EL PENSADOR Por Antonio Pippo
Estoy cumpliendo la cuarentena –sin sintomatología alguna, por pura responsabilidad frente a la crisis sanitaria- según se me ha dicho que puedo hacerlo: permanezco en mi departamento y sólo salgo una o dos veces al día, por escaso tiempo y recorriendo poca distancia, para pagar cuentas, proveerme de alimentos y de medicación que otras “nanas” ya han incorporado a mi edad de riesgo.
La pandemia del corona virus, entre otros inconvenientes, impide que se tengan, a la velocidad que el mundo moderno nos ha acostumbrado, estadísticas estrictamente confiables no ya sobre casos detectados, internados en cuidados intensivos o fallecidos, sino acerca de lo que yo llamaría el comportamiento social frente a las recomendaciones que, día a día –no hay otro remedio- van monitoreando y corrigiendo quienes, desde el gobierno, encabezan esta lucha.
Uno echa la mirada a la calle desde el ventanal y la escasez notoria de circulación de vehículos y personas dejaría la convicción de la colaboración de la mayoría de los ciudadanos por vía del acatamiento.
De la mayoría…
Porque después uno se entera que hay quienes siguen yendo y viniendo hacia y desde el interior o exterior del país y que el pasado fin de semana, suerte de termómetro para hoy, varias playas y parques se abarrotaron de personas de todas las edades, actuando sin la menor preocupación por sí mismas ni por los demás.
Ya lo dije: esto no se puede cuantificar, pero el solo hecho de que haya ocurrido con un puñado de contribuyentes habla, con dramática claridad, de que hay muchos que aún no han tomado conciencia de lo que está ocurriendo.
Hay una frase de Umberto Eco, escrita hacia fines del siglo pasado, que ha vuelto a retumbar en mi cabeza: -El exceso de informaciones simultáneas y hasta contradictorias, a causa de la globalización de la tecnología, en épocas de crisis provoca el hábito de la superficialidad.
En otras palabras, la inconciencia de creer cualquier cosa, mientras, para diversión, se divulgan en cambio las más absurdas teorías conspirativas que, toda persona que sepa discernir qué es noticia creíble y que no, sólo con aplicar el conocimiento a través del análisis racional lógico, desarmaría como un mecano elemental.
Bastante antes que Eco, Aldous Huxley sentenció: -Hay quienes actúan como los filósofos escolásticos antiguos, que se jactaban de afirmaciones acerca del universo sin tomarse el trabajo de averiguar cómo eran realmente los hechos.
Tales reflexiones llevan a una conclusión: los propósitos comunes –en el presente las recomendaciones oficiales para mejorar la situación del país ante el corona virus- prevalecen sólo si hay una comunidad de sentimientos y de sensatez.
Y también se podría decir que las pequeñas rajaduras que son capaces de agrietar a esa comunidad, o sea las que provocan aquellos, pocos o demasiados, más papistas que el papa, es mal de antigüedad probada por la historia.
En resumidas cuentas, el individualismo, la fe en cualquier versión desparramada por las redes, la rebeldía estúpida frente a reglas y controles que tal vez molesten, sí, pero son imprescindibles y la exhibición impúdica de la estupidez de creerse un héroe televisivo indestructible, sigue empujándonos a la catástrofe, como ocurre cuando hay traidores adentro estando el país en guerra, lo que asegura la derrota.
Como parece haber un gobierno dispuesto a seguir el camino correcto, por más golpes que la realidad le propine cotidianamente, queda la esperanza de que aquellos controles y reglas se endurezcan cuanto sea necesario para que la sociedad toda no termine pagando un precio demasiado alto.
Finalmente, me parece interesante recordar que Russell llamaba “sabiduría” a ese necesario espíritu social unificado en un sentimiento responsable, que vele por cada uno y por los otros y que hoy uno tiene el deber de asumir y de exigir.
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