Eduardo Acevedo, director técnico de Defensor: En Uruguay es más fácil ser ministro de Economía que técnico de la selección
En un momento en que todo gira alrededor del fútbol nos pareció indicado entrevistar a alguien que lo conoce por dentro. Jugador de Defensor a nivel local, luego estuvo en España y México, y perteneció al plantel celeste de Borrás. Desde hace años es técnico de futbol. Controversial, discutido, peleador, el hombre no se calla la boca y esta charla es una prueba contundente.
Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos Rodrigo López
¿Cómo estás viendo el mundial?
La primera fecha, que ya terminó, para mí fue de técnicos. Hubo realidades: los técnicos que sabían que tenían menos y los que sabían que tenían más. Vi planteos de técnicos que, teniendo menos, fueron brillantes. El de Cooper sin Salah, contra Uruguay, sin poder ofensivo, tuvo un trabajo de estudio que es tremendo. Ahora bien, en el mundial pasa algo que nos pasó a nosotros y que sigue pasando: vos, dos meses antes, sabés con quién debutás. El primer partido lo tenés clarito, como nos pasó a nosotros con Alemania en el 86. Pero para el segundo tenés tres días, y no es que en esos dos meses no pienses en el segundo pero la cabeza la tenés en el primero. Y eso se vio. En el segundo partido la mano empieza a cambiar y vemos equipos a los que no les fue bien queriendo jugar de la misma forma en que jugaron el primero; y equipos que son potencia y a los que les fue mal en la primera fecha porque se sorprendieron ante el planteamiento del rival, y que ahora tienen la presión de revertir eso. Para mí es un campeonato muy interesante.
Hay sorpresas.
Más que nada por los técnicos. Antes nadie cambiaba su idiosincrasia; y hoy en día, con la información que hay, el fútbol es estrategia.
¿En qué ha variado, desde que jugabas vos hasta ahora?
En la información. Nosotros no teníamos información. En el 86 para el partido con Alemania teníamos a Carlitos Prieto que con un mes de atraso traía al fútbol alemán, y ahí era que conocíamos a los jugadores. Teníamos la ventaja de que Alemania era vicecampeón del mundo y lo habíamos visto en el 82, y habíamos conseguido unos videos de ellos. Pero de Dinamarca no teníamos nada, nada más que un video de un partido con Hungría del año anterior. Con Escocia teníamos la suerte de habernos enfrentado en el Estadio el año anterior. Antes tenías que conseguir que te mandaran un video. ¿Quién te iba a filmar un partido para mandártelo? Hoy en día apretás un botón y lo tenés, y si no estás informado es tu responsabilidad. Eso cambia mucho la situación. Acá, en el medio local, por ejemplo, dicen que “Acevedo esconde el equipo”, pero en la información está todo. Si yo soy defensa y toda la semana me dicen que voy a marcar a Abreu, me preparo; Abreu: cuidar el cabezazo, va a venir por los costados, ¡pa, pa, pa!, pero si resulta que cinco minutos antes me ponen al Pato Aguilera, ¿va a ser el mismo juego? No. Entonces tengo que cambiar todo lo que preparé en la semana. La información es importantísima. Ahora se está estudiando México. Conozco muy bien México, donde viví once años: México siempre juega así. Ahora tiene más tranquilidad de jugadores, pero siempre fue así.
¿El potencial se iguala por la información?
Sí, porque la estrategia es todo. No es lo mismo que te lo cuenten a que vos estés constantemente viendo por dónde se mueve Chicharito Hernández. Es más fácil destruir que construir; si te doy portland o un martillo es más fácil romper un edificio que hacerlo. Pero en la estrategia, para mí, hoy en día es importante que los jugadores estén convencidos y conozcan a su rival. En el mundial del 74, en el partido de Uruguay con Holanda, Cubilla le hace el caño al holandés y dijimos: “les hacemos cinco”. Y lo tenía siete veces encima, al tipo. Creo mucho, hoy, en ir a la estrategia. Y se demostró en la primera fecha: equipos menores te igualan en potencial.
¿Es más difícil jugar hoy?
Sí, tremendamente. Y está lo físico.
¿Pesa más lo físico que cuando jugaste vos?
Pasa que el mundial del 86 no puede ser una referencia clara de lo físico, al haber sido un mundial de altura. Hubo muchos equipos que no hicieron el desgaste que podrían haber hecho en otro lugar. Eran ciudades de altura, y me acuerdo los líos que tenían los alemanes para prepararse, porque en Europa no hay altura. También hoy está la tecnología, que ha ayudado en los entrenamientos físicos. Eso ha favorecido muchísimo. Yo siempre me preocupé por mi físico y tuve muy buenos preparadores, y creo que, si hoy jugara, tendría un rendimiento físico muy superior al que tenía en mi momento. Lo hablamos con todos los ex jugadores: está la condición, pero hoy necesitás velocidad para jugar. Y si no la tenías, no la tenés, pero con la tecnología de hoy esa velocidad se agranda más, se mejora. Hay muchos cambios. Calculá que no había celulares.
Cubilla hoy probablemente no podría jugar.
Claro. Por eso es muy difícil comparar épocas. Pongamos el ejemplo de Maradona. Cuando yo jugaba había una cámara sola por partido: si filmaban los corners nuestros, eran piñazos limpios en la cara, eran guerras. Sumá todo lo que ha dado la televisión, que hace que veas muchas más cosas.
Los arbitrajes son mejores, hay más garantías.
Por eso te decía. A Maradona, Gentile le pegó siete patadas que hoy en día, a la primera, estaría afuera. ¿Cómo concebís, en la época nuestra, que Messi juegue ochenta partidos en el Barcelona y nunca esté lesionado? Es que lo protegen de tal manera que no tiene golpes. La copa europea es distinta a la Libertadores, pero Maradona en esa época tenía un tobillo fracturado y le salían a la caza. Era distinto, no se pueden comparar épocas. Pero sí creo que, por ejemplo, Pelé tenía la condición física para haber jugado siempre. Messi la tiene. La tuvo Maradona, quizás. Ahora bien, la clave es cómo te desenvolviste en tu época.
Hoy, de pronto, al jugarse con menos espacio, se hubiesen destacado menos.
Ahí está.
¿Cómo ves a Uruguay?
Uruguay tiene una cosa muy importante, más allá de si te gusta cómo juega o no juega: tiene un técnico que está clarito en lo que quiere y pretende. Y tiene una columna vertebral que la ha movido perfectamente desde que empezó, con Eguren, Lugano, Abreu, Scotti, que fueron dándoles paso a los Godín, a los Giménez, a los Cáceres, a los Suárez, a los Cavani. Uruguay tiene una columna vertebral, y eso para mí es clave en un equipo, porque un pibe como Varela se equivoca y Godín lo mira y le dice: “Tranquilo, pibe. No pasa nada.” En Argentina te equivocás, ¿y quién te dice eso? El golero es discutido, el central, el punta y el volante son discutidos. ¿Quién tiene el mando ahí? Y Uruguay tiene eso, una estirpe. Uruguay marcando en zona es el mejor, y a los rivales europeos eso los complica muchísimo, porque ellos están acostumbrados al toma y daca. Lo ves en el fútbol español, del que todos dicen que tiene la mejor liga. Yo tuve la suerte de jugarla y para mí no es la mejor, porque hay dos o tres equipos y los demás pelean por el séptimo puesto. Pero ves al Getafe o al Levante, que con cien veces menos presupuesto salen a jugarle de igual a igual al Madrid, y ahí vienen los cinco goles de Messi o Ronaldo. Es toma y daca. Pero cuando se encuentran con un equipo que marca en zona y que marca muy bien y con muy buen juego aéreo, como lo tiene Uruguay, y con las convicciones que tienen los muchachos, más allá de si necesitamos hacer más pases o tener más tenencia o profundidad, es distinto. Y tenemos dos fieras a los que los rivales respetan mucho, y hay una cosa que ha cambiado en la historia del fútbol uruguayo: hoy tenemos seis jugadores que juegan en cuadros de elite. El mundial lo voy dividiendo por cantidad de jugadores que juegan en cuadros de elite, más allá de que jueguen treinta en Europa. España tiene dieciocho jugadores que juegan en el Barcelona, Real Madrid y Atlético Madrid. Francia tiene diez jugadores de elite. Y entre los mismos jugadores estas cosas se respetan, si están en la Juventus o en el Milan o en el Bologna o el Getafe. Son dos escalones distintos. Uruguay tiene seis jugadores de esos, en cuadros grandes: Godín, Josema, Suárez, Cavani, Bentancur y Vecino. Esto marca la diferencia, el acostumbrarte a jugar con los grandes, a pelear campeonatos. Tener jugadores en cuadros de elite es lo que tendríamos que proteger siempre.
