EL PENSADOR por Antonio Pippo
Al menos yo, librepensador crítico, sostenido por la ética del postulado sobre la idea de dogma, he sentido alivio luego de conocer los resultados de la elección del pasado domingo.
No oculto mi opinión: basándome en la situación objetiva del país y las perspectivas, al menos aparentes, de los próximos años, si el candidato del Frente Amplio hubiese alcanzado la presidencia ya en la primera vuelta, mi conjetura es que caerían sombras sobre el futuro.
Sencillo: el margen para acordar con otros, disponiendo de votos legislativos propios y suficientes, se achicaría dramáticamente. Y con soberbia o a los cabezazos sólo se logra pisar la cáscara de banana e inadvertir, desde el suelo, el tsunami que se viene, se viene, arrastrándolo todo.
De aquella situación objetiva –a la cabeza de la cual va la economía, sin dejar de lado la educación, la seguridad, el empleo, la seguridad social y el resto de problemas que se acoplan- no se sale sin consensos y acuerdos que deriven en políticas de Estado, un zurcido cuyo escenario no será la vieja máquina de coser de la canosa abuelita sino el parlamento, donde ahora ningún partido tendrá mayoría absoluta.
Creo que nos conviene mirar hacia atrás, pero muy hacia atrás. Tomar de la mano a los etólogos, por ejemplo, que estudian el comportamiento de los animales superiores, y su relación con las actividades del ser humano, el que más ha evolucionado. O al menos se supone.
Franz de Wall, famoso por sus experiencias con chimpancés y sus descubrimientos, dijo: “Cuando Aristóteles se refirió al hombre con el término de animal político, no podía saber lo cerca que estaba de la verdad. Los orígenes de la política son más antiguos que la humanidad, como lo prueban mis trabajos en el zoológico de Arnhem, en Holanda”.
De Wall ha demostrado que unas cuantas características de la política humana se advierten en los chimpancés: la formalización de rangos y su reconocimiento; la influencia de un determinado individuo en los procesos grupales; las coaliciones, que aplican en situaciones de conflicto para hallar la mejor salida colectiva; el equilibrio frente a dificultades para conformar lazos sociales más fuertes; la búsqueda de la estabilidad cuando las confrontaciones se agravan; el intercambio para no perjudicar la propia posición; la manipulación, exhibida en conductas cambiantes frente a los otros para mejorar su lugar en el grupo; las estrategias racionales para buscar la dominancia, que es notorio planean con antelación a la resolución de un problema; y finalmente, la búsqueda de privilegios por ambición de poder, que la comunidad, si intuye que traen dificultades, los cortará de raíz.
Y se puede extraer un poderoso ejemplo de estos chimpancés: “Todos los individuos intentan conseguir algún grado de relevancia social y luchan por ello, pero no antes de haber obtenido una suerte de acuerdo general que mantenga el sitio de cada uno, y los privilegios involucrados, para no afectar el equilibrio que presera una convivencia saludable para todos”.
No soy persona de hacer predicciones al boleo. Menos me lo permitiría cuando lo que tengo a la vista son porcentajes de votación muy apretados, que más que caminar hacia un objetivo concreto dan la idea de anadear, y hasta un escolar avanzado de tercer grado sabe que, en medio de un recreo alocado, si no irrumpe la calma que permita un juego colectivo y con reglas claras, ese tiempo de disfrute se puede ir al carajo.
En fin. Se ha dicho tanta cosa que no se me hace disparatado que los señores candidatos incorporen a su estrategia inmediata algo de todo lo positivo que se puede comprobar en un zoológico.
¡Hasta podría ser un sacudón formidable que otros países nos envidiarán!
Pasó hace años, en Francia, que un periodista audaz, recordando las enseñanzas de la etología, le preguntó al entonces presidente: -¿Qué chimpancé diría usted que es el mejor representante de su gabinete?
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