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De islandeses y Homo sapiens Marcelo Aguiar

De islandeses y Homo sapiens  Marcelo Aguiar
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 Mientras queda atrás la niebla adictiva del mundial, parece un buen momento para anotar algún efecto colateral, ya por fuera de la cuestión futbolística. Quienes participamos de las redes sociales pudimos advertir no pocas expresiones de éxtasis femenino causadas por jugadores islandeses con rostros de modelos de Armani, o por los torsos escultóricos resaltados por las ajustadas casaquillas celestes, incluyendo un buen repertorio de comentarios lujuriosos. Comentarios como los que haríamos los varones heterosexuales viendo un partido entre Wozniacki y Sharapova, no sé si me explico.

Como era previsible, no faltaron los comentarios sarcásticos y cargados de malicia, apuntando a una supuesta contradicción entre esas muestras de excitación y la consigna feminista: no quiero tu piropo, quiero tu respeto. Una acusación bastante tramposa, convengamos, que desencadenó fuertes intercambios. Una de las respuestas más exitosas, a medir por sus innumerables reproducciones, fue la de la argentina Sandra Pérez, quien bajo el formato: “nosotras también miramos” pero “nosotras no secuestramos, nosotras no empalamos” etc., reivindicó el derecho a ponerse como locas ante los lindos islandeses (1)

La impresión primaria de simpatía hacia esta firme respuesta queda muy debilitada por el tipo de formulación, propia de algunas corrientes del llamado feminismo radical, para las cuales las mujeres deben ser consideradas como una clase social, y la oposición principal no sería entre igualitaristas y machistas sino entre ellas y ellos. En palabras de la escritora y teórica feminista Shulamith Firestone, la fuerza motriz de los acontecimientos históricos sería “la división de la sociedad en dos clases biológicas diferenciadas con fines reproductivos, y en los conflictos de dichas clases entre sí” (2). Es decir, una nueva dialéctica que vendría a superar a la antigua contradicción principal del marxismo clásico. No viene al caso discernir si aquellas afirmaciones del tipo nosotras no hacemos tal cosa pretendían ser literalmente ciertas o sólo estadísticamente significativas, pero tampoco es necesario ser experto en lingüística para captar la afirmación implícita por oposición: nosotras no, pero ustedes sí.

Uno de los problemas más serios de este tipo de razonamiento es considerar al conjunto integrado por todas las personas de un mismo sexo como un sujeto colectivo. Ese pretendido nosotras, y su opuesto, el ustedes, son conjuntos demasiado vastos y heterogéneos como para asignarles un propósito, convicciones éticas comunes o intereses de dominación propios. El sexo masculino está sometido a múltiples presiones culturales, y no parece sensato pensar que éstas tengan tal grado de sincronización y efectividad como para alinear las conductas de un profesor sueco, un campesino afgano y un obrero del Marconi. A menos que se piense en algún fenómeno metafísico de alcance planetario o que esa supuesta vocación explotadora venga dada por predisposiciones genéticas, extremo que difícilmente llevarían las teóricas constructivistas como Firestone. Entonces, condicionamientos cruzados y múltiples, sin dudas, pero de ahí a simplificar el problema hasta llevarlo al esquema de explotadas y explotadores, hay un abismo. Uno tan grande como el que separa a una idea razonable de la teoría conspirativa más ambiciosa de las que se tengan noticias.

Pero no es sólo una idea equivocada, es además de una torpeza táctica colosal. El principal desafío del feminismo es convencer sobre la necesidad de combatir las prácticas nefastas del machismo, y lo más estúpido que se puede hacer es dividir el frente común presentando el problema como una lucha de sexos. La realidad es mucho más compleja que ese relato pueril. Da pereza tener que repetir la obviedad de que muchas mujeres son trasmisoras de valores machistas y muchos varones están en la primera fila de la lucha por la igualdad, aplicando anónimamente el mejor de los antídotos, una práctica consecuente en su vida diaria.

Regalarles a los machistas y abusadores la representatividad de todo el sexo es un acto de estigmatización extrema, al fortalecer el estereotipo masculino como un antro de potenciales agresores, y supone una ofensa inadmisible hacia la mitad de la humanidad. Es la antítesis del ideal igualitario, y muy probablemente la causa principal que explica por qué la mayoría de las mujeres, aun compartiendo muchos de sus reclamos, no se reconozcan como feministas.

Volviendo a la anécdota inicial, debería ser tan natural una líder feminista haciendo un chistecito cachondo sobre la foto de unos buenos pectorales, como el previsible empleado de taller mecánico que matiza sus grasosas labores relojeando las curvas voluptuosas que adornan su calendario. Ni ella debe ser vista como una hipócrita ni él como un violador en potencia que merece ser linchado al grito de muerte al macho. Somos todos Homo sapiens, animales sexuados, y está en nuestra naturaleza valorar la belleza del cuerpo humano y fantasear con los especímenes mejor dotados, sin que ello afecte nuestra dignidad ni implique un insulto hacia la persona cuyo cuerpo se transforma en objeto de deseo.

Sería un buen signo de salud mental saber que uno es libre de hacer un chiste libidinoso sin que lo vengan a correr con supuestas contradicciones doctrinarias, y al mismo tiempo, ser capaz de soportar una broma desubicada sin necesidad de soltar una monserga ideológica de superioridad moral. Después de todo, si lo que estamos buscando es avanzar en el camino de la igualdad de derechos y oportunidades, tal vez no sea mala idea empezar por tratarnos como iguales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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