirse no se ponían de acuerdo. Había que seguir adelante, y fue un ganar-ganar. Se construyó un judaísmo relevante en la comunidad, que por eso es relevante, y que no es solo religiosa, sino también social, cultural, educativa, identitaria. Y otro en el hogar, que también es identidad, cultura, educación, continuidad, que contiene y te hace persona. A la larga, si transitás la comunidad y tu hogar, ese es el programa de vida judío que hay para nosotros.

¿Qué pasó en Jerusalén, que es el lugar central de las tres principales religiones monoteístas?

Para muchos es el ombligo del mundo. En esas calles hay magia. Hay un pasaje del texto bíblico donde Abraham está por sacrificar a su hijo Isaac sobre una piedra. Según las tradiciones cristiana, judía y musulmana, eso ocurrió en Jerusalén. En hebreo significa “ciudad de la paz”, lo que es interesante, porque es la ciudad donde más conflictos se han generado. Es lo paradójico. Dios quiere que sea la ciudad de la paz, y mientras no lo entendamos, las limitaciones son nuestras y no de Dios. Por ahí quizás Jerusalén es el lugar llamado a ser el punto de encuentro permanente, desde tiempos inmemoriales hasta el final de los tiempos. Y quizás todavía no hemos encontrado el camino de la convivencia, de la hermandad. En esa ciudad andan todos, pasan todos, y prácticamente uno diría que es el ombligo del mundo. Quizás le falta el último condimento, el último empujón como colectivo humano, que la transforme realmente en la ciudad símbolo de la paz. Falta, claro.

¿La colectividad judía sigue siendo perseguida en el mundo?

Existe antisemitismo, que tiene que ver con la ignorancia. Los bolsones o espacios en el mundo donde todavía lo hay, tienen que ver con la ignorancia. Quizás hay muchos de esos lugares donde nunca vieron un judío. Es todo un tema. Pero hoy creo que es una época privilegiada de la humanidad, no solo para el pueblo judío sino para todos, que hemos aprendido a comprender al otro, a oír.

¿Considerás que hay más comprensión entre diferentes?

Sí, creo que hoy hay menos ignorancia. Existe ignorancia, pero hay menos. Hemos derribado paredes. Creo que el acceso a la tecnología también ha sido vital. Como todo, en internet vas a encontrar lo bueno y lo malo. Pero hay quien no quiere dejarse influenciar por las ideas que escucha, y ese busca en Google, conoce, escucha. Hoy no sabés a dónde llegás. Tenés la certeza y la duda de a dónde llegás, porque probablemente llegás a muchos más lugares de los que sabés, y estás influyendo y modificando situaciones.

¿No sigue siendo subterráneo en la cultura general, a la que influyen muchísimo más los medios masivos?

Creo que hay una tendencia a la baja. No vamos a decidir que desapareció, pero sí que la ignorancia está a la baja, incluso en los medios masivos y en espacios más hegemónicos. Es muy difícil atrapar el conocimiento en esta era de globalización. Hoy el conocimiento está disponible. Es más difícil quedarse ignorante. Pasa, sí, claro. Pero tiene que ver con una decisión. Fijate cómo lentamente, porque también le lleva tiempo, la educación va cambiando. La forma en que fuimos educados nosotros ya no es la misma en la que son educados nuestros hijos y nietos. No es la misma ni debe serlo. Hoy el conocimiento está mucho más al alcance de cualquiera, en comparación con cincuenta años atrás.

Pero hoy la educación no es tan integrada como era. Hoy los colegios de la colectividad judía se llevan a la mayoría de los estudiantes judíos. Se pierde la integración que daba la escuela, lo que hacía que todo se conocieran.

