Los pueblos no deben olvidar sus tradiciones. En el uruguayo, el mate, el folclore, el fútbol… Al día siguiente del 16 de julio de 1950, (el “maracanazo”) un periodista chileno dijo que “nacieron para ser campeones”. Asombro en el mundo y orgullo de los uruguayos, que festejamos tres días en todos los rincones del país el coraje, la “garra charrúa”, el “sí se puede” aún en las condiciones más adversas. El mayor símbolo de esa generación fue Obdulio Varela (el “Negro Jefe”), que en momentos claves tranquilizó e impulsó a sus compañeros, de igual modo que fue un paladín de la huelga de futbolistas de 1948, en que aparece la Mutual de Jugadores Profesionales. Ese “Negro Jefe” que en la noche de ese 16 de julio, salió de la concentración para acompañar el dolor del pueblo brasileño que no podía creer lo sucedido. O que cuando la Confederación de Sindicatos de la Enseñanza del Uruguay le llevó hasta su casa, una placa de reconocimiento, enmudecido de emoción, solo atinó a abrazarme, porque fui quien se la entregó.
En Voces, del 26/06/2014, “Fútbol, juegos, deportes y desarrollo” afirmaba: “Pero el fútbol se ha transformado en deporte, fuente de ganancias, arena de competencia entre barrios, ciudades, naciones o grupos empresariales. Y la quintaesencia de todo es el Campeonato Mundial, donde cada vez más la capacidad de los protagonistas depende de la infraestructura que los solventa, de la exaltación nacional, del manejo sucio de las grandes trasnacionales, comandadas por la principal, la FIFA. Por eso, aunque lo deseemos creer que `volveremos a ser campeones, como la primera vez’ es una utopía mientras la rueda de la historia gire en beneficio de las minorías privilegiadas.”
Días después de ese artículo, cuando no existía el var y ninguno de los árbitros sancionó la “mordida” de Suárez contra un italiano, bastó para que Uruguay que había pasado a octavos de final y debía jugar contra el anfitrión Brasil- determinó que la FIFA sancionara a Suárez para el resto del campeonato, sino que ¡lo expulsó del territorio brasileño!
La FIFA, multinacional que otorgó a un Qatar ignorado en el fútbol la condición de sede del Mundial de 2022 y que permite que obreros prácticamente esclavizados mueran a diario por las pésimas condiciones en que trabajan para armar los estadios de un país manejado por representantes de una camarilla opresora, carece de autoridad política y ética. Dar la lucha contra esta mafia se vuelve necesario para los trabajadores y los pueblos del mundo. No será fácil, porque se enfrenta al espíritu de lucro del capitalismo.
El juego es parte de la recreación humana, y de otros seres vivos (un mono, un perro, un gato se divierten con una pelota, un coco). Pero en las civilizaciones el juego se convierte en deporte. En “Técnica y civilización” Lewis Mumford explica que la invención de nuevas formas de deportes asociados (el fútbol, el basquetbol, etc.) -diferentes a las competiciones individuales de los Juegos Olímpicos griegos, son propios del siglo XIX y productos de la Revolución Industrial en Inglaterra. A diferencia del juego, el deporte presenta tres elementos principales: el espectáculo, la competición y la personalidad de los actores. El espectáculo introduce el elemento estético: el público es parte activa, como el coro en el drama griego, donde el espectador consigue su liberación especial; los actores son los héroes populares que representan el valor, la resolución, el mando, la picardía, elementos empequeñecidos en las sociedades escindidas en clases. Pero, ante todo, el deporte es un negocio provechoso, donde se invierten y ganan millones en beneficio privado y para gloria nacional. Por eso, salvo excepción, todo se arregla para la victoria del favorito popular, no prima el “juego limpio” y sí el “éxito a cualquier precio”.
Los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, reflejan fuerzas de producción y relaciones sociales sencillas, cuando la producción queda en manos de artesanos o de agricultores en base a técnicas individuales (martillos, palas, jarras). Y los juegos son carreras de hombres o de carros, ejercicios de habilidad o de fuerza como el lanzamiento de la jabalina o la lucha en sus diversas modalidades. Casi todas son competencias individuales, “guerras incruentas” que enfrentan a bandos rivales.
Con la aparición de la Revolución Industrial (siglo XVIII) las fuerzas productivas se modifican en base a la máquina a vapor y después al dínamo y al motor a explosión. Y requieren un espacio físico mayor -la fábrica moderna- para la división del trabajo; división que Charles Chaplin satiriza en “Tiempos modernos” cuando el obrero se limita hasta el hartazgo a apretar un tornillo, a girar una palanca, en tanto el trabajo se hace en serie. Esa forma de producir riqueza, genera otras relaciones sociales, en las que los trabajadores están agrupados en locales comunes. Desde luego, en la vida diaria se traduce en nuevos juegos, donde lo colectivo predomina sobre lo individual. Y el fútbol es el juego preferido, que nace (y no es casual) en la Inglaterra de esa Revolución Industrial.
