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¿Disparen contra el sindicato?

¿Disparen contra el sindicato?
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En los últimos tiempos hay muchos operadores políticos y mediáticos que a toda hora critican a las organizaciones obreras por sus medidas de lucha. Palo en la rueda, anti patria, abusadores, chantajistas, antidemocráticos son algunas de las acusaciones que reciben los sindicatos. Los recientes paros, que impidieron la faena de ganado o el de ANCAP, agitaron aún más el avispero. Mientras tanto la Universidad Católica mostró en un estudio que el índice de conflictividad fue menor en este año que en los años que gobernaba el Frente Amplio.¿Por qué aparece esta ofensiva contra los gremios? ¿Se está intentando deslegitimar la organización de los trabajadores? ¿Sienten que los sindicatos son un impedimento para aplicar otro modelo de país? ¿Consideran que el mejor sindicato es el que no existe? ¿Son realmente antidemocráticos los gremios? ¿Qué es un paro extorsivo? ¿Cuándo debe parar un gremio, en el momento más adecuado para sus reivindicaciones o cuando menos moleste a la patronal?

 

Palos en la rueda para volver en 2025 por Oscar Licandro

Ha transcurrido aproximadamente un siglo y medio desde que grupos de anarquistas fundaron los primeros sindicatos en la Europa del siglo XIX, en respuesta a un emergente feroz capitalismo que explotaba de forma inhumana a niños, mujeres y hombres. Fueron anarquistas llegados al Uruguay a fines de ese siglo, quienes crearon los primeros sindicatos en nuestro país. Posteriormente, en el siglo XX, con la fundación del Partido Socialista primero y la del Partido Comunista después, el movimiento sindical fue creciendo, al tiempo que su liderazgo era compartido (y competido) por anarquistas, socialistas y comunistas. También hubo un sindicalismo impulsado por obreros católicos y por pequeños partidos de inspiración marxista (ejemplo: los trostskistas). Después de la creación del FA, nuevos partidos o grupos de izquierda crearon sus áreas sindicales: el Partido Demócrata Cristiano, los Grupos de Acción Unificadora, el Partido por el Gobierno del Pueblo (la 99 de Zelmar Michelini y Batalla), etc.

¿A qué viene esta breve síntesis histórica? La traigo a colación porque evidencia un hecho objetivo incuestionable: los sindicatos fueron creados y han operado como herramientas de lucha político-partidaria. Es obvio que los sindicatos han funcionado para mejorar las condiciones laborales y el salario de los trabajadores. Y en esto han funcionado muy bien. La inmensa mayoría de las mejoras en este campo no hubieran sido posibles sin sindicatos fuertes que las impulsaran, dieran batalla por ellas (con muertos propios, inclusive) y negociaran para materializarlas. Pero, en simultáneo, los sindicatos han operado como una herramienta de los partidos de izquierda (principalmente los de inspiración marxista) para llegar al poder. El accionar de los sindicatos ha estado siempre al servicio de la estrategia partidaria para alcanzarlo. Lenin defendió fervientemente la idea de que el sindicato debería ser la correa de trasmisión del partido. Vladimir Illich Uliánov creía que los sindicatos independientes del partido (no subordinados a él) no eran funcionales a la estrategia revolucionaria.

Durante décadas (seguro, hasta los primeros años después de la dictadura) esto era explícito en los partidos marxistas uruguayos, no se ocultaba, se debatía en gremios y comités de base, y era parte de la formación de militantes y cuadros partidarios. Cuando en la izquierda había coherencia entre doctrina y praxis, sin tapujos se reconocía que las decisiones y acciones de los sindicatos se determinaban en función de la estrategia de los partidos para alcanzar el poder. La “independencia de clase”, que reiteradamente declaran y juran los actuales dirigentes del PIT-CNT, para Lenin era “infantilismo político”. Para Rosa Luxemburgo los sindicatos independientes eran apenas instrumentos reformistas y para Trotsky las burocracias sindicales independientes del partido eran sostenedoras del régimen capitalista.

Hoy, lisa y llanamente, ese discurso de la independencia de clase es una descarada mentira, cuyo objetivo es ocultar que determinados comportamientos y medidas sindicales responden a una estrategia partidaria, orientada a desgastar al gobierno y a poner obstáculos (los referidos palos en la rueda) a las transformaciones que quiere llevar adelante. Para el FA, cuyos partidos controlan los sindicatos, es imprescindible que al gobierno de Lacalle Pou le vaya mal, porque si le va bien, muy difícilmente podrán recuperar el gobierno en 2024. Para esta fuerza política el problema está en que al gobierno le está yendo bien, y que la mayoría de los uruguayos lo sabe y reconoce. Además, esto se agrava por el hecho de que el FA y el PIT-CNT, así como innumerables operadores controlados por ellos, se han opuesto sistemáticamente a la estrategia del gobierno en temas relevantes para los uruguayos; y se han equivocado: la exitosa estrategia sanitaria para enfrentar la pandemia, las medidas sociales que permitieron mitigar sus impactos sociales negativos, las medidas económicas que mantuvieron funcionando la economía y llevaron a recuperar rápidamente el nivel de empleo pre-pandemia, la combinación de medidas sociales y económicas que están permitiendo sacar rápidamente de la pobreza a la mayoría de las personas que cayeron en ella durante la pandemia, la política de seguridad que disminuyó el delito y mejoró la eficiencia de la policía para capturar a los delincuentes…y un largo etc.