Si nosotros solamente hacemos eso, sí. Pero si a la vez construimos ciudadanía, participamos, nos comprometemos en la sociedad, transformamos la vida desde nuestras particularidades, vamos en buen camino. Hay un camino que tiene que ver con distintas vías que van en paralelo y que juntas construyen el modelo. Si bien antes el modelo de educación era integral tenía que ver con que igualmente cada uno seguía manteniendo particularidades de origen. Hoy, gracias a Dios, no importa si estás en el colegio de la colectividad judía, o en el colegio alemán o en el liceo de acá a la vuelta, porque todos se sienten absoluta y plenamente uruguayos y están comprometidos con la sociedad y con el tratar de transformarla. Antes las particularidades de origen eran claves para la tribu, para el clan, y la escuela era el socializador. Hoy el modelo es distinto.

Cuando la escuela era integrada las instituciones judías no estaban amuralladas, rodeadas de pinos de hormigón.

Eso no tuvo que ver con el proceso de modificación de la estructura educativa, sino que es consecuencia de los dos atentados de Buenos Aires. La globalización trae cosas buenas y malas. Hoy vas a una sinagoga no ya en Montevideo sino en Bogotá o París y vas a ver los mismos pilotes, que tienen que ver con tratar de hacerle difícil hacer daño al que quiere hacerlo. Probablemente esos pilotes no eviten nada, pero van a tratar de disuadir. Yo no quiero esos pilotes. Nadie los quiere dentro del mundo judío. Nadie quiere vivir entre paredes, porque eso no nos representa. Si el mundo fuera distinto, lo primero que haríamos sería sacar eso y hacer una fiesta. Es algo que a todos nos costó. Te terminás acostumbrando, y terminás sobreviviendo con eso. Pensar que en Montevideo en 2022 necesito esos pilotes para asegurar que le voy a hacer más difícil a alguien el hacerme daño, porque creo que puede haber alguien que me quiera hacer daño, es horrible, invivible. Muchas comunidades pintan esos pilotes, como para que parezcan otra cosa, para que no se vean. Y no para el mundo, sino para nosotros, porque de verdad es invivible pensar que estás todos los días soñando con que alguien puede querer hacerte daño.

El blanco fácil, como Montevideo, puede ser más tentador, como lo fue la AMIA o la embajada en Buenos Aires. Si trasladamos esa sensación a Israel, ¿cómo se vive?

En Jerusalén hay mucho menos miedo. Ahí las sinagogas no tienen pilotes.

Porque la protección es el muro.

No, porque se vive con eso. Israel es un país muy interesante, junta historia y modernidad, lugares que representan cuatro mil años de historia humana y a la vez lugares que representan el futuro de la humanidad. A la distancia decís que no podías vivir en un lugar que está todo el tiempo amenazado, donde podría haber guerra o donde podés pensar que tu vecino te va a matar. Pero ahí nadie va pensando que va a pasar eso. Se vive normal, incluso más normal que esta sensación de los pilotes. Porque básicamente es la constitución del país en el cual, al fin y al cabo, esto va a pasar. En algún momento tiene que terminar. La sensación que tenemos por fuera, en la diáspora, es que se trata de otro tipo de odio, un odio al estar y la continuidad. Allá es un problema de convivencia, acá es la continuidad. Allá, en algún momento, tarde o temprano, la paz va a llegar y el encuentro entre los seres humanos y los pueblos se va a dar.

¿De dónde surge esa fe?

Todo el problema es político. Lamentablemente estamos hablando de un problema político. No es un problema entre musulmanes y judíos, entre árabes y judíos. Eso no es cierto. Los judíos han vivido por siglos codo a codo con los musulmanes. Siglos enteros sin persecución, con hermandad. Tenemos un sabio judío como Maimónides, que era el médico del sultán en el Cairo. Y ese sultán no era especial por elegir un médico judío, uno de los sabios más grandes de la historia del pueblo judío. El judaísmo y el islam han vivido en armonía desde siempre, pero el siglo XX ha hecho estragos en la humanidad, en muchas cosas, y entre ellas en la irrupción del odio a través de la política, las divisiones de pueblos a través de la política, la generación de enemistades a través de la mala resolución de los conflictos coloniales que arrastraron las potencias. Tenés lo de Siria e Irak por Francia, lo de Israel y los palestinos por Inglaterra. En África está lleno de casos. No quiero entrar en una cuestión de geopolítica, pero sí creo que el conflicto no es humano sino político y que se alimenta porque hay líderes en el mundo a los que les interesa alimentar el combustible de otros líderes para que se peleen entre ellos. La verdad es que al final ni una familia palestina quiere matar a una familia judía ni viceversa.

