EL PENSADOR Por Antonio Pippo
Cuando un nuevo gobierno pone las manos en el poder, es interesante advertir qué talante carga sobre sus espaldas el que se ha ido.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que abandonará ideas, deseos de volver ni cierta ira contenida con mayor o menor elegancia por haber tenido que dejar a otros lo que –al menos en el caso uruguayo- manejaron en situación privilegiada por disponer de mayorías parlamentarias durante quince años.
Claro, una cosa es no abandonar ideas ni convicciones, ni alguna lágrima derramada o blasfemia lanzada al aire mascullando “¡fue por tan poquitos votos!”, y otra diferente la actitud, frente a la objetiva situación del país, de contribuir o no, incluso planteando condiciones, a esos consensos, esos acuerdos y esas políticas de Estado tan necesarias y a las que me he referido en abundancia.
Tristemente me va ganando la sensación de que ni gobernantes ni militantes que han vuelto a sus trincheras, quizás a su mediocridad, dejando por la senda tantos privilegios, están exhibiendo buenas intenciones al respecto.
Pongamos por ejemplo hoy, lector, nuevas directivas impartidas desde el Ministerio del Interior, desde el aumento de patrullajes y el retiro de quienes pretenden pernoctar en el espacio público, a la solicitud de la cédula a los ciudadanos, mecanismo constitucional y ya aplicado en el país en épocas de democracia pos dictadura.
Si uno repara desde declaraciones de personajes del anterior gobierno, hasta integrantes de su fuerza política de distinto rango, más los comentarios que inundaron enseguida las redes sociales, es como si –con intención política, que es lo que yo creo, o sin ella, por simple error de interpretación- hubiesen entrado en lo que un filósofo cercano llamó la “angostura”.
Una suerte de claustrofobia que gana a los fanáticos, que se meten dentro de sí mismos, se niegan a debatir con respeto y tolerancia y desde un pequeño perímetro lanzan cohetazos al enemigo.
A ver: todo puede ocurrir.
No niego que los funcionarios policiales no tienen todos la misma preparación y pueden incurrir en abuso de función aunque representen la autoridad; quizás no sea consuelo para muchos, pero hay mecanismos legales y jurídicos que permiten, fuera de toda discusión, las disculpas y la reparación que se deban frente a una denuncia probada; pero tampoco me niego a ver todas las mentiras desparramadas al barrer, como el caso del funcionario de ADEOM, que obligó a la presidenta de su propio gremio, junto al presidente del PIT CNT, a aclarar públicamente que “las cosas no fueron como habían sido contadas” por el supuesto “abusado”.
Pero hay otra cuestión: el mayor patrullaje va acercando a la mayoría de la población una tranquilidad desde años perdida, y el retiro de las calles de personas que pretendían vivir en ella, como la detención preventiva para identificar ciudadanos “en actitud sospechosa” –además de errores de los funcionarios que ocurrieron, sin siquiera rozar límites groseros- dieron por resultado la detención de más de una docena de delincuentes buscados, con profusos antecedentes, y su retorno adonde por ahora deben estar.
En otras palabras: es un mecanismo que no será perfecto jamás, pero puede ser inocuo para la buena gente apenas de un lado y del otro se corrija lo que hay que corregir. En la policía, una intensiva preparación para evitar cualquier abuso; entre los iracundos que están en “la angostura”, una actitud constructiva de colaboración.
Y tenga en cuenta, amigo lector, que apenas estoy poniendo sobre la mesa uno de los operativos menos significantes de todos los que se ha propuesto para el futuro inmediato el Ministerio del Interior.
Pero es un síntoma preocupante.
Russell dijo, hace décadas y sigue vigente: “No basta con creer que se tiene la verdad y el error es ajeno. Es necesario sentir benevolencia más bien que lo contrario, porque representa un ingrediente esencialísimo de la sabiduría”.
Todos sabemos, ya no vale la pena mentirse a sí mismo, que las turbulencias seguirán; pero podemos mantener la esperanza de que unos y otros escapemos del dogma y de la prepotencia y entonces, en poco tiempo, tales actitudes nos parecerán triviales e irán desapareciendo.
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