EL PENSADOR Por Antonio Pippo
Cuando uno piensa en la educación, siempre es conveniente iniciar las reflexiones por el principio, o sea la escuela.
Ahora, en circunstancias tan comprometidas para la reanudación de las clases y con un tiempo por delante relativamente escaso hasta fines del ciclo 2020, parece sensato asentar las bases de lo que podría ser la enseñanza en el futuro cercano, digamos el año próximo, con optimismo, siempre que ella sea posible en unas condiciones de menor inestabilidad y riesgo.
No soy un experto en la materia, pero he tenido hijos, he contribuido a su instrucción y me considero, por mis actividades profesionales desarrolladas durante largo tiempo, una persona al menos capaz de dibujar cierta idea muy sencilla –en realidad, sencilla de ser expresada y compleja de ser conducida a actos concretos y eficientes- acerca de aquello que presumo esencial.
La enseñanza escolar, desde su más temprana etapa, debe dar prioridad en primer lugar a la lectura.
A partir de aprender a leer y, más importante aún, a entender lo que se lee, se activan el pensamiento y la imaginación y, desde esa meseta, es posible que el niño escriba y exprese oralmente mejor lo que ha ido creando en su mente.
Claro, esto, en apariencia tan simple, no lo es desde la base misma: exige un programa muy atinado y docentes preparados para entenderlo. No se trata de leer cualquier cosa, sino de acercar los libros adecuados según la edad de los estudiantes, libros que deberán estar relacionados de un modo tal que los dirijan a ir caminando –como diría Huxley- hacia la comprensión de quiénes somos, cómo deberíamos vincularnos, cómo exaltar nuestras potencialidades latentes, qué es la naturaleza, cuál nuestra vinculación con ella, etcétera.
Y además, todo en un ambiente distendido que permita la libre expresión de los niños, sin deberes pero con el estímulo de traer al otro día, todos los días, sus proyectos o ideas para exponerlos.
En el otro sector pedagógico que tiene imagen de imprescindible cual cimiento, deben estas las matemáticas.
A partir de ellas se abrirá a los niños el día a día más complejo y sin embargo apasionante mundo de la innovación tecnológica, hoy sobre todo en el campo de la informática y la robótica, con sus múltiples opciones. El método de enseñanza debe ser el mismo: participación colectiva, entretenimiento, libertad para la creatividad del niño y fomento de la interacción, dejándole el espacio necesario, monitoreado, sí, para que sienta su propio protagonismo. Y ¡por favor! lejos de la filosofía escolástica, que implica que cada quien teja en su cerebro sus telas argumentales sin prestar atención alguna a lo que sucede alrededor.
Dicho de otra forma, la enseñanza escolar, desde el inicio de su ciclo, tiene que ser entretenida, debe mantener interesados a los niños para que se sientan partícipes de lo que está ocurriendo.
Es como si los docentes estuviesen, cada día, tendiendo puentes para que ninguno de los que participan en cada clase quede aislado.
Ahora bien, no puedo olvidar que varios especialistas en docencia y algunos intelectuales de respeto han tenido una coincidencia inquietante: siendo tan indispensables las palabras para la comunicación en el aula –sea por lectura o por matemáticas- tenemos un vocabulario que califican de “absolutamente desastroso en los libros de texto”; en otros términos habrá mucho para corregir y reconstruir en la correspondiente selección del material de uso común.
Para terminar, otro pensamiento de Huxley, que lo toma de una frase de Shakespeare: “El pensamiento es esclavo de la vida, no sólo de las letras, y no podemos pensar de modo abstracto sin estar involucrados como seres fisiológicos, como miembros de nuestra comunidad”.
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