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¿El pan nuestro de cada día?

¿El pan nuestro de cada día?
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Trascendió en un conversatorio en la Universidad Católica que se desperdician en nuestro país 2,7 millones de kilos de alimentos por día. Y solo se rescata el 1% de esa comida. También se detectó en las policlínicas de la intendencia de Montevideo que hay madres embarazadas y niños con síntomas de desnutrición.  En Salto una jerarca del INAU mencionó que hay un alto porcentaje de niños debajo de la línea de pobreza. Funcionan en nuestro país alrededor de 700 ollas populares y merenderos. ¿Cómo se explica el derroche de esa cantidad de alimentos si hay gente con hambre? ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad? ¿No es posible aprovechar esa comida que se desperdicia? ¿Qué mecanismos se pueden implementar para enfrentar esta situación? ¿Es tarea de organismos estatales como el INDA? ¿Se debe instrumentar por parte de organizaciones de la sociedad civil? ¿No es inmoral que tiremos comida y haya compatriotas sin comer? ¿El juego de reducir la oferta para mejorar los precios es más importante que saciar el hambre de los más desfavorecidos? ¿Es posible reunir voluntad política para mitigar esta situación?

 

El despilfarro como culpa y como excusa por Benjamín Nahoum

En estos días se ha puesto el foco, por una vez, en la situación de pobreza que viven muchos uruguayos, sobre todo niños, jóvenes y ancianos, y sobre todo en el interior del país. Y se ha puesto el foco, también, en que, mientras en algunos lugares se pasa hambre (mucha hambre),en otros lados se despilfarra todo tipo de recursos y bienes, incluso alimentos. Es bueno advertir esta situación y denunciarla, porque es indudablemente impúdica.

Pero, más allá que nadie tiene derecho a tirar lo que otra u otro necesita, y que, si no se hace un uso racional y lógico de los recursos, el problema de la pobreza será mucho más difícil de abordar, yo quiero llamar la atención sobre el peligro de considerar el despilfarro como causa fundamental de ese problema, y olvidar la principal, que es la distribución inequitativa e injusta de la riqueza, que se da en las sociedades, que, como la nuestra, están regidas por las leyes del capital.

Porque aunque casi todas y todos, en mayor o menor medida, alguna vez hemos despilfarrado algo, en general lo hace quien lo puede hacer, porque le sobra, y no despilfarra quien no sabe cómo va a lograr comer, él o ella, y su familia, cada día.

Antes llamábamos justicia social a un sistema que permitiera que sólo se pudiera concentrar riqueza una vez que todas y todos tuvieran asegurados los ingresos mínimos para atender dignamente a sus necesidades básicas. Ésa era la idea de las viejas asignaciones familiares, una de las políticas más democratizadoras que han existido en este país, que fueron perdiendo impacto a medida que sus valores se fueron licuando, y no otra cosa es el concepto del ingreso ciudadano o renta básica universal, que con esos u otros nombres, hoy se discute en todo el mundo. Pero que no puede salir de otro lado que de donde hay riqueza.

Y también ésa era la idea del sistema previsional como un sistema solidario, en que todos aportaran, pero aportaran más (a través de los impuestos que alimentan el presupuesto del Estado), quienes más posibilidades tuvieran, lo que no se compadece, para nada, con que haya jubilaciones de privilegio, ni con que la previsión social pueda ser fuente de negocios, como sucede actualmente con el régimen de las AFAP.

Pero por estas latitudes hay quien sigue pensando que lo mejor es el “derrame”, o sea lo que puede caer de la mesa de los ricos para que los pobres puedan recoger algunas migajas. A principios del siglo XX se sostenía, por parte del batllismo, que el Estado debía ser el “escudo de los débiles”. Un siglo después, Lacalle Pou quiere que sea el escudo de los “malla oro”.

Sin perjuicio de que combatamos el despilfarro, en esa antinomia está buena parte de nuestro futuro.