Por otra parte, los partidos de izquierda y sus brazos sindicales necesitan que el gobierno falle en las transformaciones institucionales y legales que han reducido la capacidad de la izquierda para ejercer el poder fuera del parlamento. Una de las transformaciones que más les duele es el cambio en la gobernanza de la educación. Este cambio les impide co-gobernar la educación pública cuando no están a cargo del gobierno nacional. Fueron 15 años de poder absoluto en la educación. Si al gobierno le va bien, y la coalición multicolor gana en 2024, serán diez largos años mirando desde afuera, en un sector que también es clave para la estrategia de poder de la izquierda (Gramsci, dixit). Otra transformación que les duele es la de las restricciones legales a la ocupación de los lugares de trabajo y a los piquetes. Estas restricciones les restan “poder de fuego” para sus batallas, ya que limitan su capacidad para imponerse a prepo. En Marzo intentarán revertir estas transformaciones en el referéndum contra la LUC. Pero si pierden el referéndum, les resultará imprescindible ganar en 2024, porque de lo contrario serán 10 años sin esas herramientas de poder.

Ante las críticas de que el PIT-CNT está poniendo palos en la rueda, se argumenta desde la izquierda que la conflictividad sindical ha disminuido. Este argumento es falaz porque la crítica no está referida al aumento en el número de conflictos, sino a un grupo muy pequeño de conflictos que terminaron en una acelerada y exagerada escalada de medidas, que claramente perjudican la gestión del gobierno. Dos conflictos son paradigmáticos de esta estrategia de desgaste. El primero fue el paro en el puerto, que paralizó las exportaciones e importaciones en un momento en que el comercio exterior es uno de los motores de la recuperación económica del país (es decir, de la creación de empleo y de recuperación del salario real). El segundo fue la reciente paralización total de la refinería de ANCAP, que generó graves perjuicios económicos a la empresa de los uruguayos, con la yapa de una rotura (involuntaria) que impide la producción de combustible durante muchos días. En ambos casos, la motivación fue claramente político-partidaria y nada tiene que ver con los derechos de los trabajadores. El primero respondió a un cuestionamiento a la estrategia de largo plazo que definió el gobierno para incrementar la actividad del puerto de Montevideo (el acuerdo con Katoen Natie), en tanto que el segundo fue realizado para manifestar la opinión contraria del sindicato de ANCAP, ante el anuncio del directorio de la empresa de su intención de buscar un socio privado para la producción conjunta en un rubro que da fuertes pérdidas: el portland. Si bien en ambos casos había argumentos laborales, resulta claro y notorio que el objetivo principal era de carácter político-partidario.

En consecuencia (y ya entrando en las preguntas de Voces), en mi opinión las críticas a este accionar del PIT-CNT no son parte de una ofensiva contra los sindicatos, ni un intento de deslegitimarlos, ni responden a la idea de que el mejor sindicato es el que no existe. Más bien, lo único que pretenden estas críticas es denunciar que la izquierda, en defensa de su modelo de país y para volver en 2025, usa los sindicatos para obstaculizar la implementación del modelo de país que impulsa el gobierno elegido por la mayoría de los uruguayos en 2019. Tal como lo he dicho en otras oportunidades, lo que el FA no puede aplicar cuando pierde en las urnas, siempre trata de imponerlo tramposamente mediante el uso distorsionado de otros elementos de la institucionalidad democrática; en este caso, los sindicatos.

 

Menos drama por Gonzalo Pérez del Castillo

Si hay una cosa, una sola cosa, que no se le puede reprochar al gobierno de la coalición, desde el comienzo de la pandemia hasta la fecha, es que no haya habido comunicación y diálogo. Esto ha sido así para todos los uruguayos, sin exclusiones. Desde la vereda de enfrente se pronosticaba que se descontinuarían los consejos salariales. No sucedió así, hubo dos rondas salariales en menos de dos años. Ante una crisis tan mayúscula como imprevista el gobierno, y particularmente el Ministerio de Trabajo, se mostraron permanentemente dispuestos al diálogo entre todas las partes para buscar soluciones. Es por eso tal vez que la actitud de confrontación de los sindicatos afiliados al PIT CNT ha suscitado sorpresa, así como las críticas a las que la pregunta hace referencia.  Una crisis sanitaria de la magnitud que provocó el COVID 19 tiene muy duras repercusiones económicas y sociales. Tiene costos concretos y tales costos alguien los debe pagar. ¿Quién?                A nadie sorprende que los sindicatos defiendan los intereses de sus trabajadores afiliados y las patronales defiendan sus negocios. Para eso están. Lo que no debe perderse de vista de uno y otro lado es que hay gente que ha sido muy severamente afectada y es a quien debe atenderse primero. Ellos no poseen el poder de negociación que tiene el PIT CNT ni de lockout que tienen los empresarios. Si estas organizaciones fuertes usan su poder para evitar pagar la cuenta es evidente que la cuenta la van a terminar pagando otros.

Las críticas que recibe el PIT CNT son una reacción a su actitud política durante el curso de la pandemia. A pesar de estar convocados permanentemente al diálogo y a la búsqueda de soluciones conjuntas han abusado de su poder para imponer su criterio amenazando, y en ocasiones ejecutando, medidas durísimas que dañan a toda la sociedad.

