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El maracanazo de “Colacho” Ramírez por Gerardo Tagliaferro

El maracanazo de “Colacho” Ramírez por Gerardo Tagliaferro
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Es poco probable que Sergio “Colacho” Ramírez, un lateral derecho de Huracán Buceo nacido en Treinta Tres, guitarrero y cantor, hubiera llegado a uno de los equipos más poderosos de Brasil si no hubiese mediado aquella corrida a Rivelino en el mismísimo Maracaná. Ni que a mí, 45 años después, se me ocurriera entrevistarlo.

Si el lector o la lectora es lo suficientemente joven como para ignorar de qué hablo, hay varios videos en youtube para entrar en tema. Si peina las suficientes canas o ya no tiene qué peinar, recordará aquel otro maracanazo, menos épico que el del 50, que terminó con Roberto Rivelino, una de las vacas sagradas del Brasil de los 70, dando sapitos con la bunda en la escalera del túnel, al costado de la cancha.

Colacho llegó al Flamengo, archirrival del Fluminense de Rivelino un año después de aquel partido por la Copa del Atlántico 1976 y se radicó en Brasil después de tres años en el rubronegro y varios más en otros equipos brasileños, además de un fugaz pasaje por Independiente.  

Para todo el mundo, o al menos para los uruguayos, esa corrida le abrió el corazón de la torcida mais grande do mundo más que los encantos de su relación con la pelota, pero Colacho se defiende como lo hacía en el rincón derecho de la zaga: “También jugaba bien al fútbol, né”.

Contra lo que muchos creen recordar, tu pase al Flamengo no se dio inmediatamente después de aquel partido.

No. Después de aquel partido continué jugando el campeonato uruguayo por Huracán Buceo con buenas actuaciones, llegué a ser capitán. Eso despertó el interés del Ponte Preta, un equipo de medio porte de San Pablo, de la ciudad de Campinhas. Pero no se concretó. Yo vivía en el castillo de Huracán, que era la sede y tenía dormitorios donde dormíamos algunos jugadores. Yo tocaba la guitarra, me gustaba tocar tango y folclore. Ahí había una cantina que quedaba abierta hasta tarde en la noche donde se reunían algunos directivos. Y había uno, Corrales de apellido, que cuando se tomaba algunas iba a mi cuarto y me golpeaba para que yo bajara con la guitarra, para cantar en la cantina (se ríe).

Me imagino que no sería antes de los partidos.

No, no, era entre semana. Y bueno, una noche me golpearon y yo me imaginé que sería Corrales para que bajara a cantar. Pero cuando abrí me dice: “cámbiese de ropa que vamos a salir”. Era tarde ya, yo estaba en pijama. Bajé y nos fuimos a un restaurante en el Centro. Estaba (el contratista) Juan Figer y otras personas, y ahí me explicaron que había surgido una posibilidad muy buena para el club y para mí: Flamengo.

¿Sabés cuánto pagó Flamengo por el pase?

No, no me acuerdo. En esa época los jugadores no teníamos un empresario exclusivo, que nos manejara los contratos. Nos decían “usted va a ganar tanto” y se acabó. Incluso, yo tenía el derecho al porcentaje por la transferencia, pero cuando estaba en el aeropuerto para embarcar (el dirigente) Mario Miguez me hizo firmar un documento renunciando a él. Prácticamente en la boca del avión.

De cualquier manera, el salto económico de Huracán Buceo a Flamengo debe haber sido enorme.

Sí, claro. Llegué a un equipo muy grande en todos los sentidos, no solo económico. Pero te digo otra cosa importante, que fue justamente una de las cosas que me llevaron a Flamengo. Yo jugaba del lado derecho, pero aquel día me pusieron por la izquierda, porque el “Chema” Rodríguez, que era el técnico de la selección uruguaya, sabía que Rivelino metía pelotas cruzadas de derecha a izquierda. Esa jugada era del Fluminense, porque la selección brasileña tenía cuatro o cinco jugadores de ese club. Y tenían esa jugada, y como yo era muy buen marcador, muy veloz, me puso de ese lado. Tuve una actuación bastante buena, anulando esa jugada. Y eso quedó en la cabeza del técnico del Flamengo, que integraba la comisión técnica de Brasil ese día.

 