 

Engañame que me gusta… por Celina McCall

Leer las preguntas que nos hace esta Semana el Semanario Voces, me trajo a la memoria la famosa frase de Benjamín Disraeli, que también se le atribuye a Mark Twain: existen tres tipos de mentiras – las mentiras, las malditas mentiras, y las estadísticas.  Qué alguien te diga que se desperdician 2,7 millones de kilos de alimentos por día en Uruguay es una verdadera estupidez, pero cae bien entre los amigos de lo políticamente correcto.  A ver: ¿cómo están compuestas dichas toneladas?  ¿Cuánto corresponden a algo que sea verdaderamente aprovechable como comida? ¿Cuántas son restos de hogares?  ¿Cuánta ya fue cocinada y no se puede mezclar con otra?  ¿Se le puede calcular el valor nutricional?  ¿Y el estado de conservación? ¿Cuánta correspondería a la grasa del asado del Pepe? se me ocurre ironizar… ¿O a los miles de litros de leche que se van al tacho anualmente por medidas gremiales?

Me cansé de ver a niños y jóvenes hurgando en la basura durante los pasados gobiernos frenteamplistas, pero ¡oh sorpresa! el tema de la desnutrición y desperdicio de alimentos vuelve a surgir cada vez que hay un gobierno de “derecha”.  Y por parte de gobiernos departamentales de “izquierda”, dicho sea de paso.

«En este país los niños comían pasto, y esto se puede volver a repetir en cualquier momento» dijo sin ruborizarse la sindicalista de la federación de Salud Pública Silvia Machado en reciente acto.  Y entonces sale el ex presidente Mujica hablando de terrorismo gubernamental porque se defiende de acusaciones sin sentido como esa. ¡Cuánto cinismo!

“En este país no hay desnutrición” me dice una habitante del Cerro que tiene 4 nietos yendo a la escuela pública ahí.  “Están los planes del Mides, las Asignaciones Familiares, los chicos comen todos los días en la escuela… A mi nieta en quinto le están haciendo brochetas de fruta”, añade. No me cabe la menor duda de que estas denuncias de derroche de alimentos vienen de organizaciones de izquierda que se apropiaron de la ética.  Para ellos, todos los demás somos neoliberales, sinónimo de las maldades más crueles que hay en este mundo.

Se olvidaron de hacer una última pregunta: ¿quién dijo que la vida es justa?  La vida es lo que es y hay que sacarle el mejor provecho. En lo que a mí concierne fui criada en una casa donde se hacía dulce de la cáscara de la banana, de la naranja, mandarina o pomelo, hasta de la corteza blanca de la sandía, pasando por agua hervida y saborizada con lo que quedaba de las peras o manzanas después de peladas.  Creo que como todo, esos hábitos se han perdido. Cada uno hace lo que puede, y cuando el gobierno se mete, suele ser para empeorar las cosas.

 

La solución al problema es cuestión de ingenio y voluntad por Oscar Licandro

Cuando los sapiens comenzaron a poblar la Tierra el problema al que asignaban más tiempo, esfuerzo e ingenio era el de conseguir alimento. La vida les iba en ello. Hacerlo no era fácil, resultaba peligroso y el éxito dependía de variables que esos primeros humanos no podían controlar. El hambre siempre era una posibilidad con la que convivían y de la que morían. En el neolítico, con del advenimiento de la agricultura y la domesticación de animales, los hombres pasaron de buscar a producir sus alimentos. Comenzó en esa época un largo proceso de desarrollo tecnológico que llega hasta nuestros días, mediante el cual los seres humanos empezamos a dominar la naturaleza y a mejorar paulatinamente nuestra capacidad para producir más y mejores alimentos. No obstante ello, el hambre siguió siendo un fantasma en todas las sociedades porque la variabilidad del clima, los cataclismos naturales, la peste y las guerras podían destruir las cosechas y generar hambre en forma masiva.

Esto fue así hasta comienzos del XX, cuando el nuevo salto tecnológico que supuso la revolución industrial permitió ampliar enormemente la producción y distribución de alimentos. El hambre dejó de ser un problema en Europa, Estados Unidos y algunas regiones del planeta. Pero todavía en 1990 el 23% de la población mundial tenía serios problemas nutricionales. Hoy estamos en el 13% según la ONU. Según cifras del MIDES de 2011, entre los niños uruguayos menores de dos años, el 1% tenía delgadez extrema, 4% tenía déficit de peso y el 10,9% tenía retraso en talla.