Más allá del momento crítico por el que todos los uruguayos estamos atravesando, este tipo de medidas extremas (paro del puerto por 72 horas, paro del transporte, apagar la refinería de ANCAP) son injustificables. Lo serían incluso frente a un gobierno dictatorial y autoritario, porque dañan a toda la población, pero ese no es el caso. Es casi ridículo que se pase de una situación de diálogo a medidas tan extremas en cuestión de horas.

Las críticas que se le hacen al PIT CNT tampoco surgen porque los uruguayos no reconocemos su legitimidad, porque consideramos que el mejor sindicato es el que no existe o porque solo estamos de acuerdo con una huelga si no molesta a nadie, ni siquiera al patrón.

Surgen porque esta central única de trabajadores, caso raro en el mundo, ha adquirido un peso político extraordinario. Y parece decidido a usarlo, si es necesario irresponsablemente, para adquirir más poder aún. Y para ejercer ese poder político en este modelo de país, porque otro modelo no tiene. Y si lo tiene ¿Cuál es?

 

Sindicatos malos y buenos por Eduardo Vaz

“Y quiero ser además muy honrado. Esto significa y tiene que significar para nosotros una especie de mea culpa porque desdichadamente los partidos tradicionales en nuestro país no tienen buena historia en su referencia con la vida sindical. Cada vez que trataron de introducirse en ella terminaron queriéndolo o no, aprovechados por otros, sirviendo sindicatos amarillos o casi amarillos. Nosotros queremos la presencia de la gente de nuestro partido en las organizaciones sindicales. En las organizaciones juveniles. En las organizaciones estudiantiles. Llevando a todas ellas la idealidad de su partido porque ese es su esquema de ideas, esa es su conformación espiritual.
Pero no hacer política en el sindicato. Y así como le prohibiremos a los nuestros que allí vayan a imponer su criterio político partidista, también les digo que no toleraremos que sindicato u organización social alguna le cierre la puerta a un compañero por su sola militancia nacionalista. Pero el Partido lo vamos a hacer vivir en todas las organizaciones sociales del país.

Esta extensa cita de Wilson en su memorable discurso luego de liberado por la dictadura en la explanada de la Intendencia de Montevideo, da referencias esenciales para encarar la actividad en los movimientos sociales de parte de los partidos y sus militantes.

El mérito principal del movimiento popular uruguayo es haber entendido hace décadas que la INDEPENDENCIA partidaria, religiosa, ideológica y económica, es garantía de legitimidad, base de la unidad y condición de su representatividad. Tanto el trabajador como el estudiante o cooperativista, por mencionar algunos, llega al movimiento por su actividad y necesidades naturales, no por su definición ideológica. En todo caso, allí encontrará ese mundo riquísimo de ideas diversas, plural, contradictorio, pero formador como ninguno de una mirada abierta y respetuosa pues se trata de lo que piensan sus pares que viven, sufren y sueñan las mismas cosas. Sin asambleas es difícil formar ciudadanía.

“La historia de las asambleas es la historia de la libertad”, reza en la sala de Convenciones del P. Colorado, citando al siempre subversivo José Batlle y Ordoñez.

¿Por qué los dirigentes de la derecha no cuestionan a los sindicatos de grandes empresarios, mucho más reducidos ideológica y políticamente? Porque piensan y actúan en consonancia, llaman a votar en favor de la LUC, se movilizaron contra los gobiernos del FA, aplauden ahora sus políticas económicas y sociales de recortes. Son una cantera de cuadros para esos partidos y poleas de transmisión de sus orientaciones privatizadoras, antisindicales y anti estado. Obsérvese que nadie de la derecha cuestiona la legitimidad de los mismos, aún después de la estruendosa derrota electoral a manos de USU en las elecciones del BPS. En suma, porque son parte de su familia política, ideológica y cultural, base social y de financiamiento principal.

La distancia entre el pensamiento de José Batlle o Wilson (autocrítico en serio en la materia) y la actual dirección derechista es abismal y, como siempre, perjudicial para la convivencia pues alimentan el enfrentamiento, debilitan las organizaciones sociales más representativas por ser críticas con su modelo, incluso apuntan contra el carnaval que ha sido capaz de mofarse de todo el mundo, sin distingos.

Lo hicieron en su primer gobierno del 59, lo hicieron en el segundo del 90 y repiten ahora: es el herrerismo conservador, privatizador y elitista que conlleva un discurso agresivo y divisionista y antipopular. Hay coherencia en ellos, no en otros que prefieren desdibujarse con tal de estar en el reparto.

 

Cada uno en su lugar, dentro del sistema por Cristina De Armas

Lo más difícil de explicar siempre es lo obvio. Así como se pregunta si el sindicalismo pone palos en la rueda, molesta, también se podría preguntar de algún periodismo, de organizaciones sociales; ¿deberían desaparecer por eso? Todos son parte del sistema.

No se puede entender al sindicalismo separado del modelo capitalista; antes de su creación la esperanza de vida de un obrero en Europa era de 26 años. Por supuesto, nacieron por la propia necesidad capitalista, las urbanizaciones obreras en torno a las fábricas hicieron que los obreros compartieran otros espacios, sus necesidades y surgiera una conciencia de clase obrera.

Ante esto la Unión Soviética utilizó esta naciente conciencia de clase para atacar a los países capitalistas, apoyó a los sindicatos incitando a la revolución. Para evitar los levantamientos sociales y lograr una paz laboral los países capitalistas respondieron con el estado de bienestar basados en ideas del no hace tanto tiempo nombrado por nuestra actual Ministra de economía y nuestro propio presidente: John Keynes.