En 1976 se disputó, todos contra todos, la segunda Copa del Atlántico, que enfrentaba a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. El primer choque con los brasileños fue en el Centenario, y Uruguay perdió 2 a 1 con un gol de Zico para Brasil, en el día de su debut en la selección. “Ahí ya hubo algún roce con Rivelino”, recordó Colacho años después. En la revancha, en Maracaná, las afeitadas de piernas fueron las habituales en un choque entre ambas escuadras en aquella época, con mejores revolcadas por parte de los nuestros, como mandaba la historia. En el último minuto Zico se iba expreso al arco y Colacho lo multó por exceso de velocidad, levantándolo en peso a la entrada del área. Eso generó un entrevero, aperitivo del que vendría después, y en el medio Heber Revetria le arrimó los tapones a la rodilla a Rivelino. Éste, que no vio de dónde vino el golpe, no tuvo mejor idea que pegarle un cachetazo al 6 de Uruguay, Colacho Ramírez. Malas decisiones que toman a veces los futbolistas en un campo de juego. Apenas el juez pitó el final, pocos segundos después, Colacho arrancó en un sprint digno de sus tiempos de atleta olimareño y Rivelino -no sabemos si porque lo vio venir o porque alguien el pegó el grito- hizo lo propio pero para el túnel, con el resultado descrito. Todo terminó en una briga, como dicen por allá, en la que no faltaron los golpes de los fotógrafos y la propia policía. Todo muy brasilero. Colacho y Revetria fueron a parar a la delegacía, denunciados por un reportero al que Revetria atendió en medio del caos.

 

Cuando terminó el partido me estaban curando porque tenía el labio cortado por el golpe de Rivelino. Entonces llegó un delegado de la policía de Maracaná de apellido Fará, un señor de traje blanco con un sombrero de paja, muy pintoresco, y dijo “quiero al número 4 y al número 15”. El número 4 era el Bombón (Mario González) y el 15 era Revetria. Y el Bombón dice “no, no, no, yo no” (se ríe). Se equivocó, era que yo que tenía el 6. Y nos llevaron a los dos. Fue Víctor Hugo Morales con nosotros, fuimos en un fusquinha, que eran los coches de la policía. Y llegó Joao Saldanha, que era un periodista muy famoso que incluso dirigió a la selección y también Coutinho, que era entonces el técnico del Flamengo. Nos pusimos a charlar y comenzaron a contar historias de brigas entre Uruguay y Brasil, como la de un sudamericano en el 59, en el que Pelé le pegó a William Martínez con el palo del corner (se ríe). Revetria y yo sentaditos, esperando y escuchando las historias. ¿Qué pasaba? Que cuando se armó el lío se metieron los reporteros, que pegaban con aquellos walkie-talkie que usaban, y Revetria le pegó a uno y le bajó tres o cuatro dientes. Estando en la comisaría llegó ese hombre a hacer la denuncia, con la boca toda remendada (se ríe). Al final, el tipo firmó un documento que decía “fui agredido, pero no puedo reconocer al agresor”, y nos soltaron.

¿Qué hubo ahí? ¿Una negociación para que no los denunciara?

Claro, fíjate que nosotros estábamos fuera del país… fue un pequeño susto pero no pasó nada. Coutinho estaba ahí y hablaba español, era un tipo muy culto, entonces conversamos con él.

¿Fue él quien quiso llevarte a Flamengo, entonces?

Sí, sí.  Me preguntó mi edad y si jugaba a la derecha también. “Yo soy lateral derecho, jugué improvisado en la izquierda”. “Ah, bien, gosté muito, muita velocidade”. Ahí creo yo que quedó mi nombre en la cabeza de ellos y después de algunos meses acabaron llevándome.

 

Ni jogo bonito ni sutilezas, los brasileros del Flamengo necesitaban en ese momento compensar su costado lúdico con un poco de rigor oriental, y entonces se acordaron de ese moreno que había corrido al archienemigo por el césped de Maracaná. El morbo que generó su llegada al gigante carioca puede imaginarse. Los uruguayos “matones” y “busca líos” mandaban a uno de sus hijos, y los rubronegros pensaron que mejor tenerlo como amigo y, si es posible, nuestro.

 

Al año de estar yo allá, más o menos, Marcio Braga el presidente de Flamengo, inventó como forma de premiación darnos el 20 por ciento de la recaudación de los partidos. Era un dineral porque Flamengo no jugaba con menos de cien mil personas en Maracaná. Un día había un clásico y era un día que era una locura lo que llovía. En la concentración del Flamengo se jugaba mucho a la baraja hasta la madrugada, se fumaba… era una cosa de locos aquello. En aquella época los reporteros se quedaban todo el día en la concentración, informando lo que hacíamos nosotros: “Ahora Flamengo va a almorzar…” y hacían reportajes a algunos jugadores. Toda esa expectativa. Y después del almuerzo, con una lluvia que no paraba, nosotros estábamos pendientes de eso porque recibíamos ese porcentaje de la recaudación. Imagínate que un gurí que jugaba en la reserva y después fue un gran zaguero de Flamengo, Moser, con un premio que recibió se compró un Del Rey en aquella época, que era un carrazo. Imagínate lo que era. Y entonces estaban todos: “ninguém vai ao Maracana hoje com essa chuva” … y ahí los caras, Carpeggiani, Junior, Zico, los caciques del Flamengo, me llamaron y me decían: “Gringo, vem cá; vocé vai descer aí agora e vai falar no microfone da Globo que vai correr atrás do Rivelino de novo hoje” (se ríe).

Era la garantía de una buena concurrencia pese a la lluvia.

Voce está loco” les decía yo (vuelve a reírse). “Ninguém vai para o Maracana com essa chuva” insistían ellos. Al final paró de llover y ganamos el partido 4 a 2, y Rivelino fue expulsado (más risas).