Actualmente la humanidad posee la capacidad tecnológica y los recursos humanos, materiales y financieros para producir alimentos de calidad para todos los habitantes del planeta. El hambre ya no es una cuestión de mala puntería, manadas que migran, sequías que destruyen cosechas o cataclismos. Ni siquiera las pestes, como la del coronavirus, limitan seriamente esa capacidad. Por lo tanto, la eliminación del hambre pasa hoy por la política y la ingeniería social. Tomar las decisiones para hacerlo es el gran desafío moral que tienen los líderes políticos de todo el mundo y, en el caso de los países democráticos, todos sus ciudadanos.

La moralidad del desafío se torna más evidente cuando observamos que todos los días se desperdician en el mundo millones de toneladas de una comida que podría contribuir a reducir el hambre: alimentos envasados que vencen, vegetales que quedan en mal estado antes de ser vendidos y un largo etc. Según la BBC en 2019 esa cifra era de 931 millones de toneladas[1], lo que equivalía en ese momento al 17% de la producción mundial de alimentos. Seguramente, contamos hoy con las tecnologías productivas y logísticas para re-direccionar esa comida hacia quienes están pasando hambre.

Voces nos pregunta: ¿Qué mecanismos se pueden implementar para enfrentar esta situación? Lo primero a decir es que los mecanismos (tecnológicos, organizativos, de gestión, políticos, etc.) ya existen. Lo que falta es el ingenio y la voluntad para ponerlos en práctica. No soy un experto en el tema, pero puedo mencionar un par de ellos. El primero, y más obvio, es encontrar la forma de canalizar, hacia quienes puedan usarlos para dar de comer a las personas con dificultades para alimentarse, los alimentos que son tirados por diversos tipos de empresas: productos envasados cercanos a vencer, vegetales que se descartan por diferentes motivos, alimentos elaborados que los comercios no pudieron vender (pastas, panificados, comida preparada), etc. La aplicación de este mecanismo supone conseguir el involucramiento de esas empresas para que los donen; diseñar una logística de recogida, almacenamiento y distribución; contar con puntos de entrega de los alimentos recuperados, etc. Un proyecto de esta naturaleza podría ser gestionado por organizaciones sociales, a las cuales el sector privado aportaría gestión y otros recursos, mientras que el estado puede contribuir con recursos logísticos y financieros.

El segundo mecanismo es la producción a bajo costo de alimentos basados en vegetales de descarte: salsas, jugos, chips, etc. Las tecnologías para producirlos ya existen y hay empresas que los fabrican[2]. En este caso se podría recurrir a la figura de los negocios inclusivos, que son empresas integradas por personas de bajos recursos[3]. Por lo general, estas empresas son creadas a impulso de organizaciones sociales (organizan el grupo, le enseñan a gestionar, le ayudan a acceder a tecnología y fondos, le hacen coaching cuando está operando, etc.) mediante programas de largo plazo, en los que suelen co-participar actores del sector público y del privado. La eliminación de intermediarios y costos de marketing serviría para bajar los precios, lo cual permitiría direccionar estos productos a las personas que tienen dificultades para comprar alimentos. Seguramente habrá que invertir, pero en proyectos serios y económicamente viables. Se puede aprender de experiencias que ya existen en otros rubros en Uruguay y en el mundo.

El nuestro es un país con una gran tradición en materia de trabajo colaborativo entre actores sociales, privados y públicos, unidos para atender un amplio espectro de problemas sociales (desde la inclusión de las personas con discapacidad, pasando por la promoción de la lactancia materna, hasta los cientos de ollas populares). Uruguay cuenta con un reservorio de experiencias, know how, vocación, organizaciones sociales, instituciones públicas y líderes sociales, que podrían ser utilizados para lograr que una parte importante de esos alimentos hoy desperdiciados, sean utilizados mañana para evitar el hambre entre nuestros compatriotas. Por su complejidad y tamaño, la solución al problema debería ser liderada por el estado (coordinando la participación de distintas reparticiones), pero su implementación requerirá necesariamente la participación de las empresas y del sector social. Nuestra responsabilidad como ciudadanos es exigírselo a los partidos que votamos y a las empresas cuyos productos compramos.