Las reglas del fútbol civilizan viejas prácticas de la humanidad, porque patear un objeto es un juego proveniente de tiempos inmemoriales. En el Medioevo cristiano, detrás de una vejiga de cerdo inflada, se arman batallas campales, en que intervienen todos los pobladores. La vejiga se ubica a media distancia entre dos aldeas o pueblos, y gana quien la traslada a la otra aldea o pueblo. La victoria se logra a expensas de muertos y heridos de ambos bandos, pues todo vale. El juego es pasión, identidad de cualquier grupo humano.
Estas ideas básicas no las comprenden ciertos intelectuales incapaces de captar la pasión que desata el fútbol, principal deporte de masas contemporáneo. Son los “marcianos” de hoy, los que se apartan de las multitudes para observarlas desde afuera, nunca desde adentro. Los que desean comprender al mundo sin transformarlo, para lo que sí se requiere, vivir con el pueblo y amarlo.
Pero el fútbol se ha transformado en deporte, fuente de ganancias, arena de competencia entre barrios, ciudades, naciones o grupos empresariales. Y la quintaesencia de todo es el Campeonato Mundial, donde cada vez más la capacidad de los protagonistas depende de la infraestructura que los solventa, de la exaltación nacional, del manejo sucio de las grandes trasnacionales, comandadas por la principal, la FIFA. Por eso, aunque lo deseemos, creer que “volveremos a ser campeones, como la primera vez” es una utopía mientras la rueda de la historia gire en beneficio de las minorías privilegiadas.
La hazaña inigualada de Uruguay es haber sido cuatro veces campeón mundial. Sí, porque la FIFA reconocía hasta hace poco la existencia de campeonatos mundiales de fútbol desde los Juegos Olímpicos de 1920 (Bélgica campeón) y los de 1924 y 1928 (Uruguay campeón), antes que, en forma separada de los Juegos Olímpicos, hubiera Campeonatos Mundiales desde 1930. Para comprender esa hazaña hay que incursionar en el aprendizaje criollo observando a los marineros británicos que juegan aquí y en otras partes del mundo sus primeros partidos en La Blanqueada, Montevideo (1861). Y comprender la crisis europea de inter-guerras, la prosperidad relativa de los países vendedores de materias primas, tales como carnes y lanas, el desarrollo socio-cultural del país, con figuras relevantes como José P. Varela o Batlle y Ordóñez.
Quizás sea 1950 el año del eslabón final de una cadena en que podía ganar el mejor. Aunque ya Jules Rimet hacía de las suyas y jugaba a “ganador”, como se evidencia cuando se desconcierta ante la victoria de Uruguay y Obdulio le saca la copa de las manos sin la ceremonia final planificada. Por esos tiempos, los uruguayos seguíamos a los cuadros de barrio o a Peñarol y Nacional, pero nadie se ponía una camiseta de Barcelona o del Manchester United. Por esos años, defienden las selecciones nacionales los que juegan en sus países. Los once de Maracaná son cinco de Peñarol, tres de Nacional, dos de Cerro y uno de Central. Ahora de los jugadores casi nadie juega en el país, y situaciones iguales o parecidas se dan en otras selecciones, sobre todo del Sur pobre.
En 1950 el mundo y el país eran otros. Mr. Reed (el juez inglés de la final) hizo sonar el silbato cuando la pelota enviada desde el corner iba en el aire hacia el área chica uruguaya. Luego, si se repasa la historia se ve como Uruguay es perjudicado por decisiones de jueces o dirigentes, en 1966, 1970, 2010 y 2014. Y se llega al negocio actual de los contratistas, de los cracks que promocionan para que compremos, ropas, cosméticos, bebidas. Las cifras de sus contratos son obscenas. Y para vender conviene un mercado grande: no sirve que ganen los países débiles. La FIFA impide recurrir a la justicia local so pena de sanciones. Los medios (pata del poder, junto al económico, el político y el militar) hacen fortunas, y algunos gobiernos contribuyen con pan y circo, comprándole los derechos de televisión, en vez de exigirle la devolución parcial de las fabulosas ganancias por esos derechos cedidos por el Estado.
Uruguay la nación más débil de las nueve que han sido campeones mundiales, ha sido la más perjudicada por fallos de la FIFA o de los árbitros, en 1966, 1970, 1986, 2010 y 2014. En el mundial de 2018, tras fallos de corrupción e instalado el var, llegó a la final, otra nación débil, Croacia. ¿Será el comienzo de una nueva etapa de la FIFA?
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