¿Cuáles son los atributos que se precisan para ser campeón del mundo, o al menos pelear la posibilidad?
Siempre desconfío de la FIFA. Me quemé con leche y veo una vaca y lloro. En el 86 tuvimos la mala suerte o la inexperiencia de agarrarnos a trompadas con los mexicanos diez días antes de ir al mundial en México, y la prensa nos mató. Nos echaron a jugadores a los veinticinco segundos (Batista contra Escocia). Lo echaron a Bossio a los ocho minutos contra Dinamarca, cuando a Francescoli ya le habían pegado tres patadas feroces. Uruguay no era negocio. Quiero confiar en la FIFA, en cuanto a cuáles son los negocios en un país de tres millones o en otro de doscientos. Nosotros tenemos menos consumo de lo que banca la FIFA con la Coca Cola, o la Kodak, que un estado de Brasil. Ahora bien, las fuerzas políticas creo que ayudan mucho a que las potencias sean cubiertas. No estoy desconfiando, pero sí me queda esa duda.
A Neymar contra Costa Rica lo tendrían que haber expulsado al menos dos veces. El codazo que pega es tremendo.
Por eso. ¿Quiénes son las figuras que venden hoy en el mundo? Neymar, Cristiano, Messi.
Y Suárez.
Suárez. No digo que no haya órdenes, pero siempre desconfío en cuanto a qué negocio sería para la FIFA, que Uruguay sea campeón del mundo. Ojo, capaz estoy diciendo un disparate, pero… Para salir campeón tenés que tener muy buenos cruces, cruces que se te den, de modo que el equipo vaya afianzándose.
Precisás suerte en los cruces y peso político.
La FIFA cambió, con los líos que hubo. Creo que ahora está más cristalina. Pero igual, yo ya me quemé con leche.
¿Cuánto pesa la historia?
Mucho, a favor y en contra. A favor en el sentido de que a vos te respalda una idiosincrasia de país, y en contra en el sentido de la presión por reivindicar los logros de siempre y mantener el equipo. Por ejemplo, Alemania nunca quedó afuera en primera fase: los jugadores ahora tienen mucha presión y la historia pesa para esos jugadores, cuando entren a la cancha. Pesó para Brasil, cuando se comió los siete goles y vimos llorando a los jugadores. La historia pesa, a favor y en contra. Si pesará la historia: Alemania siempre es visto como un cuadro frío, como una daga que te mata, y ahora tiene la presión de entrar en la historia como la primera generación que queda afuera en primera fase. La historia tenés que respaldarla, y tenés un legado que tenés que manejar.
¿Y la convicción?
Es lo más importante. Es lo que le pasa a Argentina, que no tiene convicción. Es todo. Hay dos maneras en que se puede dirigir: por convicción o por imposición. Yo conocí muchos técnicos en México que dirigían por imposición, y la imposición no te garantiza que el jugador esté convencido de lo que hace. Yo dirijo por convicción. Sé que tengo la imposición, porque el cargo lo amerita, pero que el jugador esté convencido de lo que va a hacer es un plus brutal. Es el 90%. Un jugador te puede cumplir la misión, pero si no está convencido…
En el caso uruguayo seguramente existe la convicción.
Uruguay tiene eso, por el proceso del Maestro y por cómo es el Maestro.
Cuando no tenés todos los titulares con la confianza de ser titulares, en estos casos en que hay tres o cuatro que pueden quedar afuera, ¿eso no les resta tranquilidad?
Resta, pero tenés la columna que se mantiene. Y esos son los que bancan a los que están intranquilos. Lo digo por experiencia: si tenés una columna en el equipo —Muslera, Godín, Suárez, Cavani, el vuelo que está agarrando Giménez o la solvencia que tiene Cáceres— eso tranquiliza a los demás. Sí, mejor no tener inseguridades; pero, por otro lado, para no distraerte, es bueno tener un plantel competitivo donde, si no juega uno, juega el otro. Eso al jugador lo hace vibrar constantemente y estar al mango. El problema es cuando mirás para el banco y tenés una distancia brutal entre titulares y suplentes. Eso te mata. Lo más fuerte que tienen los equipos en Europa es la competencia interna. Es importante lograr la competencia interna sana, que el jugador tenga la idea de que tiene que andar bien porque, si no, lo sacan y juega otro. Mucha gente dice que el técnico tiene que dar confianza, y no: es el jugador el que le tiene que dar confianza al técnico para que lo ponga. Yo fui jugador, y para jugar yo tenía que demostrarle al técnico que le iba a responder. Algunos jugadores dicen que necesitan la confianza del técnico, pero es al revés. Si esta inseguridad la trasladás hoy a Argentina, es una bomba nuclear. El que está inseguro, ¿en quién se basa? ¿Quién lo apoya? Y los resultados no se dan, y viene la quemada. Hay cosas que hay que saberlas manejar.
¿En el caso argentino falla el técnico?
Falla que tuvieron seis técnicos en cuatro años. No podés hacer una cosa así, es un disparate. Primero que vos no sos técnico de equipo sino de selección, que son dos cosas totalmente diferentes. Al equipo lo tenés todos los días, a la selección la tenés dos días cada tres meses, y esos dos días los tenés que aprovechar. Y resulta que los jugadores empiezan a agarrar una idea y después se van con sus clubes y sus cosas, y se olvidan un poquito, pero de repente llegan a Argentina o al país en que estén y hay otro técnico con otra idea. ¿Y cómo termina la idea? ¿Este técnico necesita trabajo o solo con hablar puede armar una cosa? El fútbol necesita trabajo siempre.
Brasil cambió de técnico hace un año, y pasó de ser un desastre a de golpe ser imbatible en las eliminatorias.
Pero habían tocado fondo. Después de esto, el técnico que venga en Argentina tiene todas las de ganar. ¿Qué hizo Tité en Brasil? En Brasil las condiciones siempre están, la materia prima la tenés. El otro día lo hablábamos en el programa (Fox Sport Radio): lo que hizo fue tranquilizar a los jugadores, absorber la presión. “Ustedes jueguen, muchachos, la responsabilidad es mía.” Más que nada los arropó y les dio tranquilidad. Porque Brasil lo que tenía era presión.
¿Neymar precisa que lo tranquilicen?
Sí, porque Brasil es impresionante.
Los pueblos futboleros son trituradoras de carne.
Y Brasil tiene gustos diferentes, porque a los del sur les gusta de una forma y a los del centro y del norte de otra. Son doscientos millones de personas donde todos opinan y la prensa es tremenda. El jugador siente mucho la presión.
Con los técnicos pasa lo mismo. ¿Es tan ingrato el fútbol? Si tenés buenos resultados, la hinchada te adora, pero si perdés dos partidos…
La memoria en el fútbol es muy cortita. Eso lo tenemos clarísimo los que estamos en el fútbol. No hay nadie que sea eterno ganador, lo único que sabés es cómo es la mano. La presión tenés que canalizarla por algún lado: ni me la creo cuando gano ni me la creo cuando pierdo. Lo que tenés que tener es convencimiento y seguridad en lo que querés. En este país o en Brasil es más fácil ser ministro de Economía que técnico de la selección, porque de economía no sabe nadie. En economía lo único que sabemos es si llegamos a fin de mes o no. Pero de fútbol todo el mundo cree que sabe, y aparte es subjetivo, es pasional; no es racional. Es muy difícil el fútbol.