Keynes tomó las más importantes demandas de los trabajadores, aseguró la producción y dio a trabajadores ingreso para comprar lo producido. En tiempo de guerra, de crisis, subía los sueldos. Pero Keynes también institucionalizó a los sindicatos, los hizo parte del sistema político y empresarial, los derechos de los trabajadores ya no serían tratados entre el trabajador y la empresa sino entre la empresa y los sindicatos como sus representantes. De este modelo se dice que convirtió al sindicato más en un conciliador entre obreros y empresarios que un representante de derechos obreros, por eso los sindicatos perdieron mucho apoyo en el siglo XX. Coincide con el surgimiento de un sistema más flexible opuesto a este sistema rígido de negociación; el neoliberalismo, que permitió a las empresas, especialmente en USA, llevar su producción a la India o a China donde la mano de obra era más barata y con menos derechos.

Pero esa es otra historia y es mi última nota del año. Nuestro sindicalismo defiende los derechos de los trabajadores, es un sindicalismo institucionalizado que no busca revoluciones sino conciliar, que utiliza medidas de fuerza legítimas, legales y como ha dicho la Universidad Católica en su análisis, no se ha excedio en ellas en este tiempo. Vimos en tiempo de pandemia el diálogo permanente del propio presidente con los mayores referentes de los sindicatos más importantes; han sido como los empresarios, las organizaciones sociales y la ciudadanía en general parte de la solución o de la forma en que la enfrentamos. La pandemia cede, cada uno retoma su lugar, los sindicalistas también son votados y deben mostrar gestión y logros, pero son como todos, parte del sistema.

 

Un sindicalismo diferente por Federico Kreimerman

¿Por qué avanza la ofensiva del gobierno contra los sindicatos? La respuesta es sencilla, porque puede.

Porque la clase trabajadora está debilitada y fragmentada, y porque el Movimiento Sindical está muy débil, aunque quienes lo conducen quieran mostrar otra cosa.

Para entender esta incapacidad de organización y lucha que tenemos al presente los trabajadores, creemos que hay que llamar por su nombre a algunas cosas. Las direcciones mayoritarias de los sindicatos y del PIT CNT son los principales responsables de la entrega, y los acuerdos a espaldas de los trabajadores. Todo esto sustentado en un desmantelamiento de los mecanismos de decisión máximos como son las asambleas generales, así como el ninguneo de las bases como expresión directa de los problemas de los trabajadores, aplicando el burocratismo y verticalismo en cuanto se presenta cualquier conflicto.

Durante los años de gobierno del progresismo se ha visto en reiteradas oportunidades la actitud conciliatoria de parte de las corrientes mayoritarias del movimiento sindical: en cuanto estallaba un conflicto, allí acudía la dirigencia del PIT CNT para apagar el incendio o, lo que es peor, para ponerse del lado del patrón o del Estado, y haciendo que los trabajadores abandonaran la lucha, poniendo conquistas parciales como la única salida posible, en definitiva, espejitos de colores.

Pero, sorprendentemente, y ante la expectativa de cómo se iba a posicionar el PIT CNT ante el gobierno multicolor, adjetivado por algunos dirigentes como la “derecha” o “ultraderecha”,, estos dirigentes han demostrado que pretenden seguir vendiéndole  pescado podrido a los trabajadores: transar con el gobierno la rebaja salarial y poner sobre el salario todo el peso de la crisis como la variable de ajuste, y por otro lado, aparentando ser parte de la oposición política con declaraciones grandilocuentes en los actos, así como pretender encolumnar la lucha en cuestiones accesorias, con el objetivo de sacar de foco las verdaderas reivindicaciones que generan unidad, como es la lucha por el salario, sólo para acumular rumbo a las elecciones de 2024, mientras, a ajustarse el cinturón. La cuestión de fondo es más que una mera claudicación ante los intereses de las patronales y, gobierne quien gobierne, “la crisis la sigamos pagando los trabajadores”.

Se trata, en definitiva, de la línea ideológica de la conciliación de clases que sustentan la mayoría de los dirigentes sindicales, que garantizan el pacto social decidiendo a espaldas de los trabajadores. Muchos creemos que es posible un sindicalismo diferente, que ponga ante que nada los intereses de los trabajadores, y por supuesto, que use el poder que tiene nuestra clase.

¿En que se sustenta el poder de la clase obrera? En su número, los trabajadores constituyen la inmensa mayoría de la población del planeta, aunque dependan circunstancialmente de una minoría para sobrevivir. Al número hay que agregarle la importancia económica, por su papel insustituible en la producción social. Pero el número y su importancia económica no dan en sí mismo poder a una clase si esta no es consciente de lo uno ni de lo otro, debe tener además conocimiento y conciencia. Lo que transforma un conjunto numeroso de personas en una organización es la claridad de sus objetivos y la disciplina. El sindicato constituye la forma natural y primaria de la organización de los trabajadores. Cuanto más débil sea la organización de los trabajadores más duras serán las condiciones impuestas por el capital. Los sindicatos no se proponen el derrocamiento del sistema. Pero es en la lucha sindical donde los trabajadores elevan su conciencia y su capacidad de comprender que sólo la superación del capitalismo podrá ofrecer resolución definitiva a sus problemas cardinales.

