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EL LUGAR DE LA CANCIÓN por Jorge Alastra

EL LUGAR DE LA CANCIÓN  por Jorge Alastra
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El siglo empieza con un cambio drástico global en las comunicaciones que ha ejercido un efecto determinante sobre la Cultura. La introducción de la internet cambió, de una vez y para siempre, la percepción del universo que hasta entonces nos parecía reconocible a través de la literatura, la música o la fotografía. La noción de tiempo ya no volverá a ser la misma, por ejemplo, y por ende, la vida ya no será la misma. Y en esta dinámica ingresa la música popular y sus ramificaciones en cuanto a la difusión masiva y a la penetración en «modo avalancha». Lo que anteriormente costaba «tiempo» y trabajo encontrar, se conseguirá con una simple búsqueda de unos segundos en una pantalla y un clic. La «música del mundo» entonces, se podrá disfrutar sin límite, y todos seremos felices y comeremos perdices. Pero el detalle está en que las formas de difusión serán las de siempre utilizadas por el sistema; solo que ahora más desembozadas y directas. Usted mismo seleccionará la música que lo «culturice» mientras obedezca las directivas que alguien o algunos le impongan (está claro que existe gente que se saltea todo eso). Pasemos a nuestro país. En Uruguay ya deberíamos hablar de músicas populares (en plural) y esto es importante resaltarlo. La música popular de base de nuestro país es la Plena (a la uruguaya) y los ramajes que surjan de ahí. Y luego la Murga, el folclore y el Candombe (significando que el Candombe es folclore, como el Tango). Luego está la música popular de clase media, la de los círculos universitarios, la que se desarrolla en los 60 y que tuvo la influencia del movimiento beat y el Rock. Dentro de esta vertiente – de una canción popular con influencias del rock y pop masivo – hay dos artistas que tallaron alto: Gastón Ciarlo «Dino» y Eduardo Darnauchans. Ellos desarrollaron un lenguaje propio, partiendo del espíritu de una música que les interesaba pero que, ahondando, poco tenía que ver con nuestra forma de vida, con nuestros entuertos sociales, y hasta con nuestro paisaje. Pronto Dino introdujo la Milonga en el rock uruguayo (y el Candombe, cuando paradójicamente, no era algo bien visto por los degustadores del rock anglosajón y menos cantado en castellano). Darnauchans hizo algo parecido y en sus canciones estará presente, casi siempre, un discreto aroma «folclórico», el gesto conciente de un músico atravesado por el afuera y el adentro. El montevideano Diego Kuropatwa (1975), es heredero conceptual – podría decirse – de aquellos dos artistas, con alguien que a su vez funge de nexo intergeneracional, como Rubén Olivera; su maestro y con quien ha trabajado y trabaja artísticamente. Diego tiene un punto de encuentro frontal con los exponentes que menciono, pero también con Simon o Donovan, o para venirnos más acá, con Thom Yorke. Y aquí me detengo en el largo introito. La influencia del afuera en la concreción de nuevos cantautores ha tenido luces y sombras. Se ha deteriorado una línea histórica, un «linaje» estético para sonar más parecido a lo que nos llega, soslayando lo hecho anteriormente en nuestro país, o una nueva forma de hacer las cosas para que todo suene prolijamente «internacional». Pero Diego trabaja con el afuera desde el aquí y toma como base la lección de los maestros y se suma con su gesto a los cantautores uruguayos históricos. Y vaya que Uruguay, pese a su juventud y pese a ser colonia, si ha cosechado tremendos creadores de canciones. En esta ruta coloco a Diego que publicó en 2021 «El Lugar» – su cuarto trabajo – con la producción de Diego Janssen. Lo que hace «Kuropa», a grandes rasgos sería balada montevideana – bucólico – social. Sus textos, sencillos y diáfanos, refieren a lo doméstico (siempre hay conecciones con su seno familiar) y desde ahí, como desde un íntimo mirador, ve el mundo. Los «otros», muchas veces, son los que están en la sombra (los desconsolados de siempre), los negados de toda justicia. Pero el discurso poético de Kuropa no es endurecido. Habla desde una trinchera de sosiego, de cierta placidez del alma. Eso se traslada a la música en sí misma, a lo que elige como plataforma sonora: lo rítmico y lo armónico – melódico. Los ritmos que utiliza giran en una rueda sin grandes saltos ni sorpresas dentro del área «pop» (a la nuestra). Hay ahí una forma de ser precavido, de ir pisando en lo seguro y es en esto donde debería, en el futuro, arriesgar más. Lo armónico maneja un lugar reconocible y compartido con varios artistas de una línea más espiritual y sensorial, como el propio Olivera, pero cito al sueco José González, con quien noto grandes coincidencias estilísticas. Pero Diego tiene, más allá de estas caprichosas conexiones, un costado propio, una huella dactilar musical única en la cantautoría uruguaya que comparte con otros compañeros de ruta generacionales como Fernando Cortizo o Damián Gularte. Dentro de las canciones de «El Lugar» destaco dos que me parecen sensibles y sugerentes en un álbum por demás parejo. Una es «Lluvia» (junto a Rubén Olivera), balada contemplativa donde Diego dice: «(…) mojará la vergüenza y la culpa/ correrá por tu cuerpo desnuda» (Asemejándose aquí a los versos del Spinetta de «Quedándote o Yéndote»: «la lluvia borra la maldad/ y lava todas las heridas «). La otra es la intensa «Gente» donde aparece: «Un niño manos de hombre y ojos de vidrio/ regala hojas del tilo que no vendió» y «las calles son el refugio de los vencidos «. Versos que se abrazan como un sarmiento al tronco del árbol baladístico uruguayo y que remiten a la iconografía que sugería al comienzo: Dino y Darnauchans.
El trabajo fue llevado adelante desde la producción y los arreglos por otro músico y tocayo, Diego Janssen, quien respetó el universo interior de esas canciones. Los músicos partícipes vienen acompañado al autor hace años y conocen la impronta: Federico Mujica (guitarra), Andrés Pigatto (contrabajo) y Esteban Pesce (batería). Hubo arreglos «orgánicos» de cuerdas donde participaron Betina Chaves (violín) y Adrián Borgarelli (violoncello).
Quien viaje en «El Lugar» se sentirá en un costado honesto de la realidad y del hecho sonoro hecho canción. Es subjetivo tal vez, pero creo que Diego Kuropatwa es cristalino en su creación como lo parece ser como individuo, y eso no es poca cosa, cuando nos rodea demasiada impostura y ausencia de ética en artistas que juegan a ser artistas, de músicos más interesados en marcar récords de likes que musicales. Por esto creo que Diego camina despacio y seguro hacia el lugar de la canción.

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