La política también tiene esas características.
Pero tiene cosas que se ven más claras.
Llegás a fin de mes o salís campeón.
En el fútbol la gente te dice cómo tendrías que llegar a fin de mes, sin saber nada, pero en la política no te dicen cómo llegar a fin de mes. Acá todo el mundo opina, pero está bien. Gracias a eso somos un país con cultura futbolística. Hay un estudio hecho por psicólogos en Estados Unidos sobre los países futboleros: cuando se cae algo en Estados Unidos la gente no pone el pie, porque los deportes americanos en un 90% se juegan con las manos. En Uruguay, en cambio, cuando se cae un vaso hasta las mujeres ponen el pie para amortiguar. Es cultura futbolística, y la tienen hasta las mujeres. En Estados Unidos dan tres pasos para atrás para no salpicarse o no lastimarse con los vidrios. Acá en Uruguay, de diez niños hay nueve que quieren jugar al fútbol. El primer regalo que tienen del padre es la pelota de fútbol.
¿Y ese es el motivo por el cual se logran tantos jugadores?
Sí, porque es con pasión. Al igual que cada vez va a haber más niños que sepan manejar la computadora, porque la agarran con pasión y te la dan vuelta. Cuando tenés pasión por el fútbol… Cuando era chico deseaba que no oscureciera, para poder seguir jugando al fútbol en la calle treinta horas.
¿Influye que los padres quieran salvarse con el fútbol?
Eso es malo, eso los está matando. Conozco muchos niños que ya no quieren jugar más al fútbol, por la presión que tienen. Yo no me puedo parar en un partido de baby fútbol porque vienen diez padres a hablarme. Me quedo en el auto.
Te quieren vender a los hijos.
Te los quieren ofrecer. Salgo disparando.
Debe ser mejor negocio ser contratista que técnico.
A mí no me gustaría, pero sí, quedate tranquilo.
Hay quien cuestiona el baby fútbol por ser demasiado competitivo y ponerles presión a los chiquilines.
Es malo y es bueno. Di charlas en México sobre el baby fútbol uruguayo. Lo que tiene más grande es la organización. No sé cuántos niños juegan, pero es una cosa espectacular que logramos nosotros y que en el mundo no logran.
¿No se da en otros países?
Hay fútbol, pero en los colegios, en regiones. Es distinto, y no tiene la pasión que hay acá. Es bueno que sea competitivo, porque si sos competitivo de chico, lo sos de grande. Y es malo porque te perjudica la técnica, cuando los niños de nueve años tienen que sacar un resultado. Eso no tendría que ser así, tendrían que jugar. Me preocupa que se hayan acabado las calles para jugar al fútbol. Yo aprendí a eludir a cincuenta en la cortada de Baltasar Vargas; calculaba que la pelota la agarraba cada quince minutos y que entonces había que eludir a cincuenta para poder tenerla un poquito más. Hoy en día se está perdiendo eso, y por eso llama tanto la atención cuando un jugador es eludidor. Y también es malo dónde juegan los niños: mirá los pisos de las canchas de baby fútbol, pobres chiquilines, que tienen que mirar para parar la pelota, y eso lleva también a que te acostumbres de una forma. Pero la competitividad genera cosas a favor.
En el mundial del 86 quedaste en el ojo de la tormenta.
Acá en ese momento no se concebía que jugaran ocho repatriados, dos de Peñarol y uno de Defensor, y que no hubiera un jugador de Nacional como titular. La cosa venía de antes. La pelota que me pegó con Argentina, me pegó porque estaba ahí. Después saqué otra pelota de adentro del arco y nadie me dijo nada. Es como dijo Chicharito: una bomba hace más ruido que una cañita voladora. Pero yo no tuve esa presión. A mí me pedían velocidad y cerrar todos los espacios, y a eso jugábamos.
Todo el mundo dice que el plantel de ese mundial era de una riqueza increíble.
El mejor equipo que yo vi.
Ruben Paz, el Polilla, Francescoli.
Alzamendi, Venancio…
De esos que sí tenían presión atrás. ¿Qué falló, la organización?
La experiencia. Uruguay hacía dos mundiales que no iba. Es más fácil jugar un mundial que una eliminatoria sudamericana. Un mundial es una fiesta, lo ve todo el mundo. Pero una eliminatoria es lo peor, y más la sudamericana. Uruguay no fue a los mundiales del 78 y el 82. Para el 86 se manejaron muchas cosas, la prensa mandó cien mil periodistas y las expectativas eran muchas. Éramos campeones de América. Yo con la selección en total perdí cinco partidos de sesenta y cuatro, en toda mi vida. Nos falló habernos peleado contra los mexicanos antes de ir al mundial. “Vamos, que estos quiénes son, los tenemos que matar”, decíamos cuando jugamos contra Dinamarca con diez jugadores. Cuando con la información que se dispone hoy en día hubiéramos aguantado el 2 a 1 hasta faltando cinco minutos, y capaz que tirábamos dos o tres contraataques y los lastimábamos. Éramos todos pibes, pero ojo, con los huevos suficientes para marcar y salir al frente. Hubo que jugar contra Alemania en el debut, el vicecampeón del mundo. Alemania era una potencia, y vimos a Beckenbauer abrazarse con los compañeros y tirarse al piso a festejar cuando terminó el partido y nos empataron, faltando cuatro minutos. Después hubo que bancar un partido contra Escocia con diez jugadores, cuando nos echaron a Batista a los veinticinco segundos. Y Argentina fue el partido más difícil que tuvo en el mundial, y los propios argentinos lo reconocen. Jugamos contra el campeón y el vicecampeón del mundo.
Los argentinos agradecen que no haya jugado Ruben Paz.
Lo de Ruben Paz es una información que está muy mal manejada. Él llegó al mundial y el primer partido había estado en el banco. No se había adaptado bien a nosotros todavía. Se agarró amibiasis, cuarenta y dos grados de fiebre y no pudo ir al segundo partido. Internaron a Calderé, el español, y a Daniel Pasarella por eso mismo, que se perdieron el mundial. Y Ruben recién estuvo para el partido con Argentina: llegó al entrenamiento después de haber tenido cuarenta grados de fiebre y dicen: “Los primeros veinte o los últimos veinte”. ¿Cuánto tiempo tenía que jugar, Ruben? Venía de haber perdido kilos, tenía la boca hinchada. Después se hablaron muchas cosas, porque se había gastado tanto y entonces había que seguir vendiendo y hablando. La verdad es que para mí fue una experiencia impresionante y espectacular. Ahora bien, era otra FIFA y otra cosa. Cometimos el error de agarrarnos a trompadas antes del mundial, y eso nos condicionó muchísimo ante los jueces y ante todo. A Bossio lo echaron a los ocho minutos con Dinamarca, y a Francescoli le habían pegado tres patadas. Y después estaba la falta de información nuestra, que es experiencia, ¿pero cómo la conseguías? Era todo muy distinto, es complicado comparar hoy con cómo era antes. Ahora bien, teníamos un plantel bárbaro, al ritmo sudamericano. Fue de los mejores planteles que vi en Uruguay, lejos. Pero un mundial también es experiencia.
¿Considerás que es más difícil que los jugadores del medio local puedan integrarse? ¿Tienen que tener competencia europea?
Competencia internacional, más que europea. Hay una palabra que no podés decir en el fútbol: nunca. Hay jugadores en el medio local que podrían estar, que tienen su bagaje de partidos internacionales. Para un mundial y para una eliminatoria tenés que tener muchos partidos internacionales. No es lo mismo jugar en la cancha de Rampla que jugar en el Bernabéu, y no es lo mismo jugar un partido en el campeonato uruguayo en la cancha de Progreso que jugar en el Parque de los Príncipes contra Batistuta, Rummenigge o jugadores de aquella elite. La competencia es lo que te va dando el calibre.