Si bien la lucha sindical ayuda a la comprensión de la naturaleza explotadora del capitalismo, esa comprensión es aún insuficiente puesto que en la acción sindical el trabajador solo ve al empresario o a las patronales, pero no a toda la clase burguesa ni al Estado como garante de los intereses de la misma. El trabajador en lucha debe conocer también la realidad más general, adquirir una comprensión política. Entender que detrás de los patrones y de él mismo hay clases enteras que luchan entre sí por el poder político. La práctica de la organización sindical y la lucha cotidiana enseña a los trabajadores a subordinar su interés inmediato y personal al interés general de la clase, a sacrificar su ventaja personal por la victoria del colectivo. Cada huelga ganada, cada reivindicación obtenida por la acción común y unitaria o cada derrota sufrida educan y nos pone frente a frente con la realidad que debemos transformar. Que un sindicato contribuya a elevar la conciencia de sus afiliados, que se proponga objetivos superiores, o por el contrario que contribuya a la domesticación de los trabajadores, a la paz social y a la resignación reformista, depende en gran medida del carácter de su dirección. Por eso quienes así vemos el mundo, nos proponemos disputar la dirección de los sindicatos cada vez que esto sea posible.

 

¿Paros eran los de antes? Por Rodrigo de Oliveira

Previsible era la escalada en los conflictos sindicales, teniendo en cuenta dos elementos de peso: la ronda de consejos salariales y la proximidad de la convocatoria a referéndum a darse en el próximo mes de marzo. Era esperable que se alcanzara el número de firmas habilitadas requerido para tal convocatoria, de modo que se encaró desde el momento mismo de la entrega de las mismas como si fuera un hecho concretado. Cierto es que la proximidad de la fecha signada por la Corte Electoral aceleró la conflictividad reinante. Es que por parte de quienes abrevan en partido y sindicato de enfoque único y compartido se vio como la mejor oportunidad posible el marcar fuertemente la cancha, de manera de poder generar una elección de medio término, utilizando para ello las mismas consignas de siempre: defensa de empresas públicas, resistencia a «medidas derechistas» cuando no directamente «fascistas», sostén de los derechos adquiridos y la cantinela por todos conocida. No innovar discursiva ni dogmáticamente está vigente y permanece.

No es nuevo ni exclusivo de estos movimientos vernáculos el hacer de los instrumentos de democracia directa una elección «contra» los gobiernos de turno. Se ha utilizado hasta el hartazgo y se seguirá haciendo, por supuesto. Lo que sí llama la atención es la virulencia del nivel de las medidas: puertos, frigoríficos, sector industrial estatal, y sigue. La cuestión es marcar e intentar demostrar fuerza. Y juntar votos para marzo, si es posible. ¿Intentan desestabilizar al gobierno? Claramente, aunque no con una actitud golpista (no en esta oportunidad, aunque ya lo han hecho antes). Socavar la legitimidad electoral indirectamente es el objetivo, para desde ahí replantear posiciones e intentar volver al gobierno en 2025.

Tienen algunas cosas en contra: los números dan a favor de la actual administración, tanto en lo económico como en la valoración de la población acerca de la gestión. Influye también en ello la exitosa evolución pandémica, luego de ese segundo trimestre para todos doloroso. Luego, vimos lo que siguió.

En alguna columna anterior mencionábamos esto, con miras al 1ro de marzo 2021 que se acercaba, los hechos hicieron que aquellas líneas previas resultaran correctas respecto a lo que vendría. Los tiempos fueron más largos y la aparición de la variante Delta enlenteció tales, aunque sin mella en el fondo del análisis. Para fines de junio del corriente, la situación era otra y así ha permanecido; esperamos que siga así. La política vacunal fue la correcta, la reacción posterior de la población también. Ello no será dejado fuera de la valoración de los votantes ni de la campaña que se viene. Fue la base de no solo este segundo semestre sino de todo el resto del período de la coalición. Esto también es sabido por los sindicalistas y la oposición, esa misma oposición que luego de haber dudado fuertemente acerca de apoyar la recolección de firmas para alcanzar el referido referéndum, se volcó de lleno cuando vio que se conseguiría ese veinticinco por ciento necesario y la contienda quedaría sobre la mesa. El PITCNT hace lo suyo, intenta socavar generando paros y movilizaciones más o menos legítimas. Lo que se pone en tela de juicio es la fuerza inusitada de las medidas planteadas, no por nuevas, sino por salir disparadas una detrás de otras, a puntos sensibles ya no del gobierno, sino del país y su producción.

De acuerdo a las recientes encuestas no se alcanzarían los números requeridos para derogar los ciento treinta y cinco artículos de la LUC. Parecería hasta acá coincidir intención de votos por el SÍ y votos alcanzados por el FA en octubre del 2019. Ambos actores saben de la importancia de lo que se viene. Mientras, seguiremos rehenes de sindicatos que siempre nos muestran la misma cara, sin terminar de entender que la primera conquista a la que deben acceder es al favor de la población. Antes bien, la utilizan y someten utilizando la fuerza, demostrando estrategias anquilosadas y procedimientos de otra época. Claro que, para lograr el convencimiento, hay que argumentar con razones válidas y de real peso que involucren las necesidades verdaderas de las personas. ¿Necesitamos otro tipo de sindicalismo? Al igual que sucede con los políticos, ¿refleja la esencia misma de la ciudadanía? Que el debate sea interno y que las posturas se reflejen en un debate de ideas honesto. ¿Será mucho pedir?