¿No trasciende lo político después de tantos años? Muchos se crían en el miedo, y el miedo lleva al odio.

La pulsión de vida y de paz es más fuerte que cualquier odio, no tengo la menor duda. La paz se consigue de un segundo para el otro, pero la guerra es algo que tenés que construir. Miremos el conflicto de Rusia y Ucrania. En Rusia están construyendo un relato del odio, con parámetros del siglo XX, trayendo palabras como nazismo, odio, enemigos.

Del lado occidental también se construye un relato de odio contra lo ruso.

Por supuesto. Es la única forma de preservar el conflicto, porque la pulsión de vida y de paz es más fuerte. La verdad es que el soldado ruso lo que quiere es ir a su casa, mirar la tele, tomar una vodka y vivir una buena vida. El tema es que durante siglos fue muy fácil porque lo único relevante, la única aventura, era ser militar, ir a conquistar la patria o los imperios. ¿A qué te ibas a dedicar, a juntar la harina en el molino? No, a ser soldado. Pero el mundo cada vez es más cómodo y a los líderes cada vez se les hace más difícil construir discursos. Incluso en lugares tan cerrados al mundo como China, los chinos ven el mundo. Y China tuvo que cambiar.

Se han creado armas para matar sin que los soldados participen, para solucionar eso.

Evidentemente hay una inteligencia negativa que sobrevive y se va adaptando, que tiene la misma capacidad de adaptación que la pulsión de vida y paz. Es cierto. Pero personalmente creo que en algún momento de la humanidad esa pulsión de paz y de encuentro va a triunfar. Es fe, y es el convencimiento de dedicarme a algo que vocacionalmente tiene que ver con el interactuar con las personas. La verdad es que no existe un ser humano que al final de cada día no sueñe con estar mejor y con estar tranquilo. En algún momento el obtuso, el fundamentalista, el que quiere otra cosa, tendrá que inventar un sistema que no incluya seres humanos. Habrá robots que hagan las cosas. Pero el ser humano va por otro lado. Quizás pueda estar equivocado. Pero si uno viaja por el mundo ve que en todos los lugares la gente quiere lo mismo, más o menos. Vivir tranquilos, disfrutar de sus familias, tener una buena vida, dejarle un buen legado a sus hijos, material, espiritual. Básicamente la vida es eso. ¿Por quién la vas a sacrificar? ¿Qué cosas te mueven? Cada vez te mueve más tu micromundo, y eso cada vez nos está acercando más a la paz, a la convivencia, porque tu micromundo y el del otro son iguales. Las discusiones, el odio y las peleas están, y se fogonean, pero cuando sos musulmán y te sentás con tu vecino judío, y él festeja sus fiestas y vos las tuyas, él vive en el 401 y vos en el 402, llega un momento en que se convive y no te molesta, donde el otro no es el malo. Obvio que se puede inculcar el odio, pero la convivencia es natural, y la convivencia transmite la paz. Hay que militar por un mundo y un tiempo de paz, de encuentro. No va a pasar por arte de magia, obviamente, pero creo que hay lugar para eso.

Dijiste que hay menos antisemitismo que antes.

Personalmente creo que sí, que es más localizado, que tiene que ver con lo que llamo bolsones de ignorancia. Al haber más conocimiento, más empatía y apertura, y un mundo de más cercanías, hay menos antisemitismo.

Me llama la atención que ante cualquier cosa que se diga de los judíos siempre salta alguno diciendo: “antisemitismo”, hasta con los chistes.

Al judaísmo siempre le tocó interactuar como minoría, en todas las sociedades, en todos los grupos en los que estuvo.

¿Cuántos judíos hay en el mundo?

Hay datos, aunque no certezas. Son unos dieciocho o diecinueve millones en el mundo.

Con una influencia gigantesca.