¿El nivel de fútbol uruguayo es tan inferior a lo que se juega en otros lados?
Que sea inferior no quiere decir que sea menos difícil. El fútbol uruguayo es de lo más difícil que hay, es un fútbol pasional, que se juega en las canchas chicas y donde las dimensiones de visión hacen que todo se achique. Acá el otro día vinieron los de Gremio y tuve que hacer dos planteamientos defensivos con ellos, porque es un equipo superlativo, perfecto, con tres años de trabajo, y Luan y Maicon me decían que no tenían espacio, que no podía meter la bola. Vos vas al estadio de Gremio y todo se te agranda. Acá el 99% de los partidos se juegan en las canchas de Wanderers, River, Bella Vista. Son canchas, no son estadios. El fútbol uruguayo es muy precario. La virtud que tenemos es que sacamos jugadores de abajo de un árbol. Si el jugador uruguayo triunfa acá, triunfa en cualquier lado del mundo. Lo dijo Matute Morales, lo dijo Solari, y todos los argentinos que han venido y dirigí: jugar en el fútbol uruguayo es muy jodido. Y sí, tenés diez tipos que te marcan, no están los espacios, te aplauden que la pelota se vaya afuera. ¿Entendés? Acá se habla de Peñarol y Nacional. No, no: vamos a hablar de fútbol uruguayo, del domingo. A los hinchas de la selección no los veo nunca en la cancha de Rampla, de Wanderers o de Liverpool. Son públicos totalmente diferentes. El fútbol uruguayo es pasional. Ves equipos que juegan en canchas chicas, sacan puntos y van a la cancha grande y pierden. En comparación con un mundial, las dimensiones son las mismas, ojo, pero la visión periférica es menor. El fútbol interno uruguayo está muy lejos del concierto mundial, de lo que se juega en otras ligas.
¿Eso influye en que no se obtengan más títulos a nivel de clubes?
Eso pasa porque no podemos tener un equipo dos años seguidos. La Libertadores ahora empieza en enero, cuando antes empezaba en junio y a los equipos los agarraban ya con seis meses de trabajo. Con ese cambio muchas cosas se acabaron para el fútbol uruguayo: cuadros nuevos, veinte días de trabajo, saliendo de la pretemporada, y con seis jugadores nuevos. Eso nos ha matado.
Y a Defensor lo agarró el corte en 2014.
Si no se cortaba, pienso que Defensor estaba en la final. Estoy convencido. El corte lo perjudicó. El comienzo de la Copa a fines de enero ha matado al fútbol uruguayo. Cuando éramos chicos, con la Copa de Peñarol en el 82 o la de Nacional en el 80, los equipos eran fuertes y grandes, y empezaban en junio, venían con dos años de trabajo y con cosas automatizadas. Ahora empezás una Libertadores en febrero, te traen cinco jugadores el 25 de enero y en veinte días tenés que hacer un equipo. Los equipos que llegan y son campeones tienen un peso político muy grande, pero aparte tienen un equipo sólido. Este Gremio campeón de América tiene tres años de trabajo sin haber perdido un jugador. Recién ahora se va el primero, Artur, en cuarenta y cinco millones de euros. O sea, tenés una diferencia bárbara. Nacional y Peñarol tienen un presupuesto de un millón seiscientos mil dólares. Defensor tiene trescientos mil dólares. Gremio tiene ocho millones de dólares de presupuesto mensual. Cerro Porteño tiene dos millones trescientos. Y la gente se piensa que somos los mejores… Mirá que competís con otros locos que tienen todo, y que tienen más nivel.
¿Tiene lógica tener tantos cuadros en Uruguay, con ese criterio? ¿Con quién competís, cómo los bancás?
Con nada.
Si Defensor, que se supone es el tercero, tiene trescientos mil dólares frente a los ocho millones de Gremio.
Y ojo, que Defensor es un cuadro modelo y tiene trescientos porque es coherente y consciente. Pero en otros lados, ¿cómo hacés para llegar a los presupuestos y planteles que tienen, a las competencias internas que tienen? En Brasil jugás en estadios con ochenta mil personas todos los domingos. Y son estadios. A Gremio el estadio en 2014 le salió arriba de los cien millones de dólares, tiene ochocientos empleados. Y nos dieron un vestuario que era de trescientos metros cuadrados, cuando acá te cambiás en un contenedor. La cancha de Juventud tiene dos contenedores para cambiarte. ¿Hay diferencias o no hay? ¿Qué tenés que tener para salir campeón de la Libertadores, para mí? Un equipo de un año y medio sin que te lo toquen, trabajado, mentalizado.
¿Por qué Defensor no logra eso?
Porque es un equipo vendedor.
¿Por qué vende tan rápido?
Porque necesita casi cuatro millones de dólares por año. Si no los tuviera, no sería Defensor. Es imposible.
Si entrás a mirar el mundo, los jugadores surgidos de Defensor son incontables.
Y brillan en todos lados. Son lo mejor. Con la mejor formación. ¿Y cómo hacés para bancarlo, si no tenés cuatro millones de dólares por año?
¿Tenés que venderlos a todos antes de que coticen?
No es que se coticen, pero el mercado interno te va a matar, también. Competís en el mercado interno, surgiste, competís un año o dos y sos campeón. ¿Y después a dónde vas? ¿A Peñarol o Nacional? ¿Qué hacen hoy los equipos compradores? Quieren comprar cuanto antes, para después venderlos o usufructuarlos ellos. A ellos les sirve comprar un jugador de veinte años, que es cuando pagan más. Un jugador de veinticinco años ya vale menos. Si Defensor fuera como Gremio, al que por publicidad le entran treinta millones de dólares y otros cuarenta por televisión… Acá no vivís, Defensor pasaría a ser un equipo al que nadie quiere ir porque no te paga. Es un equipo que necesita esa plata, y si no la consigue así, ¿quién la pone?
¿Cuánto valdrían De Arrascaeta o Maxi Gómez después de haber explotado realmente, con un poco de tiempo más?
¿Pero quién te los ve, acá? Te los ven en la Libertadores. Los europeos tienen visores por todos lados, te los ven de chiquitos. Acá el problema es que la necesidad te cambia todo lo que querés. Estoy de acuerdo con lo que decís, en que de haber mantenido esos ocho jugadores hubiese sido campeón de los cuatro torneos seguidos.
Y habrías tenido una figuración internacional mucho más importante.
Sí, pero eso no te cambia la cotización, porque lo que se busca son individualidades. No te sacan un equipo, te sacan un jugador. En el fútbol uruguayo en los últimos diez años los tres jugadores más caros que se vendieron fueron Coates, Gonzalo Bueno y Maxi Gómez, que apenas pasaron los cinco millones de dólares, la misma cifra por la que Gremio compra internamente y no vende por menos de veinticinco millones de dólares. River de Argentina se llevó a Marcelo Saracchi de Danubio por un millón de dólares y a los cinco meses lo vendió por doce. Los mercados son los mercados. Nosotros jugamos para quinientas mil personas. Los argentinos, con un total de cuarenta millones, juegan para diez o doce millones de personas. Los brasileros, con doscientos millones, tienen cuarenta millones pendientes del fútbol. Las cotizaciones son mayores, y las diferencias se van a ir agrandando. ¿Quién gana más, un actor en la Scala de Milán o de El Galpón? Y capaz que el de El Galpón es diez veces más actor, pero lo que genera el tipo allá no se genera acá.
¿Hay un colonialismo futbolístico, nos están sacando los recursos?