 

Los gremios y los partidos por Juan Pablo Grandal

Pensar la utilización del término “antidemocrático” es bastante útil para tratar el tema de hoy. Desde los distintos partidos de la coalición gobernante se ha acusado repetidamente al movimiento sindical de “poner palos en la rueda”, de evitar que el gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos se desempeñe con normalidad. En esta visión de lo que significa una “democracia”, parece significar poco más que votar cada 5 años y permitir al gobierno electo desempeñarse sin impedimentos. No digo que esta visión sea correcta o incorrecta, como crítico de la democracia liberal, creo verdaderamente que el poder real que tiene el ciudadano promedio en nuestra sociedad efectivamente se limita a poner una papeleta en una urna. Ni que hablar que quienes realmente ejercen el poder ni siquiera son los representantes electos. Pero justamente, por esto mismo, la actuación política mediante gremios o sindicatos es fundamental para agrupar a los ciudadanos en torno a intereses realmente comunes y además realizables.

No voy a descubrir yo que existe un sinnúmero de problemas con el movimiento sindical en la actualidad. En particular, los gremios de empleados públicos o de la educación generan bastante rechazo en la población en general, y en su mayoría lo comparto. También es un problema que buena parte de la dirigencia del movimiento sindical milita en un partido particular, el Frente Amplio, y entonces la frontera entre las reivindicaciones del movimiento obrero y los intereses de la dirigencia de un partido, hoy en oposición, es en el mejor de los casos tenue. Pero no quita que la militancia gremial es una herramienta mucho más real para la acción política que los partidos. Los partidos hacen poco más que dividir a la sociedad, usando los principios y valores en que los votantes de los distintos partidos honestamente creen, para hacer poco más que repartirse cargos en el Estado. Esa es la base de nuestro sistema electoral, y así es a lo largo del llamado “mundo libre”. Difícilmente pueda perfeccionarse.

Por otra parte, otros pilares fundamentales para el mantenimiento de una comunidad organizada, como la familia, las Iglesias, las organizaciones barriales, o, justamente, los gremios, hacen lo contrario. Unifican. En el caso de los gremios, unifican en torno a uno de los elementos fundamentales de la vida y que más hermanan a la gente: el trabajo. No existen lazos más naturales que la solidaridad que se siente ante miembros de la propia familia, de la comunidad inmediata, o compañeros de trabajo. En un sistema donde lo que predomina es el trabajo asalariado, existen pocas pujas más naturales que el luchar por mejores salarios o mejores condiciones de trabajo. Sin caer en la doctrina de la lucha de clases, que también promulga enfrentamientos en base a falsas dicotomías en vez de buscar la cooperación en pos del bien común.

Esto nos retrotrae a uno de los principales problemas del movimiento sindical hoy, su asociación mayoritaria a un partido particular del sistema político. Al estar hoy el Frente Amplio en oposición, aquellos conflictos sindicales que involucran al Estado están en una frontera difusa entre las reivindicaciones obreras y la política partidaria, y esto explica también buena parte del discurso anti-sindical de buena parte de la coalición gobernante. Más a favor de mi argumentación que uno de los principales problemas hoy del movimiento sindical sea su relación con la política partidaria.

Pero esto aún no me convence de que la militancia gremial (también incluyo aquí a gremiales rurales como Un Solo Uruguay cuyas reivindicaciones en buena parte comparto) o sindical sea menos válida que un proceso electoral, y que por lo tanto al haber ganado las elecciones un partido o coalición los gremios y sindicatos deban simplemente “dejarlos gobernar”. Que serían mejores alternativas un movimiento sindical alejado de la política partidaria, o un sistema de partidos alineado con los gremios en pos de los intereses colectivos de la patria, me parece una obviedad. De todas formas, esa no es nuestra realidad, y mientras tanto, reivindico a las gremiales y sindicatos como uno de los más importantes vehículos para las reivindicaciones de nuestros compatriotas, y espero que no lleguen jamás a ser un simple vehículo para los intereses de la dirigencia de un partido.

 

Gobierno–Sindicatos una relación escabrosa por Oscar Mañán

Los gobiernos, sin excepción, gestionan los intereses de las clases dominantes que conforman un bloque para la dominación política, y es el aparato administrativo del Estado el instrumento para tales fines. El Estado, constituye una “arena de lucha” entre los diversos intereses que son parte de ese pacto dominante y de éstos con otros subordinados, explotados, marginados.

Los sindicatos son parte de la sociedad civil organizada que expresan los intereses de la clase obrera a nivel de la sociedad política. El gobierno y los sindicatos se relacionan en un marco institucional reglado, donde se expresa la lucha política que representa los intereses de los diversos actores. Y, por supuesto, las estrategias de los gobiernos para gestionar los intereses de ese bloque dominante, o las formas de lucha de las representaciones obreras también difieren, siguiendo la lógica amigo-enemigo, desarrollando proyectos de clase y enfrentado otros.

¿Qué cambió con el gobierno actual? Ciertamente, no cambió el bloque dominante, pero sí la estrategia del aparato administrativo que ejerce la dominación. El progresismo definido como la búsqueda del progreso mediante el crecimiento económico pero con cierta solidaridad con la pobreza, tuvo como estrategia la conciliación de clases y un discurso integrador de los sectores populares al pacto de dominio. No obstante, el actual gobierno tiene una estrategia diferente que, en palabras del propio presidente, apuesta a los “malla oro”, es decir a los ganadores del sistema económico.

