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EL PENSADOR por Antonio Pippo

EL PENSADOR  por Antonio Pippo
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En el correr de los días recientes han cobrado vigor –en medios convencionales de comunicación, a través de periodistas de opinión, y en redes sociales por medio de personas de pensamiento débil y razonamientos destartalados- aquello que algunos hemos llamado “teorías de conspiración” para explicar la pandemia que tiene al planeta entero al borde de la locura.

O sea que todo lo que ocurre, desde su aparición hasta los abundantes y muchas veces contradictorios esfuerzos por detener al poderoso enemigo, serían obra y gracia del poder y los intereses de diversas fuerzas que operan en las sombras, a veces solas, a veces asociadas entre sí. En esa bolsa de porquería, los delivery de las malas nuevas trasladan ideas detrás de las cuales operan grandes capitalistas y bancos multinacionales y organizaciones poderosas como el narcotráfico y los grandes laboratorios, capaces de ejercer dominio sobre Estados, políticos, instituciones académicas, grandes medios de comunicación y hasta organizaciones civiles de cierta envergadura, portadoras de diversas reivindicaciones sociales.

Por supuesto que el poder financiero existe e influye –sea privado o vestido para una fiesta como el de los organismos internacionales de crédito-, como existen e influyen, a veces con fines coincidentes, el poder del narcotráfico, de la industria de la construcción de armas y de los laboratorios de expansión multinacional.

Quizás la explicación de boliche esté en aquel viejo aforismo que repetía Fontanarrosa: “El dinero es el único dios sin ateos”.

Nadie lo niega.

Ahora bien: ver el origen de la pandemia que nos corroe, y muchas de las medidas que los gobiernos están tomando para enfrentarla, a través del cristal de esas teorías conspirativas –hay para elegir, lector-, al menos a mí me trae a la mente sustantivos del tipo de exageración, deseos de alcanzar notoriedad como si se hubiese descubierto un error en la teoría de la relatividad, fanatismo, ignorancia, alucinación o simple y llana estupidez.

Para retomar la sensatez habría que recordar que es la primera pandemia planetaria de la que se tenga memoria. Todo antecedente, dentro de los más terribles y mortíferos que se hayan experimentado, fue una epidemia.

Hay una diferencia.

Y es tan importante que no se alcanza a entender bien cuál habría sido el presunto objetivo de los malignos poderes detrás de escena –insisto, cuya existencia e intenciones nadie niega- para poner al planeta de cabeza, con centenares de respuestas sanitarias y políticas diferentes y una gran confusión reinante, a fin de provocar la explosión inicial o sacar rédito de las consecuencias sobrevinientes, siendo que nadie ni nada está realmente a salvo.

Algún colega ha aludido a que todo parece responder a un relato que vaya a saber uno cuál de esos poderes asquerosos, o unos cuantos unidos, han urdido, más que a la pandemia en sí misma.

¿El relato de quién o quiénes?

¿De los dueños del mundo? No, si ellos están siempre detrás del telón.

¿De los científicos? No, si han probado ya hasta el hartazgo que difieren entre sí hasta el asombro.

¿De los gobiernos, dominados por los conspiradores? No, si las medidas resultantes son distintas hasta el mareo. ¿De los grandes medios periodísticos? ¿Cuáles, dónde, desde qué perspectiva? ¿O acaso están haciendo lo mismo, o respondiendo de manera parecida Finlandia, Ecuador, Brasil, Estados Unidos, Francia, Argentina, India, Rusia, Canadá, Eslovaquia o el país que a usted, lector, se le ocurra? Claro que no.

¿Entonces?

Mi conclusión es que la difusión de las teorías de conspiración responde a la libertad de pensamiento que jamás será cercenada y a la subsiguiente libertad de expresión. Es decir, no es un delito y posiblemente no llegue al nivel de una inducción eficaz.

Es una equivocación, que en nada contribuye a que, cada quien en la nación que le toque, entienda mejor qué hay que hacer cada día para esforzarnos en que, lejano o no, haya un futuro.

 

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Antonio Pippo Tiene 58 años de trabajo en el periodismo. Ha trabajado en todos los canales de TV del país, abiertos y por cable, menos VTV; ha trabajado en casi todos los diarios, semanarios y revistas (los que se han editado y los que aún se editan en el país); ha trabajado como columnista en varias radios. Ha sido docente de comunicación en la Universidad  ORT. Ha publicado seis libros. Ha dictado charlas y conferencias en la capital y diversas ciudades del interior sobre temas de periodismo. Fue productor general y co protagonista de un espectáculo de tango que se presentó en el país durante diez años, cerrando ese extenso ciclo el año pasado.