Es la única manera que tenés para que el fútbol siga existiendo. En Europa una entrada vale cien dólares, lo menos. Acá no sacás dos pesos, tenés que pagar los partidos para poder jugar. Tenés que pagar la seguridad, no podemos controlar a cien revoltosos. Tenemos mil defectos, pero también tenemos mil defectos de recursos. Habilitamos canchas que no podés. ¿Por qué no vienen un día y dicen que a partir de ahora se juega en el Centenario, el Parque Central y en las canchas de Peñarol, Defensor y Wanderers y nada más? Algo tenés que hacer algún día, para darle más color a esto y que venda más. Pero ojo: tenés una realidad y es que somos tres millones de habitantes, y eso no paga la misma publicidad que pagan los mexicanos. No es lo mismo que te vean cuarenta millones a que te vean quinientas mil personas.
La gente dejó de ir al fútbol.
La gente que va es la pasional. El fútbol acá no le da muchas cosas a la gente, mientras que en México o en cualquier lado hay un espectáculo para ver. No hablo solamente de la pelota: en el entretiempo hay espectáculos, regalos, shows. Pueden ir tranquilos. Acá somos cien gatos locos y no podemos ir al estadio porque te pegan, porque vas al baño y tenés problemas. Le duela a quien le duela —y soy un fanático de Benedetti y Galeano—, hoy se habla de Uruguay por Luis Suárez, como antes se hablaba por Schiaffino. Es una realidad. Al fútbol tendríamos que cuidarlo cien veces más de lo que lo cuidamos. Ahora, ni la policía va al fútbol. ¿Cómo hacemos? Es muy difícil. Tenés la contra —y lo decía el argentino Andrés Oppenheimer en Cuentos chinos— de que en los países con menos población va a ser cada vez más difícil, porque no hay mercado interno, acá no hay mercado interno para mantener la pasión. Y me preocupa que el pibe no vaya al fútbol desde chiquito, porque va a perder. A mí me llevaba mi padre y yo llevé a mis hermanos; ahora las madres no quieren que los hijos vayan, porque te van a pegar, porque te van a matar. Y esos chiquilines se acostumbran a eso, y yo no quiero que en diez años digan que son hinchas de Barcelona cuando les pregunten de qué cuadro son. Hoy los Reyes regalan más camisetas del Barcelona, pero quiero alegrarme y pensar que es por Suárez. ¿Quiénes van al fútbol? Los pasionales. Pero si no van, se pierde la pasión. Y me preocupa mucho qué va a pasar de acá a veinte años.
¿Por qué Defensor es tan violento, bajo tu égida?
Defensor tiene que ser un cuadro rebelde, intenso.
¿Pero es lo mismo la intensidad que pegar, protestar y tener siempre expulsados?
Acá hay un tema de los jueces con Defensor. Los jueces estaban acostumbrados a que nadie proteste. Yo no les digo a los jugadores que protesten, pero si querés ser Defensor, tenés que combatir todo y no ser sumiso. Yo no me crié en un Defensor sumiso, sino de sangre, donde cada partido es una final. Acá los jueces confunden intensidad con agresión. O que si protestás te echan para afuera, como ha pasado. Lo estamos arreglando, pero Defensor va a ser intenso y agresivo, y el día que pierda eso se convertirá en un cuadro más. Defensor tiene que ser así, rebelde. Ahora bien, si algo está mal, está mal, y yo a los jugadores les caigo y tengo con ellos las sanciones internas cuando hay una expulsión indebida. Todo bárbaro. Pero ante lo demás no me relajen a un jugador mío. Eso es Defensor, que tiene que ser rebelde, y yo quiero que siga siendo agresivo. No con maldad, con intención de dañar, sino con la idea de que cada pelota y cada partido son la vida. Y los jueces están acostumbrados a que eso les complica la vida. Confunden intensidad con agresividad. ¿Por qué internacionalmente no nos echaron ningún jugador? En cambio a Peñarol y Nacional sí. Muchas veces nosotros somos una piedra en el zapato. Pero si no querés serlo, te convertís en un cuadro más, en un cuadro light. Defensor es intenso y así tiene que ser. Me crié con el Defensor del 76, con esos muchachos que son amigos y me criaron, y Defensor era rebelde de por sí. No estoy apoyando que te echen a los jugadores, ni que pegues; nosotros no le pegamos una patada en la cabeza a nadie, y las expulsiones por foul son por llegar a destiempo, y la mayoría de las veces que nos han sacado ha sido por el criterio que tienen los jueces. Vinieron los jueces argentinos a dirigirnos en la Copa, a quienes conozco de cuando dirigí Banfield en Argentina: “Me dijeron que vos complicás la banca, Eduardo”, me decían. No… Yo quiero el Defensor que juegue bien, pero sin sumisión.
Vos estuviste de los dos lados del mostrador en el fútbol uruguayo, con Nacional y con Defensor. ¿Es todo más fácil con el grande?
Es más fácil, sí. Tenés cuarenta mil personas todos los partidos, y cada decisión del juez es aplaudida o rechazada. ¿Y te pensás que el juez no tiene presión? ¿Te pensás que cuando van el domingo a arbitrar a Peñarol o Nacional no saben que si se equivocan van a estar toda la semana matándolos? La presión también la viven los jueces. Con aquel Nacional tuvimos la ventaja de que ganábamos siempre porque teníamos un equipo bárbaro. Pero en la duda, como árbitro, en el Franzini, en la tribuna de allá, en el segundo tiempo le toca atacar al equipo local y siempre nos perjudica el línea de la tribuna de allá, que tiene atrás a toda la gente de Peñarol o Nacional. La presión existe. En México los jueces van a dirigir al América, que es el dueño de la televisión, y nadie les dice nada que lo favorezcan, pero si les cobrás mal un penal está toda la semana la prensa matándote.
Y te dejan de designar.
Hay quien es más débil y quien es más fuerte. Es así. A mí dejame así a Defensor, que tiene que ser un equipo intenso, agresivo, que con la pelota te tenga que lastimar, con la desesperación por recuperar la pelota. Al que me han echado más es a Cardacio, que es de los más técnicos. Si le pegan a él no pasa nada, pero si pega él o llega tarde a una pelota… No es por quejarme, pero… El día que Defensor esté tranquilo, lo pasan por encima.
Te odian los hinchas de Peñarol.
No sé, yo me los encuentro por la calle y tengo muchos amigos. Lo que pasa es que entre los grandes estoy identificado con Nacional.
Te deben odiar más por Defensor peleándole.
Conozco muchos hinchas de Peñarol. Peñarol me habló para ir, en su momento. No puedo, tengo que respetar a la gente acá. Este país está muy polarizado entre Peñarol y Nacional, y uno vive entre la gente acá, no es que dirigís Barcelona y después te vas al Madrid y vivís en Madrid. No puedo dirigir Peñarol, eso lo tengo muy claro. Lo respeto a muerte y tengo gente amiga que adoro.
En las redes te catalogan de vende humo.
Vende humo es el que no logra nada, y yo acá he logrado cosas. Hice jugar dos copas Libertadores a Cerro y lo saqué campeón. Saqué campeón a Defensor, a Nacional. Yo qué sé. Yo me río. No tengo redes sociales, y por eso soy más feliz que cualquiera. La única red social que tengo es WhatsApp para comunicarme con mis amigos. No tengo Facebook, ni Twitter o Instagram, ni nada de eso. Las redes están distorsionando muchas cosas, hasta en la prensa. Si tenés tal cantidad de seguidores y hablás más de Nacional, se te borran diez mil de Peñarol. Y si se te borran diez mil de Peñarol no te contratan. Es muy complicado. Y la gente piensa que lo que está escrito es verdad. Tenemos cultura de leer, y yo me crié leyendo, pero hoy hay que darse cuenta de que lo que se escribe a veces es mentira. El 90% de lo que se lee en las redes es mentira. Sé quién soy, sé cómo me ha ido en México, sé que a Tecos lo metí en dos semifinales de copa. Pero igual el hincha de Peñarol me va a catalogar, porque dirigí a Nacional. Es más fuerte eso que cualquier otra cosa.
¿Por qué volviste de México?