El gobierno del FA sostuvo una política activa de integración social, con programas deliberados para minimizar los dolores del capitalismo, pero manteniendo fuertes subsidios al capital. Lo llamamos: “la utopía de un país más justo con burguesías subsidiadas”. Sin embargo, se mantuvo una política de fortalecimiento del empleo formal, múltiples programas sociales, se instauró la negociación colectiva que fortaleció el salario real, pero con transferencias de ingresos siempre creciente a los sectores dominantes. Pobreza absoluta que disminuía de manera consistente (menos pobres e indigentes) con pobreza relativa (entre clases) en aumento.

Lo anterior define un relacionamiento con las clases sociales y sus representaciones políticas, así como tácticas y estrategias. Desde el 1° de marzo 2020, el gobierno se abocó a la construcción de un marco jurídico antipopular, que tuvo su corolario en la LUC (Ley de Urgente Consideración), y que implicó un cambio en el relacionamiento entre el gobierno y los sectores populares (especialmente los sindicatos, los actores de la educación con recortes presupuestales, pautas salariales retrógradas, políticas represivas, etc.). Este gobierno es permeable a sectores que reclaman volver a la apertura irrestricta de la economía, la desregulación interna, alentar la acumulación privada y destruir la institucionalidad pública que pueda representar competencia, bajar los costos salariales y para ello debilitar los sindicatos y organizaciones sociales que se oponen a dicha estrategia.

Las medidas de lucha de los trabajadores, en especial las más extremas como los paros, no tuvieron lugar durante la pandemia. Ante caída del empleo y salarios, desempleo, la solidaridad organizada desde sindicatos y sociedad civil enfrentó la insuficiencia del gasto social con ollas populares, la lucha se enfocó en atenuar la vulnerabilidad de todos ante la virosis.

Ahora, la sociedad civil se organiza para anular 135 artículos de los más retrógrados de la LUC, en un contexto sostenido de caída salarial, fortalecimiento de sectores burgueses y ataque a derechos fundamentales: persecución y represión sindical, derechos de expresión, etc. De ahí que la radicalización de ciertas medidas de lucha lejos de atentar contra la democracia la fortalecen, las organizaciones obreras y sociales exigen mecanismos directos de democracia, denuncian atropellos y enfrentan las medidas antipopulares.

 

Tiempos peligrosos por Fernando Pioli

Una de las tantas aristas de la democracia republicana es la posibilidad de asociarse y organizarse. Por supuesto que el derecho de los trabajadores a asociarse es un componente sustancial de cualquier democracia moderna.

Las organizaciones sindicales uruguayas tienen un alto componente de dogmatismo ideológico, lo que hace que sus acciones, reclamos y discursos sean ampliamente previsibles. Esta debilidad es la que aprovecha el gobierno para construir polarización. Logra desarrollar en su base electoral la idea fantasiosa de que es todo lo mismo, El Frente Amplio, los sindicatos y las organizaciones sociales. Esta ficción es tan fuerte que impide recordar los duros enfrentamientos de los gobiernos de izquierda con diferentes frentes sindicales, es más, las medidas sindicales contra gobiernos de izquierda han tenido una dureza tal que no tienen comparación con las que se han llevado a cabo contra el actual gobierno. Sin embargo estos hechos parecen haber sido diluidos en una marea discursiva que se replica de modo constante en los medios de comunicación y en las redes sociales, ya sea por figuras prominentes del oficialismo o por simples trasegantes de baja intensidad. El asunto es que hay un amplio espectro de la población al cual el sindicalismo no alcanza, y que pese a ser trabajadores no comulgan con el mismo, al que perciben como ajeno, aprovechador y mentiroso. Evidentemente estamos ante el éxito del relato oficialista, un relato que logra adaptarse a la realidad de amplios sectores populares. El logro de esta estrategia es desprestigiar los reclamos legítimos de los trabajadores agremiados haciéndolos ver como los mandaderos políticos de la fuerza de oposición, al mismo nivel que distintas organizaciones sociales que (según este relato) conspiran contra la marcha del país con el objetivo de impedir los logros del gobierno. Ahora bien, ¿qué hace el movimiento sindical ante esta realidad? Creo que esta es la pregunta central, porque por ahora no logra salir de esta lógica en la que el gobierno lo encasilla y hace lo mismo que hizo en el pasado, recurre a las mismas medidas y estrategias de siempre, pero desde hace años sin mayor éxito aparente ya que constantemente queda envuelta en contradicciones internas. Tengamos en cuenta que sin organizaciones de trabajadores fuertes, que respondan por sus intereses, está en riesgo la democracia. Por eso esta realidad actual es peligrosa y no por lo contrario.

 

2022, la clase obrera en la ‘pole position′ por Camilo Márquez

La de esta semana es la pregunta fundamental: ¿Por qué esta ofensiva contra los gremios? El término ofensiva se ajusta perfectamente a la situación. El presidente de regreso en el país luego de su pomposa e inconcebible visita a Qatar ha repetido por enésima vez que como representante máximo del gobierno va a garantizar todos los derechos constitucionales. En la misma conferencia de prensa se desdijo de lo que había afirmado una semana atrás cuando aseguró que estábamos ante una “escalada de paros”. Algún asesor le sopló al oído que los números de conflictividad del último año se mantienen por debajo de cuando gobernaba el Frente Amplio. “Sobre si hay una escalada de paros o no, podemos pasar hasta Nochebuena discutiendo eso” reculó el mandatario. Es una controversia engañosa, porque esos números no recogen la calidad de las medidas, los sectores donde se dan, ni el proceso por el que se llegó a ellas.

