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El feminismo radical y la banalización del mal por Pablo Romero

El feminismo radical y la banalización del mal  por Pablo Romero
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Mientras algunas chicas juegan a ser «revolucionarias» tirando bombitas de pintura a una Iglesia, otras juegan a la adolescente antisistema grafiteando paredes con arengas de muerte a los «machos» y otras repiten lugares comunes respecto de su enemigo teórico -el todopoderoso y maléfico «patriarcado»-, siguen muriendo mujeres casi a diario en tragedias que distan mucho de ser comprendidas desde la arenga panfletaria de las chicas bienpensantes de la Coordinadora de Feminismos.

La espectacularidad de la marcha del Día de la mujer, el simulacro de la corrección política al que varios se afilian cada 8 de marzo, se suma a la morbosa espectacularidad con la que los medios informan sobre la muerte de mujeres, en un combo de gestos y declaraciones que poco aportan a solucionar la verdadera dimensión de una tragedia que se juega en espacios distintos. La lucha es educativa, es cultural, y debe incorporar a esas mujeres y esos hombres que son los que difícilmente participen de las marchas, los grafiteos contra el patriarcado o se dediquen a taparse la cara y tirar pintura a las iglesias.

 

Nuestra crisis no es tanto de violencia de género como de aprecio y respeto por la vida ajena. Nuestra crisis es moral, es de valores deseables para alcanzar la debida convivencia. Difícilmente sea un aporte el de estas chicas que lejos viven de los contextos críticos donde se desarrollan mayormente los dramas que envuelven a la muerte violenta de sus congéneres.

Nos encaminamos a una nueva banalización del mal, donde mucho tendrá que ver la saturación de discursos panfletarios en contra de los hombres, que terminan cansando a propios y ajenos y que poco aportan a la comprensión de la igualdad de género y al intento de frenar la violencia imperante (por el contrario, parecen tener un cierto interés en incendiar del todo la pradera).

Es representativo lo que se dejó escrito en algunos muros de la ciudad tras la marcha del 8M. Uno de esos muros reza (en clave de esa peculiar religión en la cual se ha convertido el feminismo radical): “Un macho muerto, un macho menos”. ¿Acaso se puede justificar de modo alguno esta apología de la violencia, esta incitación a la muerte del otro? Este graffiti es sintomático de esa lógica de incitación al odio que despliegan algunas mujeres autodenominadas feministas.

 

No son menos representativos los cánticos esbozados durante la marcha. ¿Corear al ritmo de Gilda: “No me vino la menstruación. Si alguien tiene misoprostol, que lo habilite», es parte de la «revolución»? ¿Acaso esto no supone banalizar la lucha por la igualdad y la denuncia de la violencia de género? ¿No significa un acto mayor de frivolidad y de falta de respeto frente a la tragedia que a diario viven muchas mujeres? ¿El camino es la actitud patotera, mezclando alegremente cumbia pop y villera con consignas feministas de nivel panfletario, al mejor estilo de los barras bravas fuboleros, iconos del “macho primitivo”, por cierto?

Desde esa mirada, no hay lugar a la discrepancia y el debate. Se aniquila la diferencia desde una perspectiva binaria, donde todo se resuelve en un a priori ideológico de «buenas» y «malos».

La lucha feminista, desde el lugar del tapabocas, el grafitti apelando a una guerra de género y el sacar la lengua al «macho» y al «cura» , se encamina a ser un nuevo negocio de venta de remeras antisistema (que sobretodo usarán las chicas y los chicos bienpensantes, claro). Definitivamente, el camino debería ser otro.

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