[1] https://www.bbc.com/mundo/noticias-56322961

2 Algunos ejemplos pueden verse en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-48041274

3 Algunos ejemplos uruguayos pueden verse en : https://cempre.org.uy/docs/biblioteca/negocios%20inclusivos-%20licandro%20_pardo.pdf

 

Toda la verdad por Miguel Manzi

El Centro Berit de Extensión Universitaria de la Universidad Católica armó, el pasado 15 de octubre, un conversatorio sobre el desperdicio de alimentos en Uruguay. Las presentaciones estuvieron a cargo de representantes de tres organizaciones de sociedad civil dedicadas a la recolección y distribución de alimentos desechados pero aptos para el consumo humano (Redalco, Plato Lleno y Banco de Alimentos del Uruguay), de las senadoras Sanguinetti (PC) y Asiaín (PN), autoras de un proyecto de ley para facilitar la donación de alimentos, y de la intendenta de Montevideo Carolina Cosse (zoom en  https://ucumeetings.zoom.us/rec/share/Bl9-OmfJ3EeCHxzrpysYNY7iAD0sz60IkGGOiZRONAGttdWjnfWDDAmMjD6cvdeu.DDyxBLUe5ou6dx6B?startTime=1634306535000). Las tres OSC citadas logran rescatar 6.000 kilos diarios de alimentos, que distribuyen entre otras organizaciones sociales, las que a su vez dan de comer a miles de personas carenciadas. Estas tareas, si bien gerenciadas por personal rentado, se cumplen básicamente a través de cientos de voluntarios, y cuentan con el apoyo financiero de decenas de empresas privadas. Es un trabajo espectacular, que refleja la vocación de servicio y el espíritu solidario de los involucrados. Pero ser los más buenos del barrio no autoriza a manipular la verdad.

El titular de hondo dramatismo que enfatizaron las OSC y Cosse, la patética crónica de Búsqueda, y los sucesivos levantes de otros medios de prensa, fue “En Uruguay se desperdician 2,7 millones de kilos de alimentos por día”. Si bien dos panelistas mencionaron al pasar “un estudio de la FAO”, no se dieron referencias precisas del mismo, que es la fuente de los gravísimos números publicitados (siendo que el estudio está disponible incluso en la web de una de las OSC; la omisión, pues, no puede atribuirse a ignorancia; en el caso de las crónicas periodísticas, es lisa y llana displicencia y mediocridad profesional). Veamos, entonces, que dice la madre del borrego (disponible en https://www.fao.org/uruguay/noticias/detail/es/c/1118190/): (1) El estudio se hizo en 2017. (2) Estuvo a cargo de técnicos de la Facultad de Ingeniería, de la de Ciencias Económicas y de Equipos Consultores. (3) Se estableció que son “pérdidas” las que tienen lugar antes del consumo humano, y “desperdicios” los que tienen lugar en el ámbito del consumo humano. (4) Se agruparon los productos primarios objeto del estudio: cereales -trigo, arroz, maíz; oleaginosos -soja; frutas y hortalizas; caña de azúcar; carnes -bovina, aviar, porcina; lácteos; y pescados. (5) Se estimó que la Oferta Anual de Alimentos Disponibles para Consumo Humano (ODCH) en Uruguay es de 10 millones de toneladas. (6) De ellas, se registran “pérdidas y desperdicios” del 10%, 1 millón de toneladas. (7) Las pérdidas se distribuyen en la cadena de suministros así: producción 40%, poscosecha 26%, procesamiento 15%, distribución 8%, consumo 11%. (8) Cada grupo de alimentos registra porcentajes distintos de pérdidas, tanto respecto al total de ODCH, como al total de cada categoría, como en las distintas etapas de la cadena de suministros. (9) Las causas de pérdidas en las etapas de producción y poscosecha -que juntas explican el 66% de las pérdidas- son: material genético (variedades y razas), manejo y prácticas agronómicas, factor ambiental, cosecha/no cosecha, transporte. (9) Para aproximarse al desperdicio en los hogares se realizó un estudio piloto entrevistando a 50 elegidos aleatoriamente, y se determinó que la estimación de este desperdicio requeriría entrevistar a 1.570 hogares, estudio que no se realizó hasta ahora. (10) Se recomienda que “En la evaluación de la reducción de las pérdidas, las mismas no se deberían evaluar solo en valor absoluto, sino relativizadas respecto a las pérdidas intrínsecas de los procesos y el costo de reducirlas”. Entonces resulta que las 2.7 toneladas de alimentos que se desperdician por día, incluyen el “material genético (variedades y razas), manejo y prácticas agronómicas, factor ambiental, cosecha/no cosecha, transporte”. Que son, digamos, causas estructurales, cuyo remedio no está al alcance de indignados moralistas. Restadas estas pérdidas que se producen en la producción y poscosecha (el 66% del total), nos quedan 0,91 toneladas. Y así con varios alarmantes asertos de las OSC, replicados con ligereza por los medios. Se dijo en el conversatorio que se le había perdido el respeto a la comida. Parece que también a toda la verdad.