No es influencia, es nivel de dedicación. Mucho tiene que ver con que históricamente los judíos han invertido en cosas que se pueden trasladar de un lado a otro. Existe lo que es el síndrome de la minoría, como lo llamo, esta sensación de desconfianza generalizada incluso cuando las cosas parecen estar bien, porque tenés miedo que cambien de un minuto al otro. Hay una memoria emotiva. A los judíos los han echado de lugares esperables y de lugares inverosímiles. Un día en Londres se levantó un gobernante y dijo que había que echar a los judíos de Inglaterra, y los echaron. A los cincuenta años les pidieron por favor que volviesen. Los han echado de lugares que uno diría eran más civilizados, donde reinaba un mundo más ilustrado, donde no había ninguna animosidad contra la tradición judía ni sus prácticas. En su ADN emocional el judaísmo arrastró parte de este síndrome, que llamo síndrome de la minoría. Con cualquier alfiler que te pinche un poquito saltás, por las dudas. Aparte te pinchan a vos y salta todo el colectivo, de tal forma que todos se enteren y haya un espíritu de cuerpo. Es una necesidad de autodefensa.

Por eso inventaron el krav maga.

También fue un mecanismo de defensa. En el siglo XIX hubo muchos lugares donde no dejaban hacer deporte a los judíos, entonces la forma de hacer deporte era hacer deportes judíos. Así es que, por ejemplo, se funda el club holandés Ajax, que era el club de los judíos, el que hoy es uno de los grandes clubes de fútbol del mundo. Cuando no los dejaban entrar, ellos hacían sus propios clubes. ¿Está bien o está mal? Está mal, pero es la forma de autoprotección y autodefensa para poder seguir adelante. Y seguís adelante, aportando lo tuyo en vez de pelear por todo el cambio de la sociedad. Así aparecen clubes judíos, nombres de deportes. No te dejan hacer judo y hacés krav maga, y ahí vamos, no hay problema y seguimos adelante. También es parte de esa resiliencia que al judaísmo le permite refundarse cada vez que lo precise. El judaísmo no tiene miedo de refundarse. Todo el tiempo está en proceso. Es jorobado, porque es difícil estar todo el tiempo en proceso, y es tensionante. Pero este tiempo es de los más tranquilos en cuanto a la reformulación.

Si hoy son dieciocho millones, antes seguramente eran muchos menos, pero es brutal la cantidad de pensadores.

El principio del siglo XX fue el momento en que más judíos hubo. Se calcula que eran casi unos treinta millones.

Pensadores en todos los espectros. Einstein, Freud, Marx, por nombrar los más fáciles. ¿Es el culto a la educación, es eso lo que los diferencia?

Creo que también sucede en otras culturas. Lo que pasa con el judaísmo es que se puede identificar al colectivo completo, entonces parece ser más significativo. Es cierto que la densidad de sabios dentro de la tradición judía es mayor, y tiene que ver con esta posibilidad de transformar el mundo como parte del plan de continuidad judía. Si yo como judío tengo algo bueno, lo ofrezco al mundo y no queda dentro del colectivo judío. Suponete que Marx hubiera descubierto ideas que fueran importantes para refundar la existencia humana. Las tiene que ofrendar al mundo. No es solamente para el pueblo judío. Obviamente había muchos judíos que estaban de acuerdo y otros no, porque dos judíos y tres opiniones, obviamente, pero son ofrendas al mundo. Lo mismo el que encuentra una cura para determinada enfermedad. No es para salvar a los judíos solamente. Si no, no sos judío. No es parte de aquello por lo que pertenecés a este pueblo. Lo que el judaísmo hace es ofrendar ese conocimiento. Obviamente que en otros pueblos eso no es tan notorio, entonces el aporte de los judíos pasa a ser mucho, porque no lo escatima. Sabin, Salk, Einstein.

Trotsky.

También. Si el judaísmo tiene algo para dar, se pone a disposición de la existencia. Después la humanidad decide qué se hace con todo eso. Es un patrimonio humano.

¿Por qué tantos uruguayos se van a vivir a Israel? Nacen y se educan acá, son más uruguayos que el mate.

