EL PENSADOR por Antonio Pippo
Bueno, ha llegado el momento.
Los ciudadanos elegiremos –ya se verá si esa decisión terminará con un partido sentado en el gobierno en esta instancia, o si dos candidatos jugarán una segunda y definitiva partida- el gobierno que nos representará en el próximo período.
Analizando el escenario y a quienes se presentan en él, tengo la penosa sensación de que necesitaríamos a Sócrates.
El filósofo noruego Josteen Gaardner ha sostenido que Sócrates no tenía ningún título especial y que sólo era partero. Por cierto, como muchos sospecharán enseguida, es una metáfora: “Del mismo modo que las comadronas ayudaban durante el parto, él tenía la tarea de ayudar a la gente a ‘dar a luz’ el correcto pensamiento”.
Hoy, frente a una responsabilidad constitucional prioritaria, no somos quizás tantos quienes, despojados de la ignorancia y del fanatismo que tristemente ensombrecen el intelecto de la mayoría, y pese a ejercer el pensamiento crítico libre, los que podamos prescindir de un partero así.
Tan grande es la confusión y la incertidumbre que los políticos nos han derramado para desorientarnos.
Siguiendo el pensamiento de Gaardner, el ser humano, en estos tiempos, y no sólo en la política, se enfrenta a dos posibilidades: “Engañarse y aparentar que sabe todo lo que vale la pena saber, o cerrar los ojos a las grandes preguntas y renunciar de una vez por todas a avanzar”.
Dos formas de escapar de la obligación moral que tenemos delante.
Para el filósofo nórdico, “o somos engreídos y nos conformamos con lo que sabemos, o somos indiferentes y nos conformamos con lo que no sabemos”.
Ocurre que a través de discursos, debates desalentadores y propaganda previsible y agotadora, los candidatos –aun a aquellos que nos declaramos libre pensadores críticos, feligreses de la ética del postulado contra la idea de dogma y medianamente informados, inteligentes y cultos- se las han ingeniado para que diversas máscaras difumen su rostro verdadero, a lo que han añadido variopintas contradicciones, cuando no groseras medias verdades, para que tengamos dentro, todavía, la semilla de la duda.
Ya no queda tiempo, y de poco servirían nuestros angustiados ruegos, para reclamarles algo más que enunciados previsibles, programas de gobierno que no se convierten con facilidad en chicles y decisiones firmes sobre consensos y acuerdos para necesarias políticas de Estado.
Uno de los grandes problemas está en que, más o menos inteligentes, despojados o no de concepciones fanáticos y atrapados o no por la ignorancia, tendemos a reaccionar en función de lo aprendido en el pasado, como afirmaban Russell y Huxley, en lugar de reaccionar ante los hechos tal y como son aquí y ahora.
Una vez más: si hay que escapar de esa tendencia, y no lo logramos reflexionando en soledad, hay que gritarle a Sócrates que vuelva.
Claro, sabemos que eso es absurdo, que no pasará, que ya no habrá ningún partero de pensamiento que nos ayude.
Entonces, qué quiere que le diga, lector: si somos incapaces de romper esas amarras, tratando de ser conscientes, con el esfuerzo que deba hacerse, de ese “aquí y ahora” para enfrentar cómo se debe la experiencia inmediata, echando a un lado palabras, hábitos y conceptos que puedan cegarnos, no nos quedará otra, y a más tardar deberá ser mañana, que recurrir a otra práctica de los antiguos griegos: meternos de cabeza en unos bailes dionisíacos durante varias horas, hasta entrar en una suerte de éxtasis que nos quitará la ansiedad y nos dejará exhaustos pero tranquilos con nuestra conciencia.
El único problema es que nos multarán por no haber cumplido con el sagrado deber del voto.
Hace unas cuantas elecciones que no nos damos de trompa contra tamaña situación. ¿O sólo me parece a mí?
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