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Derógase

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Debido a serias dificultades que se me presentaron para reflexionar acerca de una cuestión vinculada a la actividad parlamentaria local, me hice un viajecito a Buenos Aires, a Munro, a visitar al maestro Melquíades Malvavisco a la búsqueda de orientación y consejo.

Aclaro: Malvavisco tenía un puestito de venta de ropa usada hasta que descubrió una suerte de currito de modo casual. Hablaba con una señora de mediana edad sobre las medidas de un saquito de lana, cuando ella pasó, como en una carambola a dos bandas, a consultarlo sobre “qué país imaginaba para los próximos años” (estaba preocupada por su jubilación, ¡qué visionaria!).

Desde entonces don Melquíades construyó un sólido prestigio como politólogo –incluso no le escapa a la meteorología, aunque acierta menos que Ramis-, tiene un consultorio filosófico metafísico sobre el futuro, cambió el auto, compró un pisito en la avenida Santa Fe y veranea en Bahía.

No me salió barata la consulta; muy en su mismidad, Malvavisco es un miserable perro capitalista. Pero creo que abrevé en una charla ilustrativa que me abrió la mente hacia el análisis racional.

-Don Melquíades, según su sabiduría, ¿qué necesita un ser humano normal para ser un buen parlamentario?

-No mucho, menos ahora porque ayuda la flexibilidad…

-¿Qué flexibilidad?

-Y… puede ser hombre, mujer, hermafrodita, transexual, homosexual, lesbiana,  más o menos indefinido, en fin…

-Ah… ¿Y qué más?

-Saber leer y escribir, entender lo que lee y escribe… Por ejemplo, pasar al pizarrón y escribir “el partido me quiere”, y creértela; o irte al pasado y poner “mamá me ama” y entender que te bancó cualquier cagada; o “papá me pega” y que te quede claro que le sacaste plata a lo bobo amenazándolo con denunciarlo por violencia doméstica… Ah, por otro lado, defenderte en la multiplicación al menos con la tabla del dos…

-¿Por qué sólo la del dos…?

-¡Querido! Más, sería choreo… ¿comprendés? Dos por dos, ocho; ocho por dos…, a ver, veinticuatro… Y así… ¿Para qué más? Claro, hay que aplicarla bien, atento a las oportunidades, y te parás en un par de años…

Lo confieso. Me vine satisfecho. Claro, una cosa son las primeras impresiones y muy otra la realidad consiguiente.

Porque este bendito país está entre los tres primeros con más leyes aprobadas al santísimo cohete y, lo que es peor, corre con la malla oro en errores gramaticales, de puntuación, sintácticos y otras yerbas, con lo cual hay un montón que, sencillamente por incomprensibles, son anticonstitucionales. En realidad son pasibles de anulación por atentado al idioma español.

Me puse a leer la lista de todos los diputados y senadores que tenemos, anotando al lado de cada nombre, en rojo, la culada de guita que nos sale bancarlo mes a mes.

¿Cómo pueden errarle tanto?

¿Será un problema de memoria? Hace tanto que pasaron por la escuela…

¿O será cansancio? Hablan tanta pavada en sesiones maratónicas que hay quienes no pueden evitar dormirse. Y en las comisiones es lo mismo, o más perjudicial quizás porque hay que escuchar a delegaciones tan diferentes como las escuelas de samba del carnaval de Río, sólo que menos entretenidas; así que cuando se despeja el ambiente, algún conserje tiene que ir despertando legisladores para que se pongan a redactar la ley vinculada a cada circunstancia. Obvio, así no hay garantías de claridad mental suficiente y después pasa lo que pasa. No es que no encuentren las letras y las palabras adecuadas: no se encuentran a sí mismos porque flotan en una suerte de estado de imbecilidad no querido –como los errores forzados en el tenis, ¿me capta, lector?-  y entonces terminan escribiendo los mamarrachos más desopilantes.

Yo diría que se estancan cerebralmente y escriben como por un acto reflejo.

Es por eso que, si nos atuviéramos únicamente a los textos legislativos que salen del Parlamento, habría que advertir que no tenemos idioma porque lo que nos ponen delante de los ojos es ilegible.

Reconozco que hay críticos más severos que yo. Son los que dicen que todo esto deriva del amor de los parlamentarios actuales por el verso y la guitarra, sin importar el ritmo, por los libros de Paulo Coelho y Mercedes Vigil y por las intervenciones de Alfredo García y el osito de peluche Camino en “Esta boca es mía”. Respeto la opinión, aunque no tenga elementos para compartirla.

El asunto es cómo salimos ahora de esta última -¿penúltima?- ley mal escrita que ha causado la destrucción sísmica de una gran parte del sistema penal.

Asoma difícil y penoso, porque la mayoría todavía no se hace cargo de lo qué pasó. Ayer, de modo casual, escuché este diálogo entre dos senadores:

-Che, tanto lío… ¿A vos qué te parece la palabra “derógase?

-Y, mirá… me suena convincente, enérgica, indiscutible…

-¿Como si sonara a… –y disculpá la ordinariez- “¡váyase a la mierda!”?

-Eso, eso…

-Ah, bueno… Cuando acabe el pericón mediático los zapallos se van a ir acomodando solos en el carro, al andar…

Qué sé yo. A mí me gustaría preguntarle a Figueredo, Balcedo y Sanabria, entre otros, qué les parece.

 

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Antonio Pippo Tiene 58 años de trabajo en el periodismo. Ha trabajado en todos los canales de TV del país, abiertos y por cable, menos VTV; ha trabajado en casi todos los diarios, semanarios y revistas (los que se han editado y los que aún se editan en el país); ha trabajado como columnista en varias radios. Ha sido docente de comunicación en la Universidad  ORT. Ha publicado seis libros. Ha dictado charlas y conferencias en la capital y diversas ciudades del interior sobre temas de periodismo. Fue productor general y co protagonista de un espectáculo de tango que se presentó en el país durante diez años, cerrando ese extenso ciclo el año pasado.