La creación del Estado de Israel es un punto alto dentro de los casi cinco mil años de historia del pueblo judío. Es la oportunidad de recrear el punto de partida, lo que genera una fuerza en sí misma, porque ya no es el judío minoría entre las naciones sino la oportunidad de tener una nación entre las naciones. No te olvides que cuando el judaísmo dejó la tierra de Israel no existía esta idea de naciones. El judaísmo la tenía, pero el resto eran imperios. Eras un vasallo de un imperio, en el mejor de los casos. Entre los siglos XVIII y XX surge la noción de la pertenencia nacional, y el judaísmo, que la tenía, la recuperó de la mano del sionismo, lo que se concreta con la independencia del Estado de Israel, que es una oportunidad de recrear tu pertenencia, no solo identitaria sino nacional. Y ahí no se da un conflicto, porque los judíos que se van a Israel se siguen sintiendo plenamente uruguayos e israelíes a la vez.

¿Tan así?

Ellos se definen como el colectivo uruguayo, y son muchos. No pierden sus costumbres, pero sienten el llamado de la historia que los convoca. A algunos los convoca, a otros no, pero al que lo convoca lo hace sentir realizado. Tenemos que entender que, durante dos mil años, aunque quisieras, esto no era posible. Desde la destrucción del templo de Jerusalén hasta 1948, un judío que quisiera realizar su sueño de retornar a su propuesta nacional lo tenía inviable. Por ahora tenés dos generaciones, casi tres, para las cuales eso no es obligatorio, pero sí posible. A muchos les viene esa memoria emotiva de veinte siglos en los que no fue posible. Ahora que es posible te encontrás con los que desean hacerlo y los que no. Los que van lo hacen porque sienten que esa es la curva en la vida que los hace sentir, en Israel, plenamente israelíes y plenamente uruguayos. Y van, y vuelven. Hay un sentimiento de plenitud en lo uruguayo. A veces es difícil de comprender, porque el de Israel es un caso único de una etnia que incluye una forma de vida, que tiene una religión, que tiene un idioma, que concreta una nación a la que va el que quiere ir. Si no vas, no hay problema. Si no sos religioso, no hay problema. Van a decir que estoy loco, que soy esquizofrénico. Bueno, el judaísmo tiene un poco de eso, porque gracias a eso sobrevivió.

Hay judíos no sionistas.

Sí.

¿Qué es el sionismo?

Surge en el siglo XIX en el marco de un mundo que despierta a los movimientos nacionales después de la revolución francesa, cuando se van replicando las ideas de nación y los judíos son apátridas. Todo termina de tomar forma en la Francia ilustrada de fines del siglo XIX, donde había un capitán del ejército francés que se llamaba Dreyfus, al que condenan solamente por ser judío, aunque años después se demuestra que era inocente y que el traidor  a Francia era otro. Quien visualiza allí la necesidad de que los judíos dejen de ser apátridas se llamaba Theodor Herzl, un judío rumano, periodista, que va enviado a cubrir el caso Dreyfus. Estaba integrado a la sociedad austríaca, no visualizaba mucho su judaísmo, pero se da cuenta que los judíos tienen que tener un lugar entre las naciones. Si no eran bienvenidos en Francia, en Italia, en Rusia o en Polonia, entonces tenían que tener un lugar propio, que de hecho tenían, pero habían perdido, en manos de esas potencias que no les daban un lugar. Él no quería vivir con ellos, si ellos no querían vivir con él. Y Herzl hace lo que se llama el Primer Congreso Sionista. Sionismo remite a la palabra Sion, que es la tierra de Israel. A ese congreso invitó a judíos de todas las latitudes del mundo a congregarse en Suiza, en Basilea, en 1897, para decidir qué hacer con lo que para el mundo se llamaba “el problema judío”. Que le pusieran ese nombre era en sí mismo un problema, y es ahí que Herzl reúne a judíos de todo el mundo, que deciden empezar el camino para tener la propia nación, porque esa era la única opción posible para la comunidad.

El Congo o la Patagonia.

