El planeta se mueve hacia una Edad Urbana.
Las ciudades son motores de los procesos de desarrollo de las áreas en las que están implantadas. Actúan como poderosos atractores de gente, actividades y capitales. Se radican en ellas los procesos de manejo del poder, tanto político como económico y social, así como la mayor parte de los procesos formales de toma de decisiones. En las ciudades se gesta lo mejor de la actividad humana (innovación, actividades punta, inversión en infraestructuras y equipamientos públicos, opciones de educación y trabajo diversas) y lo peor: el metabolismo urbano requiere un consumo permanente de materia y energía y genera un flujo de salida de desperdicios que se vuelcan a la tierra, las aguas, la atmósfera. También la aglomeración genera tensiones y violencia.
No se desarrollan por igual todas las ciudades. Las mega-ciudades y sus regiones urbanas son verdaderos polos que atraen personas, actividades y capitales, aprendizaje e innovación. Se estima que para el 2030 habrá 43 ciudades de más de diez millones de habitantes, todas en regiones en desarrollo económico.
En la actualidad, el 55% de la población mundial vive en ciudades y esa cifra ascenderá al 70% para el 2050. En 1950, la población urbana global era de 751 millones de personas. Hoy se estima que 4.200 millones de seres humanos que viven en ciudades.
También y de forma complementaria con las actividades formales, se generan en las ciudades y su entorno los procesos de la economía informal, que proveen a la supervivencia de quienes no acceden a integrarse en los sistemas formales. Ellos construyen la ciudad informal para vivir y viviendas precarias para alojarse, caminería para moverse, recogen y reciclan los deshechos de la ciudad formal para obtener de ellos comida, materiales de construcción, objetos reintroducibles en ciclos de uso y productivos. No pagan impuestos ni tarifas, pero usan de infraestructuras y servicios urbanos (agua, energía, espacios públicos, vialidad, transportes) que se financian con los impuestos y tasas que paga la ciudadanía formal.
La gestión de las ciudades es extremadamente compleja: el responsable del timón urbano debe decidir sobre acciones, prioridades, financiamiento, normas. Debe además poder interactuar con los grupos públicos y privados, a partir de cuyas decisiones se generan los procesos urbanos y las estructuras físicas que los albergan. Es imprescindible tener conocimientos y experiencia para asumir el liderazgo de la gestión urbana.
Uruguay acaba de pasar por elecciones nacionales. Es vox populi que el Presidente electo se preparó intensamente para ejercer el rol de cabeza de gobierno nacional.
Estamos ahora en el umbral de las elecciones departamentales y municipales. Los intendentes y los alcaldes que se elijan serán cabeza del gobierno de cada Departamento y Municipio.
Esos cargos requieren conocimientos específicos de gestión y administración de la cosa pública, del funcionamiento de las instituciones, de la conducción de procesos de desarrollo económico y social, de asumir responsabilidades en la protección del ambiente, del manejo económico y financiero de instituciones del Estado, las normas nacionales, departamentales y municipales y manejar los protocolos de relacionamiento y complementación con el resto del Estado. Deben, además, ser capaces de relacionarse positivamente con los distintos actores presentes en la vida urbana.
¿Estamos requiriendo que cada candidato a Intendente o a Alcalde tenga el nivel indispensable de profesionalización para ejercer su cargo o hemos seleccionado nombres en función de posible éxito electoral? ¿Se exigió a los postulantes iniciales que acreditaran su formación específica para el ejercicio de esos cargos?
¿Usted, lector, permitiría que un respetable panadero, periodista, abogado de alta calificación, empresario o agrimensor puntilloso operara su hígado o su corazón? ¿Por qué, entonces, creer que ser el responsable de la gestión de la vida colectiva puede recaer sobre alguien calificable como “una heladera” o en quienes ignoran la especificidad y la complejidad de la tarea que deben encarar? ¿Podemos permitirnos creer que si el líder carece de esos conocimientos, habrá asesores que lo ilustren? ¿Confiaría usted a un médico no especializado pero “bien asesorado” una operación en su cerebro?
Roma, estado al quien debemos mucho de nuestra institucionalidad, establecía la necesidad de que sus magistrados se formaran en una carrera con escalones específicos. Es hora de que la ciudadanía y los cuerpos políticos reconozcan que no se puede, no se debe improvisar en la gestión local.
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