Desde EEUU sin amor por Hoenir Sarthou
Las encuestas no le dan bien a Trump. Las elecciones de este 5 de noviembre, que hasta hace pocos meses parecían ganadas por él, hoy tienen como favorito a su rival, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden. Aunque, de acuerdo a lo que ocurrió en la elección pasada, no está todo dicho todavía.
¿Qué pasó?
Sin duda, la declaración de pandemia por la OMS (a la que EEUU le suspendió los aportes de dinero), el consiguiente freno de la economía y el bombardeo mediático sobre la actitud de Trump ante el coronavirus, han sido claves en el descenso del presidente en las encuestas. Les dieron a algunos de sus grandes enemigos, los magnates del sistema financiero y de cierta élite económica de alcance global, los argumentos para atacarlo públicamente con eficacia. Sabido es que un presidente recibe las consecuencias tanto de los períodos de bonanza como de los de penuria.
Pero la pandemia no deja de ser un fenómeno circunstancial. Esa hostilidad hacia Trump es mucho más vieja. George Soros intentó impedir que asumiera la presidencia en 2016, y Bill Gates, el poco tiempo en que no promociona sus vacunas, destila veneno contra Trump en cuanto medio de comunicación se le pone al alcance. Y se le ponen muchos.
Rastreando un poco en el fondo de esa hostilidad, Trump parece ser un obstáculo para el manejo de asuntos financieros y de emisión de moneda. Además, desistió de la cadena de intervenciones militares internacionales de los EEUU, que, terminada la guerra de Vietnam, se habían iniciado desde el gobierno de Ronald Reagan en adelante. Una cosa es la retórica conservadora de Trump, y otra sus políticas. Es significativo que, desde Reagan, sea el único presidente de los EEUU que no inició una guerra. Obviamente, interferir con la emisión de moneda y abstenerse de promover guerras afecta a intereses poderosos.
Quizá la clave de esa oposición plutocrática a Trump radique en que éste expresa a formas más tradicionales de la economía y de la vida social estadounidense. Es conservador y se centra en los EEUU, por tanto, es un obstáculo para los objetivos de grupos económicos con planes globales.
Hasta hace pocas décadas, lo que pasara en EEUU era determinante para el mundo. Y hoy sigue siéndolo, aunque su liderazgo esté seriamente amenazado por la ascendente China, contra la que, nada casualmente, Trump capitaneó una notoria guerra comercial.
Si triunfa Biden, es previsible que las relaciones con China deriven en alguna clase de nuevo reparto del mundo, en que sacarán buena tajada China y la élite financiero-farmacéutica occidental (asociada con China). Así como es previsible que EEUU abandone su encierro, retome su papel intervencionista en las áreas del mundo que queden bajo su control, y que se pliegue al frenesí pandémico, si éste sigue adelante luego de las elecciones.
Así las cosas, ¿qué le sirve más a Uruguay? ¿Trump o Biden?
Objetivamente, la idea de un mundo repartido, regido y controlado por un acuerdo entre dos grandes potencias, con la élite económica global oficiando como mediadora, resulta inquietante. Es posible que unos EEUU concentrados en su propia economía y enfrentados a China en guerra comercial fuera más inocua para países chicos como Uruguay.
De todos modos, no jugamos ese partido. Y tampoco lo veremos desde la tribuna, ni tan siquiera desde el talud. Lo veremos desde lejos y por sobre el alambrado. Aunque cosas muy importantes para nosotros dependan de ese resultado.
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