Delivery por Antonio Pippo
Deseo hacer una declaración. Siempre supe que en la marcha de este país el tiempo –o, mejor dicho, cómo se valora al tiempo en su vínculo con las actividades cotidianas- tiene una importancia que me aún resulta difícil describir.
En realidad, y he consultado a otros grandes pensadores que han coincidido con mi padecimiento, todo se concentra en un nudo indescifrable: desde hace milenios, se sabe que el tiempo va en una dirección y debería ser el mismo para todo el mundo. El día se compone de veinticuatro horas, cada hora de sesenta minutos, cada minuto de sesenta segundos… y así. Tampoco voy a reditar a Proust, que salió a buscar el tiempo perdido y armó un quilombo de novela que hasta hoy marea.
Sin embargo, ¡y esto es lo que me inquieta!, el único país en el mundo donde esas medidas de tiempo pueden ser manipuladas sin esfuerzo por un fenómeno cultural, al que podríamos denominar “la gran estructura de la boludez nacional”, es precisamente éste.
A decir verdad, esto se sabe –aunque muchos no lo asuman- desde que Artigas decidió irse al Paraguay, cargado a espaldas del negro Ansina, y gastó treinta años debajo de un ibirapitá decidiendo que iba a hacer con su vida, mientras le llegaba alguna que otra noticia de acá, y cultivaba una huertita. Como sabemos, murió allá. Puede ser que ese hombre haya sido el Padre de la Patria tanto como el primero en pasarse la importancia del tiempo por las entretelas, generando ese hábito que hoy tiene, casi, casi, un olorcillo patriótico.
Ah, me olvidaba… Esto viaja parejo con un gran descubrimiento autóctono, de nombre poco menos que aristocrático: la gradualidad (que en criollo básico se traduce como la maquiavélica forma en que las personas advierten que se trituran sus testículos o sus ovarios mientras esperan que pase lo que tendría que pasar).
O sea que no estoy descubriendo la pólvora ni los condones con ajustadores lubricados, pero ocurre que en estos días han ocurrido circunstancias que me han precipitado sobre esa vieja cuestión.
Vea usted, lector: semanas atrás un borbollón de gente montó en cólera, sobrepasado por tropezones diarios en el tránsito –actitudes abusivas de inspectores, falta de control de los “cuidadores”, desquicio provocado por las motos de los delivery o de los que hacen “picadas-, y encaró a Mariela Baute, Directora de Tránsito de la Intendencia capitalina; creo que la señora Baute, claro que sin proponérselo sino sencillamente presa de aquella cultura nuestra del tiempo, nos dejó un par de preciosos ejemplos.
-A los inspectores los estamos mandando a disuadir, no a multar. Pero no se logra de un día para otro. Queremos cambiar un poco esas cabezas y que colaboren más en la fluidez del tránsito.
Ahí está. Un cambio gradual. Nada de guillotinar esas duras cabezotas corporativizadas, sino poco a poco, de repente armando una tripartita. Entonces uno se pregunta por las expectativas de quienes protestaron y piensa: ¿aguatarán quince, veinte, veinticinco años más? Si es gradual la cosa…
Pero la señora Baute agarró viento en la camiseta: -En cuanto a los cuidacoches, en un futuro pueden aspirar a otros trabajos…
Primero: hay cuidacoches porque es buen negocio si saben defender el fuerte: cagan a los automovilistas de mil y una manera, lavan coches y los dejan como si hubiesen llegado, sin parar, desde Cerro del Toro, sostienen la industria móvil de la “pasta” y hasta venden ropa vieja planchadita que afanaron en alguna feria de barrio.
Segundo: no saben otra, no les interesa otra y si se quiere negociar con ellos van a terminar llamando al gordito coreano bobo de los misiles.
Tercero: si no fuese así… ¿en qué carajo trabajarían, si no hay laburo por ningún lado? ¿Qué? ¿Se los van a ofrecer a los finlandeses? Bueno, tiempo al tiempo… no olvidemos que todo es gradual.
Y la frutilla de la torta fue cuando la señora Baute le anunció a la perpleja platea, que dudaba acerca de qué epíteto tirarle por la cabeza, una “gran medida del presidente Vázquez”: firmó un decreto que obliga a los delivery a capacitarse para ser contratados por las empresas.
Mire, amigo, yo no voy a estar cuando esa capacitación termine. Así que, si usted llega, represénteme y cuando tenga el panorama claro me lo cuenta en alguna oración nocturna.
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