Esos son mitos. Herzl propone la tierra de Israel, y dice que no sabe si va a ser en diez o veinte años, pero que en cincuenta iba a haber un Estado judío. Y así sucedió. Era un visionario. La idea que propone es que tiene que haber un lugar en la Tierra para los judíos, que tiene que ser la tierra de los judíos. Se empiezan a hacer congresos sionistas todos los años, con una organización y un movimiento que empieza a tener estamentos políticos. Para concretar el sueño de una nación judía, Herzl visualizaba que había que organizar la nación antes que existiera.

¿Qué se necesitaba?

Poderes. Poder Legislativo, un parlamento, que era el Congreso Sionista; un Poder Ejecutivo, para el que lo nombran a él. Básicamente arman un gobierno en el exilio. No tenían dónde ni cuándo, pero se organizaron para estar prontos cuando llegara el día. Eso es lo que ocurrió. En el congreso de 1903, seis años después del Primer Congreso Sionista, hay una propuesta que le acercan a Herzl para fundar un Estado en Uganda, por parte de los británicos, que eran los que gobernaban sobre la tierra de Israel y veían que esto iba a ser para problema. Les ofrecieron Uganda y se sometió a votación. Tuvo cero votos. No era Uganda el lugar. La Patagonia nunca fue un plan, eso es un mito. Nunca fue una propuesta ni de los judíos ni de nadie. De hecho, eso se utilizó como argumento antisemita, o antisionista.

Ojo con confundir esos dos.

Como el sionismo representa la realización de aquel milenario sueño, es judaísmo. El separar sionismo de judaísmo es una falacia. El sionismo como movimiento es la concreción del Estado y su desarrollo. Hoy Israel no existe como Estado sionista, eso es un invento externo. Israel es el Estado de Israel, país judío y punto. Usar el término sionista en relación a Israel es una cuestión que se utiliza desde afuera hacia adentro y no desde adentro hacia afuera. Si un judío uruguayo hoy se va a vivir a Israel lo hace por sus ideales sionistas, y por eso el sionismo sigue existiendo como movimiento. Mientras haya judíos que no vivan en Israel, aquel que se vaya a vivir a Israel cumple el sueño sionista. Pero dentro de Israel el sionismo no existe. Ya están ahí, es un Estado entre los Estados, un país dentro de los países, y listo, está terminado. El sionismo es un fenómeno por fuera de Israel, y es un fenómeno judío, no israelí. Un judío que vive en Israel fue sionista para ir a vivir a Israel, pero el día que pisó Israel y se hizo ciudadano, su sionismo se terminó. Ya está, es israelí. Vuelvo a decir que la multiplicidad de opciones y visiones que la tradición judía propone, y sus formas de llevarlas a la realización, en esa diversidad el judaísmo se ha mantenido vibrante. Incluso en posturas antagónicas el judaísmo sobrevivió y se ha dado respeto. El punto es cuando no hay respeto. Ahí se complica. Pero mientras hay respeto las posiciones antagónicas son válidas dentro de la tradición judía.

¿Cómo se ha integrado a la vida uruguaya la colectividad judía?

Creo que está muy integrada. En todo.

Tienen cuadro de básquetbol, pero no de fútbol.

Son particularidades. Quizás pudo haber habido. El cuadro de básquetbol tiene que ver con que surgió ahí en el Hebraica, pero no todos los jugadores son judíos, y hay jugadores judíos en otros equipos, directores técnicos judíos en otros equipos. Es un equipo judío por la institución que le da paraguas, pero no es un equipo judío. No pasa por ahí. No hubo acá necesidad de un equipo judío, como sí pasó en Holanda o en otros lados. Y ni siquiera en Holanda lo sigue siendo, porque cuando no hay necesidad eso se cae naturalmente. Lo judío no requiere tener un equipo específico para que su gente pueda desplegarse. Un judío puede ser plenamente uruguayo sin ir con la chapita que diga “judío”, no lo precisa.

En otro momento, el antisemitismo fue más fuerte en Uruguay. Se vandalizaba el cementerio.

