El sueño húmedo neoliberal por Hoenir Sarthou
El “proyecto UPM”, incansable en sorber de la bombilla que nos ha instalado en la yugular, no está satisfecho con que le paguemos la vía, le regalemos el agua del Río Negro, le compremos electricidad y le ahorremos toda clase de molestias tributarias y legislativas.
Ahora, algunas de sus incontables empresas asociadas o colaterales, entre las que siempre aparece SACEEM S.A., a través de un proyecto denominado H2 41, se proponen extraer agua del acuífero en la zona de Pueblo Centenario para producir “hidrógeno verde”, supuestamente destinado a hacer funcionar diecisiete camiones que se usarán para el traslado de madera hacia la planta de UPM2. Algo que, de alguna manera, intuyó y advirtió el Dr. Juan Besuzzo en un audio de amplia difusión.
Increíble, ¿no?
Sobre todo porque afirman que el proyecto les demandará una inversión de cuarenta y tres millones de dólares. O sea: 43 millones para 17 camiones. Algo así como dos millones y medio por camión. No estoy inventando ni suponiendo nada. Es lo que explicó el ingeniero Matías Saiz, representante de SACEEM, en presencia del Ministro de Industria, durante una entrevista hecha por el periodista Emiliano Cotelo (Lo que sí supongo es que los camiones estarán revestidos de platino y diamantes).
Más increíble aun es que el Estado uruguayo les regale diez de esos cuarenta y tres millones, a través de un préstamo no reembolsable. Algo así como 600 mil dólares por camión.
¿No tienen una sensación de irrealidad, como de estar oyendo un cuento contado para niños?
O para bobos. Porque hasta un niño se da cuenta de que nadie invierte 43 –o 33- millones de dólares para cambiar el combustible que usan 17 camiones. Todo hace pensar que en el horizonte del grupo económico UPM hay otra línea de negocios, que no figura en los contratos que conocemos.
Insisto. Si ustedes tienen la impresión de que nos están tomando el pelo, probablemente sea porque nos lo están tomando.
PEQUEÑA DIGRESIÓN PARA MIS AMIGOS LIBERALES
Los viejos liberales en materia económica, los de verdad, los admiradores de John Locke y de Adam Smith, cuando son sinceros, son gente digna y respetable.
Individualistas, duros, casi hoscos, poco amigos de discursos simpáticos o demagógicos, tienen a la libertad como valor supremo y una fe inquebrantable en el mercado como el mejor organizador de la economía.
Su modelo ideal de sujeto económico es alguien que invierte su propio dinero en sus propios proyectos, corre los riesgos, y sólo reclama del Estado que le garantice la propiedad de sus bienes, que conserve el orden público y le cobre pocos impuestos. Fuera de eso, reclaman la libertad (en particular la libre competencia) y confían en el mercado.
Reitero que esos liberales son duros. No piden ni dan cuartel. El que puede se enriquece y el que no se funde. Es la ley del Mercado. Nada de mariconerías sociales ni de mimos estatales.
Sin embargo, los liberales sufren un destino contradictorio y doblemente trágico. Por un lado, no tienen más remedio que depender del odiado Estado para garantizar la propiedad de sus bienes. Por otro, aunque no lo admitan, una ineluctable ley económica hace que, en ausencia de regulación y de intervención, la libre competencia empiece por dejar de ser libre y termine por no ser competencia.
La acumulación de capital, los monopolios, la práctica de los empresarios grandes de liquidar a los más chicos jugando con los precios, la escala, los márgenes de ganancia, el acceso a otros mercados, los suministros y la disponibilidad de tecnología, hacen que la riqueza se concentre y que una empresa o grupo de empresas termine por acaparar el mercado y fundir, comprar o controlar a sus competidores. ¿Quieren una prueba?
Simple: vean quiénes son hoy los accionistas de las grandes empresas que aparentan competir en el mercado mundial. Encontrarán que, detrás de la aparente variedad de nombres, marcas, productos, logos comerciales y famosos “CIOs”, están los mismos pocos grupos financieros administradores de grandes fondos de inversión. Son los dueños de todo. O, mejor dicho, lo controlan todo. En realidad: ni libertad ni competencia. Es el mundo en el que vivimos hoy, que espanta incluso a los liberales sinceros.
DRAMA DE FAMILIA
Como ocurre en las mejores familias, a los liberales económicos clásicos les nacieron unos sobrinos impresentables, verdaderas ovejas negras.
Engendrados en la segunda mitad del Siglo pasado, por la unión concubinaria de la Fundación Rockefeller con Milton Friedman, en el vientre de alquiler de la Universidad de Chicago, los neoliberales heredaron una versión degenerada de los genes liberales.