Fue un ciclo. México bajó mucho, en aquel momento. Me fui de Morelia. Ya veía que el circuito estaba muy cerrado, siempre con los mismos técnicos. Para mí es de los mejores fútbol del mundo. Tengo amigos entrañables allá. El otro día fui a México a un casamiento de una ahijada mía, me fui un viernes y volví el domingo de noche. Pero no es fácil entrar en México. En total jugué cuatro años y dirigí siete, y por suerte me fue muy bien. Markarián también salió campeón con Cruz Azul; Diego Alonso y Matosas, también. México tiene unos recambios en los que hay que saber esperar la vuelta. Sé que voy a volver, pero no sé cuándo.
¿Ha fallado la política gubernamental con respecto al fútbol?
El gobierno tiene mil cosas de que preocuparse, pero creo que el fútbol es lo más importante. Para mí el error grande es el tema de la seguridad. El gobierno no va a darle plata al fútbol. ¿De dónde la saca? Pero el tema de la seguridad, sí. Si yo voy a un teatro o a un cine y empiezo a gritar, viene la policía. “¿Te pensás que estás en la cancha?”, te decían en la escuela, si decías una mala palabra. Hay esa cultura, acá. Como que en la cancha está todo permitido, y eso es un desastre. Pero tenemos que proteger al fútbol. ¿Cómo? Haciendo que los niños vayan. Defensor es de las canchas que quedan donde los niños van tranquilos, y eso hay que cuidarlo muchísimo. El fútbol es un hábito. Pero si es el Día de la Madre y hacemos el partido a las tres de la tarde, y si el Día del Padre hacemos lo mismo… Y con la seguridad, vos a la gente le tenés que dar garantías cuando va.
¿Es tan difícil?
En un país de ciento cincuenta millones como México…
Con una violencia bárbara…
Sí, pero es una violencia que no está en el fútbol. Los hinchas de América y Chivas van juntos. Y no pasa nada. Si no te dan garantías para que eso pase…
Vos viviste la época en que acá los hinchas iban juntos. ¿Qué hizo que ese proceso cambiara?
La droga, las redes sociales potencian las cosas. No se controla. Hay un crecimiento en la cantidad de socios. Hay muchas cosas que han pasado, y no han sabido aggiornar la seguridad. Acá ibas a la Ámsterdam y de un lado estaba la hinchada de Nacional y del otro la de Peñarol. ¿Y cuándo pasaba algo? No pasaba. No saben manejar el tema. ¿Te pensás que son cien mil revoltosos? Son mil, son quinientos los que dan manija. Y no estamos en un país de ciento cincuenta millones.
Ahora tenemos cámaras de identificación facial.
¿Y la gente va tranquila? ¿Se promociona que la gente vaya tranquila, con la policía sentada al lado tuyo? No, acá se levanta un tipo y te insulta. Me pasó en la cancha de Rampla que después pedí perdón. Como estoy identificado con Cerro, es normal que yo me fuera de la cancha y que cincuenta personas me escupieran y me dijeran de todo. Y si yo llego a cometer el error de levantar un dedo… “Acevedo se equivocó y tiene que pedir perdón”, dijeron los periodistas antes de que termine el partido. ¿Y los que escupen no se equivocan? Si estoy en el estadio y hay una mujer y un tipo al lado empieza a decir cualquier disparate, ¿no puede venir un policía a decirle que la próxima se retira? Eso lo hizo el Nacional de Alarcón en su momento. No, estás con tu señora y tenés que bancarte que el de al lado diga lo que quiera. Y cincuenta tipos que te escupan así, en una lluvia, y que igual digan que te equivocaste. Lo que hacen es aplaudir que me escupan, entonces. Llamé a la presidenta de Rampla y le pedí perdón, y también a Juan Castillo, porque la otra vez la hinchada de Rampla había atacado a Guillermo de los Santos, cuando el problema con su señora, y él me llamó pidiendo disculpas y a mí me pareció que correspondía lo mismo. Y sí, a la larga digo que me equivoqué. Pero cuando pienso internamente digo que a esos cincuenta que escupen los aplauden. Estamos en el mundo de revés. Es una cosa o es la otra. El día en que veas que en un espectáculo se protege a la gente, ahí va a ser mejor.
Mucha gente considera que eso de un Defensor lleno de expulsiones surge de que ustedes, más allá de la intensidad, les comen la cabeza. Y que también tu hermano ha ayudado.
Hay cosas que nosotros sabemos y ustedes no, sobre distintos partidos que sabíamos quién nos iba a tocar. Mi hermano en su momento no pudo canalizar algo, pero es el tipo más querido de Defensor. Yo le como la cabeza en lo técnico táctico, diciéndoles que no somos menos que nadie y que la camiseta de Defensor pesa, y que no hay que pedirle permiso a nadie. Si eso es comer la cabeza… Es la realidad. Cuando tenés un hijo que no te obedece, acá hay que pegarle. No, nosotros no. Por la convicción. Pero vos estás defendiendo una camiseta que tiene que ser rebelde, y eso es así. De las veintiséis expulsiones que dicen que tengo —a la prensa le encanta hablar de esas estadísticas—, si nos ponemos a analizar, habrá solamente siete que están bien. Con otras cinco podemos tener duda, y las otras son protestas por cosas que pasaron en la cancha. Hay que estar. La expulsión es una consecuencia de un contexto.
¿Hay jueces que preferís que no te toquen?
Sí.
Como cuando te toca un juez que no te saca las amarillas que precisás como Cristian Ferreira.
Cristian Ferreira me echó dos jugadores en el partido que quedamos nueve contra once. Me echó a Coto Correa y a Cardacio. Hay jueces como Cunha, Fedorczuk o Jonathan Fuentes que me gustan. Lo que no me gusta es cuando veo que en la cancha de Wanderers el árbitro me arbitra de una manera y en la de Peñarol, de otra. Ahí es cuando tenemos que estar preparados mentalmente y tener cuidado.
¿Hay maneras de prevenir?
Y sí, tratamos. Pero estás a doscientas pulsaciones en la cancha y ves que ese árbitro te arbitró tres semanas antes en una cancha chica y que de repente en la cancha grande es al revés. No es fácil. Ahora bien, si voy a lograr un cuadro sumiso, entonces, muchachos, al primero que eche no juega nunca más. Al que se hace echar inútilmente sí, a ese lo mato. He tenido sanciones dentro del equipo que nadie las sabe, porque no voy a decirlo públicamente. La prensa quiere autocrítica, y siempre me tildaron de no tenerla. Sí la tengo. A mis hijos los rezongo y los pongo en penitencia en mi casa, pero que venga alguien de afuera a hablarme de mis hijos… Yo puedo saber que mis hijos están totalmente equivocados, pero el de afuera no. Entonces no quieren autocrítica; quieren “publicrítica”. Yo digo los defectos de mi equipo, y el rival lo está escuchando. La gente acá te aplaude la falsa modestia. Si digo que mi equipo jugó mal, que no estuvo a la altura y que los jugadores no entendieron; los estoy matando a los jugadores.
Hay técnicos que los matan.
Yo no soy de esa escuela. Me crié con que mis jugadores son los mejores del mundo. Mis hijos son los mejores del mundo. Capaz no son los más lindos, pero para mí lo son. Y es así, porque es la única manera para que el equipo te tenga confianza. Quince días antes del primer clásico que yo iba a dirigir, nosotros le llevábamos nueve puntos a Peñarol. Terminábamos de ganarle a Central un partido cinco a cero. Y en la conferencia de prensa me dijeron que faltaban quince días para el clásico y que Nacional le llevaba nueve puntos a Peñarol, y me preguntaron si Nacional era favorito para el clásico. ¿Cuál es la lógica? “Clásicos son clásicos”. Yo dije: “Sí, Nacional es favorito, va a ganar el clásico”. Fueron quince días… Al otro día llegué a la cancha y los jugadores me miraron como diciendo: “este se la jugó”. Porque si llevo nueve puntos y digo que clásicos son clásicos… Y yo declaro para mis jugadores, no para la gente. El primero que me va a leer y que va a prestar atención a lo que digo es el jugador. Yo entiendo, a la gente lo que le gusta es la falsa modestia. Eso le cae simpático a todo el mundo. Pero yo tengo que defender a mis jugadores.