Sigue pasando cada tanto. Hay menos, pero hay. Son cosas que pasan, que vandalicen, que a alguien le griten algo. No hace tanto pasó lo de David Fremd en Paysandú.

Ese fue un loco.

Pero alcanza con un loco para armar un desastre.

Pero no es un sentir mayoritario.

No, claro. Es que la sociedad uruguaya no es antisemita.

¿Está bien decir semita? Los palestinos son semitas también.

Todos los musulmanes y el mundo árabe son semitas.

Se apropiaron de un término equivocadamente.

No es una apropiación que haya hecho la tradición judía, sino que es el término con el que vulgarmente se definió el odio a los judíos. No tengo la certeza, pero quien usó ese término no quiso usar el término antijudaísmo, porque quería separar esa idea y licuarla detrás de otro término. Antijudaísmo suena fuerte. Es más fácil liberarse de una conducta antisemita, suena más digerible. No pasó por un deseo de los judíos.

¿Impulsás a los jóvenes a que vayan a Israel?

Impulso a que los jóvenes vivan una vida significativa. ¿Dónde, cuándo, cómo? Queda a criterio de cada uno. Sí creo que hay un plus en la existencia del Estado de Israel. Cada joven tiene que poder encontrar su camino. Si el camino es Israel, eso me pone contento, no voy a decir que no. Si el camino es fortalecer la comunidad judía uruguaya o de cualquier otro lugar, también me pone contento.

Hay treinta mil judíos en Uruguay.

Creo que hay un poco menos.

Pero son potentes. Me cuesta dimensionar dieciocho millones. Israel tiene nueve, y otros nueve están en el resto del mundo. Estados Unidos tiene una colectividad inmensa.

Unos cinco millones. Europa tiene algunos cientos de miles.

¿Cuál es la comunidad más fuerte después de Israel y Estados Unidos?

Creo que Francia, donde deben ser más de medio millón.

Treinta mil en Uruguay y tienen una presencia muy grande, en la rama del comercio, en la industria, en la política.

Si el judaísmo y el judío tienen algo bueno para aportar, lo deben aportar en su sociedad. Es la pulsión judía, aportar lo bueno a la sociedad. Entones comerciás, estás en el mundo de la política, del conocimiento, en el periodismo, en lo que sea. El judaísmo te impulsa a eso.

El mito es al revés, que son cerrados y que se ayudan entre ellos. Que no quieren evangelizar a nadie.

Si alguien golpea la puerta y dice que quiere ser judío, bienvenido. Pero tiene que golpear la puerta y querer. No vamos a buscar a nadie.

Por lo que conozco, es la única religión no proselitista.

Puede ser. No me animo a afirmarlo con certeza. El judaísmo no parte de la idea de “pocos” sino del “nosotros”. No pasa porque alguien te lo diga o lo elijas para cinco minutos. Si lo elegís es porque te es significativo, relevante, porque es lo que querés y te suma. Si no te suma, tampoco vale como idea.

Todo el estereotipo que hay en la sociedad es que es difícil integrarse, casarse con un judío y ser aceptado. ¿Cuánta validez hay en eso?

Hoy en día tiene muchísimo de mito. El síndrome de la minoría que hemos arrastrado por siglos también nos ha hecho desconfiar del entorno. Pero hoy en día son paredes que se han caído, absolutamente. Hay buenos y malos dentro y fuera de la tradición judía. Hoy hay mucha gente que viene, que participa y no es judía, que elige participar de la vida judía como no judíos, y otros que abrazan la tradición y construyen familias donde existe lo judío y lo no judío, y muchos que suman lo que no fue judío de origen hacia una familia que se constituye dentro del paraguas de la tradición judía. La idea de las paredes en una comunidad cerrada es un mecanismo importante de protección. El judaísmo no es cerrado y no lo fue nunca. Muchas veces lo de “cerrado” es más para no contradecir lo que piensan los demás. No es y no fue cerrado, y solo lo fue cuando los confinaron a determinado barrio o gueto, algo muy común desde la Edad Media, que les dijeran: “Acá podés vivir, acá no”, “eso podés estudiar y esto no”, “de esto podés trabajar y de esto no”. Cuando durante siglos estás atravesado por este tipo de circunstancias, en algún lugar de tu ADN emocional todo eso existe. Si nos ven cerrados, si ven que nos ayudamos entre nosotros, no pasa nada, pero no es así básicamente en la vida judía.

