EL PENSADOR por Antonio Pippo
Con las elecciones a la vuelta de la esquina, los principales partidos políticos se han lanzado a un carnaval de jingles, cantos de murga y hasta raperos, con alguna que otra pretensión, por ahí, de versitos más aristocráticos, atiborrando a todos los medios de difusión y causando una terrible tendencia diarreica a quienes se nos ha agotado la paciencia de escuchar tonterías, mentiras y promesas para novias fáciles.
Hace unos días, a la mañana, en un programa radial a través del cual yo pretendía informarme de algunos hechos que entendía relevantes, fueron tantos, pero tantos esos jingles interruptores que me recordaron una parte de “La colmena”, de Cela:
-Hablaba un señor académico y estaba diciendo algo así como “salta a la vista la escasa consistencia de su argumento”, cuando el periodista le interrumpió y dijo “permítame, doctor, pero debemos ir a una pausa publicitaria”. Al regresar, había pasado tanto tiempo que el entrevistado, que estaba acompañado por su esposa y una niña chica, al abrirle el micrófono y estar tan confundido, se le oyó diciendo a la mujer: “Rosario, ¿ya ha hecho su caquita la nena?”.
No sé cuánto será, al final de este ciclo, el dinero que los partidos invertirán en tamaña catarata de obviedades, musiquitas pueriles y cantitos de cumpleaños de quince, pero, a decir verdad, me importa un quinto carajo. Será dinero tirado a la basura. Los logros de esa inversión no existen. La razón es que no hay escape.
El país –mejor dicho la gran mayoría de sus ciudadanos contribuyentes- fue cooptado por el fanatismo. Desde cada tienda se hace coro de las estupideces que se emiten, con el convencimiento del ignorante embestidor. Una pérdida de tiempo, no solo de plata, gigantesca. Y, ¡lo pido por favor!, no jodan con los indecisos, porque estos, que son pocos, dudan no de color político sino de su propia indecisión, aunque semeje un chiste; pienso que preferirían irse a Miami, y después pagar la multa a la Corte Electoral, si el viaje fuese tan sencillo como lo sugirió el candidato del gobierno.
He llegado a pensar si Charles Darwin no tuvo razón cuando sostuvo, en su teoría de la evolución, que el ser humano es una especie salvaje, no domesticada, y dejó claro al respecto su pesimismo hacia el futuro. Habrá quienes califiquen de tétrica tal sentencia, sosteniéndose en que no hace justicia al ingenio y resistencia que el tiempo incorporó a nuestra especie, y que consideran extraordinarias. Es posible. Pero… ¿ingenio y resistencia para qué? ¿Acaso para contribuir a que la política sea más seria, transparente y se guíe por la tolerancia y el ejercicio de la libertad de pensamiento crítico? Lo más solidario que les puedo decir es que, si nos miramos al espejo y nos pensamos con franqueza, Darwin, al menos, nos hace dudar. A los uruguayos, digo.
Otro aspecto. Son varios los filósofos que insisten en que el hombre tiene una gran capacidad de dar las cosas por sentado. Cuando surge algo nuevo, desconfía, lo analiza un par de días y luego lo incorpora a su concepción habitual de las cosas, de modo de ver el mundo igual a como lo veía cuarenta y ocho horas antes.
Lector, esto es tan viejo –y no se ha modificado- que los antiguos griegos, para enfrentarlo, inventaron unos bailes terapéuticos que, suponían, alejaban, en su alegría ayudada por brebajes exóticos, la ansiedad, la agresividad y, ¡oh, sorpresa!, el fanatismo. No parecen haber tenido éxito. Siempre influían más aquellos que concebían ideas fantásticas que, más tarde, dignificaban con el nombre de revelación u, ¡otra sorpresita!, dogma. En fin, mi amigo, todo esto, aunque le parezca excesivo, vino a cuenta de la publicidad política que me está destrozando el organismo y sumiéndome en el pesimismo sobre lo que vendrá. Disculpe.
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