Según los índices de Conflictividad Laboral elaborados por la Universidad Católica, en el año corriente el número es de 40.48, uno de los mas bajos en los últimos diez años, periodo que encabeza el 2015, en que hubo cinco paros generales. Año signado por el decreto de esencialidad de Vázquez contra los docentes.  Los propios autores advierten que debe ser tomado con pinzas, ya que se pondera tanto las jornadas potencialmente trabajables, como la cantidad de trabajadores implicados en el conflicto. Así, un paro parcial del Sunca puede disparar la grafica hacia arriba por el volumen de las horas jornal caído y un conflicto de meses en una empresa o fábrica con 80 trabajadores no mover la aguja.

“Simplemente nosotros vamos a aplicar (la ley) y vamos a tratar de el que quiera hacer huelga, que la haga. Y el que no quiera –quiera trabajar–, tenga el mismo derecho que el otro en nuestro país, y vamos a proteger a todos» (14/12). La insistencia en realidad es un llamado en forma de clave a la polarización entre huelguistas y no huelguistas. Lo que se presenta como la garantía para el ejercicio de un derecho (hacer huelga), en realidad es su contrario, por que al asegurar calle liberada para los que no acatan una medida sindical como son los paros, lo que tenemos es la confiscación de ese derecho. El derecho a huelga y a carnerearla no se pueden contemplar al mismo tiempo, son excluyentes. Enredado en sus propios sofismas el presidente expone el enorme callejón sin salida en que ha entrado toda la política oficial, que todavía busca guardar las formas.

Hemos señalado insistentemente que la oposición si bien persigue volver al gobierno en el próximo periodo, y eso conlleva delimitarse de la “agenda” de Lacalle, también necesita hacer letra con la burguesía, es decir, mostrarse “confiable”.  Para que no queden dudas Fernando Pereira, el seguro próximo presidente del FA ha elegido impugnar los dichos del primero con un argumento imbatible, “la realidad indica que estos dos últimos años han sido de baja conflictividad”. Otra vez, el mentado Índice Universidad Católica. Independientemente de lo fiel que sea este esquema, políticamente lo de Pereira es una verdadera confesión, sobre todo por alguien que hasta ayer fue presidente del PIT-CNT. En una entrevista en CX30, Pereira sentencia, “se está difundiendo que cada vez hay mas conflictividad para desprestigiar a los sindicatos”. Es el razonamiento de un perfecto burócrata. Las medidas de lucha han sido todas en respuesta a distintos ataques, desde los paros en los frigoríficos de octubre-noviembre a las medidas de los portuarios antes y después. El derecho fuerte del trabajador es el derecho a la defensa, nunca puede desprestigiarlo, salvo que la vara para medirlo sean los estudios de TV y los medios de la pequeñoburguesía acomodada. La réplica organizada a los intentos por despojar de condiciones laborales o de recortar los salarios estimula a los explotados y pone en movimiento las reservas de lucha. Si se agrega que hasta dirigentes del FA se ven forzados a denunciar periódicamente la perdida salarial, los envíos al seguro de paro y las pérdidas de puestos de trabajo vanagloriarse por la baja conflictividad constituye un acto irreversible de prostitución política.

Lo que se han dado en el ultimo semestre han sido un conjunto de luchas sindicales que fueron extendiendo el frente de lucha de los trabajadores: pesca, construcción, enseñanza, frigoríficos, portuarios. Estas luchas han tenido resultados diversos, pero una característica común es que se dieron al margen de la burocracia, que las ha dejó a su suerte. Las tolera en casos excepcionales, pero se ha cuidado mucho de que se generalicen. El corazón del asunto, entonces sigue siendo el de la dirección de las masas. El último congreso del PIT-CNT fue instructivo en este sentido, porque si bien los distintos documentos, incluido el de la corriente Gerardo Cuesta (PCU+Articulación), coincidían en un diagnóstico de descomposición capitalista a escala planetaria y de ataques inminentes a las condiciones de vida de las masas, la principal novedad no fue la aprobación de un plan de lucha o una campaña por el salario, sino la incorporación del sindicato policial a la dirección cotidiana del PIT-CNT. Este curso terriblemente negativo se ha confirmado con la velocidad del rayo. La represión contra los trabajadores del transporte en Tres Cruces saldó definitivamente cualquier debate sobre la función policial bajo el régimen de la propiedad privada.

El gobierno está entre paréntesis, hasta el referéndum se encuentra incapacitado para retomar la iniciativa. Es un conglomerado de partidos que ha perdido empuje. Álvaro Delgado, la sombra del presidente, ha calificado a los trabajadores del transporte interdepartamental como una “patota” que obstruía la libre circulación. Esta forma retrata a un gobierno que busca reforzarse, y reforzar a la clase capitalista, disimular sus limitaciones y sus pleitos internos.

El conflicto fundamental en el Uruguay no es entre el bloque multiderechista y el Frente Amplio, sino entre la clase obrera y la clase capitalista. Esto que aparece frecuentemente disimulado ha salido a la superficie en este fin de año. En 2022 la tarea es hacerla aún mas visible ante toda la opinión pública, profundizar una diferenciación política a través de la experiencia, preparar la huelga general y el gobierno de los trabajadores.

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