¿Tu corazón está en el Parque Rodó?
Claro. Lo que pasa es que yo tengo sangre, porque me crié en Defensor. De chico era hincha de Nacional, pero me llevan a Defensor. Y te digo más: mi padre fue futbolista e íbamos a ver todos los partidos, la B, la C, y yo me metía en todos lados. Los sábados iba a ver a Nacional y los domingos a Peñarol, pero el cuadro que más veía era Danubio, donde jugó mi padre, que además fue presidente de las inferiores de Danubio en el año 75. Jugó con Romerito, con Bentancur. Era de Nacional, pero la primera vez que lo vi llorar fue cuando yo tenía trece años y murió Romerito, el jugador de Danubio. Pero a los dieciséis años me llevó a Defensor, y yo a Defensor lo adoro. Defensor me crió, me dio todo, y no me lo toqués. Puedo ser rival de Defensor, como lo fui, y tratar de ganarle, pero no me quites el sentimiento hacia Defensor, que es lo más puro que hay, porque es agradecimiento. Y el primer sentimiento que tiene el ser humano es el agradecimiento, que se transforma en amor. A los niños los arropás y les das de comer y eso se transforma en amor, y yo con Defensor tengo esa sensación. A Defensor lo adoro. Pero no puedo decir que de chiquito yo no era de nadie, porque lamentablemente el hincha de Defensor se hace de Defensor por el padre. No creo que haya alguien que llegue a los quince años y empiece a tener sentido del fútbol y que elija ese cuadro para ser hincha. No, llega como consecuencia de los años.
¿Llegará algún día a tener la dimensión de los otros grandes?
Futbolísticamente sí, pero popularmente es muy difícil.
¿Cuánto colaboran los medios?
Es lo que vende.
¿Y lo futbolístico no puede ir empujando a que crezca?
Del 76 para acá fue impresionante lo que creció. ¿Pero cómo crecés popularmente si Nacional sale decimoquinto y Defensor sale campeón e igual así la nota es sobre por qué Nacional salió decimoquinto? Y yo estuve del otro lado, porque estuve trabajando en Fox, y el negocio son quienes te escuchan. Nosotros el año pasado jugamos una final contra Peñarol e hicimos perder mucha prensa, porque medio país capaz que no escuchó el partido, o no lo vio.
Pero la clientela nueva surge de ahí, estando, estando y estando.
Defensor ya lleva treinta años. Del 72 para acá pasaron cuarenta y seis años, y en ese tiempo ha logrado muchas cosas en el fútbol uruguayo. Es el que más compite internacionalmente. Ha crecido en su gente, en sus cosas, pero en un país chico donde medio país es de Nacional y la otra mitad es de Peñarol, ¿cómo hacés para sacarles gente? Y como te decía: el que hace hincha al hijo es el padre. Los hinchas de Wanderers que conozco lo son por los padres. ¿Cómo hacés nuevos hinchas? ¿Por triunfos? No, lo que lográs con eso son simpatías pero la pasión por un equipo, no. La pasión por Defensor hoy es mayor, pero no vas a llegar a tener la mitad del país.
¿Lograste que tus hijos sean hinchas de Defensor?
Mis hijos son hinchas míos. Entienden de este negocio, saben cómo es. Ojo, son de Nacional desde chiquitos, por los tíos, por los abuelos y por todo. Pero son hinchas míos. Quieren que gane Cerro cuando estoy en Cerro, entienden de fútbol. Me he peleado con amigos que no entienden que lo mío es una profesión. Que todavía tenga la suerte de dirigir a Nacional y a Defensor, que son los clubes que más quiero… Yo a Defensor lo adoro. Y conozco las raíces y los cimientos, para pelear a muerte por ese tema. Y hay gente que te dice que es tu amiga pero que quiere que a Defensor le gane Peñarol. Entonces no, no sos mi amigo. Y se lo digo. Una vez me pasó con uno; salimos campeones con Nacional y él era fanático de Peñarol, y en dos fiestas no me saludó. Un amigo de toda la vida. A la tercera fiesta salió el tema de la economía. Él tenía una empresa. “A mí me gustaría que tal empresa se fundiera”, dije yo. Me dijo que era su trabajo. “¿Y el mío? También es mi trabajo y vos querés que pierda”. Es así. No se entiende. “No puede dirigir porque es hincha de tal”, me dicen. ¿Y qué, va a querer perder? Es una cosa de locos. El otro día me enteré de una persona que le dijo a otra: “¿Me conseguís entradas para verte contra Defensor? Yo voy a hinchar por Peñarol a muerte, quiero que gane Peñarol.” “¿Contra mí también?” “Sí, sí, porque Peñarol tiene…” “No te consigo entradas y no me llames nunca más.” Es así.
Aunque se te critique esa intensidad, tus equipos contagian.
Tiene que ser así. Te puede pasar que tengas un partido malo, pero hay algo que no podés perder si no te querés transformar en otro club… Los otros clubes pierden y es: “Y bueno.” No. Para nosotros esto es vamos, vamos y vamos. Es así.
Defensor a nivel internacional es un cuadro que aprendió a ganar.
Hay una realidad de presupuesto. El año pasado Peñarol termina un campeonato y compró un cuadro nuevo. Y a nosotros se nos fueron De los Santos, Maxi Gómez, Bueno, Zunino… Y la prensa te exige lo mismo, pero teniendo trescientos mil dólares contra un millón seiscientos. No seas malo. Jugué sin Carneiro en la final, y no, te analizan después: “Defensor perdió contra River”. Con nueve suplentes, ningún periodista sabía cómo había formado Defensor. Y esa fue la bronca mía, que opinaran de Defensor sin verlo. ¿Ellos dónde estaban? No lo dieron por televisión a ese partido.
Cardacio estaba malísimo.
Claro. Es que es así. Vos la sentís, la ves, te das cuenta la diferencia que hay. Tenés que ver un programa los domingos de noche: cincuenta minutos de Peñarol, cincuenta de Nacional y después vienen los goles de los demás. No jodas.
¿España o Portugal, como rival?
Portugal, porque en uno tengo que marcar a uno y en otro a diez.
¿Pasamos?
Sí. Pero ojo, sería brava la de España. A nosotros nos cuesta mucho. Pagaría cualquier cosa para encontrarnos con Portugal. Con España la peleamos, vamos a pelearla y vamos a dejar el alma en la cancha. Pero es difícil, muy difícil.
Si no es Uruguay, ¿cuál es tu pronóstico? ¿Viste a Bélgica?
A Bélgica lo veo con mucho juego de impronta. Para mí el mejor equipo es España, tiene más automatización que todos. Parece un equipo. Y después Brasil también va a comerse los nenes crudos. Pero hay cuadros como Suiza que van a sacar un candidato del camino; están en esos cuadros que no son para ganar una final pero que te pueden sacar a otro. México de nuevo demostró que potencialmente es tremendo. Son equipos que van a dar sorpresas sacando a otro equipo.
¿Cómo te fumás a Julio Ríos?
Una cosa es en el aire y otra afuera. Es amigo.
Pero cómo te lo fumás al aire.
Es un juego. Yo no claudico en mis convicciones cuando estoy al aire con él. Y él sabe que conmigo no negocia. Es un amigo, afuera del aire. Me tocó ahora, que me contrataron por estos quince días durante el mundial, pero ya venía de antes, desde la creación del programa, y como yo soy muy de las cosas colectivas, a mí lo que me importa es el producto y ver qué es lo que hay que potenciar en cada uno para que el producto sea cada vez mejor. Y salió muy bien, fue un programa muy bueno, con personalidades distintas. Ahora bien, al aire no negocio mis convicciones, y discuto lo que tengo que discutir. Es parte del juego.
¿Con Más Unidos que Nunca?