 

Ranchos vacíos  por Esteban Pérez

Según la Universidad Católica en Uruguay hay un desperdicio de más de dos millones de kilos de alimentos por día, ¡parece que se descubrió la pólvora! Siempre se supo que los productores han tirado frutas y verduras o que los industriales avícolas eliminan pollitos bb en las canteras o lisa y llanamente se los dan a los chanchos, para generar escasez y como consecuencia elevar los precios, asegurándose así un mayor margen de ganancia. Hay más que suficiente producción de comida no sólo en nuestro país sino en el mundo como para que no exista ni hambre ni desnutrición en ningún rincón del planeta. Sin embargo, hoy es titular de noticieros que en Montevideo ¡vaya otra novedad! hay madres embarazadas y niños con síntomas de desnutrición.      Nos encontramos entonces ante la paradoja de que la preocupación por el hambre mundial en el siglo pasado nos llevó a la llamada “Revolución Verde”, la que aumentó los rendimientos agrícolas con el cambio de las viejas prácticas de producción.  Objetivamente impactó en los volúmenes de producción, pero también desde el punto de vista de reducir el hambre fracasó. Podemos concluir entonces que el hambre actual no es un problema del volumen producido, el problema es que la comida, el alimento, se transformó en moneda de especulación.                       Hoy en día los alimentos están a la altura de cualquier bien de consumo; se especula con ellos, cotizan en bolsa y el capital los ve como una nueva oportunidad de negocios. De carambola o como lógica consecuencia la tierra, si es productiva, se somete también a la especulación y pasa a ser un negocio del capital financiero. En la mayoría de los países latinoamericanos la nueva modalidad de agro negocios es la que marca las políticas agrarias diciendo cómo, dónde y qué es lo que se produce. Estas grandes empresas realizan inversiones directamente sobre los territorios: compran o arriendan tierras o incluso utilizan tierras estatales, produciendo el cultivo más rentable según el momento. Manejan un paquete tecnológico donde semillas, fertilizantes, maquinarias y agroquímicos constituyen una manera de producir que genera grandes rendimientos en base a altos costos y una exagerada utilización de los recursos naturales provocando erosión del suelo, contaminación del agua con agroquímicos y contaminando incluso con transgénicos los recursos genéticos de los países en los que invierten. Estas empresas manejan de hecho las políticas agrícolas de nuestros países, condicionando nuestra soberanía alimentaria, presionando incluso para que parte de la inversión pública se oriente a solucionar los problemas de infraestructura que les son propios, un ejemplo claro es UPM2. Ellas utilizan formas extractivas de explotación, nos chupan los nutrientes de los suelos y cuando éstos se tornan infértiles, toman su capital y se van a otra parte. No les importa la riqueza patrimonial de nuestros nutrientes. Hay quienes argumentan, incluso desde el progresismo, con algo que es cierto: el PBI aumenta con estas inversiones lo que permite tener algunos pesitos para restañar las heridas sociales generadas, pero restañan, no curan.E eguimos siendo una colonia de materias primas sin industrializar, crece el PBI sí, pero dónde antes había escuelas llenas de niños hoy casi no los tienen o las han cerrado; dónde había familias viviendo y produciendo sólo hay taperas y ranchos abandonados. La causa fundamental del hambre no es la escasez, es el sistema capitalista. El capitalismo es quien rige la suerte de la mayoría de los habitantes del planeta y ha generado una formidable estructura para sostenerse donde los países económicamente ricos marcan el paso a los países pobres. Nos imponen un modelo productivo que excluye a la población rural obligándola a radicarse en cantegriles, favelas, villas miserias, pueblos de ratas o cómo quieran llamárseles. Es fundamental que haya una importante superficie de la tierra en manos estatales para  producción de agricultores familiares a los que el Estado les arriende, bajo ciertas condiciones; también es importante  que el usufructo productivo de esos predios  pase de padres a hijos, siempre y cuando estén dispuestos a producir y vivir en el campo respetando los planes de producción implementados desde el gobierno nacional, con los correspondientes apoyos, apostando a la seguridad y soberanía alimentaria, poniendo la producción de alimentos necesaria para la población del país por sobre los intereses de los capitales.  Por último, las ventajas comparativas de América Latina en la producción de alimentos no las tiene nadie en el mundo: hay que potenciarlas y defenderlas en conjunto como bloque y achicar el peso que tiene la Organización Mundial del Comercio en la toma de decisiones de los gobiernos de nuestros países. No basta con plantearnos la reforma agraria a nuestra medida, solos no podemos, hay que seguir apostando a la patria grande para que haya por fin patria y comida para todos.