¿Ese fue el primer partido que jugaste con Rivelino después del lío?

No, hubo otro antes. La primera vez para mí fue imponente, porque entrar al Maracaná con toda esa gente… Cuando llegamos al estadio el ómnibus te deja directamente casi en el vestuario, así que no ves a nadie. Pero después, cuando salimos por el túnel y ves aquella inmensidad de gente, el canto… es una cosa que no tiene dimensión. 120, 130 mil personas…

Flamengo está considerado el club con más hinchas en el mundo.

Sí, sí, entonces salimos al campo y aparecieron dos mulatas espectaculares, las cosas más lindas que yo haya visto en mi vida, con dos ramos de flores para entregarnos a mí y a Rivelino. Y el Maracaná se vino abajo.

¿Y cómo fue tu encuentro personal con él?

Yo ya lo había encontrado antes, cuando recién llegué a Flamengo, en el 77, porque en la Gavia, el lugar donde entrenábamos, el capitán Coutinho ya estaba con la selección entrenando para el mundial del 78 y entrenaban ahí también. Entonces ahí nos encontramos, la prensa hizo una aproximación y ahí conversamos.

¿Y qué se dijeron?

No… cosas del futebol, lo que pasa en el gramado queda ahí, esas cosas.

Desde entonces tenés una buena relación con él, hasta el día de hoy.

Sí, hasta hoy, todos los días nos mandamos mensajes por whatsapp. Hace tres años fui a San Pablo, porque él vive ahí hoy, a grabar un programa con él que se llamaba “Frente a frente”. Infelizmente el programa no salió al aire porque se hizo para Globo, y el periodista que lo hizo enseguida salió de Globo y se fue a Fox, por eso el programa no se emitió. Pero fue muy lindo. Se proyectó el partido aquel en una sala y nosotros dos sentados, comentando (se ríe).

El morbo de aquella trifulca, con las imágenes tuyas corriendo a Rivelino, ¿te jugaba a favor o en contra cuando llegaste?

En el ambiente del club, fantástico. Cuando jugamos algunos clásicos contra Vasco Da Gama o Botafogo y yo estaba en el banco, la hinchada me pedía cuando las cosas no iban bien. “Bota o Gringo… bota o Gringo”, una cosa de locos. Y capitán Coutinho se daba vuelta, me miraba y me decía: “Che..” porque él me llamaba así… “Che, ¿ta pronto?” Entonces, sin él decirme que fuera, yo salía del banco y la torcida (imita el rugido de la tribuna) … Imaginate que yo, con un metro setenta y dos, quedaba como de uno noventa.

 

Casi medio siglo después de estas hazañas, Colacho es un brasilero más, aunque siga amando su pago de Treinta y Tres y cantando alguna vez que otra una de Los Olimareños. Pero habla un portuñol que incluye el archiconocido “infelizmente” y corona muchas veces con un inconfundible “né”. Hoy vive en Curitiba, pero en los últimos cuatro años trabajó en una escuela de fútbol en una localidad próxima a Florianópolis. 

 

Soy técnico, trabajé en muchos equipos aquí. Atlético Paranaense dos veces, Colorado, Curitiba, equipos de Santa Catarina como Avaí…

¿Y cómo juegan tus equipos, a la brasilera o a la uruguaya?

No, no, a la brasilera. De lo uruguayo solo exijo entrega, desprendimiento, pero técnica brasilera. Para hacer una jugada ofensiva un mínimo de 18, 20 pases, trabajada la pelota, nada de pelotazos para adelante. Esa cosa aquí no funciona, ni como desahogo.

En una entrevista que te hicieron el año pasado en radio Sport, hablando del retiro, decías que el futbolista es el único que muere dos veces.

Mirá, yo dejé de jugar y quedé con actividad, pero ya no era un protagonista principal, eso que te hace aparecer en la prensa. Después no es la misma cosa, vas desapareciendo. Más en mi caso, jugando en un equipo importante, con el asedio constante, si no estás fuerte y no tenés la mentalidad… es una caída brusca.

En Flamengo la gente te sigue recordando.

Es increíble. En 2019, el día anterior a la final del mundial de clubes que jugó Flamengo contra el Liverpool, la directiva invitó a jugadores de diferentes épocas a Maracaná y nos regaló una camiseta con el número de partidos que jugó cada uno. Yo jugué 94 en Flamengo, no pude llegar a los 100. Entonces nos entregó esa camiseta y una placa. Y en 2020, después de ser campeón brasilero, el último partido que Flamengo jugó en Maracaná me llevaron porque el club homenajea cada mes a los ex atletas que cumplen años ese mes. Y me dieron una camiseta con la edad que cumplí. Muy emocionante porque ese reconocimiento después de 44 años que pasé por el club… qué pasé no, que jugué en Flamengo. Hasta el momento en que llegó De Arrascaeta -no me voy a comparar con él porque él es un crack- pero hasta el momento que él llegó, yo era el uruguayo que había jugado más partidos.

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