Estoy bien. Me da mucha tristeza, porque conozco las raíces de la Mutual, conozco a los que la crearon y sé lo que vivió esa gente. Me dirigieron los campeones del 50, mi padre jugó con todos ellos. “Cualquier cosa menos carnero”, me decía siempre mi padre. La Mutual era sagrada. Me dio lástima que se ensuciara el nombre, que estuviera en boca de todos y que no se respetara la historia. Pero creo que hablando se solucionan las cosas. Puede haber distintos pareceres, pero cuando agarró estado público ya no pudieron parar esa bola, y eso me dolió muchísimo.
Tenías al Flaco Lamas de subversivo.
Es un tipo de muchas convicciones. Lo conozco de niño, se crió con mi hijo en el San Juan Bautista. Sé quién es el Flaco, de pe a pa. Y es como tiene que ser: si es un tipo con sus principios, tiene que defenderlos. Y el Flaco es así. Pero creo que acá más que nada el problema se generó a nivel de prensa. Esas eran cosas internas que se tendrían que haber manejado, que no tendrían que haber llegado a la luz. Para mí las cosas se resuelven así, hablando, hablando y hablando. Cuando la bola empezó a crecer, ahí se complicó un poco.
¿Tiene sustituto Tabárez?
Espero que sí.
¿Ves alguno?
No puedo decir si veo alguno, porque me concierne el estado. Pero creo que sí, que el legado de Tabárez…
¿Hay que seguir ese trillo?
Más allá de lo futbolístico, hay que seguir con la forma. Con la coherencia, el trato, el comportamiento.
¿Por qué todo el mundo habla con respecto a Tabárez “más allá de lo futbolístico”?
Porque lo futbolístico es discutible. Yo no lo discuto. Chapeau ante los resultados. Al Maestro Tabárez lo conozco personalmente y sé que es una persona de bien, excelente, que no negocia con nadie. Y que aprendió de sus experiencias, y que las tiene ahí. Lo más importante de todo es el respeto al grupo, a lo que es Uruguay, a la camiseta celeste. Y el dejar todos los compromisos que se tengan por la selección. Se mejoraron quinientas mil cosas y eso produjo que el nivel de la selección estuviera más arriba. Jugadores y técnicos buenos siempre hubo, pero había cosas que distorsionaban y cambiaban el ambiente. Me acuerdo de las primeras experiencias de jugadores que volvían a Montevideo para jugar con la selección después de haber vivido en el exterior y querían ver a la novia. Ahora no: primero está la selección. Esas cosas las hizo el Maestro y son maravillosas. El fútbol es muy discutible, cada uno discute si le gusta o no; es dulce de leche o chocolate, pero mientras tenga elaboración yo no lo discuto y respeto a todos los que trabajan. Pero si un día me dan un helado de chocolate que no tiene sabor a nada, digo que no, que ahí no hay nada.
¿Te gustaría dirigir la selección algún día?
Es como que a un jugador le preguntes si le gustaría jugar en la selección. Sí, a todos nos gustaría. Creo que todos los técnicos uruguayos tenemos el sueño de dirigir la selección. Pero me deja tranquilo que hoy esté en buenas manos.
¿Qué es para vos la garra charrúa?
Es el rebelarse ante lo injusto, ante las cosas que son superiores, el dar todo. El profe de León lo decía muy claro: somos tres millones al lado de dos monstruos, si no sacamos lo que tenemos adentro entonces nunca vamos a ganar. Mis compañeros y yo le dimos la vuelta olímpica a Brasil en Bahía, frente a ciento veinte mil personas en la final de América. Brasil tiene más jugadores registrados en la Confederación que habitantes tiene Uruguay. Tiene cinco millones de registrados. Si no tuviéramos eso otro, nunca habríamos sido nada. Está bien que los indios charrúas no eran una civilización culta ni preparada, que eran nómades y salvajes, pero vinieron con espejitos de colores y los sacaron a flechas. Se quedaron con esto, pero los tuvieron que matar. Y eso es una cosa que se va generando, y si no tenés esa rebeldía, que es parte de Uruguay, y parte de Defensor en este caso. ¿Argentina?, ¿Brasil?, si no metemos el corazón…, decía el profe De León. Quince copas América. ¿Y de dónde sale eso? Yo los veo a veces, y cómo juegan. Yo jugué contra Sócrates, Zico, Falcao, todos esos nenes. Y acá salimos de la cancha del Miguelito Siré. Y ganamos. ¿Dónde está la explicación?
¿Ellos no ponen el corazón?
Sí, pero están acostumbrados a las cosas más tranquilas. Nosotros la peleamos. Nosotros jugamos como vivimos, con bruxismo. Somos así. Vamos por la vieja, por el viejo, por el de la esquina. Me pasó que en España una vez perdí un partido, jugando con La Coruña contra Oviedo, en la cancha de Oviedo, con cincuenta mil personas, por un puesto importante en la tabla y una plata impresionante en el premio. A los cinco minutos recibimos un gol, hubo que remar todo el partido y faltando cuatro minutos empatamos uno a uno, pero faltando un minuto el arquero nuestro le pega mal un piñazo a la pelota, le pega en la espalda al cinco, y la pelota le cae al nueve y gol. Perdimos el partido en la hora. Llegué al hotel con una calentura que volaba, y me encerré en la habitación. No quería ir a cenar ni nada, me importaba un carajo todo. De repente me golpean la puerta y era el técnico: “¿Qué pasa que usted no cena”. “No, no tengo ganas”, le digo. “Usted tiene que ir a cenar”, me dijo, y se dio vuelta y se fue. Y tuve que bajar. Me senté y mis compañeros decían: “Vo, dame la ensalada. Vo, ¿viste tal cosa?” y era todo como si no hubiera pasado nada. Me preguntaron que qué me pasaba. “¿Cómo que qué me pasa? La puta madre”. “Tú diste todo en la cancha, el fútbol es así”, me decían. “No, no, el fútbol es ganar, ¿entendés?”, respondía yo. ¿Cómo transmitís eso? Yo veo las zonas mixtas, eso que muestran en la televisión. La puta que te parió. Después del partido te saludo, durante el partido no me compliqués, ni te miro. Para nosotros el fútbol es vida o muerte. Es así, y el día que dejemos de tener eso, se nos acaba el plus. Yo no soy ningún lírico, ningún loco, ni ningún tarado, pero cada vez que pierdo un partido es una daga que me la clavan y me la retuercen por todos lados. Antes pensaba que el tiempo me iba a ayudar a superar eso, pero cada vez es peor, cada vez duele más. Nosotros jugamos así, con bruxismo. Acá dicen que las dobles jornadas nos matan, y es por la descarga emocional que tienen. Los europeos no tienen eso. Si pierden, pierden dinero. Nosotros perdemos más que dinero. Acá son dos pesos. Acá cada vez que se juega un partido se juega el futuro. Jugás por la vieja, por el viejo, por el honor. En el exterior no es así, es un deporte, una profesión, y ya está. El día en que perdamos eso estamos en el horno. Somos tres millones, y jugamos en la cancha de Juventud, en la cancha de Rampla. No jugamos en el San Siro, en el Giuseppe Meazza, en Wembley ni en el Parque de los Príncipes. No tenemos un vestuario de doscientos cuarenta metros cuadrados: tenemos dos contenedores. Si triunfás acá, triunfás en cualquier lado.
¿Cómo te definís ideológicamente?
Nunca hablo de política mientras soy deportista, pero creo en la justicia, en la igualdad social, en todas esas cosas. No creo en que haya ni ricos ni entenados. Creo en la capacidad mental e intelectual de cada uno, que se tiene que poder desarrollar en cualquier lado, y no porque tenga o no tenga. Creo en esas cosas. En la justicia, en las recompensas. Creo más en los currículum que en los contactos. Creo que las oportunidades y las posibilidades tienen que estar para todos. Pienso que la educación es la base del país, es lo que nos ha distinguido toda la vida. A mí me criaron así. En el exterior me hablaban del Uruguay como la Suiza de América. Creo en eso.
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