 

Somos unos inmorales por Rodrigo da Oliveira

La frase de Wilson apuntaba a una vida digna pero, en la convocatoria que nos cita, apuntemos directamente al tema de la alimentación.

Algunas trascendidos de diversos organismos e instituciones nos informan, cual, si fuera una novedad, que en nuestro país se desperdician alimentos y que una parte de nuestra población, sobretodo aquella de menor edad, padece hambre.

¡Vaya sorpresa! ¡Hemos sido iluminados!

Algo tarde, eso sí, dado que sobre esta situación hemos vuelto una y otra vez, a lo largo de los años. No nace hoy, aunque sí se agravó por la pandemia, en la administración anterior ni en la crisis del 2002 (etapa en la cual también acrecentó). Es un tema de larga data, con causas diversas y con soluciones de difícil aplicación. La cuestión parece ser la forma en la cual se manifiesta su existencia, cada tanto tiempo, cual si fuera algo surgido espontáneamente o sin origen determinado.

Las soluciones propuestas corren por las mismas vías: repartamos la comida existente, por vías no del todo claras en cuanto a su obtención y remuneración a propietarios, y de esa forma acallamos hambrientos y algunas pobres morales oportunistas. ¿Hay que repetir que no se producen bienes para beneficio general, sino para obtener réditos económicos?

Perdemos generalmente de vista que el origen profundo de la situación alimentaria tiene dos raíces fundamentales: la dificultad de acceso a la vivienda propia y a posibilidades educativas reales. Hoy tenemos más niños pobres y viviendo en asentamientos que en los últimos años y ello no se originó durante el actual gobierno, vean los datos anuales de los Institutos de Estadística y de Economía.

Busquemos en el pasado reciente y podremos determinar cuál fue el último período en el cual el grueso de los trabajadores dependientes accedieron a vivienda propia, luego del cual continuamos en caída libre. El costo social de no tenerla es muy alto, dado que una enorme parte de los salarios de empleados se va en ese rubro, afectando la generación de oportunidades para terceros, mano de obra de pequeños servicios, changas y similares.

No implica ello alentar al mercado informal, sino dar oportunidades de acceso a bienes de primera necesidad a los que menos oportunidades tienen. Fueron ellos los primeros en caer en la pandemia, fueron ellos los que ya venían precarizados, serán ellos los siguientes en caer cuando aún no están ni cerca de estar de pie así sea de manera mínima.