¿Cómo ven el avance del neonazismo, por definirlo de alguna manera?

Más que neonazismo lo llamaría el avance del fundamentalismo. Lo vemos con la preocupación de un mundo que está desvalorizando el proceso, el esfuerzo y el conocimiento, donde mucha gente busca las soluciones mágicas. La gente se quiere hacer rica en un minuto, quiere la solución ya, quiere cerrar los ojos y estar hecho para toda la vida. Cuando buscás soluciones mágicas, muchas veces te aferrás a ideas extremistas. El reverdecer de un antijudaísmo, y no solo, es en el marco del “antiotro”. Cuando te definís por lo que no querés ser, mirando al otro, está todo mal. Vos tenés que elegir, a riesgo de aciertos y errores, qué querés ser. La vida es proceso, sin miedo de caerte y volverte a levantar. Nuestros padres y nuestros abuelos vivieron así. Nosotros mismos fuimos educados con la certeza de que quizás no todo te salga bien en la vida, y que un día te podés caer, pero podés tener la fortaleza de volverte a levantar. Nuestros hijos y nuestros nietos no soportan la frustración, y eso lleva a sentir odio por el que no se cae. Hay mucho fundamentalista aprovechando ese nicho, ese vacío que se genera en un mundo que en general no valora el esfuerzo, el invertir, el valor del tiempo, el proceso en la vida. El neonazismo toma fuerza en el marco de todo eso. Es una filosofía de época que hay que mirar con cuidado.

Es fruto de la cultura hegemónica.

Es posible, pero soy de los que creen que la cultura humana la construimos entre todos, incluso aunque haya alguno más poderoso que pueda tener esa fuerza de imponer lo que llamamos hegemonía. Básicamente, tenés que tener carne de carnada para poder hacerlo. Si no tenés masa crítica, no funciona. Hay algo que está pasando, donde las ideas fundamentalistas que proponen romper con esta baja tolerancia del umbral de frustración son exitosas. Hoy la gente quiere todo ya, quiere que alguien le diga lo que quiere escuchar. ¿Qué lugar hay para las disidencias, para pensar? ¿Cuántos quieren pensar, y cuántos dicen: “Paso, masticalo por mí”? Para mí es bastante frustrante verlo, dentro de la comunidad y dentro de la sociedad. Por eso creo que en Uruguay, todavía, en algún punto, somos privilegiados.

¿Los ves así?

Aquí el debate se da en armonía, todavía hay lugar para el debate de ideas, para el intercambio hermanado. Podés tomar un mate con el que piensa antagónicamente distinto. Todavía hay una ejemplaridad de que la vida es proceso. Tenemos una cultura de calma. Somos de convivencia, incluso en las diferencias. Y los fundamentalismos todavía tienen muy poco lugar. Existen, sí, no lo vamos a negar, pero tienen muy poco lugar. Vengo de la otra orilla, donde los fundamentalismos están a la orden del día, y te digo que duele ver cómo en las sociedades la gente se fractura detrás de soluciones mágicas. Al final de la historia los que se paran de un lado u otro de una determinada grieta lo que terminan haciendo, para tener más adeptos, es buscar soluciones rápidas, más espejitos de colores y más mundo mágico, y odio al otro. Todo eso, combinado, demuestra que no entendimos nada de lo que pasó en el siglo XX, que nos dejó como herencia que si vamos contra una pared a doscientos kilómetros por hora, vamos a chocar y nos vamos a morir. Hay que frenar, recalcular, buscar otro camino. En este contexto hay todavía esperanza, pero está difícil pelearles a los fundamentalismos, especialmente en las generaciones más jóvenes. A nosotros todavía nos gusta pensar.

 

 

 

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