Para horror de sus viejos tíos, los economistas neoliberales mostraron desde chiquitos una irresistible atracción hacia el Estado, en el mismo sentido en que el proxeneta la siente hacia la mujer a la que explota.
Parecen haber descubierto que enriquecerse a costa del propio capital y del propio esfuerzo es lento, duro y trabajoso. Descubrieron también que los Estados poseen infinidad de recursos útiles y codiciables: riquezas naturales, control de los territorios, bancos públicos capaces de hacer generosos préstamos y una burocracia que, con las influencias y estímulos necesarios, puede ser hasta servicial, siempre que a su cabeza haya políticos ambiciosos y “amigables”.
En suma, aconsejaron a sus clientes, las grandes corporaciones transnacionales, que no vieran al Estado como enemigo. Que lo consideraran, al principio, un socio; luego, un amigo; más tarde, un empleado; y finalmente un lacayo. Todo dependía de la capacidad de entenderse con -o de presionar a- los gobernantes que circunstancialmente administraran al Estado.
Ayudó al proceso que, desde los años 70´ del Siglo pasado, con mucha publicidad y respaldo académico, el neoliberalismo se fue convirtiendo en el nuevo sentido común de las ciencias económicas. Economistas neoliberales fueron instalados en los cargos técnicos y de dirección de los organismos internacionales y designados como ministros de economía y altos cargos técnicos de sus países de origen. Con eso, el círculo se cerró y la misma lógica imperó en todos los lados del mostrador. Captar inversión extranjera, facilitarle las cosas, privatizar, conceder, desregular y no controlar fue –y es- la consigna para Estados, políticos, gobernantes y tecnócratas.
Los neoliberales sustituyeron a la libertad por la eficiencia económica, y al “Estado-enemigo” por el “Estado-colaborador-facilitador”. En términos de Luis Feliz Blengino y Miguel Angel Rossi, “el neoliberalismo no se pliega a la clásica demanda liberal de “menos gobierno”, de un gobierno frugal. Por el contrario, se apoya en la férrea defensa de un “gobierno para el mercado”…” (Blengino y Rossi, “Liberalismo y Neoliberalismo. Un contrapunto entre las perspectivas de Kant y Foucault”).
Les cuento un secreto: el neoliberalismo no es en realidad liberal. Su tendencia al monopolio en la economía, y su propensión a valerse del Estado para implementar negocios, llevan inexorablemente a que los intereses económicos más fuertes copen no sólo el mercado sino también el poder de decisión y de coerción del Estado, asumiendo, sin ningún control democrático y guiados por su propio interés, decisiones vitales para toda la sociedad.
Para redondear el asunto y hacerlo vendible a los habitantes de los Estados afectados, los economistas neoliberales patentaron la “teoría del derrame”, con la que convencieron a académicos, políticos, gobernantes, periodistas, partidos de derecha y de izquierda y no pocos sindicalistas, de que la clave para que la riqueza se distribuyera era que, primero, sus clientes la obtuvieran en abundancia, para que luego se derramara hacia el resto de la sociedad.
Llevamos más de cincuenta años esperando el derrame. Entre tanto, las corporaciones transnacionales están cada vez más ricas y poderosas, los países cada vez más endeudados y los gobiernos cada día más débiles y serviles.
VOLVIENDO A PUEBLO CENTENARIO
En el Uruguay, nada más representativo de las teorías y prácticas neoliberales que el mega proyecto UPM. Es un sueño, y, dada su propensión a apoderarse del agua, un sueño húmedo para cualquier empresario o teórico neoliberal.
Presentada como “la gran esperanza de crecimiento y de desarrollo”, UPM2, habilitada por gobernantes de todos los partidos, se ha apoderado del agua del Río Negro, de la vía férrea que se construye para ella, de una terminal portuaria, de enormes zonas francas, de exoneraciones impositivas, de compromisos de compra de sus excedentes de energía, de permisos para forestar en tierras fértiles, del control de los programas de enseñanza, de garantías de impunidad frente a cambios legislativos, impuso los tribunales del Banco Mundial, cuenta con la connivencia de casi todo el sistema político y de los medios de comunicación de alcance nacional y también tiene acceso al acuífero con fines poco claros y con una propina adicional de diez millones de dólares. Mientras tanto, más de la mitad de los uruguayos recibimos agua salada.
Este panorama tiende a reproducirse en nuevos contratos y negocios, como los de Katoen Natie, Neptuno, Google y Tambor, y genera una sola y gran interrogante.
¿Hasta cuándo los uruguayos lo soportaremos y permitiremos?
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