Que el reparto de dineros públicos vía salarios mínimos universales, diversas contribuciones en metálico vía planes y tarjetas sociales y herramientas socialoides similares no conduce a medidas que efectivamente solucionen estas situaciones no tiene sentido que volvamos a repetirlo, aunque a más de alguno le guste el electorado cautivo (aunque solo temporalmente).

Medidas políticas de acceso a la educación, salud y seguridad que sean evaluadas, ajustadas y corregidas si fallan han sido y son los caminos reales mediante los cuales la población logra acceder a mejores niveles de vida, sobretodo la más sumergida. Debemos a ello sumarle que sea una posibilidad real el acceder a la vivienda propia por la mayor parte de la población general, como base imprescindible para lo anterior.

Una vez más, no se trata acá de hacer asistencialismo con los dineros siempre escasos de los fondos públicos, léase de todos, sino de utilizarlos de la mejor manera, sin prebendas ni privilegios escondidos en pseudo derechos de dudoso origen y más dudosa aún legitimidad. Peor aún, el alcance que ha tenido dicha utilización nos muestra que a la parte que se aduce apoyar le llega solo una porción muy menor del total de fondos destinados, quedando para las burocracias de diverso tipo el grueso de los mismos. Algunas situaciones nos muestran cosas peores aún, con indebidas ventajas personales sobre tales partidas económicas.

Dicho lo anterior, no parece ser esta administración la que plantee soluciones de fondo a este problema, demasiado corrida su agenda por la citada pandemia y encima con elementos que mantienen rémoras de estilo similares a las vistas en los períodos FA.

Y, además, teniendo que utilizar tiempos políticos en extremo valiosos a afrontar la campaña por la LUC, ya en marcha.

Mientras esto escribo veo a un chiquilín de no más de 20 años sentado en el escalón de una puerta, con una valija a su lado, dormido.

No tenemos derecho a quitarle el futuro a más chicos en este país; demasiado mal hemos hecho algunas cosas, como para no cambiar algunos paradigmas. ¿Seremos capaces?

 

Mirar para ahí por Fernando Pioli

El desperdicio de alimentos no es un fenómeno exclusivo de nuestras latitudes, aunque posiblemente sea un poco más indignante en estas que en otras. El desperdicio de recursos, así como el desperdicio de alimentos es una carga pesada para el planeta que, ante una población creciente, ve agotar sus recursos. Pero por si esto fuera poco, desperdiciamos alimentos en un contexto sociocultural en el que muchos compatriotas están pasando necesidades.

La mayor parte del agua dulce que se consume en el planeta se dedica a la agricultura, y esta demanda es creciente. Es esperable que en medio siglo el agua sea un recurso escaso y con alta demanda global. En este contexto, la racionalización del recurso se impone como una necesidad imperiosa para la sostenibilidad de la población humana en el futuro próximo.

En nuestro contexto a este drama de mediano plazo se suma uno de vigencia inocultable. Como consecuencia de los efectos de la pandemia y de la endeblez de las respuestas de las políticas públicas nos encontramos ahora con una persistente población que padece las penurias de una alimentación insuficiente. Esta situación, que se encuentra soslayada por la prensa masiva, es claramente perceptible cuando se aprecia la cantidad de gente que hace un esfuerzo considerable por llegar a algunos de los lugares solidarios donde se brinda alimentación gratuita.

El concepto de imperativo ético implica que el mandato interno de la norma moral que guía nuestro accionar debe ser incondicional, es decir, para toda la humanidad. En estos términos deberíamos reflexionar si el mandato ético que debe impulsarnos no debe hacer imposible que el desperdicio de alimentos sea una realidad en tanto amplias porciones de la humanidad carecen de acceso a un mínimo de los recursos de subsistencia, y quizá de modo más modesto y en términos más locales deberíamos dejar de mirar para otro lado y dejar de hacernos los giles haciendo de cuenta de que esto no está pasando en varios rincones del país. Así como para Platón la tarea del educador es ayudar al ignorante a ver en la dirección correcta, deberíamos colocar algunos carteles luminosos para ayudar a ver en la dirección correcta a algunos gobernantes, porque parece que algunas cosas se les están escapando por mirar para otro lado.

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